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  • El Castillo

    2 de enero de 2019, por Redactor 0

    Los árabes llegaron a las costas españolas en el año 711 y al valle del Ebro en el 714; en el 719, tomaron Narbona y Toulouse, en el 725, Autun y, en el 732, Burdeos; ese mismo año, fueron derrotados por Carlos Martel en la célebre batalla de Poitiers. Al mismo tiempo que nacía el gran Imperio Franco, terminaba la Guerra Santa y el Pirineo se estabilizaba como frontera septentrional del Islam. El territorio que luego será de Aragón, pasó a formar la Marca Superior de al-Andalus; en la tierra baja, los musulmanes ejercieron un dominio efectivo, organizando la producción agrícola y desarrollando una red de ciudades basada en la deteriorada herencia romana; en la franja pirenaica y subpirenaica, abrupta, pobre, fronteriza e imposible de colonizar, se dispersó una trama de pequeñas fortalezas (hisn) donde situar pequeñas guarniciones que garantizaran el cobro del impuesto de sometimiento, a la población autóctona y la vigilancia y defensa de la primera línea de frontera.
    Sabemos que en Ruesta - como Luesia o Uncastillo - se construyó uno de estos hisn que definían la línea defensiva musulmana adentrada en la montaña.

    Desde lo alto del otero en que se construyó el castillo - el que aún hoy ocupa -, se controlaba perfectamente la confluencia de los ríos Aragón y Régal y el importante camino natural de la Canal de Berdún, con todas las vías secundarias que a él confluían por esta zona; ambos ríos constituían al mismo tiempo algo parecido a dos fosos naturales, cuyas propiedades favorables a la defensa se complementaban con los dos pronunciados barrancos que rodean el otero y lo convierten en una especie de península inaccesible por sus lados norte y sur - los dos mayores - y oeste.

    La primera mención documentada de Ruesta incluye el castillo entre las fortificaciones de Sancho I Garcés de Pamplona (904-925), a quien se atribuye su conquista a los musulmanes. Rosta, Arosta, Arrosta o Arruesta se consolida como parte del reino aragonés entre 1016 y 1018, cuando Sancho III el Mayor de Pamplona fortifica la zona fronteriza de las Cinco Villas; como parte de esta labor, el rey navarro debió reedificar el viejo castillo musulmán. Por entonces, el castillo de Ruesta se entrega en régimen de honor a López Íñiguez (1024-1033) el primero de los veintidós tenentes de los que se tiene noticia en la Edad Media.

    La muerte de Sancho el Mayor en 1035 trajo consigo la división y recomposición del reino de Pamplona y la consiguiente independencia política de Aragón, Sobrarbe y Castilla. Al establecerse las fronteras definitivas entre Pamplona y Aragón, Ruesta queda definitivamente en territorio aragonés. Íñigo Sanchez, el último tenente al servicio del reino de Pamplona (1044 a 1050 o 1053) dará paso a Sancho Garcés (1055), primer tenente al servicio del reino de Aragón.
    Aun cuando, como hemos visto, se atribuye una primera reconstrucción del castillo a Sancho III el Mayor, la edificación existente hoy en día parece posterior. Guitart lo emparenta con el de Sádaba y lo data en el último cuarto del siglo XIII; es lo más probable que las obras que dieron al castillo de Ruesta su aspecto definitivo, tuvieran lugar entre 1283 y 1285, con motivo de las intensas labores de fortalecimiento de la frontera con Navarra a que ya hemos hecho referencia.

    Los restos de cimentación permiten apreciar un recinto de planta rectangular de 39 por 33 metros. En el lado oriental, más estrecho y enfrentado al caserío, se conservan dos torreones. El central (Torre del Homenaje), con una planta casi cuadrada de 8,5 por 9 metros, tiene unos 25 metros de altura; es cerrado, con una puerta y dos ventanas apuntadas; los mechinales del interior permiten imaginar sus cuatro plantas apoyadas sobre arcadas. La torre más pequeña es cuadrada y tiene 5 metros de lado; situada en el ángulo septentrional, es de tipo hueco, abierto por el oeste, con una sola ventana en lo alto. Como permiten observar los restos de su arranque, existió otra torre similar en el ángulo sureste, fotografiada aún por Abbad Ríos.

