B U R E A U O F P U B L I C S E C R E T S |
Descubrimientos personales
Intervenciones críticas
Teoría versus ideología
Evitar falsas opciones y elucidar las verdaderas
El estilo insurreccional
Cine radical
Opresionismo versus juego
El escándalo de Estrasburgo
La miseria de la política electoral
Reformas e instituciones alternativas
Corrección política, o
igualdad en la alienación
Inconveniencias del moralismo y
del extremismo simplista
Ventajas de la audacia
Ventajas y límites de la noviolencia
El individuo no puede saber lo que él es realmente hasta que no se ha realizado mediante la acción. . . . El interés que el individuo encuentra en un proyecto es ya la respuesta a la cuestión de si debe actuar o no y cómo.
Hegel, Fenomenología del espíritu
Más tarde trataré de responder a algunas otras objeciones comunes. Pero mientras los objetores permanezcan pasivos, ningún argumento del mundo los conmoverá, y continuarán entonando el viejo refrán: Es una bonita idea, pero no es realista, va contra la naturaleza humana, siempre ha sido igual Quienes no realizan su propio potencial es improbable que reconozcan el potencial de los otros.
Parafraseando esa vieja oración llena de sentido, necesitamos la iniciativa para resolver los problemas que podamos, la paciencia para soportar los que no podamos resolver, y la sabiduría para discernir la diferencia. Pero también necesitamos tener presente que algunos de los problemas que el individuo aislado no puede resolver pueden resolverse colectivamente. Descubrir que otros comparten el mismo problema es con frecuencia el principio de la solución.
Algunos problemas pueden, por supuesto, resolverse individualmente, mediante métodos diversos que van desde terapias elaboradas o prácticas espirituales hasta simples decisiones de sentido común para corregir algún fallo, romper con algún hábito nocivo, probar alguna cosa nueva, etc. Pero no me ocupo aquí de los expedientes puramente personales, útiles aunque dentro de sus límites, sino de los momentos en que la gente se mueve hacia fuera en empresas deliberadamente subversivas.
Existen más posibilidades de lo que parece a simple vista. Una vez que se rechaza la intimidación, algunas de ellas son muy simples. Puedes comenzar por donde quieras. Pero hay que hacerlo por algún sitio -¿Crees que podrías aprender a nadar si nunca te tirases al agua?
A veces es preciso un poco de acción para romper con la palabrería excesiva y restablecer una perspectiva concreta. No hace falta que sea algo trascendental; si no se presenta otra cosa, puede bastar alguna iniciativa arbitraria -suficiente para mover un poco las cosas y despertar.
Otras veces es necesario detenerse, romper la cadena de acciones y reacciones compulsivas. Aclarar el ambiente, crear un pequeño espacio libre de la cacofonía del espectáculo. Casi todos hacen esto ya en alguna medida, por simple autodefensa psicológica instintiva, practicando alguna forma de meditación, comprometiéndose periódicamente en alguna actividad que sirve efectivamente al mismo propósito (trabajar en el jardín, pasear, ir a pescar), o deteniéndose para tomar un respiro en medio de su rutina cotidiana, volviendo por un momento al centro tranquilo. Sin un espacio tal es difícil tener una perspectiva sana sobre el mundo, o conservar siquiera el propio juicio.
Uno de los métodos que yo he encontrado más útiles es escribir. El beneficio es en parte psicológico (algunos problemas pierden su poder sobre nosotros al ordenarse de modo que podamos verlos más objetivamente), en parte una cuestión de organización de nuestros pensamientos para ver los diferentes factores y opciones más claramente. A veces mantenemos nociones inconsistentes sin llegar a ser conscientes de sus contradicciones hasta que intentamos ponerlas sobre el papel.
He sido criticado a veces por exagerar la importancia de la escritura. Reconozco, por supuesto, que muchos asuntos pueden tratarse de modo más directo. Pero incluso las acciones no verbales requieren normalmente que se piense, se hable y se escriba acerca de ellas para llevarlas a cabo, comunicarlas, debatirlas y corregirlas eficazmente.
(En cualquier caso, no pretendo ocuparme de todos los asuntos; sólo abordo algunos puntos acerca de los cuales siento que tengo algo que decir. Si piensas que he pasado por alto algo importante, ¿por qué no lo haces tú mismo?)
