Filosofía y política en tiempos de guerra y revolución

por David North
17 noviembre 2016

David North, presidente de la Comité de Redacción Internacional del World Socialist Web Site , habló y presentó su libro, The Frankfurt School, Postmodernism and the Politics of the Pseudo-Left (La escuela de Frankfurt, el postmodernismo y la política de la seudoizquierda) el 22 de octubre en una conferencia en la Universidad Goethe en Frankfurt. North fue invitado por los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social (JEIIS).

Während des Vortrags von David North

Quisiera agradecer al JEIIS por darme la oportunidad de hablar aquí, en la Universidad Goethe de Frankfurt. El tema de mi charla es “Filosofía y política en tiempos de guerra y revolución”. Ese tema indica la naturaleza de mi interés y enfoque a las cuestiones teóricas que discutiré esta noche. Más que académicas, mis críticas al posmodernismo y a la Escuela de Frankfurt son políticas.

Opino que ese enfoque es necesario. Por lo general se cree que los que representan a esa escuela conforman una corriente de reflexión radical y pueden construir los cimientos teóricos e intelectuales para una metamorfosis social, posiblemente revolucionaria. Ellos reclaman o bien haber corregido el marxismo, o bien haber demostrado su obsolescencia. Tales pretensiones son evidentemente falsas.

Luego de la vergonzosa postración de Syriza en Grecia, que desenmascaró a ésta como agente de los intereses de una capa de la pequeña burguesía griega muy próspera y orgullosa de si misma, es innegable la íntima conexión de elementos claves del posmarxismo con proyectos políticos que repudian abiertamente a los intereses de la clase obrera, no obstante estar tan deliberadamente oculta por la fraseología solapada de las muchas variedades de la escuela de Frankfurt y del posmodernismo.

Nos reunimos hoy en la antesala de un importante aniversario político e histórico. El 26 de diciembre 1991, se disolvió oficialmente la Unión Soviética. Casi todo el mundo interpretó ese acontecimiento como el aplastante fin del socialismo y el triunfo del capitalismo. El acabamiento de la URRS supuestamente demostró que sólo sería posible organizar la sociedad en base al capitalismo. Setenta y cuatro años después de la Revolución de Octubre 1917, las élites capitalistas ya no se toparían con ningún obstáculo en reorganizar el mundo en base a una desenfrenada economía capitalista; el presidente estadounidense proclamaba un “nuevo orden mundial”. El 7 de febrero de 1992, tan sólo seis semanas luego del desmantelamiento de la URRS, se firma el tratado de Maastricht, asentando las principios de la creación del euro y la Unión Europea. Todas esas celebraciones triunfales tenían un sabor a fraude.

Para empezar, el fin de la Unión Soviética en 1991 no borró toda la herencia histórica de la revolución socialista que había ocurrido setenta y cuatro años antes. La Revolución de Octubre fue uno de los acontecimientos germinales de la historia mundial. Cuando el Partido Bolchevique toma el poder político en octubre 1917, el mundo tiembla. Fue el impulso político de las luchas revolucionarias anticapitalistas y antiimperialistas que atravesaron el mundo. Más allá de las fronteras de la Unión Soviética, esa gran revolución levantó la conciencia de las masas. No es posible entender el siglo XX (mucho menos el mundo del siglo XXI) sin hacer un estudio intensivo de la historia de esa revolución y de sus evolución posterior.

El segundo elemento de fraude fue el poner un signo de igual entre el régimen que se había disuelto en diciembre de 1991, que levantó todas las barreras a la restauración del capitalismo, y el socialismo o el marxismo. Gorbachev dirigía un estado estalinista, que no tenía nada que ver con el socialismo. Dirigía un régimen burocrático que había consolidado su poder en los años 1930 mediante una campaña de terror, exterminando a casi toda la capa intelectual marxista y a la vanguardia proletaria bolchevique socialista. El desmantelamiento de la Unión Soviética de diciembre 1991 confirmaba el pronóstico que León Trotsky había hecho casi sesenta años antes: De no acabar la clase obrera con la burocracia, ese régimen burocrático destruiría la Unión Soviética.