    Las torres están unidas por un paño de gran altura y fábrica similar, cuyas piedras se enjarjan con la torre menor, pero quedan sin traba con la mayor, demostrando una ejecución en tiempos diferentes. Este paño presenta un boquete en forma de arco de descarga que, seguramente, no corresponde a ninguna puerta de la construcción original. Al castillo debía accederse por el lado opuesto, a través de un camino perimetral que, desde la calle Mayor rodeaba el flanco sur del castillo para entrar a él hacia el ángulo suroccidental, en lugar abrupto y de fácil defensa.

    Algunos antiguos vecinos aún recuerdan el castillo con otro paño en el frente occidental, demolido en 1934 para utilizar su piedra en la construcción del frontón, el horno y el empedrado de las calles del pueblo.

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  • La ermita de Santiago de Ruesta

    29 de diciembre de 2018, por Redactor 0

    Siguiendo el camino jacobeo, una vez abandonada Ruesta y tras pasar por la fuente Layana y el puente sobre el barranco del río Regal - románico y recientemente rehabilitado -, recorridos unos 800 metros desde el núcleo urbano se llega al priorato de Santiago, fundado en el siglo XI y dotado de albergue de peregrinos; cerca de este edificio, se encuentra la fuente de Santiago, cuya fábrica actual procede de los siglos XVII o XVIII. Pasado el priorato, el camino emprende el ascenso al monte Fenerol, desde donde se dirige al actual despoblado de Serramiana, a Undués y a Undués de Lerda.

    El priorato de Santiago de Ruesta aparece ya documentado en el año 1087, cuando el rey Sancho Ramírez lo cedió al monasterio francés de la Selva Mayor, para que se dedique a albergue de peregrinos del camino de Compostela.

    De él queda hoy la pequeña iglesia convertida en ermita del mismo nombre y restaurada en fecha reciente. Su fábrica se compone de dos partes yuxtapuestas longitudinalmente: la nave eclesial, datada entre 1030 y 1040 por Esteban, Galtier y García Guatas, y un cuerpo delantero, añadido como albergue de peregrinos en fecha inmediata a 1087; al tiempo que promovían esta obra, los monjes de la Selva Mayor acometieron obras de reforma de la iglesia, sustituyendo su cabecera semicircular original por un testero recto y el maderamen que debía cubrir la fábrica primitiva con una bóveda de cañón.
    El albergue está formado por una nave alargada, de planta rectangular cubierta por techumbre de madera y precedida por una portada abierta en arco de medio punto con decoración escultórica en temas vegetales, sirenas y leones.

    La fábrica primitiva, correspondiente a la parte de la nave eclesial, es, junto con San Caprasio de Santa Cruz de la Serós y Santa María de Iguácel, una de las tres construcciones románicas aragonesas conservadas más antiguas.

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  • El monasterio y la ermita de San Juan Bautista

    15 de diciembre de 2018, por Redactor 0

    El camino real que llegaba de Artieda hacia Ruesta cruzaba la actual carretera para dirigirse a la actual ermita de San Juan Bautista - antiguo monasterio de San Juan de Ruesta -, hoy al borde del embalse de Yesa.

    El monasterio de San Juan Bautista o de Maltray fue fundado entre 911 y 928 por el rey Sancho Garcés I de Pamplona, después de la conquista del castillo de Ruesta a los musulmanes. Tras la devastación de Almanzor, los monjes de San Juan huyeron a Francia, estableciéndose en Cluny, donde se acogieron a la regla benedictina; Sancho III el Mayor volvió a llamar a los monjes, entre 1025 y 1030, y, con ellos, entró en Aragón la reforma cluniacense, de manera que puede decirse, con Durán, que San Juan de Ruesta fue cuna de la reforma monástica aragonesa. Cuando Sancho Ramírez de Aragón fundó San Juan de la Peña, en el año 1071, los monjes de Maltray se trasladaron al monasterio pinatense, confundido durante mucho tiempo por los historiadores con el cenobio ruestano.

    En la zona donde estuvo el monasterio de San Juan de Maltray hoy sólo queda la ermita románica, modesta y ruinosa, de San Juan Bautista, que, según Durán, corresponde a la iglesia monástica del siglo XI. Hace unos años se encontraron, bajo el encalado con que había sido cubierto el ábside tras la guerra civil, las conocidas pinturas románicas del Maestro de Ruesta, trasladadas al Museo Diocesano de Jaca, donde hoy se conservan

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  • La Casa Consistorial

    30 de noviembre de 2018, por Redactor 0

    Edificio construido aproximadamente en el siglo XVI, situado en las proximidades de la iglesia. Sigue las mismas pautas constructivas de las casas solariegas que flanquean la calle Mayor y, como el resto de las casas consistoriales de las zonas pirenaica y prepirenaica de Aragón, se caracteriza por una sobriedad extrema y un estricto apego a las necesidades funcionales.

