Diario de un papá embarazado

Por Víctor Argueta Díaz.

Todavía recuerdo esa mañana de diciembre cuando Stephany salió del baño con la prueba de embarazo en sus manos. En su rostro se reflejaba una mezcla de incredulidad y felicidad. Stephany y yo llevábamos casi un año tratando de tener un bebé. Mes tras mes veíamos con tristeza que el embarazo no sucedía y no pasó mucho tiempo antes de que esa tristeza empezara a convertirse en frustración. Visitas al doctor, análisis de sangre, medicamentos, médicos brujos y duchas de agua fría habían resultado en infructuosos (pero divertidos) intentos por tener un bebé.

Esa mañana de diciembre Stephany salió del baño y dijo cinco palabras que cambiaron nuestras vidas: “Amor, creo que estoy embarazada...”

Control de peso

Una de las preocupaciones durante el embarazo es poder controlar el peso. Siempre tuve la impresión que el embarazo era la excusa perfecta para que las futuras madres pudieran comer lo que quisieran. Pero no es así, inclusive, parece que es lo opuesto. No solamente deben de tener mucho cuidado con lo que comen, sino que el aumentar mucho (o muy poco) de peso puede causar riesgos para el bebé.

Cada visita con el doctor comenzaba con el registro de peso. Nuestra doctora era particularmente exigente con este punto. Cada mes había que aumentar 1.22kg para así llegar a 11kg al final del embarazo.

Los primeros meses fueron relativamente sencillos, y nos mantuvimos dentro de un margen aceptable de la meta de nuestra doctora. Aunque con el avance del embarazo, mantenerse dentro del rango fue cada vez más difícil. En el cuarto mes salimos de vacaciones con la familia de mi esposa un par de semanas y al regresar nos dimos cuenta que durante ese mes aumentamos casi 3.5 kg. A la doctora casi le da un infarto. Inmediatamente recetó una dieta baja en sodio, baja en grasa, baja en carbohidratos... vaya, una dieta baja en todo, la cual resultó en comida insípida y sin textura.

Ahora bien, lo peor que uno, como esposo, puede hacer cuando la esposa está a dieta, es llegar a la casa con tacos al pastor, quesadillas o una pizza de pepperoni. Así que para facilitar la convivencia y no tener que cocinar doble, decidí hacer la misma dieta que mi esposa. Aquí el problema es que una dieta durante el embarazo no es para bajar de peso, es para aumentar de peso de forma controlada, o al menos supongo que esa es la función, porque yo subí los mismos kilos que Stephany. Al final del embarazo, para molestia de nuestra doctora, Stephany subió 15 kilos (yo 17). La diferencia está que una semana después del parto Stephany bajó 10 kg y otros 6 en el mes siguiente. Por mi parte, yo estoy con 25 kilos de más y comiendo lechuguitas.

Consejos y recomendaciones

Por supuesto que un embarazo causa cierta angustia. En nuestro caso, éste era nuestro primer bebé, así que teníamos muchas dudas. La recomendación, por supuesto, es escuchar a tu doctor, lo cual me parece perfectamente razonable. El problema es: ¿cómo hacer para que el resto de la gente se calle? Porque es sorprendente cómo inclusive perfectos desconocidos pueden acercarse a mitad de la calle para darte sugerencias. Algunas de ellas completamente ridículas.

— “Señor, en verdad le recomiendo que le compre unos zapatos de suela de madera a su esposa, son comodísimos para caminar.”

— “Para evitar la náusea en las mañanas es mejor levantarse del lado izquierdo de la cama y caminar diez pasos de espaldas.”

— “¿Nos permite sobarle la pancita? Para la suerte, que mi hijo tiene un examen para entrar a la universidad.”

Uno trata de ser amable, de sonreír y de salir corriendo.

En nuestro caso, Stephany y yo disfrutamos mucho de la lectura de un libro que compramos al poco tiempo de saber del embarazo. De acuerdo a la información de la portada, la autora es una ginecóloga/obstetra y, fuera de eso, no teníamos ninguna otra razón por la cual confiar en las recomendaciones de este libro. Creo que la razón principal por la que nos gustó es que nos iba informando semana a semana del avance de la bebé. Así nos enteramos que a la octava semana ya tenía párpados, y que a la semana 22 ya podíamos saber el sexo, que a la semana 27 la bebé podía escucharnos y que a la 34 tenía altas posibilidades de sobrevivir en caso de un parto prematuro.

Al final creo que es importante entender que aunque el embarazo es de la pareja, el viaje que esto representa es recorrido no sólo por los futuros padres, sino también por amigos y familiares. Sus opiniones, lejos de ser una crítica, es una manera que muchas personas tienen de participar en la bienvenida del nuevo miembro de la familia.

Dulces sueños

Mis amigos siempre me comentaron que con el embarazo las futuras madres generalmente tienen antojos, náuseas en la mañana o cambios de humor. Lo que nunca nadie me comentó es que mi esposa, esa adorable mujer que por lo general duerme apaciblemente, con el avance del embarazo se convertiría en una máquina de ronquidos. No hablo de esos ronquidos que parecen como si Darth Vader estuviera respirando en nuestro cuello, ni de aquellos que atraviesan puertas. No, me estoy refiriendo a verdaderos ruidos de tormento que resonaban en mi cabeza como si me golpearan con un mazo.