La disolución de la Unión Soviética fue una sorpresa total para los líderes del capitalismo mundial. Aun después del colapso de los regímenes estalinistas de Europa del Este en 1989, casi todos creían que la Unión Soviética continuaría por muchas décadas. En cambio, ya para 1986, la Cuarta Internacional, el movimiento trotskista internacional había pronosticado que la Perestroika de Gorbachev era la agonía del régimen estalinista; fuimos casi los únicos hacerlo. La esclerótica élite burocrática, aterrada por el creciente repudio de parte de la clase obrera y desesperada para preservar sus privilegios, preparaba la restauración del capitalismo.

El gran problema de explicar como un triunfo del capitalismo la disolución de la Unión es que produjo una evaluación grotesca y aun ilusoria de la situación real que confrontaba el sistema capitalista. Sus líderes lograron convencerse que la reorganización económica, política y social del mundo ahora continuaría como si la Revolución de 1917 nunca hubiese ocurrido, o los tumultuosos años que le siguieron. Esas ilusiones fueron dadas legitimidad intelectual por autores como Francis Fukuyama, que pregonó el “fin de la historia”, y Eric Hobsbawm, que hizo popular la noción del “corto siglo XX”, el intervalo entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Para éstos la época febril de guerras y revoluciones por fin había acabado; la sociedad capitalista burguesa retornaba a su cauce normal.

A ese análisis sobre el fin de la URRS ahora podemos dar nuestro veredicto. Era prematuro que el capitalismo cantara victoria. La historia no ha llegado a su fin; y las convulsiones de este nuevo siglo se parecen mucho a las del siglo pasado. En estos veinticinco años las burguesías mundiales han tenido la oportunidad de demostrar lo que pueden hacer sin tener que volver los ojos locos por sobre sus hombros a la palmada del socialismo o marxismo. ¿Cuál ha sido el resultado?

Cinco lucros después de la disolución de la URRS, el mundo capitalista postsoviético está en el agarre de una crisis que amenaza su propia existencia. Si a un resucitado doctor Pangloss de Voltaire se le pidiera comentar sobre la condición del mundo actual, probablemente haría gestos desesperados. En la actualidad, la sociedad capitalista encara crisis políticas, económicas, sociales y culturales que son equivalentes a las de la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial. Los reformistas socialdemócratas de antes de la Primera Guerra Mundial, bajo la influencia de Eduard Bernstein, solían mofarse de la Zusammenbruchstheorie (teoría del colapso); cosa que resultó no ser ningún chiste en 1914.

En el frente económico, el sistema capitalista se tambalea de crisis en crisis. El crack del 2008 llevó a la economía mundial al borde del precipicio. Ocho años después, la economía global se encuentra empantanada. Los analistas económicos cada vez más se acostumbran a la idea de un lento crecimiento que durará años, quizás décadas.

Ha habido veinte años de aumentos en la desigualdad social. Según un estudio, juntas las 62 personas más ricas del mundo poseen riquezas cuyo valor sobrepasa a las de la mitad más pobre de la humanidad; es decir, la riqueza de 62 es más que la de 3,5 mil millones de seres humanos. En término de promedio ¡la riqueza personal de cada uno de los 62 más ricos es más que la de 56 millones de los más pobres! Una desigualdad en tan grande escala no encaja con la democracia. La evolución de partidos políticos reaccionarios a través del mundo representa una perdida fundamental de confianza en la capacidad de las instituciones democráticas burguesas. ¿Cómo es posible que las masas confíen en tales instituciones? Durante cinco lustros amplios sectores de la clase obrera vienen aguantando el constante declive en sus niveles de vida; cosa que le quitó legitimidad a la Unión Europea y produjo la victoria del Brexit en el referéndum británico.

En Estados Unidos, gran fortaleza del mundo capitalista, el ascenso de Donald Trump expresa (en forma desorientada) la frustración y la desilusión de decenas de millones de obreros. El semanario alemán Die Zeit, comentando recientemente sobre las elecciones estadounidenses, se preguntaba: “¿Se han vuelto loco los norteamericanos?” Desde lejos, parece que sí. ¿Cómo es posible que un estafador, corrupto y de tendencias fascistas, sea el candidato de uno de los dos principales partidos políticos? Por supuesto los alemanes podrían contestar esa pregunta. Los ciudadanos alemanes no deberían tener dificultades en comprender y entender el proceso político que ocurre hoy en Estados Unidos. Hace ochenta y dos años León Trotsky explicaba las raíces de la popularidad de Hitler:

“Había en el país suficientes personas arruinadas y acogotadas con cicatrices y frescos moretones. Todas querían golpear la mesa con sus puños. Hitler podía hacer eso mejor que nadie. Es verdad que él no sabía como curar el mal; pero sus arengas resonaban, unas veces como órdenes y otras veces como rezos a un implacable destino”. [1]

Existen millones de estadounidenses que llevan cicatrices y moretones causados por los golpes de una sociedad castigadora e inclemente. Trump presento el vehículo con que expresar inquina y frustración. El candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos no surgió de alguna cervecería en Múnich. Donald Trump es un megamillonario, cuya fortuna viene de estafas de bienes raíces, de la operación semicriminal de casinos, y del extraño mundo de la realidad por televisión, que entretiene y hace estúpida a su audiencia creando situaciones de la “vida real” que son inmundas, absurdas y ficticias. Bien podemos describir la candidatura de Trump como la transferencia de los métodos de la realidad por televisión a la política.

Trump promete hacer que Estados Unidos sea “grande una vez más”. Ese estribillo despierta una nostalgia por un pasado que nunca volverá, que nunca en verdad existió. Los estadounidenses siempre se dejan engañar por hábiles impostores que prometen curar la calvicie o el gas intestinal. Trump, el gran trocador de cursilerías se ha hecho rico prometiendo el secreto al éxito y fortunas fabulosas. Ahora promete restaurar Estados Unidos a la grandeza. El estribillo de Trump atrae a los millones en ésta América contemporánea cuyas vidas están lejos de tener “grandeza”. ¿Cómo se restaurará esa pasada grandeza? Construyendo un muro de más de tres mil kilómetros de largo a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos; deportando millones de inmigrantes latinoamericanos, prohibiendo la entrada de musulmanes a los Estados Unidos, imponiendo enormes tarifas a productos chinos, y, más que nada, cortando impuestos a las grandes corporaciones y a individuos ricos; como es el mismo Trump.

Está claro que todo eso es iluso. Sin embargo la inquina y frustración que alimenta a su movimiento tiene raíces en las condiciones de crisis social que el capitalismo estadounidense no puede resolver. La opositora de Trump, Hillary Clinton, es el gran ejemplo de el estatus quo corrupto que se identifica completamente con Wall Street y con los grupos de poder militares y de inteligencia. Para nada no ha orientado su programa electoral a ninguno de los problemas sociales que pesan sobre la gran mayoría del pueblo de Estados Unidos. Entre estos están el declive en niveles de vida, la crisis de cuidado médico que día a día es más costoso, la falta de empleos seguros, y, para millones de jóvenes, el monto aturdidor de deuda de educación.

A pesar del apoyo que hay para Trump, no existe por ahora un movimiento fascista de masas en Estados Unidos. Debemos tener en mente que millones de estadounidenses apoyaron con entusiasmo la campaña de Bernie Sanders, quien muchos creían ser socialista. Cuando Sanders abandona su campaña para apoyar a Clinton, muchos de sus partidarios se fijan en Trump, a quien consideran la única alternativa al estatus quo. Eso no significa que desean un gobierno fascista. Aun si Trump pierde en el balotaje de noviembre su campaña es un aviso. Veinticinco años después del fracaso de la Unión Soviética, agoniza la democracia en los Estados Unidos.

¿Qué hay de la situación internacional? Poco después de la disolución de la URSS, mucho se habló del “dividendo de la paz”. Se decía que al acabar la Guerra Fría, se reduciría la posibilidad de conflictos militares y se podría recortar el gasto militar. Nada de eso ocurrió. Estos últimos cinco lustros nos han puesto en un estado de guerra perpetua. Incluso antes del desmantelamiento formal de la URSS, Estados Unidos se aprovechaba de los conflictos internos del Kremlin para lanzar la primera invasión de Irak (1990-91). A eso le sigue la decisión conjunta de Estados Unidos y Alemania de romper a Yugoslavia, cosa que dio lugar a una sangrienta guerra civil en los Balcanes, culminando en la guerra estadounidense contra Serbia (1999). El ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre 2001 fue el pretexto para lanzar una “guerra al terror” que aun continua, quince años después.