    Su portada, descentrada y cubierta por un arco de dovelas de piedra, da acceso a un zaguán rectangular sin iluminación natural en su estado actual. A este zaguán se abren tres dependencias en planta baja: una, a la izquierda, dando a una estancia que podría haber sido la cárcel - a juzgar por su única ventana enrejada - y dos al fondo, de proporciones cuadradas y grandes dimensiones, lo que llevó a disponer en cada uno de ellos una pilastra central para partir la luz de las vigas de cubrición. La pilastra correspondiente a la estancia más oriental, en planta baja, está formada por un interesante pilar de proporciones macizas y planta circular con un capitel dórico mientras que en la planta alta se corresponde con una columna con fuste monolítico liso y capitel abulvado bajo una zapata para apoyo de la viga. En la estancia occidental, seguramente añadida al núcleo originario del Ayuntamiento, el pilar es una simple pieza de sillería de planta cuadrada

    Hasta la construcción del edificio de las escuelas - entre las calles del Portal y del Centro -, a partir de 1934, el edificio consistorial albergaba simultáneamente las dependencias municipales, los almacenes y graneros comunales del pueblo y la escuela; con la misma distribución hoy conservada, en la planta baja se encontraban el zaguán, la cárcel y los dos grandes espacios de las crujías interiores, destinados a almacenes; en la alta, las crujías interiores eran las ocupadas por las dependencias propiamente municipales, mientras que la delantera, en la zona ubicada sobre el zaguán y abierta a la fachada mediante una ventana, se encontraba la escuela.

    Como el resto de las casas consistoriales de las zonas pirenaica y prepirenaica de Aragón, la de Ruesta se presenta con un volumen mucho más macizo y cerrado, que las más conocidas del valle del Ebro o la provincia de Teruel, construida totalmente en piedra, sin lonja, galería en la planta superior ni profusión de vanos exteriores - en la fachada a la calle Mayor, que es fachada norte, sólo existen, además de la puerta, una ventana en planta baja, correspondiente a la cárcel, y otra en la alta; descentrada con respecto a la entrada -. No se encuentra tampoco la preocupación por la, simetría o la proporción como la que caracterizó a buena parte de los ayuntamientos aragoneses del siglo XVI, sino una limitación de los recursos a la estricta satisfacción de los requisitos funcionales y constructivos, con plena sujeción a los condicionantes climáticos y una sobriedad extrema, al menos en lo estrictamente arquitectónico.

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  • Las casas solariegas y la calle Mayor

    14 de noviembre de 2018, por Redactor 0

    De origen burgués, la villa de Ruesta debió contar hasta finales de la Edad Media con una edificación modesta y homogénea, entre la que sólo el castillo y la iglesia destacaban como construcciones privilegiadas, representantes del poder del rey y del poder de la Iglesia. Los edificios de vivienda se agrupaban en manzanas más o menos regulares según los criterios igualitaristas contenidos en el fuero de Jaca que estuvo en el origen de la población, de los que esperaba obtenerse un espacio urbano indiferenciado e isótropo.

    A lo largo de los siglos XIII y XIV, la villa pasó de burguesa a agraria y guerrera, la condición de sus habitantes comenzó a ser cada vez más heterogénea, la foralidad burguesa perdió fuerza en el conjunto del Reino al tiempo que la ganaba la nobiliario-militar, y en las ciudades - Ruesta entre ellas - comenzaba un proceso de discriminación que acabaría por permitir que los habitantes con mayor riqueza fue tan llevando el plano hacia una progresiva jerarquización. Los más poderosos - a los que ahora la Corona quiere captar en lugar de rechazar - levantan sus casonas solariegas en lugares que se privilegian y dan fin a la homogeneidad inicial; estos lugares son los más adecuados desde los puntos de vista representativo y defensivo junto a la muralla, en la plaza, al lado de los accesos al casco urbano.

