Un
principio de algo
(Hermanos Albadalejo)
Cuando
en silencio va levantándose el telón, a la mitad se atranca un
poco, pero sigue subiendo con dificultad y chirridos. Se va viendo
que el escenario está vacío y a un lado hay un hombre vestido con
un traje viejo y arrugado. Lleva el nudo de la corbata aflojado.
Está sentado en una silla, fumando. La luz es tenue.
Hombre
sentado.— Nunca estuve en Roma. Casi lo consigo, pero..., en
fin, esto último no viene a cuento. La realidad es que nunca
estuve en Roma. Me desperté esta mañana con esa frase en la boca.
Me gusta pensar en voz alta. Siempre me ha gustado, aunque a veces
me haya traído problemas. Creo que necesito sacar eso que está
medio oculto en mi cabeza. No por nada..., o sí, por soltar lastre o
algo parecido. Y a otra cosa... (Apaga el cigarrillo en un
cenicero que hay en el suelo).
Entra
una mujer de mediana edad. Va vestida como del Folies Bergère. Se
para, posa las manos en las caderas y se dirige al hombre sentado,
que al verla se levanta.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— ¿Se puede saber qué estás
haciendo aquí, hablando solo en este sitio tan cutre? ¿Qué tal en
Roma?
Hombre
sentado que ahora está de pie.— No llegué a Roma, me quedé
en Tánger.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— Ah, claro, ya sé por qué te
quedaste en Tánger. ¿Y para qué me citas en este lugar, si se
puede llamar a esto lugar?
Hombre
que ahora está de pie.— Es un escenario, es una obra de
teatro. Creo que deberías relajarte un poco. No hay motivos para
que me reproches nada. No creo que sepas por qué me quedé en
Tánger. Y, si lo sabes, es asunto mío. Últimamente veo la vida de
otra forma. Creo que mi brújula se ha vuelto medio loca. Pero no me
importa. Me hacía falta un poco de locura; cambiar el rumbo.
Además, esto es un escenario, esto es una obra de teatro, así que
cumple con tu papel.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— ¿Mi papel? Tú me has metido
en este lío. ¿Quién es el escritor?
Hombre
sentado que ahora está de pie.— No está, es más, no sé
si existe. Yo, después de Tánger y sin poder llegar a Roma, me
quedé aquí y te llamé. ¿Qué iba a hacer aquí solo? Y es un
escenario, y esto es una obra de teatro, ya veo, así que
imagínate... (Le da la espalda a la mujer y da unos pasos lentos
hacia el fondo).
(Se
vuelve hacia ella, se acerca).
Nunca
fuiste para mí la fuente, pero sí el manantial, lo que transcurre y
recrea.
Sabes
que te quiero... (Se da la vuelta y se sienta).
Mujer
vestida de Folies Bergère.— SÍ, ahora ponte tierno, pero
esto es un muermo. Dile a los tramoyistas que bajen algún decorado.
Hombre
sentado.— (Levantando el brazo). Tramoyistas, bajad la
Fontana de Trevi.
Baja
el decorado entre chirridos y descompensado. Se ve la Fontana de
Trevi con Mastroianni y Anita Ekberg.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— Pero ¿esto qué es?
Hombre
ahora de nuevo sentado.— Es la cultura. Es un simulacro. La
capacidad de reinventarnos y no quedarnos atrapados en un guion que
no hemos escrito nosotros. No hablo de libertad, que suena demasiado
pretencioso; hablo de rebelión.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— (Excitada). ¿Pero tú te has
creído que me puedes meter en tu ridícula obrita de teatro de
mierda así como así? ¿Que soy un personaje de tu imaginación que
actúa según se te va ocurriendo? ¡Qué cultura ni cultura! Esto
es un esperpento sin pies ni cabeza. Yo no soy tu manantial, ni
transcurro, ni recreo nada; para que te enteres. Intento descubrir
de qué va esto, pero no me hago una idea. Debo ser dura de mollera.
¿Has olvidado tomarte la medicación? Y, con la puesta en escena de
la Fontana de Trevi, ¿qué quieres justificar?
Hombre
ahora de nuevo sentado.— ¿Ves? Sin darte cuenta te estás
revelando, estás escribiendo parte del guion.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— (Riéndose de forma histérica).
No, si ahora resulta que además de bailarina soy dramaturga,
ja, ja, ja, ja...
Entra
a escena un hombre de mediana edad, sus gestos son afeminados pero
comedidos; lleva una funda de violín en un hombro, con la otra mano
sostiene una cuerda que va atada a una oveja.
Oveja.—
Beeee
Mujer
vestida de Folies Bergère.— El que faltaba.
Hombre
sentado que se vuelve a levantar.— Hombre, Javier, ¿qué
haces por aquí? ¿De dónde sacaste esa oveja?
Hombre
de la oveja.— Hombre, no me llames “hombre”, eso lo
serás tú.
Pasaba
por aquí; vengo de vagar sobre las carnes muertas de Fernando Merlo,
y estaba él por allí, pero no sabía que esa tierra en
putrefacción era su cuerpo; luego entré aquí, no está mal; hay
que decorarlo, vivirlo, pero no hay sillas.
Hombre
sentado que ahora está de pie y que vuelve a sentarse.—
(Levanta un brazo).
Tramoyistas,
traigan dos sillas.
Entran
dos hombres fuertes con monos blancos, dejan dos sillas de enea en el
escenario y se marchan.
Javier
se sienta en una silla, ata la cuerda de la oveja a la silla, abre la
funda del violín, se lo pone en el hombro y empieza a tocar una
pieza andalusí; primero dubitativo, y luego pleno.