Queda claro que eso de la “guerra al terror” es una frase de propaganda. El imperialismo yanqui la utiliza para legitimizar su campaña de guerra por la hegemonía mundial. No titubea en utilizar los servicios de esos supuestos enemigos terroristas, como Al Qaeda y el Frente Al Nusra, en pos de sus fines geopolíticos en el Levante. Es más, el impulso de guerra de los Estados Unidos en el Medio Oriente y Asia Central es sólo la primera parte de su estrategia de dominación mundial que ya ha acelerado los conflictos con Rusia y China. Por lógica, el imperialismo europeo no permanecerá afuera de este conflicto mundial en desarrollo. En Alemania, la clase de poder discute su rol como potencia mundial; en forma sistemática la prensa en la charla política diaria más y más utiliza el vocabulario del militarismo.

Existe una gran separación entre el muy avanzado proyecto de guerra, que puede involucrar armas nucleares, y la conciencia pública de cuán probable es el peligro de guerra. Los estrategas militares estadounidenses han producido muchos documentos que parten de la alta probabilidad –o la inevitabilidad— de una gran guerra contra Rusia y China.

En septiembre 2015, Martin Dempsey, general retirado del Ejército de Estados Unidos y ex gerente de el Comando de las FF. AA., declaró que se trata “del periodo más peligroso en mi vida”. [2]

Hace un mes, el Atlantic Council, que juega un papel de mucha influencia en la elaboración de las estrategias del gobierno estadounidense, produjo un informe intitulado “El futuro de las Fuerzas Armadas” (The Future of the Army). Ese documento dice sin pelos en la lengua: “Se puede decir que Estados Unidos ha entrado en una época de guerras perpetuas; durante años –probablemente décadas—va a tener que seguir combatiendo las maneras en que esta amenaza se manifiesta”.[3] Las FF. AA. necesitan estar preparadas para la “‘venidera gran guerra’ –contra adversarios bien capacitados, produciendo mucha muerte y destrucción y quizás con cientos de miles de tropas estadounidenses”.[4] Uno de sus más agresivos párrafos dice:

“Aunque sea desagradable contemplar, las FF. AA. deben mejorar su habilidad de aguantar un gran número de bajas, y seguir luchando… Hay que revitalizar la doctrina y el entrenamiento para esa triste eventualidad; los líderes deben estar listos a reagruparse e sostener la batalla y el espíritu de lucha, aún con altas bajas. El entrenamiento debe hacer que las tropas se acostumbre a grandes bombardeos de artillería y cohetes, ataques químicos, aun ataque nucleares, como simulacro de una gran cantidad de muertes, que requerirían una reorganización para continuar con la misión”.[5]

Otro análisis, del punto de vista ruso, presenta la siguiente evaluación del presente estado de tensiones mundiales:

“A medida que las principales potencias modernizan sus arsenales, también reorganizan las estructuras de mando y comienzan a ser más amenazantes, la situación se asemeja al ‘rifle en la pared’ de Chekhov, que tiene toda la probabilidad de ser disparado. Cada año parece más probable que la competencia entre potencias, aventuras militares y errores de cálculo van a volver a detonar conflictos entre naciones con consecuencias desastrosas….

Aun teniendo en cuenta que todas las semejanzas son imperfectas, en verdad el mundo actual se parece a los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Puede que el mundo no sea multipolar, pero sí está enmarañado en una compleja telaraña de alianzas regionales, acuerdos con garantías bilaterales, y cosas semejantes”.[6]

Haciendo un resumen de las experiencias de los últimos veinticinco años, esa “victoria del capitalismo” tan pregonada luego de la disolución de la Unión Soviética terminó siendo una muy equivocada evaluación de la realidad histórica. Se confirma el análisis marxista del capitalismo. Las mismas contradicciones esenciales del capitalismo, descubiertas por el marxismo –que causaron guerras y revoluciones en el siglo XX— entre la producción social y la propiedad privada de las fuerzas de producción y entre la realidad de un proceso de producción global y la persistencia de estados nacionales, operan detrás de las convulsiones sociales y políticas del mundo actual.

