Otro de los integrantes de la invasión británica con debut en 1963 es Manfred Mann, que se presenta al frente de un grupo a su nombre. Se trata de un músico cuyo perfil puede parecer un tanto “académico”, ya que junto al blues tradicional tiene una gran formación jazzística desde su adolescencia. Y sin embargo, aunque sus comienzos fueron precisamente en el mundo del jazz, demuestra una versatilidad enorme, ya que además de esas dos influencias gran parte de su obra oscila entre el r’n’b, el pop e incluso el folk. Por otra parte entiende perfectamente que la diferencia de formatos es fundamental para un grupo como el suyo, y publica sus piezas más accesibles en las caras A de los singles: de ese modo contenta al sello, gana dinero y puede permitirse un trabajo mucho más experimental en los discos grandes (algunas de cuyas piezas figuran en las caras B de los pequeños, a modo de "introducción"). Mann ha estado en el negocio hasta no hace mucho; como es lógico su época más popular pertenece al siglo pasado, pero al menos en las décadas de los 60 y 70 supo estar al día. Luego se hizo “intemporal”, y la mayor parte de sus discos, sean de la época que sean, tienen un atractivo especial. Eso es algo de lo que muy pocos veteranos pueden presumir.
Pero antes de seguir conviene hacer un inciso sobre un fenómeno que alcanza su apogeo en la década de los años 60, aunque ya viene de un poco antes: la saga de los teclistas británicos, en su mayoría aficionados al Hammond, que dieron sus primeros pasos influenciados por algunos personajes del jazz tan representativos como el legendario Jimmy Smith. Ya a finales de los años 50 hay muchos clubs en Londres que tienen a un teclista amenizando las veladas, con ese tipo de música “ambiental” tan atrayente que solo un órgano con la envergadura de un Hammond puede conseguir. Pronto surge una “nueva ola”, mucho más ambiciosa, que añade a su afición por el jazz el nuevo gancho del blues, y entre ellos destacan Graham Bond o Brian Auger, acompañados casi en paralelo por otro frente en el que estará Mann primero (con varios tipos de órgano) y luego Steve Winwood: ambos saben añadir ese toque pop que los hará mucho más asequibles y que abre el camino a los John Lord, Ken Hensley y compañía. No hay una evolución igual en Estados Unidos, donde el mundo de los teclistas es mucho más disperso, sin un espíritu concreto.
Manfred Lubowitz es un muchacho sudafricano nacido en 1940 que con veinte años ya tiene una notable formación teórica sobre jazz y es un pianista solvente. Trabaja en el círculo de locales del gremio en Johannesburgo, hasta que en 1961 decide abandonar el país en desacuerdo con el régimen de apartheid que se vive allí: su destino evidente, como miembro de la Commonwealth, es Londres. Comienza a dar clases de piano, trabaja en clubs y escribe en la prestigiosa “Jazz News”, donde firma con el seudónimo de “Manfred Manne” en honor al batería ‘Shelly’ Manne, uno de los más destacados representantes neoyorkinos del cool jazz (y esa ‘e’ final cayó pronto). Por su contacto con los músicos londinenses comprende que la moda en la Isla es el r’n’b, y comienza a reorientar su carrera buscando una fusión entre ese estilo y el jazz. Se asocia en 1962 con Mike Hugg, un batería que además toca piano y vibráfono, y bajo el nombre de The Mann-Hugg Brothers actúan en prácticamente todos los clubs londinenses de vanguardia. A medida que van desarrollando su estilo se unen nuevos músicos llegando a ser hasta siete, que a principios del 63 quedan reducidos a un quinteto: junto a Mann (que a partir de ahora será el organista) y Hugg se confirman Mick Vickers (multinstrumentista con preferencia sobre guitarra, saxo y flauta), Dave Richmond al bajo y Paul Jones como cantante y armonicista.
Para entonces eran ya medianamente populares en el circuito local, y tras algunos intentos en otros sellos el productor de la EMI/HMV John Burguess, convencido de la posibilidad de una fusión como la que proponen, decide trabajar con ellos. Podríamos decir que también los “apadrinó”, pues además de dirigir las grabaciones del grupo en sus dos primeros años fue él quien decidió buscarles un nombre más eufónico; y ese nombre fue… Manfred Mann. El propio Mann intentó oponerse, ya que eso daba la impresión de que él era el amo y señor del grupo, pero los demás estuvieron de acuerdo. En verano llega su primer single, cuya cara A es la instrumental “Why should we not”, compuesta por Mann. Es una mezcla curiosa entre jazz ligero y blues apoyándose en una percusión muy marcada que podría sugerir un origen africano (recordemos que Mann viene de allí). La cara B es una versión, también instrumental, de “Frère Jacques”, una canción de cuna francesa que incluso en España se utilizaba mucho para aprender a tocar el piano; la versión de Mann me recuerda, tal vez por las escalas del órgano, el “Elephant walk” de Mancini, pero no me hagan mucho caso. En Noviembre se publica el segundo, con dos canciones compuestas por Paul Jones: “Cock-a-hoop” y “Now you’re needing me”. La primera podría sugerir un cruce entre Bo Diddley y los Stones, sobre todo por la forma de cantar de Jones; la B anda entre el r’n’b y el pop, sin mucho gancho. Da la impresión de que el grupo está buscando su sitio, y ninguno de los dos singles llegó a las listas. Eso sí, la voz de Jones, potente y bien modulada, será pronto una de las más destacadas de la Isla.