Oveja.—
Beeee.
Mujer
vestida de Folies
Bergère.—
Vaya,
ahora sí que «todo está roto a la perfección».
¿A qué viene toda esta parafernalia? ¿Qué me quieres decir con
esto? Todo gira a tu alrededor; ¿y yo dónde quedo? ¿Esperando a
que bajes de tu nube? Ya me dirás qué pretendes con toda esta
puesta en escena. Que si no fuiste a Roma, que te quedaste en
Tánger..., y ahora montas tu teatro particular.
Hombre
que se ha vuelto a sentar.—
Mujer,
no te pongas así. Todo tiene su explicación. Vayamos por partes...
Mujer
vestida de Folies Bergère.—
Me
río yo
de
tus explicaciones. Solo falta que aparezca mi amiga Marta
transformada en la Virgen María y apaga y vámonos.
Oveja.—
Beee...
Beee... Beee...
Hombre
de la oveja.—
Oye, si queréis me voy por donde he venido. No quisiera yo...
Mujer
vestida de Folies Bergère.—
La
que se va a ir soy yo si no entramos en un toma y daca razonable.
Hombre
sentado se vuelve a levantar.— Calmaos. Comencemos. Yo nunca
estuve en Roma.
Hombre
de la oveja.— Te quedaste en Tánger y yo sé por qué.
Hombre
que se volvió a levantar.— Todo el mundo sabe porqué me
quedé en Tánger, menos yo, que bien hubiera querido llegar a Roma.
La
oveja.— Beeee.
Hombre
del violín y la oveja.— Todo esto no tiene mucho sentido,
ni sentimiento, por qué no cambias el decorado al menos.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— Vaya, por fin algo con lógica.
Que cambien este maldito decorado. Y eso de que todo el mundo sabe
por qué te quedaste en Tánger menos tú me lo vas a tener que
explicar muy clarito, porque yo tampoco lo sé. No debo formar parte
de ese “todo el mundo”. Me citaste aquí por una razón
importante, según tú; así que suelta la gallina de una
vez.
Hombre
del violín y la oveja.— Eso, explícalo tú, pero la
versión corta, que «ya tengo cuarenta años y pocos dientes».
Me voy dentro de un rato a Las Alpujarras; me espera allí un buen
amigo. Y la oveja también tiene prisa por pillar pasto fresco de
las montañas.
Oveja.—
Beee... beee... y beeeeeee.
Hombre
que se vuelve a sentar.— (Levantando un brazo).Tramoyistas,
cambiad el decorado, poned...
Hombre
del violín y la oveja.— Mira, que quiten ese decorado y que
dejen el escenario vacío, solo nosotros, sin abalorios. Una vez leí
que «partir es siempre dudar. Es
siempre partir desde la nada». ¿No será algo parecido lo
que te ocurrió a ti?
El
público está impaciente por saber por qué te quedaste en Tánger y
no viajaste a Roma, como estaba previsto.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— ¿El público? El público se
lo está pasando en grande, disfruta con la intriga, pero yo he
venido de lejos y me he quedado sin empleo por acudir a esta absurda
cita. Estoy perdiendo la poca paciencia que me quedaba.
Hombre
sentado.— El público no tiene por qué saber la razón de
quedarme en Tánger; ya dije que no llegué a Roma y es suficiente.
Y tú, mujer, no te quedaste sin trabajo, estás haciendo muy bien
tu papel y se te compensará.
Hombre
del violín y la oveja.— Ah, pues, si aquí se cobra, a la
oveja también hay que pagarle.
Mujer
vestida de Folies Bergère.— Este vestido no me sirve de
nada.
(Se
va desnudando y se queda sin ropa aunque se tapa con una mano los
pechos y con la otra el sexo)
Hombre
del violín y la oveja.— Pareces Eva expulsada del paraíso.
Mujer
vestida de Folies Bergère ahora desnuda.— Que me traigan
ropa adecuada para esta maldita obra.
Hombre
sentado.— Bueno, parece que entras en razón. (Levanta un
brazo dirigiéndose a los tramoyistas). Traedle ropa a esta
mujer. (Entran los tramoyistas de mono blanco con ropas y la
dejan en la silla vacía).
Mujer
ahora desnuda.— (Empieza a vestirse). ¿Estas ropas
me identifican? ¿Mi sombra será alargada y elegante? ¿Voy de
protagonista o de antagonista? Tendrás que aclararme algunas cosas
para poder seguir con la farsa. La Luna parece que está a punto de
salir tras las montañas.
Hombre
del violín.— ¡Solo falta que aparezca el hombre lobo y se
zampe a mi oveja!
Atraviesa
el escenario Marcello Mastroianni llevando a Anita Ekberg en su
espalda montada a caballo. En realidad son dos actores secundarios
con sendas máscaras.
Todos
quedan sorprendidos mirando pasar a la pareja.
Mujer
vistiéndose.— Pero ¿esto es en serio o en broma?
Hombre
del violín.— Me temo que las dos cosas, querida.
Oveja.—
Beeee
Hombre
sentado.— Os lo dije y os lo vuelvo a decir, nunca estuve en
Roma.
Empieza
a bajar el telón entre chirridos, lentamente.
Mujer
vistiéndose.— Pero... ¿ya se acabó esto?
Oveja.—Beeeee
Hombre
del violín.—Tranquila, mi pequeña oveja, ya nos vamos.
Cuando
el telón va por la mitad el Hombre sentado se agacha y mira al
público.
Hombre
sentado, ahora agachado.— Me quedé en Tánger.
El
telón baja chirriando hasta el final.
Fin