Dada la enormidad de la crisis capitalista mundial –el estancamiento de economía mundial, el aturdimiento que causa la concentración de riquezas y la aceleración de la desigualdad social y el sufrimiento social, en combinación con el peligro que crece en escala de una guerra catastrófica, con potencias nucleares— se debe plantear esta pregunta: ¿Cómo es que no existe un gran movimiento revolucionario anticapitalista y socialista? Más concretamente, luego de veinticinco años de guerras casi perpetuas: ¿Cómo es que no existe un movimiento antiimperialista mundial? ¿Cómo es que partidos de la derecha se hacen más fuertes, bajo condiciones en que históricamente siempre estuvieron asociadas la izquierda y la lucha anticapitalista?

No hay respuestas fáciles a esas interrogantes. Detrás de la larga crisis de dirección revolucionaria en el movimiento obrero está el complejo interactuar de elementos objetivos y subjetivos. No obstante, ese “elemento subjetivo” de orientación política –a decir mejor, de desorientación política— ocupa una posición central en la destrucción y sabotaje de los impulsos revolucionarios del proletariado. Sería imposible exagerar la hecatombe intelectual y política que causó el estalinismo. Las despiadadas falsedades y los crímenes de la burocracia soviética y de sus compinches internacionales desorientaron y desmoralizaron a varias generaciones de obreros y de intelectuales atraídos al socialismo.

¿Cómo medir el impacto de la derrota de la clase obrera germana en 1933 y el ascenso de Hitler al poder, que resultaron de las medidas desastrosas impuestas por Stalin sobre el Partido Comunista Alemán, o los Procesos de Moscú y el Gran Terror, las traiciones de la Revolución Española, el Pacto Hitler Stalin de 1939, el asesinato de León Trotsky, la traición de los levantamientos revolucionarios de posguerra del proletariado italiano, francés y griego, la sangrienta represión de la clase obrera en Alemania Oriental y Hungría, la traicione de la huelga general de trabajadores y estudiantes en mayo y junio 1968, la Primavera de Praga, y la imposición de la ley marcial para suprimir las luchas del proletariado polaco? La disolución de la Unión Soviética fue el punto culminante de más de sesenta años de incesantes falsificaciones de la teoría y política del marxismo. El embuste más nefasto del siglo XX fue amalgamar el estalinismo y el marxismo. Tengamos en cuenta que un balance completo de los crímenes del estalinismo debe también incluir la política y práctica del maoísmo, enraizado en el estalinismo.

No cabe ninguna duda que el estalinismo ha sido el principal elemento en la desorientación de esos teóricos pequeño burgueses que tuvieron una importante participación (directa e indirecta) en la elaboración de los conceptos teóricos y políticos ligados a la Escuela de Frankfurt y al posmodernismo. El pesimismo histórico que mayormente caracteriza la perspectiva de ellos está ligado a que esa perspectiva culpa a la clase obrera de los crímenes que cometieron los regímenes estalinistas.

El fin de la URRS, junto con la reintroducción del capitalismo en China por el régimen maoísta, estuvo acompañado con el colapso casi total de un gran sector de la intelectualidad de izquierda, especialmente en las universidades, que consideraba que el estalinismo (también en su versión maoísta) era lo mismo que el socialismo y marxismo; cosa que velozmente los condujo a abandonar el socialismo como meta política. Los acontecimientos de 1991, y lo que siguió, profundizaron los prejuicios y antipatías de los profesores izquierdistas pequeño burgueses, que nunca estuvieron dispuestos a analizar la responsabilidad del estalinismo en la destrucción de la Unión Soviética.

Lo que por cinco lustros ha pasado por política “de izquierda” –una ensalada de imprecisas frases radicales y anarquistas, totalmente desconectada de los cimientos teóricos y de las perspectiva revolucionaria del marxismo— refleja la influencia, en las universidades de gran parte del mundo, de esas dos corrientes filosóficas dominantes, generalmente denominadas posmodernismo y Escuela de Frankfurt. No se tratan de corrientes idénticas; existen importantes diferencias en cuanto a sus orígenes, intelectuales, teóricos y culturales; pero están relacionadas, especialmente desde el punto de vista de su punto de vista y meta política: Que consiste en repudiar el marxismo. Excomulgan del marxismo su esencia, el materialismo filosófico del que deriva la idea materialista de la historia.

La complicada genealogía intelectual de estas corrientes, como de otras “escuelas filosóficas” depende de análisis teóricos. De esos sabemos que tanto la Escuela de Frankfurt como el posmodernismo están mancornados al irracionalismo idealista de Schopenhauer y, ciertamente, Nietzsche. En las obras de muchos posmodernistas y de algunos la Escuela de Frankfurt –especialmente Marcuse— se entrevé la influencia del reaccionario místico Heidegger.