Escribir te permite desarrollar tus ideas a tu propio ritmo, sin preocuparte por tu habilidad oratoria o tu miedo al público. Puedes expresar una idea de una vez por todas en lugar de tener que repetírtela constantemente. Si hace falta discreción, un texto puede lanzarse anónimamente. La gente puede leerlo a su propio ritmo, pararse y pensar sobre él, volver atrás y revisar puntos específicos, reproducirlo, adaptarlo, recomendarlo a otros, etc. El discurso hablado puede generar una reacción más rápida y precisa, pero puede también dispersar tu energía, impedirte concentrar y ejecutar tus ideas. Quienes son esclavos de la misma rutina que tú tienden a resistir a tus esfuerzos por escapar porque tu éxito desafiaría su propia pasividad.
A veces lo mejor que puedes hacer para provocar mejor a estas personas es simplemente dejarlas atrás y seguir tu propio camino. Al ver tu progreso, algunas de ellas dirán: ¡Hey, esperame! O desplazar el diálogo a un plano diferente. Una carta fuerza tanto a quien la escribe como a quien la recibe a desarrollar sus ideas más claramente. Las copias a otras personas implicadas pueden avivar la discusión. Una carta abierta puede atraer el interés de más gente.
Si has logrado crear una reacción en cadena en la cual cada vez más gente lee tu texto porque ven que otros lo leen y lo discuten acaloradamente ya no será posible para nadie fingir que no es consciente de los temas que has planteado. (1)
Supongamos, por ejemplo, que criticas a un grupo por ser jerárquico, por permitir que un líder tenga poder sobre otros miembros (o seguidores o fans). Una conversación privada con uno de los miembros puede encontrarse simplemente con una serie de reacciones defensivas contradictorias con las que es infructoso argumentar. (No, él no es realmente nuestro líder Y si lo es, no es autoritario Y además, ¿qué derecho tienes tu a criticar?) Pero una crítica pública obliga a sacar esas contradicciones y pone a la gente ante un fuego cruzado. Mientras un miembro niega que el grupo sea jerárquico, un segundo puede admitir que lo es e intentar justificar esto atribuyendo al líder una perspicacia superior. Esto puede hacer pensar a un tercer miembro.
Al principio, molestos de que hayas perturbado su pequeña y cómoda tertulia, es probable que el grupo cierre filas alrededor del líder y denuncie tu negatividad o arrogancia elitista. Pero si tu intervención ha sido lo bastante aguda puede llegar a calar y tener un impacto tardío. El líder tiene que andarse con cuidado puesto que todos son más sensibles a cualquier cosa que pueda parecer confirmar tu crítica. Para demostrar lo injustificada que estaba, puede que los miembros insistan en una mayor democratización. E incluso si el grupo particular se muestra impermeable al cambio, su ejemplo puede servir como lección para un público más amplio. Otras personas que no estén comprometidas y que, sin tu critica, habrían cometido tal vez errores similares pueden ver más fácilmente la pertinencia de tu crítica porque tienen menos investidura emocional en el grupo.
Normalmente es más efectivo criticar instituciones e ideologías que atacar a los individuos que se encuentran simplemente implicados en ellas -no sólo porque la máquina es más importante que sus partes reemplazables, sino porque este enfoque hace más sencillo para los individuos salvar la cara disociándose ellos mismos de la máquina.
Pero por muy diplomático que seas, casi toda crítica significativa sea cual sea provocará probablemente reacciones defensivas irracionales, que van desde los ataques personales sobre ti a las invocaciones de una u otra ideología de moda para demostrar la imposibilidad de cualquier consideración racional de los problemas sociales. La razón es denunciada como fría y abstracta por demagogos que encuentran más fácil jugar con lo sentimientos de la gente; la teoría es despreciada en nombre de la práctica
Teorizar es simplemente tratar de entender lo que hacemos. Todos somos teóricos al discutir honestamente sobre lo que sucede, distinguir entre lo significante y lo irrelevante, penetrar las explicaciones falaces, reconocer lo que fue eficaz y lo que no lo fue, considerar cómo algo puede hacerse mejor la próxima vez. La teoría radical es simplemente hablar o escribir a más gente sobre temas más generales en términos más abstractos (es decir, más ampliamente aplicables). Incluso aquellos que dicen rechazar la teoría teorizan simplemente lo hacen más inconsciente y caprichosamente, y por tanto de modo más impreciso.
La teoría sin casos particulares está vacía, pero los casos particulares sin la teoría son ciegos. La práctica prueba a la teoría, pero la teoría también inspira prácticas nuevas.
La teoría radical no tiene nada que respetar ni nada que perder. Se critica a sí misma con todo lo demás. No es una doctrina que deba ser aceptada por fe, sino una generalización tentativa que las personas deben probar y corregir constantemente por sí mismas, una simplificación práctica indispensable para tratar con las complejidades de la realidad.