    Los antiguos polos representativos - la iglesia y el castillo - se ven complementados por las nuevas casas de los habitantes más poderosos; en un primer momento, en Ruesta se ubican estas casas en el espacio urbano que ya era más prestigioso desde el nacimiento de la villa: la plaza de la Iglesia, a cuyo alrededor se ubican las dos casas solariegas tardomedievales de su frente oeste - las que luego se conocerían como Pascual y Sánchez, hoy perdidas y que Abbad Ríos dató entre los siglos XIV y XV -, y el palacio de los marqueses de Lacadena, conocido por los habitantes de Ruesta en el momento del abandono como casa El Chocolatero.

    La más importante era sin duda la casa de los marqueses de Lacadena. Ubicada frente a la iglesia y en situación aislada a la entrada oriental de la villa, ocupa un lugar urbano privilegiado. Esta edificación se define por su autosuficiencia urbana y constructiva: no se observan en su conformación restos de edificios anteriores, ni su trazado parece responder a más condicionantes que sus exigencias propias.
    Su planta procede de una evolución en el tiempo que se tradujo en tres fases, al menos, de crecimiento. Es fácil distinguir un primer núcleo en su cuadrante nordeste, datable en los siglos XV o XVI, con unas dimensiones en planta que hacen de ella un cuadrado prácticamente perfecto, de unos 11,50 metros de lado; este cuadrado se encuentra limitado por cuatro muros de piedra de unos 70 cm. de espesor medio, y subdividido por un quinto muro de carga de dirección este-oeste, que parte su planta de modo exacto en dos rectángulos iguales, cada uno de proporción 1:2; la desviación del perímetro exterior con respecto al cuadrado no es sino la que provoca la presencia de los muros de carga, ya que el criterio que ordena el trazado es el de esta proporción 1:2 de los semiespacios; así, la diferencia de longitud entre los muros este y oeste, mayores, y norte y sur, algo menores, es el espesor del muro de carga central. El doble cuadrado en planta que constituye la primera crujía, inmediata al acceso - por la fachada norte - se encuentra, a su vez, partido en dos mitades idénticas, próximas al cuadrado (unos 4,30 por 4,80 metros) por la escalera, de directriz norte-sur.

    Nos encontramos, pues, ante una construcción dominada por una voluntad de orden proporcionado, donde el criterio geométrico aparece como determinante de un trazado que no se entrega a lo simplemente funcional. Los requisitos de este tipo, ajenos a lo que entendemos por un palacio bajomedieval o renacentista, aparecen en toda su crudeza en las fachadas de la construcción: escasas en número y dimensión, presentes sólo donde son estrictamente necesarias, denotan una inequívoca exigencia defensiva de la casa solariega que es, así, casa fuerte. De hecho, este bloque macizo, cúbico y cerrado conformó, tras su construcción, un cubo de esquina de una de las puertas de la muralla de Ruesta, abriéndose ya al exterior su fachada este.

    Al núcleo primitivo de la casa se añadió, más adelante, un segundo cuerpo de menor calidad constructiva, que convirtió su planta en un rectángulo paralelepípedo manteniendo un volumen unitario y una altura de cornisa constante. Se trata de un rectángulo (de unos 4,30 por 10,40 metros interiores) que constituye una crujía añadida ante su fachada occidental, dibujando ésta, abierta a la plaza de la Iglesia, como un paño de proporciones cercanas al cuadrado, perforado por ocho ventanas rectangulares - dos por planta - dispuestas regularmente.

    Por último, se añadió una serie más anárquica de dependencias al sur de la casa, colmatando el espacio que la separaba de otros edificios vecinos, o bien anexionando construcciones anteriores; estas nuevas partes de la casa, no obstante, se trataron de modo que el aspecto exterior del conjunto siguiera siendo uniforme, conformando un frente unitario y con cornisa continua a la plaza de la Iglesia.

