Entre el bricolaje y el trabajo: los makers y los fabricantes 1:31 pm / 02 November 2013 by Pablo Arriazu, at asincroníaasincronía
En 594 a. C., cincuenta años antes del edicto de Ciro, el legislador ateniense Solón deroga a toda prisa una esclavitud debida al impago de préstamos que suscita zarpazos de guerra civil, y añade a lo dicho por Hesíodo que ninguna polis será próspera si «trabajar es infamante, y la vocación del mercader no resulta honorable» (Plutarco, Vida de Solón, 2,3)
El 7 de octubre de 1913, hace ahora cien años, comenzó a producir la primera línea de ensamblaje móvil en Higland Park. De allí saldrían el Ford T, pero también la producción en masa, y con ella el crecimiento de la estandarización y las necesidades de masas. Era el principio del fin del producto individual. Con él la unificación de gustos, el usuario sería el que se adopte a las especificaciones de una producción que le había llevado a poder hacer su vida más fácil -indiscutiblemente-, pero sacrificando personalidad y voluntad por buscar y reconocer sus propias necesidades.
La producción en masa se convierte en una búsqueda de seguridad en el sistema. El individuo asustado de intentar buscar y solucionar sus propias necesidades cae la solución masiva de lo industrial y lo estándar. Lo referenciado, aquello consumido por muchos “no puede ser malo y, si no, no sería consumido masivamente” . Pero más allá de la pérdida de identidad, esta situación supuso un paso más hacia el envilecimiento de la visión del trabajo, una rutinarización excesiva que producía no solo la pérdida del sentimiento individual -si es que existía todavía en las masas proletarias de 1913- tanto en la producción como en el consumo. Idea, que plasma a la perfección un fragmento de Anatema de Neal Stephenson:
Así que miraba fascinado a esa gente en sus mobes e intentaba concebir cómo era su vida. Miles de años antes, el trabajo de la gente había sido subdividido en empleos rutinarios para organizaciones donde la personas era piezas intercambiables.
Así debía ser; así era como se organizaba una economía productiva. Pero era fácil detectar una voluntad oculta tras esa situación: no exactamente una voluntad malvada, pero sí una voluntad egoísta.La gente que había conformado ese sistema sentía celos, no del dinero ni del poder, sino de las tramas. Si sus empleados hubiesen vuelto a casa cada día con historias interesantes que contar, entonces es que algo habría salido mal:habría habido un apagón, una huelga, un asesinato en masa.
Los Poderes Fácticosno podían consentir que otros tuviesen tramas propias a menos que fuesen historias falsas inventadas para motivarlos. Las personas que no podían vivir sin una trama habían acabado en los concentos o en trabajos como los de Yul. Los demás tenían que buscar más allá de su trabajo para sentir que formaban parte de una narración, razón por la que suponía que los seculares estaban tan preocupados por los deportes y la religión. ¿Cómo si no podías sentirte parte de una aventura? ¿De algo con un comienzo, un nudo y un desenlace en el que tuvieras un papel importante?
Nosotros los avotos lo teníamos porque formábamos parte del proyecto de aprender cosas nuevas.Incluso si no siempre avanzaba a la velocidad suficiente para gente como Jesry, avanzaba. Estaba claro qué lugar ocupabas y qué papel tenías en esa trama. Yul lo tenía gratis viviendo sus aventuras día a día, y el único problema era que el mundo no consideraba sus historias muy interesantes. Quizá por eso se sentía tan obligado a contar no sólo las aventuras en la naturaleza, sino también las de sus mentores.
Una vez abaratada la producción en masa, llegó la necesidad de expandir mercados y estandarizar gustos pero, acompañado de una mejora de la técnica, el toyotismo fue capaz de crear pequeñas individuaciones masivas que mostraban la tendencia del mercado a disminuir su volumen óptimo de producción para adaptarse también a la necesidad de aparición de nuevos gustos y valores en una sociedad global.