Sin embargo al evaluar la Escuela de Frankfurt y el posmodernismo, vale recordar el análisis marxista de las teorías económicas de Pierre Joseph Proudhon. En una carta dirigida a Annekov en 1846, Marx pronunció una dictamen devastador sobre la Filosofía de la Miseria de Proudhon. “El señor Proudhon”, dice Marx, “no nos ofrece una crítica falsa de la economía política porque sea la suya una filosofía ridícula; nos ofrece una filosofía ridícula porque no ha comprendido la situación social de nuestros días en todo su egrènement (desgranar), para usar una palabra que, como muchas otras cosas, el señor Proudhon toma prestado de Fourier”.[7]

Siguiendo a Marx, los posmodernistas y miembros de la Escuela de Frankfurt no proponen un política ridícula por ser su filosofía ridícula. Es al revés; las superficiales ridiculeces de su filosofía nacen de su política reaccionaria y pequeña burguesa. No es posible comprender la Escuela de Frankfurt o el posmodernismo sin reconocer que el esencial impulso político de sus teorías yace en el repudio del marxismo y de la perspectiva de la revolución socialista basada en la clase obrera.

El posmodernismo nace específicamente como repudio del marxismo y de la idea de la revolución proletaria. Es bien conocido papel de fundador de esa tendencia de Jean-François Lyotard. Se debe a él la oración: “Simplificando en extremo, yo defino de posmoderno abandonar la creencia en las metanarrativas”. La “metanarrativas” que había que abandonar eran las de la perspectiva marxista de la revolución social. Por lo tanto, lo que se conoce en las universidades como posmodernismo bien tendría que ser llamado “posmarxismo académico”.

Lyotard había pertenecido a un círculo de intelectuales franceses divorciados del trotskismo y que publican un periódico intitulado Socialisme ou Barbarie. Ese periódico nace del repudio al trotskismo. En particular el grupo Socialisme ou Barbarie rechazaba el análisis trotskista de la estructura social de la Unión Soviética –especialmente la definición trotskista de la Unión Soviética como estado obrero. La Revolución Traicionada de Trotsky propone una “metanarrativa” de la Revolución de Octubre, de su desarrollo político y de su relación con la futura evolución de la humanidad; todo eso lo rechaza Lyotard. Socialismo ou Barbarie hace hincapié en que la burocracia que dominaba la Unión Soviética no era, como sostenía Trotsky, una casta parasítica que carecía de un rol político independiente y que o sería derrocada mediante una revolución política a manos de una clase obrera soviética resurgente, o dirigiría la restauración del capitalismo. Todo lo contrario para Lyotard, la burocracia representaba una nueva clase de poder.

Esa teoría lleva a la conclusión política que el papel revolucionario que el marxismo asigna a la clase obrera ha sido contradicho; aun después de derrocar a la burguesía en ciertos países, le fue imposible a la clase obrera permanecer en el poder; lo más que pudo hacer es fertilizarle el terreno a una nueva clase explotadora. Por lo tanto ya no valía la “metanarrativa” marxista; había carecido de validez desde el principio. El concepto materialista de la historia no era más que una ficción, que nada tenía que ver con la verdad objetiva. El pensamiento, dice Lyotard, “necesita aceptar le evidencia que la gran narrativa de emancipación ha perdido su significado y sustancia, comenzando (o acabando) con la ‘nuestra’, la del marxismo radical”.

Habiendo tirado a la basura la “metanarrativa” marxista, ¿con qué la reemplazan los profetas del posmarxismo? ¿Qué antimetanarrativa tienen preparada que sirva de cimiento teórico para una efectiva acción social? Después de supuestamente haber demostrado la bancarrota de la efectividad de la clase obrera como agencia social de acción anticapitalista y cambio revolucionario, ¿cuál alternativa han descubierto los posmarxistas para basar futuras luchas políticas progresivas? Revisemos sus más recientes obras para encontrar su respuesta.