Pero con cuidado de que no sea una simplificación excesiva. Toda teoría puede transformarse en ideología, llegar a ser rígida como un dogma, ser desviada hacia fines jerárquicos. Una ideología sofisticada puede ser relativamente segura en ciertos aspectos; lo que la diferencia de la teoría es que carece de una relación dinámica con la práctica. En la teoría tú tienes ideas; en la ideología las ideas te tienen a ti. Busca la simplicidad, y desconfía de ella.
Hemos de encarar el hecho de que no hay trucos seguros, de que ninguna táctica radical es invariablemente apropiada. Algo que es colectivamente posible durante una revuelta puede no ser una opción sensata para un individuo aislado. En ciertas situaciones urgentes puede ser necesario incitar a la gente a llevar a cabo alguna acción específica; pero en la mayoría de los casos lo que más conviene es elucidar simplemente los factores relevantes que la gente debe tener en cuenta al tomar sus propias decisiones (Si me atrevo a dar aquí ocasionalmente algunos consejos directos, es por conveniencia de expresión. Haz debe entenderse como En algunas circunstancias hacerlo puede ser una buena idea.)
Un análisis social no necesita ser largo y detallado. Simplemente dividir uno en dos (indicar las tendencias contradictorias dentro de un fenómeno o grupo o ideología dados) o agrupar dos dentro de uno (revelar un aspecto común entre dos entidades aparentemente distintas) puede ser útil, especialmente si se comunica a los directamente involucrados. Ya es accesible una información más que suficiente sobre muchos temas; lo que hace falta es abrirse camino entre el exceso para revelar lo esencial. Una vez hecho esto otras personas, incluidas las informadas, serán estimuladas a investigaciones más completas si son necesarias.
Cuando nos enfrentamos a algún tópico dado, lo primero que hay que hacer es determinar si es en efecto un tópico simple. Es imposible tener una discusión con significado sobre marxismo o violencia o tecnología sin distinguir los diversos sentidos que se incluyen bajo tales etiquetas.
Por otra parte, también puede ser útil tomar una categoría abstracta amplia y mostrar sus tendencias predominantes, aunque tales tipos puros no existan realmente. El panfleto Sobre la miseria en el medio estudiantil... de los situacionistas, por ejemplo, enumera mordazmente toda suerte de estupideces y pretensiones de el estudiante. Obviamente no todo estudiante es culpable de estos defectos, pero el estereotipo sirve como un enfoque a partir del cual organizar una crítica sistemática de las tendencias generales. Subrayando las cualidades que la mayoría de los estudiantes tienen en común, el panfleto también desafía a aquellos que afirman ser excepciones a probarlo. Lo mismo se aplica a la crítica del pro-situ en La verdadera escisión en la Internacional de Debord y Sanguinetti un desaire desafiante a los seguidores quizás único en la historia de los movimientos radicales.
Se pide a todos su opinión acerca de cada detalle para prevenirles de formarse una sobre la totalidad. (Vaneigem). Muchos temas están tan cargados emocionalmente que cualquiera que reaccione a ellos llega a enredarse en falsas opciones. El hecho de que dos lados estén en conflicto, por ejemplo, no significa que debas apoyar a uno u otro. Si no puedes hacer algo acerca de un problema en particular, es mejor confesar claramente este hecho y pasar a otro asunto que tenga posibilidades prácticas presentes. (2)
Si tomas partido al elegir un mal menor, admítelo; no añadas confusión blanqueando tu elección o demonizando al enemigo. Si hay que hacer algo, es mejor lo contrario: jugar a ser abogado del diablo y neutralizar el delirio polémico compulsivo examinando con calma los puntos fuertes de la posición opuesta y los débiles de la tuya. Un error muy común: tener el coraje de defender las posiciones propias; ¡la cuestión es tener el coraje para atacar las propias convicciones! (Nietzsche).
Combina la modestia con la audacia. Recuerda que si logras realizar algo es sobre la base de los esfuerzos de muchos otros, bastantes de los cuales han enfrentado horrores que nos harían a ti y a mí desplomarnos en la sumisión. Pero no olvides que lo que dices puede tener algún efecto: dentro de un mundo de espectadores pacificados incluso la más pequeña expresión autónoma sobresale.
Puesto que ya no hay ningún obstáculo material para inaugurar una sociedad sin clases, el problema se ha reducido esencialmente a una cuestión de conciencia: el único obstáculo real es que la gente ignora su propio poder colectivo. (La represión física es efectiva contra las minorías radicales sólo en la medida en que el acondicionamiento social mantiene dócil al resto de la población.) Por consiguiente un elemento amplio de la práctica radical es negativo: atacar las formas diversas de falsa conciencia que impiden a la gente darse cuenta de sus potencialidades positivas.