    Al lado de la plaza, junto al arranque de la calle Mayor, estaba casa Pascual, también propiedad de los marqueses de Lacadena en 1960. De los escasos restos de esta casa cabe resaltar una torre desmochada en su ángulo suroriental que, con su planta cuadrada y sus gruesos muros, presenta la apariencia de una construcción defensiva, vinculada a la fortificación del Barrio Bajo a partir de los últimos años del siglo XIII, que debió proteger su acceso occidental, por la actual calle Alegre. Este cuerpo, que tiene hoy dos plantas, parece haber sido usado como gallinero y está rematado por una terraza accesible rodeada por una balaustrada de piedra realizada ya en los siglos XIX o XX; la última planta está cubierta por una bóveda de cañón rebajado de piedra. Sus lados este y sur aparecen exentos, siéndolo también el oeste gracias a un estrechísimo paso que lo separa de la construcción vecina. En este muro oeste se observan huellas de vanos en aspillera hoy cerrados por el lado exterior. Presenta accesos por su frente sur, en planta baja y hacia la calle Alegre, y por el este, a la altura de su segunda planta y abierto al interior del pueblo; mientras que el primer vano - con dintel de madera - parece abierto en fecha reciente, para acondicionar la construcción como gallinero, el segundo parece el original de la torre; una pequeña puerta, estrecha y baja, cubierta por una corta bóveda de cañón que intersecta a la de la segunda planta, formando un luneto.

    Ya a partir del siglo XVI, se irá formando la calle Mayor como nuevo espacio representativo de lo más granado de la sociedad civil ruestana, sobre el antiguo camino que unía la plaza de la Iglesia y el caserío con el castillo. Se trata de un tipo de calle Mayor que nace como eje de un ensanche lineal, noble, de la población, y que es frecuente en los crecimientos urbanos, no del Medievo, sino del Renacimiento. Es la de Ruesta una calle Mayor que no obedece a una planificación, sino que deriva, directamente de un camino que había ido buscando las líneas de mínima pendiente del terreno y que se fue consolidando por edificaciones en sus márgenes a lo largo de distintas etapas y según distintos intereses.

    Así, podemos distinguir dos tramos perfectamente definidos y con distintas características morfológicas; edificatorias, sociales y geométricas: uno que ocupa desde la plaza de la Iglesia hasta el primer cambio de dirección - prácticamente de 90º - y otro que, desde aquí se va adaptando al relieve del terreno, rodeando el mogote en el que, en el punto más alto, se emplaza el castillo. Finalmente, podemos considerar también toda la trama de calles menores que, a la sombra del castillo, reciben igualmente la denominación de calle Mayor.

    El primer tramo, el más próximo a la plaza de la Iglesia, constituye una calle noble, de edificación palaciega. Hay aquí un par de casas solariegas de los siglos XVI o XVII (la Capellanía y su contigua, entre el lado norte de la calle y el barranco ó Fondón) y dos palacios del XVIII (casa Primo - la mayor del pueblo - y casa Madé), además de la Casa Consistoral y la abadía, junto a la iglesia. Claramente, el primer sector de la calle Mayor funciona dentro de la jerarquía del espacio urbano de Ruesta como una prolongación de la plaza de la Iglesia y de sus casas solariegas, ampliando el recinto representativo de la villa. Este tramo se cierra finalmente en sí mismo en la confluencia con el segundo sector de la calle, actuando como final de perspectiva la casa Madé, con su bien dispuesta fachada, de vanos amplios y enmarcados en una composición simétrica y plana, apta para el lugar en qué se encuentra. En esta zona, como característica más importante, no sólo no encontramos una parcelación que pueda tener un origen medieval, sino que una observación detallada de la trama de muros existentes en el interior de las parcelas tampoco da la impresión de haber tenido precedentes en dicha época.

    La edificación que bordea el resto de la calle Mayor es muy distinta. En el segundo tramo, coincidente con la curva que describe la calle, encontramos parcelas pequeñas y construcciones modestas, en un aglomerado a veces desordenado y caracterizado por una cierta precariedad estructural, definida por superposiciones de espacios y muros que, en una amalgama fragmentariamente desarrollada, van yuxtaponiéndose hasta llenar todo el suelo no necesario para la circulación pública. Está falta de claridad en la construcción y delimitación de las construcciones, ha hecho de esta zona de Ruesta una de las más afectadas por la ruina desde su abandono, al haber arrastrado unas casas a otras como en un castillo de naipes. También ha contribuido a esta ruina la peor calidad de los materiales los procedimientos constructivos empleados en esta área.

    Pasada la curva de la calle - aproximadamente un cuarto de círculo, cuyo trazado busca bordear la elevación del terreno donde se asienta el Barrio Alto -, se llega a un nuevo tramo recto definido por una edificación modesta pero clara y correcta en ambos lados, que llega hasta la plaza rectangular desde donde se accede al castillo.

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