La huelga de trabajadorxs de UTE de 1963, poco recordada en la actualidad, nos aporta enseñanzas tanto para la lectura del pasado reciente como para las luchas futuras.
El conflicto se inicia en setiembre de 1962 cuando la agrupación de trabajadorxs de UTE, definidos como “apolíticos”, es decir ajenos a los intereses de la política partidaria, exige a las autoridades del ente aumentar los menguados sueldos acorde al promedio salarial del resto los entes públicos. El sostenimiento del conflicto durante los meses de campaña electoral y elecciones nacionales evidencian la apuesta por la lucha colectiva descreída de las vacías promesas de campaña. Transcurrido el tramite electoral las autoridades del ente no demuestran interés por los reclamos obreros.
Las constantes negociaciones no arrojan resultados y el 20 de febrero el gremio pasa a la ofensiva ocupando las centrales eléctricas y telefónicas de todo el país manteniendo solo los servicios indispensables para la salud de la población.
Al día siguiente el estado impone su autoritarismo, ocupando militarmente las centrales de todo el país, prohibiendo la asociación gremial y encarcelando a cientos de militantes. Desde entonces el conflicto se traslada a la calle donde la acción solidaria de trabajadorxs y vecinxs rebeldes enfrentan la fuerte campaña mediática del estado que buscaba criminalizar a lxs huelguistas.
La represión institucional no logra quebrar la huelga y el día 26 se decretan las medidas prontas de seguridad para intentar contener la solidaridad obrera. A pesar de eso, el 5 de marzo se realiza un paro general de 24hs en solidaridad con el conflicto de UTE, logrando así el gremio quebrar el desprecio gubernamental por su población y obteniendo sus demandas.
Este suceso no fue un caso aislado, la constante violencia institucional hacia la sociedad organizada abonó la necesidad de crear grupos armados específicos que tuvieran la capacidad logística de enfrentarla, la teoría de los dos demonios hace agua cuando vemos a los gobiernos aplicar sistemáticamente la violencia como herramienta para gestionar sus intereses en oposición a los de la población que simulan representar. También nos enseña, en el presente, la necesidad de generar acuerdos y acciones colectivas mínimas, más allá de la rica diversidad de nuestro movimiento social, que nos permita avanzar hacia horizontes de libertad enfrentando los embates represivos.
Así mismo lo afirmaba un militante obrero durante la huelga del 63:
“En estos días de huelga hemos descubierto que nuestra fuerza no reside en la posibilidad de bajar la palanca (cortar el suministro de energía), sino en nuestra capacidad para estar unidos y lograr la solidaridad de los trabajadores”.