Tanto Marx como los situacionistas han sido con frecuencia denunciados de modo ignorante por tal negatividad, porque ellos se centraron principalmente en la clarificación crítica y evitaron promover cualquier ideología positiva a la que la gente pudiera adherirse pasivamente. Porque Marx señaló cómo el capitalismo reduce nuestras vidas a una arrebatina económica, los apologistas idealistas de este estado de cosas le acusan de reducir la vida a temas económicos como si lo único importante del trabajo de Marx no fuese ayudarnos a superar nuestra esclavitud económica para que nuestros potenciales creativos puedan florecer. Apelar a que la gente abandone sus ilusiones sobre su condición es apelar a que abandonen una condición que requiere ilusiones... La crítica arranca las flores imaginarias de la cadena no para que el hombre continúe soportando esa cadena sin fantasía o consolación, sino para que se sacuda la cadena y recoja la flor viviente (Introducción a una crítica de la filosofía del derecho de Hegel).
Expresar acertadamente un tema clave con frecuencia tiene un efecto sorprendentemente poderoso. Sacar a relucir las cosas fuerza a que la gente deje de evadirse y tome posición. Como el diestro carnicero en la fábula taoísta que nunca necesitaba afilar el cuchillo porque siempre cortaba por las junturas, la polarización radical más efectiva no viene de protestas estridentes, sino simplemente de revelar las divisiones que existen, elucidar las diferentes tendencias, contradicciones, opciones. Mucho del impacto de los situacionistas procede del hecho de que articularon cosas que la mayoría de la gente había experimentado ya, pero no eran capaces de expresarlas o temían hacerlo hasta que otro rompiese el hielo. (Nuestras ideas están en la mente de todos)
Si algunos textos situacionistas parecen sin embargo difíciles al principio, es porque su estructura dialéctica va contra la fibra de nuestro condicionamiento. Cuando este condicionamiento se rompe no parecen tan oscuros (fueron el origen de algunos de los graffitis más populares de mayo del 68). Muchos espectadores académicos anduvieron confusos tratando de resolver sin éxito las varias descripciones contradictorias del espectáculo en La sociedad del espectáculo en alguna definición simple, científicamente consistente; pero cualquiera que esté comprometido en la contestación de esta sociedad comprobará que el examen de esta sociedad hecho desde diferentes ángulos por Debord es muy claro y útil, y apreciará el hecho de que nunca derrochase una palabra en inanidades académicas o en inútiles expresiones de escándalo.
El método dialéctico que va de Hegel y Marx a los situacionistas no es una fórmula mágica para producir una serie de predicciones correctas, es una herramienta para aprehender los procesos dinámicos de cambio social. Nos recuerda que los conceptos sociales no son eternos; que contienen sus propias contradicciones, interactuando y transformándose entre sí, incluso en sus opuestos; que lo que es verdadero y progresista en un contexto puede llegar a ser falso y regresivo en otro.(3)
Un texto dialéctico puede requerir un estudio cuidadoso, ya que cada nueva lectura es portadora de nuevos descubrimientos. Y aunque sólo influya directamente a poca gente, tiende a hacerlo tan profundamente que muchos de ellos acaban influyendo a otros de la misma forma, llevando a una reacción cualitativa en cadena. El lenguaje no dialéctico de la propaganda izquierdista es más fácil de entender, pero normalmente su efecto es superficial y efímero; al no plantear desafíos, pronto acaba aburriendo hasta a los espectadores atontados para los que ha sido diseñado.
Como plantea Debord en su última película, aquellos que encuentren que lo que dice es demasiado difícil harían mejor culpando a su propia ignorancia y pasividad, y a las escuelas y a la sociedad que los han hecho de este modo, que quejándose de su oscuridad. Quienes no tienen la suficiente iniciativa para releer textos cruciales o hacer una pequeña indagación o una pequeña experimentación por sí mismos es improbable que lleven algo a cabo si son mimados por los demás.
