“Tú, ¿has oído alguna vez hablar a una puta?”

“Tú, ¿has oído alguna vez hablar a una puta?”

'Revolución puta', de María Galindo, es un docuficción de 51 minutos rodado en Bolivia bajo una producción participativa junto al colectivo de trabajadoras sexuales autogestionadas con el que Mujeres Creando articula luchas desde hace más de 20 años.

07/06/2023

Foto: cedida.

“¿Cuántas veces, alguien de acá presente, ha oído hablar a una puta?”. Esa pregunta le dirige la Puta Medusa a la concurrencia de una céntrica plaza de La Paz, Bolivia. El público, que no ha pagado ninguna entrada, que son niñas jugando, vendedoras con cestos en los codos, enamoradas haciéndose arrumacos, contertulias que se cuentan la vida, la gente, en fin, que haciendo uso de lo público se ha convertido, sin querer, en público de la última escena de la película Revolución puta (2023), firmada por el colectivo Mujeres Creando y dirigida por María Galindo; toda esa gente ha dejado por un rato de jugar, de vender, de besarse y de contarse lo mal que tiene la ciática para escuchar, atenta y concentrada, lo que la Puta Medusa y la Puta Sagrada, con un microfonillo de diadema, tienen que decirles. “¿Alguien alguna vez ha oído hablar a una puta?”, insiste la revolucionaria. Al no obtener sino silencio como respuesta, se dirige individualmente a un miembro del público: “Tú, ¿has oído alguna vez hablar a una puta?”.

La mujer responde sin dudar: “No”. Y ese “no”, ese único “no” que rompe el silencio de los paceños en esa tarde soleada, es el mismo “no” que rebota en las cabezas de todas y cada una de las espectadoras de la película, dondequiera que se dé el visionado. Nunca hemos oído hablar a una puta (si no es para mostrarse arrepentida). Nunca hemos oído hablar a una puta (salvo como objeto de investigación etnográfica). Nunca hemos oído hablar a una puta (sino como declarante ante el juez o la policía). Pues eso, amigas mías, seáis feministas de la regulación o de la abolición, seáis o no consumidoras de trabajo sexual, seáis hombres, mujeres o no binarias, se ha terminado. No es que las protagonistas de Revolución puta quieran que se las escuche, ¡qué lejos están ellas de las miserables dinámicas clientelares de la integración y la concesión de derechos! Es que, te guste o no, las vas a escuchar. No piden foco: se enfocan. No piden subir al estrado que antes ocupó la diputada: se construyen su propio estrado y prenden fuego a la tarima del Estado proxeneta.

En los 55 minutos de Revolución puta (que podríamos llamar “ficción documental” pero se le queda chico el género – ¡siempre quedan chicos los géneros!) las trabajadoras sexuales desfilan por los mercados deliciosamente enmascaradas y vestidas de rojo (diseños libertino-andinos de la propia Galindo), bailando una insistente y minimalista danza de la coreógrafa trans Devi Beatrix, rompiendo la histórica frontera que divide a la buena de la mala mujer. Muchas se sorprenderán al ver cómo responde la inmensa mayoría de las tenderas a la puta encuesta: “Soy puta, prostituta, vendo mi cuerpo. ¿Hay alguna diferencia entre tu trabajo y el mío?”. Y desfila la cámara de la directora por dentro, por bien adentro de los lugares llamados al secreto y proscritos de lo político: los burdeles, donde las trabajadoras sexuales se reúnen para darse consejos las unas a las otras y dárselos a las esposas y novias que (inocentes) se creen que no tienen un chulo, un pimp, un cafiso: “Cafiso de puta, cafiso de doctora, cafiso de ingeniera, cafiso de la frutera, cafiso en todos lados”.

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Cuando Mujeres Creando habla de Bolivia está hablando del mundo, contraviniendo la máxima eurocéntrica según la cual Occidente emite discurso y sus (ex)colonias lo engullen con embudo. Su acción pública, su acción política y su arte son una y la misma cosa. La conceptualización de semejante potencia teórica y práctica se la debemos a la filósofa María Galindo (1964), con decenas de obras teóricas, cinematográficas y performativas y expositivas en su haber. Revolución puta bebe en buena medida de su libro Ninguna mujer nace para puta (2013, 2020), propuesta politizadora que coloca la figura de la puta en el centro del debate feminista, y de la que las Kumbia Queers toman la máxima “todas tenemos cara de puta” para hacer la música original del film.

El ascendente social atraviesa toda la reflexión y empapa la propuesta estética: hablan las mujeres pobres desde su conciencia de clase, sin embellecer ni higienizar la pobreza. En el que sea quizás el momento más conmovedor y brutal de la película (a mí me ha hecho llorar las tres veces que lo he visto), una trabajadora sexual de la Cofradía Pagana de la Unión Autogestionaria de Mujeres en Prostitución, alza la voz para referirse a las decenas y decenas de vendedoras del mercado: “Estamos en el salón del hambre. Miren cuántas mujeres. No hay un trabajo bien pagado para las mujeres, hoy es domingo, no descansamos. No tenía trabajo, me he buscado un trabajo. Soy puta, ¿y qué?”. No se trata sólo de hacer la revolución puta. Se trata de que sólo una puta (esa “experta en sexo”, esa “conocedora de hombres”, esa “sabia”, como se autodefinen) podrá hacer la revolución.


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