Tan intensos eran sus ronquidos que varias veces se despertó preocupada. —”¿Estaba roncando?” — me preguntaba.

— ”No amor, era una moto en la calle”.

Obviamente, ninguno de los dos podíamos dormir. Para Stephany era peor porque no sólo sus ronquidos la mantenían despierta, sino que también padecía de dolores de espalda y constantes ganas de orinar. Hasta que decidió que la mejor manera de aliviar sus males era mandándome a dormir al otro cuarto. La excusa era que necesitaba el espacio para colocar más almohadas para apoyar su espalda. La verdad, no quise insistir mucho. Faltaban tan sólo un par de meses para que la bebé naciera y así por lo menos estaríamos un poco más cómodos.

Así que mi recomendación para los futuros padres es comprar almohadas, muchas almohadas, tapones para los oídos, aprendan a dar masajes en la espalda y sobre todo, arreglen ese sofá-cama que tienen en la sala. Lo van a necesitar.

El momento de la verdad

Este es el momento que todos están esperando, cuando por fin podrán verle la cara al pequeño que los mantuvo despiertos tantas noches. Es un momento especial, único y por lo mismo de los más aterradores que podría haber. Antes que nada es una intervención que necesita de hospitalización. Segundo están involucradas dos de las personas que más queremos proteger: nuestra compañera y nuestro bebé, y tres no hay absolutamente nada que podamos hacer. Al menos que ustedes sean el ginecólogo de su propia esposa el papel al que estamos relegados es el simple de apoyo moral. Esto me costó mucho trabajo de aceptar, de hecho cuando entré al quirófano traté de hacerme pasar por una de las enfermeras, al menos para secarle el sudor de la frente a la doctora, pero no me dejaron. Al menos lo intenté.

Después de casi 40 semanas de embarazo nació nuestra pequeña Ana Sofía. Fue una cesárea programada por lo que no hubo labor de parto. No fue una decisión fácil de tomar. Teníamos la idea de tener un parto natural y dejar que la naturaleza y miles de años de evolución trabajaran para que la bebé naciera. Pero el tamaño de la bebé con relación a las dimensiones de la pelvis de Stephany hubieran hecho un parto bastante largo y doloroso para ambas. Además que la bebé tenia un doble nudo alrededor del cuello.

Pensábamos que la cirugía iba a ser rápida y sencilla. Aún así la doctora me recomendó no entrar a la sala de operación, pero yo quería estar ahí para acompañar a Stephany. Lo que ninguno se imaginaba es que la epidural iba a lateralizarse y los músculos abdominales de Stephany se contraerían hasta el punto de tener que sedarla.

Como padre fue un momento muy difícil. Sabía que la sedación podría afectar a la bebé, pero prolongar la cirugía estaba poniendo en riesgo tanto a la pequeña como a Stephany. En cuanto el sedante hizo efecto los doctores pudieron terminar la cesárea con rapidez. Cortaron el cordón umbilical y el pediatra llevó a la bebé a una pequeña incubadora térmica.

Como me había imaginado la sedación había alcanzado a la pequeña. Después de diez segundos todavía no se escuchaba ningún llanto, Stephany estaba inconsciente y yo no podía acercarme a ninguna de las dos. Veinte segundos y todavía no había ningún llanto, la doctora estaba retirando la placenta, pero cruzaba miradas nerviosas con el pediatra.

Después de una eternidad de treinta segundos se escuchó un ligero murmullo que difícilmente podía confundirse con un llanto. La pequeña respiró una vez por su propia cuenta, un segundo respiro y después lloró con poca fuerza. Pude entonces acercarme y tocar sus pequeñas manos. Entonces ella agarro mi dedo índice, le hablé y la pude abrazar por unos cuantos segundos. El pediatra me habló con esa franqueza que los médicos tienen cuando deben tomar decisiones con rapidez: “La bebé nació con una depresión pulmonar, habrá que tenerla en observación por varios días, pero tengo confianza de que no habrá ninguna consecuencia”.

Stephany inconsciente en el quirófano, la pequeña Ana Sofía en cuidado intensivo y yo a mitad de un pasillo vestido con una ridícula bata de hospital. Nunca me imaginé que así serían mis primeros minutos como padre... por fortuna mi padre se encontraba a mi lado y pude llorar en su hombro.

Nadie espera que el parto tenga complicaciones, pero no es inusual escuchar sobre labores de parto de 36 horas o cesáreas con complicaciones. Quizás mi única sugerencia aquí es tratar de aceptar que hay situaciones que no podemos controlar y sobre todo confiar en su doctor.

La última y nos vamos

Un par de días después del parto los tres nos dirigíamos a casa. Ana Sofía estaba dormida en su pequeño asiento mientras Stephany le hablaba con una ternura que pocas veces le he visto. El viaje del hospital a la casa es un poco largo (el tráfico en la ciudad de México es una de las pocas certezas con las que podemos contar los capitalinos), era un día soleado de agosto y en algún momento (mientras cruzaba insurgentes) sentí esa extraña sensación de plena felicidad.

Víctor Argueta es un joven mexicano que divide sus intereses entre la ciencia y la escritura. Actualmente se dedica tiempo completo a cuidar a su hija Ana Sofía. No te pierdas la segunda parte de esta historia, Diario de un nuevo papá, del mismo autor.
Víctor Argueta es un profesor universitario oriundo de México y escribe sobre ser papá hispano en Estados Unidos, en un matrimonio bicultural.

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