Debord es prácticamente la única persona que ha hecho un uso verdaderamente dialéctico y antiespectacular del cine. Aunque muchos realizadores que se hacen llamar radicales alaban el distanciamiento brechtiano exteriormente la noción de provocar a los espectadores a pensar y actuar por sí mismos en vez de ser absorbidos en una identificación pasiva con el héroe o la trama la mayoría de las películas radicales se dirigen a la audiencia como si estuviese conformada por imbéciles. El lerdo protagonista descubre la opresión gradualmente y se radicaliza hasta que está listo para ser un partidario ferviente de los políticos progresistas o un militante leal a algún grupo izquierdista burocrático. El distanciamiento se limita a unos cuantos trucos que permiten al espectador pensar: ¡Ah, un toque brechtiano! ¡Qué tío tan inteligente es este realizador! ¡Y qué inteligente soy yo que reconozco tales sutilezas! El mensaje radical es normalmente tan banal que es obvio casi para cualquiera que hubiera ido a ver tal película por primera vez; pero el espectador tiene la gratificante impresión de que otras personas puedan elevarse a su nivel de conciencia cuando alcanzan a verlo.
Si el espectador siente alguna inquietud acerca de la calidad de lo que está consumiendo, es calmado por los críticos, cuya función principal es leer profundos sentidos radicales en prácticamente cualquier película. Como en el cuento del traje nuevo del emperador, no es probable que nadie admita que no es consciente en absoluto de estos supuestos sentidos hasta que es informado de ellos por miedo a que esto le muestre como una persona menos sofisticada que el resto de la audiencia.
Ciertas películas pueden ayudar a exponer alguna condición deplorable o comunicar alguna noción de la sensación ante una situación radical. Pero no es muy significativo presentar imágenes de una lucha si no se critican ni las imágenes ni la lucha. Los espectadores se quejan a veces de que una película retrata inadecuadamente a alguna categoría social (p. e. las mujeres). Esto puede ser cierto en la medida en que la película reproduzca ciertos estereotipos falsos; pero la alternativa normalmente implicada que el realizador debería haber presentado imágenes de mujeres luchando contra la opresión sería en la mayoría de los casos igualmente falsa. Las mujeres (como los hombres o cualquier otro grupo oprimido) han sido de hecho normalmente pasivas y sumisas éste es precisamente el problema que tenemos que encarar. Atender a la autosatisfacción de la gente presentando espectáculos de heroísmo radical triunfante sólo refuerza esta esclavitud.
No es aconsejable confiar en que las condiciones opresivas radicalizarán a la gente; empeorarlas intencionadamente para acelerar este proceso es inaceptable. La represión de algunos proyectos radicales puede incidentalmente poner de manifiesto la absurdidez del orden dominante; pero tales movimientos deben ser dignos de consideración por su propio valor pierden su credibilidad si son meros pretextos diseñados para provocar la represión. Incluso en los medios más privilegiados hay casi siempre problemas más que suficientes sin necesidad de añadir otros. Lo importante es revelar el contraste entre las condiciones presentes y las posibilidades presentes, y transmitir a la gente tanto gusto por la vida real que deseen más.
Los izquierdistas dan a entender con frecuencia que son necesarias mucha simplificación, exageración y repetición para neutralizar toda la propaganda dominante. Esto es tanto como decir que un boxeador que ha quedado grogy por un gancho de derecha volverá a la lucidez con un gancho de izquierda.
La conciencia de la gente no aumenta por sepultarla bajo una avalancha de historias de horror, ni bajo una avalancha de información. La información que no es asimilada críticamente y utilizada pronto se olvida. La salud tanto mental como física requiere un equilibrio entre lo que tomamos y lo que hacemos con ello. Puede ser necesario a veces obligar a las personas complacientes a enfrentarse a alguna atrocidad de la que no estaban informados, pero incluso en tales casos machacando hasta la nausea constantemente con lo mismo normalmente no se consigue otra cosa que provocar la evasión hacia espectáculos menos aburridos y deprimentes.
Una de las cosas principales que nos impide entender nuestra situación es el espectáculo de la felicidad aparente de otras personas, que nos hace ver nuestra propia infelicidad como un signo vergonzoso de fracaso. Pero un espectáculo omnipresente de miseria también nos impide ver nuestros potenciales positivos. La constante difusión de ideas delirantes y atrocidades nauseabundas nos paraliza, nos convierte en cínicos paranoicos y compulsivos.
La estridente propaganda izquierdista, al fijar su atención sobre lo insidioso y lo odioso de los opresores, alimenta con frecuencia este delirio, apelando al lado más mórbido y mezquino de la gente. Si nos limitamos a rumiar males, si permitimos que la enfermedad y la fealdad de esta sociedad pervierta incluso nuestra rebelión contra ella, olvidamos por qué estamos luchando y terminamos perdiendo la propia capacidad de amar, de crear, de disfrutar.