Alan Badiou es uno de los mejor conocidos filósofos franceses contemporáneos. En el transcurso de una larga carrera universitaria ha sido un íntimo socio de Michel Foucault, Gilles Deleuze y Lyotard. Aunque critica ciertos elementos de posmodernismo, y dice defender una versión de la verdad objetiva, Badiou proclama la irrelevancia de los conceptos marxistas del siglo XX:

“El marxismo, el movimiento obrera, la democracia de las masas, el leninismo, el partido proletario, el estado socialista –todas invenciones del siglo XX— ya no nos sirven. A un nivel teórico ciertamente merecen más estudio y análisis; pero al nivel de medidas prácticas no son factibles… El movimiento del siglo XIX y el partido del siglo XX eran muy particulares hipótesis comunistas; es imposible regresar a éstas”.[8]

En otro ensayo escribe Badiou:

Aceptemos sin rodeos que el marxismo está en crisis; está atomizado. Después del impulso y la escisión creadora de los 1960, luego de las luchas de liberación nacional y la revolución cultural, lo que heredamos en estas épocas de crisis y de la amenaza inminente de guerra es un andamiaje pobre y fragmentario de pensamiento y acción, atrapado en un laberinto de ruinas y supervivencias”.[9]

¿Qué sugiere este profesor posmarxista como alternativa al marxismo? En un ensayo de confesión intitulado “Nuestra impotencia contemporánea”, dice Badiou:

“Pienso que nuestra experiencia actual consiste en que la mayoría de las categorías políticas que usa la militancia del movimiento para analizar y transformar nuestra situación actual, ya no sirven”.[10]

Otro crítico decidido del marxismo ortodoxo es Frederic Jameson; lo ha sido desde hace décadas. Utiliza uno u otro elemento del subjetivismo posmarxista en búsqueda de una alternativa al la supuesta rigidez del materialismo histórico. ¿Qué concluye el profesor Jameson? En su más reciente obra admite algo insólito:

“La izquierda alguna vez tuvo un programa político de revolución. Ya nadie cree en eso, en parte porque el actor que la lograría ha desaparecido; en parte porque el sistema que ésta supuestamente hubiera reemplazado se ha hecho tan omnipresente que es ya no se puede imaginar reemplazarlo; y en parte porque el lenguaje de revolución se es ahora tan arcaico como el de los que fundaron a Estados Unidos. Alguien ha dicho que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo: A medida que desaparecía la idea de revolución, desaparece el acabar con el capitalismo”.[11]

Estando hoy en Frankfurt, no puedo dejar de incluir en esta charla al menos una referencia al un representante contemporáneo de la Escuela de Frankfurt. Cuando el profesor Alex Honneth, discutía recientemente su última obra, Die Idee des Sozialismus (La idea del socialismo), alguien le preguntó: ¿Cree usted que ideas socialistas otra vez podrían jugar un importante papel en Alemania?

Respondió:

“Creo que es socialismo sólo es posible si se transforma en algo relacionado a experiencias contemporáneas. Para que eso ocurra debemos… tirar por la borda muchos de los elementos arcaicos y obsoletos del socialismo, como la noción de que el proletariado es un protagonista revolucionario, que el progreso evoluciona de manera lógica, que la transformación de nuestra sociedad depende mayormente de cambios económicos. Hay que descartar todo eso. Después tendremos que esperar y soñar que ese socialismo revisado y modernizado capture los corazones y sentimientos de un gran sector de la población”.

A su manera, la respuesta de Honneth es una resumida expresión de la perspectiva esencialmente conservadora, profundamente pesimista y desmoralizada que describe a la Escuela de Frankfurt desde sus primeros días. Esa naturaleza nace del rechazo central al marxismo de la Escuela Frankfurt: la insistencia marxista en el papel revolucionario de la clase obrera. Para Honneth y la “escuela” de la que es miembro, la lucha de clases o es un fracaso, o está vedada; el socialismo no debe luchar para acabar con la propiedad privada de los medios de producción. O sea que el socialismo existe sólo como una idea. Las citas que he presentado en esta charla son muy similares a las que se pueden encontrar en muchos de los artículos de la seudoizquierda antimarxista. No que no se puede encontrar en ninguna de las obras de los que son parte de los diferentes tipos de posmodernismo y de lo que quede de la Escuela de Frankfurt es algún programa que sirva de base para la lucha revolucionaria contra el capitalismo y el imperialismo.