Un siglo después, Ford preconiza que va a hacer sus líneas de montaje más flexibles que nunca para que sean capaces de fabricar varios modelos. A la par, nuevas tecnologías y enfoques están reindustrializando el “primer mundo”. El Made in America enamora tanto a patrioteros conservadores como a la izquierda y el progresismo, éstos últimos -entiendo- movidos por el ideal de una producción sin explotación. Anteriormente ya he expresado mi miedo a una nueva visión de la comunidad autárquica, ideal paradigmático y excluyente con el que asustan desde todas las perspectivas.
Y mientras tanto, los nuevos métodos de producción se presentan como una solución salvífica que muestran al individuo como capaz de producir por si mismo todo lo necesario en horizonte p2p donde la información es fácilmente duplicada y transmitida. No es copiada sino también reinterpretada, como han hecho las mentes más preclaras.
Ahora que ya parece que los nuevos modelos que comprenden la realidad desde la Física parece querer apoyar ideológicamente al pensar que un constituyente principal de la materia es la información, y se hace evidente que si se consigue impedir la proliferación de monopolios intelectuales, la producción continuará en un abaratamiento progresivo en la pequeña escala. ¡Pero necesitas materiales! Dirán tus detractores a lo que desde una perspectiva defensora del trabajo intelectual responderé: ¿no es un coste económico dedicarte a adaptar el software a tus necesidades? ¿no necesita de materiales? ¿no necesita de recursos un programador para formarse o para instalar tu servidor?
Pero más allá de eso, me gustaría ser crítico. La impresión 3D se plantea para muchos -Kevin Carson entre ellos- como un horizonte fantasioso y pretenden ver en él muchos una simplificación equivalente a la esperanza de Kropotkin hizo con la electrícidad. No podemos obviar la complejidad.
Por eso es más que interesante la lectura que hizo hace ya unos meses David Rotman sobre el famoso Makers: The New Industrial Revolution de Chris Anderson. La diferenciación clara entre fabricantes y makers, entre la innovación y el conocimiento profesional y profundo, al detalle del fabricante y la postura cercana al nuevo hobby y el bricolaje del maker. La diferencia entre la calma y la perspectiva a futuro del concento en Anatema y la necesidad de adaptar rápido el entorno de aquel que vive fuera. Dos visiones comparables con la academia y la industria, pero también con la academia-industria frente a la autoreparación y modelado de automóviles con el que llenan horas de programas estadounidenses y que nunca ha dejado de ser una práctica habitual en un país donde la conquista dio a la imagen que nos transmiten de sus habitantes la presteza y el impulso de la necesidad de supervivencia.
The problem with this thesis is that Anderson makes little effort to explain how a community of creative and enthusiastic individuals or small startups might give rise to an industrial movement capable of transforming and revitalizing manufacturing. His analyses often seem incomplete: “Because of the expertise, equipment, and costs of producing things on a large scale, manufacturing has been mostly the provenance of big companies and trained professionals. That’s about to change. Why? Because making things has gone digital: physical objects now begin as designs on screens, and those designs can be shared online as files.” The reader is left wondering: how does sharing digital designs change the fact that most of the goods we want and depend upon, from iPhones to jet planes, still require the skills and budgets of large manufacturers? Equally frustrating
David Rotman, The difference between makers and manufacturers
El mundo exterior al concento -un híbrido entre convento laico y universidad- se presenta en la obra de Stephenson cargado de realidades y personajes mañosos e ingeniosos donde el Yul mencionado en el fragmento podría ser ¿un maker? ¿un emprendedor? que es capaz de comprender pequeños funcionamientos para solucionar sus problemas individuales del día a día. Frente a los que son cómo él, los avotos -esos habitantes de concentos- se presentan como guardianes de un conocimiento reposado, menos práctico y en manos de aquel que se dedica a pretender simplemente conocer, con mentalidad de futuro, con la voluntad de construcción de un proyecto sin afectar a los no involucrados.