El mejor arte radical es a la vez positivo y critico. Cuando ataca la alienación de la vida moderna, nos advierte simultáneamente de las potencialidades poéticas ocultas dentro de ella. Más que reforzar nuestra tendencia a revolcarnos en la autocompasión, estimula nuestra resistencia, nos permite reírnos de nuestros propios problemas tanto como de las estupideces de las fuerzas del orden. Algunas de las viejas canciones y tiras cómicas del IWW [Industrial Workers of the World, organización anarcosindicalista que todavía existe, pero que tuvo su momento más importante entre 1910-1930 (N. del T.)] son buenos ejemplos, aunque la ideología de la IWW es actualmente un tanto rancia. O las irónicas canciones agridulces de Brecht y Weill. La hilaridad de El buen soldado Svejk es probablemente un antídoto más efectivo contra la guerra que el ultraje moral del típico folleto pacifista.
Nada socava tanto a la autoridad como llevarla hasta el ridículo. El argumento más efectivo contra un régimen represivo no es que éste sea malo, sino que es estúpido. Los protagonistas de la novela de Albert Cossery La violencia y la burla, que viven bajo una dictadura en Oriente Medio, cubren las paredes de la capital con un poster de aspecto oficial que glorifica al dictador de un modo tan ridículo que llega a ser el hazmerreír y es obligado a dimitir por la vergüenza. Los bromistas de Cosséry son apolíticos y su éxito demasiado bonito para ser cierto, pero se han utilizado algunas parodias similares con fines más radicales (p.e. el golpe de Li I-Che mencionado en Public Secrets página 304, Un grupo radical en Hong-Kong). En las manifestaciones de los años 70 en Italia los Indios Metropolitanos (inspirados tal vez en el primer capítulo de Sylvie and Bruno de Lewis Carroll: ¡Menos pan! ¡Más impuestos!) portaban pancartas y cantaban eslogans como ¡Poder para los Jefes! y ¡Más trabajo! ¡Menos sueldo! Cualquiera reconocía la ironía, pero era más difícil rechazarlos con los habituales calificativos.
El humor es un antídoto saludable contra todo tipo de ortodoxia, tanto de izquierdas como de derechas. Es altamente contagioso y nos recuerda que no nos tomemos demasiado en serio. Pero puede llegar a ser fácilmente una mera válvula de escape, canalizando la insatisfacción en elocuente cinismo pasivo. La sociedad del espectáculo aprovecha las acciones delirantes contra sus más delirantes aspectos. Los satíricos tienen con frecuencia una relación de dependencia amor-odio con sus objetivos; la parodia llega a no distinguirse de aquello que parodia, dando la impresión de que todo es igualmente extraño, insignificante y desesperante.
En una sociedad basada en la confusión mantenida artificialmente, la primera tarea no es añadir más. Las irrupciones caóticas no generan habitualmente sino irritación o pánico, provocando que la gente apoye cualquier medida que el gobierno tome para restaurar el orden. Una intervención radical puede parecer al principio extraña e incomprensible; pero si ha sido llevada a cabo con suficiente lucidez, la gente pronto la entenderá lo bastante bien.
Imagina que estás en la Universidad de Estrasburgo al inicio del curso escolar 1966-67, entre los estudiantes, el profesorado y los invitados distinguidos que entran al auditorio para escuchar el discurso inaugural del presidente de Gaulle. Encuentras un pequeño panfleto colocado en cada sitio. ¿Un programa? No, algo sobre la miseria de la vida estudiantil. Lo abres ociosamente y comienzas a leer: Podemos afirmar sin gran riesgo de equivocarnos, que tras el policía y el sacerdote, el estudiante es en Francia el ser más universalmente despreciado... Miras alrededor y ves que todos los demás también lo están leyendo, reacciones que van de la perplejidad o el regocijo hasta reacciones de shock y horror. ¿Quién es el responsable de esto? El título de la página revela que ha sido publicado por la Unión de Estudiantes de Estrasburgo, pero se refiere también a la Internacional Situacionista, cualquiera que sea ésta...
Lo que hizo al escándalo de Estrasburgo diferente de otras bromas estudiantiles, o de cabriolas confusas y confundentes de grupos como los yippies, fue que su forma escandalosa llevaba consigo un contenido igualmente escandaloso. En un momento en que los estudiantes se habían proclamado el sector más radical de la sociedad, este texto fue el único que puso las cosas en su sitio. Pero las miserias particulares de los estudiantes sólo estaban allí para ser el punto de partida; textos igualmente duros podían y debían ser escritos sobre la miseria de todos los demás segmentos de la sociedad (preferiblemente de aquellos que la conocen desde dentro). Se habían realizado algunos intentos, de hecho, pero ninguno se había aproximado a la lucidez y coherencia del panfleto situacionista, tan conciso como comprehensivo, tan provocativo como exacto, que llevaba de modo tan metódico de una situación específica a través de ramificaciones cada vez más generales, que el capítulo final presenta el resumen más conciso que existe del proyecto revolucionario moderno. (Ver De la miseria de la vida estudiantil y el artículo Nuestros fines y nuestros métodos en el escándalo de Estrasburgo en I.S. # 11.)