La búsqueda por una alternativa al marxismo es una empresa quimérica. Aquellos profesores cuya obra gira en torno a ese triste y desesperado proyecto buscan una teoría de revolución que excluya la lucha de clases y un programa socialista, y que no acabe con el capitalismo. Una gesta tan absurda sólo se puede legitimizar en base a mala fe intelectual y charlatanerías.

Existimos en tiempos de revolución. Las contradicciones que producen guerras también fertilizan el campo de la revolución. Contradiciendo las posiciones de subjetivistas e irracionalistas, que pregonan el fin de esa agencia subjetiva de la revolución socialista como la concebía Marx; la evolución del capitalismo mundial en estos últimos cincuenta años ha expandido enormemente las filas de la clase trabajadora. Los marxistas nos concentramos en esa fuerza social. Para el marxismo el gran reto es la preparación política de una vanguardia de obreros avanzados que puedan dirigir el movimiento de masas venidero de la clase obrera para conquistar el poder político. ¿En que consiste esa preparación?

Lenin explica en un brillante libro escrito en 1908, Materialismo y empirocriticismo, que el marxismo había descubierto la “lógica objetiva” de las leyes que determinan la evolución de la existencia social. Por lo tanto, dice:

“El deber más alto de la humanidad es comprender esa lógica objetiva de la evolución económica (la evolución de la vida social) con sus características generales y esenciales, para hacer posible, y en la medida que sea posible, adaptar a esta lógica objetiva la conciencia social del individuo y la conciencia social de las clases avanzadas de todos los países capitalistas de una manera definitiva, clara y crítica”.[12]

En 1914, cinco años luego de la publicación de Materialismo y empirocriticismo, comienza la primera guerra mundial. De cara a la traición del SPD alemán y de la Segunda Internacional, Lenín motivó a los internacionalista revolucionarios de Europa y del mundo. En contraste los apólogos del imperialismo, como Kautsky, quien trató de esconder las causas objetivas de la guerra, la labor teórica de Lenin entre 1914 y 1917 aclaró las razones objetivas de la guerra imperialista y de la evolución del oportunismo dentro de la Segunda Internacional. Al escribir ese remarcado análisis, Imperialismo, Lenin se propuso develar la lógica de la guerra para asentar la posibilidad de coordinar la conciencia y la práctica de la clase obrera, rusa y mundial, con los acontecimientos que desencadenaban en revolución. La coordinación correcta de la realidad objetiva con la conciencia social de la clase obrera ocurre cuando el proletariado ruso conquista el poder en octubre 1917.

El mundo actual es más complicado que lo era hace cien años; pero la tarea esencial sigue siendo la misma: El pensamiento social debe coordinarse con la realidad. La clase obrera debe entender la lógica de la crisis actual y transformar su actividad práctica de acuerdo con la necesidad objetiva. Esa comprensión sólo es posible en base al marxismo.

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Bibliografía:

[1] “What Is National Socialism?” in The Struggle Against Fascism in Germany, by Leon Trotsky (New York: Pathfinder, 1971), p. 525 [nuestra traducción]

[2] Foreign Affairs, August 1, 2016, haga click en: https://www.foreignaffairs.com/print1117930

[nuestra traducción]

[3] The Future of the Army, by David Barno and Nora Bensahel (The Atlantic Council, September 2016), p. 7, haga click en: http://www.atlanticcouncil.org/publications/reports/the-future-of-the-army

[nuestra traducción]

[4] Ibid, pp. 8–9

[5] Ibid, p. 31

[6] “What Makes a Great Power War Possible?” por Michael Kofman y Andrei Sushenstov, Russia in Global affairs, June 17, 2016 [nuestra traducción]

[7] haga click en: https://www.marxists.org/archive/marx/works/download/Marx_Engels_Correspondence.pdf [nuestra traducción]

[8] Published in NLR, 49 (2008): 2008. Cita de The Actuality of Communism, por Bruno Bosteels (London: Verso, 2011), pp. 14–15 [nuestra traducción]

[9] cita de Bruno Bosteels en Badiou and Politics [nuestra traducción]

[10] Publicado en Radical Philosophy, September/October 2013, p. 44 [nuestra traducción]

[11] An American Utopia: Dual Power and the Universal Army [nuestra traducción]

[12] Lenin Collected Works, Volume 14 (Moscow: Progress Publishers, 1978), p. 325 [nuestra traducción]