La progresiva búsqueda por parte de muchos de nosotros de la fusión entre nuestro bricolaje y nuestro trabajo, la búsqueda del trabajo vocacional desde una perspectiva hacker corre mucho peligro de ser capturado por el dilema del hobby. El maker da soluciones a si mismo o a su entorno, y como todo abaratamiento de recursos, no deja de ser la extensión de lo que son soluciones Low-Tech. Soluciónes que distan de estar al filo de la técnica, pues cada vez lo normalizado, fácil y asequible es cada vez más complejo, acorde al avance de la técnica y el pensamiento somos capaces de comprender cosas más complejas. Nadie llama al técnico para programar el vídeo. Bueno, nadie tiene vídeo.
Es obvio, no se puede desprestigiar a aquello que no supone “el más dificil todavía”, aquello que no es Hi-Tech, pues supone el proceso por el cual esas tecnologías pasan a ser parte de las soluciones del día a día, aquellas que todos necesitamos. Esta situación mejora un hecho, el paso de la producción en masa y su destrucción de identidades a la producción masiva de pequeños nichos. La revitalización de la pequeña identidad.
Y eso preconiza tiempos dónde las taxonomías rígidas de nuestros campos de trabajo se verán necesitadas de cambio. Como ya avanzó P&W, cáda vez más la frontera entre el ingeniero de diseño y el ingeniero de fabricación se disipa -y con ellos muchos otros campos-. El hecho de que lo anteriormente complejo pase a ser el nuevo fácil es el día a día de la tecnología. ¿Dónde están las horas para reducir el peso de material optimizando las cargas sobre el diseño? ¿Dónde está la reducción de emisiones? ¿La reducción del consumo? ¿La optimización? El hobby, cercano a las soluciones de baja tecnología profesionales, no rompe estas fronteras, se dedica a dar soluciones a problemas instantáneos. Un trabajo que deseablemente cada vez será más mecanizado, para permitir que el trabajo sea la innvoación y la investigación: la búsqueda del fin del trabajo rutinario. Pero quizá sólo llegará para los que lo busquen y no para los que caigan en la resignación del victimismo.
Con el fin de renovar nuestro aparato estatal, debemos a toda costa, en primer lugar, aprender, en segundo lugar, aprender, y en tercer lugar, aprender, y luego procurar que el aprendizaje no se quede en una propuesta vacía, o una frase de moda (y debemos admitir con toda franqueza que esto nos sucede muy a menudo), el aprendizaje debe realmente convertirse en parte de nuestro ser, y debe ser real y totalmente convertido en un elemento constitutivo de nuestra vida social. En resumen, no hay que hacer las demandas que fueron hechas por burgueses de Europa Occidental, sino acomodarse a lo que sea idóneo para un país que se ha propuesto convertirse en un país socialista.
Mejor pocos y mejores, Lenin (en uno de sus últimos artículos en Pravda, traducción y negritas mías)
El conocimiento y la innovación se convierten en el multiplicador New-Tech de Carson-Taylor. Y por ello no se puede dejar de comprender que, tras las buenas ideas, el reposo y la perseverancia para llegar a las soluciones suponen el 20% del trabajo pero conllevan el 80% del tiempo, o toda una vida. El oficio, el trabajo allí donde pueda ser verdaderamente útil, requiere de tiempo y quietud, de investigación. Y esa es una gran frontera : entre el ímpetu y el comercio frente a la quietud y la investigación-producción. Fronteras que se desintermedian y deben diluirse pero que necesitan de la construcción de un relato -aquello que les faltaba a los obreros industriales- que se transmita en un compromiso y un proyecto a futuros. Y eso es mejorar: la conversión de una fantasía -por ende simple- en la búsqueda realista del último detalle en un campo: emplear tiempo para conocer y mejorar; huir de las rutinas mecánicas.