Los situacionistas nunca pretendieron haber provocado con una sola mano la revolución de mayo de 1968 como ellos decían, predijeron el contenido de la revuelta, pero no la fecha o el lugar. Pero sin el escándalo de Estrasburgo y la agitación subsiguiente del grupo Enragés influido por la IS (del que el mejor conocido Movimiento 22 de marzo fue sólo una imitación tardía y confusa) la revuelta nunca habría sucedido. No había en Francia crisis económica o gubernamental, ninguna guerra o antagonismo racial desestabilizaba el país, ni ninguna otra cuestión particular que pudiese haber prendido una revuelta como ésta. Había luchas obreras más radicales en marcha en Italia e Inglaterra, luchas estudiantiles más militantes en Alemania y Japón, movimientos contraculturales más amplios en los EE.UU. y en los Países Bajos. Pero sólo en Francia existía una perspectiva que los vinculaba a todos.
Deben distinguirse las intervenciones cuidadosamente calculadas como el escándalo de Estrasburgo no sólo de los desórdenes confusionistas, sino también de las revelaciones meramente espectaculares. En la medida en que la crítica social se limita a contestar éste o aquel detalle, la relación espectáculo-espectador se reconstituye continuamente: si estos críticos consiguen desacreditar a los líderes políticos existentes, se convierten muchas veces en nuevas estrellas (Ralph Nader, Noam Chomsky, etc.) de las que esperan los espectadores un poco más conscientes un flujo continuo de información escandalosa acerca de la cual raramente hacen algo. Las revelaciones más moderadas consiguen la audiencia que apoya a ésta o aquella facción del poder intragubernamental; las más sensacionalistas alimentan la curiosidad morbosa de la gente, incitándola a consumir más artículos, telediarios y docudramas, y a interminables debates acerca de las diversas teorías de la conspiración. Es evidente que la mayor parte de estas teorías no son sino reflejos delirantes de la falta de sentido histórico crítico producida por el espectáculo moderno, intentos desesperados de encontrar algún sentido coherente en una sociedad cada vez más incoherente y absurda. En cualquier caso, en la medida en que las cosas permanecen en el terreno espectacular casi no importa que algunas de estas teorías sean ciertas: aquellos que pasan el día mirando lo que va a suceder nunca lo afectarán.
Ciertas revelaciones son más interesantes porque no sólo abren al debate público temas significativos, sino porque lo hacen de tal forma que arrastran a mucha gente al juego. Un ejemplo simpático es el escándalo de 1963 de Spies for Peace en Inglaterra, en el que unos desconocidos anunciaron la ubicación de un refugio atómico secreto reservado a los miembros del gobierno. Cuanto más vehementemente amenazaba el gobierno con perseguir a cualquiera que reprodujese este secreto de estado que ya no era secreto para nadie, más alegre y creativamente fue difundido por miles de grupos e individuos (que procedieron también a descubrir e invadir muchos otros refugios secretos). No sólo llegaron a ser evidentes para cualquiera la estupidez del gobierno y la locura del espectáculo de la guerra nuclear, la espontánea reacción en cadena humana aportó una muestra de un potencial social muy diferente.
Ningún gobierno liberal desde 1814 ha ascendido al poder si no es por la violencia. Cánovas fue demasiado inteligente para no ver la inconveniencia y el peligro que esto presentaba. Dispuso por tanto que los gobiernos conservadores debían ser sucedidos regularmente por gobiernos liberales. El plan que siguió fue el siguiente: cuando se presentara una crisis económica o una huelga seria, dimitir y dejar que los liberales resolviesen el problema. Esto explica por qué la mayor parte de la legislación represiva aprobada durante el resto del siglo fue aprobada por ellos.Gerald Brenan, The Spanish Labyrinth
El mejor argumento en favor de la política electoral radical fue hecho por Eugene
Debs, el líder socialista americano que en 1920 obtuvo cerca de un millón de votos para
la presidencia mientras permanecía en prisión por oponerse a la I Guerra Mundial:
Si la gente no conoce lo suficiente para saber a quién votar, no sabrán contra
quién disparar. Por otro lado, los trabajadores durante la revolución alemana de
1918-19 no sabían contra quién disparar exactamente debido a la presencia de líderes
socialistas en el gobierno trabajando constantemente para reprimir la
revolución.