La situación del grupo comenzó a mejorar significativamente a finales de ese año, cuando la cadena ITV les encarga una sintonía para su legendario programa “Ready, Steady, Go!”. Esa sintonía es “5-4-3-2-1”, un rock and roll de tono pop protagonizado por una armónica que alterna ese protagonismo con un coro muy ameno, y que marcará el estilo de las sintonías de la época. El single se lanza en Enero del 64 alcanzando el top 5, con “Without you” en la cara B: es un magnífico ejemplo de jazz/r’n’b británico, que se incluirá en su primer LP (que ya estaba prácticamente rematado en esas fechas, pero que no se publicará hasta el otoño). Aprovechando el rebufo, en Abril llega “Hubble bubble (Toil and trouble)”, que recuerda inevitablemente a la sintonía anterior y que roza el top 10. La cara B, también incluida en el Lp, es una exhibición jazz-blues con protagonismos compartidos entre vibráfono, saxo e incluso piano. Los Mann se están asentando en un lugar tal vez a medio camino entre Stones y Yardbirds, pero con un plus de clasicismo que otorga esa tendencia jazzy, atrayente y underground al mismo tiempo. Entre un single y otro se produce la marcha del bajista Dave Richmond, cuyo estilo resulta inadecuado para el sonido que busca el grupo; le sustituye Tom McGuinness, que ya tiene un prestigio como guitarrista pero que de momento ha de ocupar el puesto vacante.
Justo en mitad del verano llega “Do wah diddy diddy”, una especie de soul/pop que los Exciters habían lanzado el año anterior, y que se convierte con los Mann en un número uno en medio mundo. Su versión va en el tono pop marchoso, casi festivalero, tan de la época en las listas isleñas, y es verdad que parece deslucir un poco la supuesta “seriedad” de este grupo; pero lo más importante en ese momento era consolidar su posición, y eso lo consiguen de sobra. De nuevo la cara B muestra el aspecto más vanguardista del grupo con “What you gonna do”, un r’n’b que asienta esa idea de unos Stones con más profundidad, y que también estará en su Lp. Su último single en 1964 es “Sha la la”, una pieza del compositor de pop negro estadounidense Robert Mosely con la que alcanzan el top 3: es talmente lo que sugiere su título, una alegre pieza pop con ese estribillo. Con “John Hardy” en la cara B los Mann comienzan un nuevo sesgo en su carrera, consistente en actualizar piezas del repertorio tradicional folk estadounidense, y que acabará siendo una de sus especialidades.
Un poco antes de ese último single, en Septiembre, se publica por fin el esperado Lp de debut, con el título de “The five faces of Manfred Mann”, en el que se confirma el sesgo especial que tiene el grupo, ese estilo tan distintivo con el que tratan el r’n’b. De un total de catorce, cinco son propias (la mayoría de Jones) y las demás versiones de piezas que por lo general ya tienen el rango de “tradicionales”, que los Mann llevan a su terreno. Un buen ejemplo es esa “Smokestack lightning”, que con Howlin’ Wolf llevaba un ritmo muy marcado y los Yardbirds incluso aceleran, pero que aquí se lentifica y se hace más “ambiental” gracias a que esa sección rítmica está más cerca del jazz que del blues y que en conjunto resulta tremendamente luminosa, con una exhibición técnica a cargo de todo el grupo (más la voz de Jones, ya con un carácter único). O esa gloriosa recreación que hacen en su viaje al jazz casi académico de Cannonball Adderley y su “Sack ‘o woe”, que ellos convierten en una pieza de dos minutos con verdadero espíritu de sintonía (y que de hecho fue utilizada como tal en más de una emisora). La fiesta llega incluso a algunas canciones ya venerables como “I’ve got my mojo workin”, a los que ellos dan un dinamismo tremendo. Así que, en lo que se refiere a su faceta más clásica, ya no se parecen a ninguno de los grupos londinenses del momento. Y en cuanto a las piezas propias, tienen sus raíces en el r’n’b cuando no son lisa y llanamente blues británico de la mejor escuela: “Don’t ask me what I say” o “I’m your kingpin” podrían recordar a alguno de los monstruos de Chicago si no fuese, otra vez, por ese dinamismo que decía antes y que incluso puede llegar a recordar en algunos momentos a los Stones, pero con mucha más riqueza técnica. Y de vez en cuando se recrean de nuevo en su gusto por las sintonías: la instrumental “Mr. Anello”, compuesta por todo el grupo, es otra aspirante a esa categoría. En resumen, a mí me parece uno de los mejores y más completos discos de r’n’b británico que se haya grabado nunca, y reconforta el hecho de que los aficionados lo premiasen con un top 3. En esos mismos días, con otro título y otra portada pero un listado casi idéntico, se publicó en Estados Unidos; de momento los distribuye Ascot, un pequeño subsello de United Artists, y la promoción es muy reducida. Pero aún así rozan el top 30, lo cual es una hazaña en esas condiciones.
Y así termina 1964 para los Mann, que son en este momento una de las ofertas más exquisitas de la nueva hornada británica, aunque su lugar no está entre los grupos para masas (salvo por alguno de esos singles de corte pop que tan bien saben facturar). Así que esperamos la llegada de 1965 con la esperanza de que esa tremenda calidad y buen gusto que les distingue acabe por consolidarlos definitivamente.