En sí mismo, votar o no tiene poca importancia (quienes hacen una cuestión importante de su rechazo a votar están revelando simplemente su propio fetichismo). El problema es que el votar tiende a adormecer a la gente confiando a otros que actúen por ellos, desviándolos de posibilidades más significativas. Unas cuantas personas que toman alguna iniciativa creativa (pensemos en las ocupaciones por los derechos civiles) pueden en última instancia tener un efecto mucho más amplio que si hubieran puesto su energía en hacer campañas en favor de políticos menos malos que sus oponentes. En el mejor de los casos, los legisladores raramente hacen más de lo que son forzados a hacer por los movimientos populares. Un régimen conservador bajo presión de movimientos radicales independientes con frecuencia hace más concesiones que un régimen liberal que sabe que puede contar con el apoyo radical. Si la gente se repliega invariablemente en los males menores, todo lo que los gobernantes tienen que hacer en cualquier situación en que su poder se vea amenazado es conjurarlo con la amenaza de algún mal mayor.
Incluso en el caso raro en que un político radical tiene una oportunidad realista de ganar unas elecciones, todos los tediosos esfuerzos de campaña de miles de personas pueden ir a la alcantarilla un día por algún escándalo trivial descubierto en su vida privada, o porque dice algo inteligente sin darse cuenta. Si logra evitar estos escollos y parece que puede ganar, tiende a evadir temas controvertidos por miedo a enemistarse con los votantes indecisos. Si finalmente logra ser elegido, casi nunca se halla en posición de llevar a cabo las reformas que ha prometido, excepto tal vez tras años de sucias negociaciones con sus nuevos colegas; lo cual le da una buena excusa para ver como prioritario hacer todos los compromisos necesarios para mantenerse indefinidamente en el cargo. Alternando con los ricos y los poderosos, desarrolla nuevos intereses y nuevos gustos, que justifica diciéndose a sí mismo que merece algunos beneficios en compensación por todos sus años de trabajo por las buenas causas. Lo peor de todo es que, si consigue finalmente que se aprueben algunas leyes progresistas, este éxito excepcional y normalmente trivial se muestra como una evidencia del valor de confiar en la política electoral, convenciendo a mucha gente para que invierta su energía en campañas similares por venir.
Como decía un graffiti de mayo del 68, Es doloroso soportar a nuestros jefes; pero es más estúpido elegirlos.
Los referéndums sobre temas específicos son menos susceptibles a la precariedad de las personalidades; pero los resultados no son con frecuencia mejores porque los temas tienden a plantearse de modo simplista, y cualquier proyecto de ley que amenace los intereses de los poderosos es derrotado normalmente por la influencia del dinero y los medios de comunicación.
A veces las elecciones locales ofrecen a la gente una oportunidad más realista de afectar las políticas y mantener vigilados a los diputados electos. Pero ni siquiera las comunidades más ilustradas pueden aislarse del deterioro del resto del mundo. Si una ciudad consigue preservar caracteres ambientales o culturales deseables, estas mismas ventajas la sitúan bajo una creciente presión económica. El hecho de que se haya dado preferencia a los valores humanos respecto a los valores de propiedad causa finalmente enormes incrementos en los últimos (más gente querrá invertir o mudarse allí). Tarde o temprano este incremento de los valores de propiedad se sobrepone a los valores humanos: las políticas locales son anuladas por cámaras altas o por los gobiernos regionales o nacionales, llega mucho dinero del exterior para influir en las elecciones municipales, los políticos municipales son sobornados, los barrios residenciales son demolidos para hacer rascacielos y autopistas, las rentas suben vertiginosamente, las clases más pobres son expulsadas (incluidos los diversos grupos étnicos y los artistas bohemios que contribuían a la animación y al original aspecto de la ciudad), y todo lo que permanece de la comunidad antigua son unos cuantos lugares separados de interés histórico para el consumo de los turistas.
No obstante, actuar localmente puede ser un buen punto de partida. Quien sienta que la situación global es desesperada o incomprensible puede buscar sin embargo una oportunidad de afectar algún asunto local específico. Asociaciones de vecinos, cooperativas, centros de información, grupos de estudio, escuelas alternativas, clínicas gratuitas de salud, teatros comunales, periódicos de barrio, emisoras de radio y televisión de acceso público y muchos otros tipos de instituciones alternativas son valiosas por sí mismas, y si son suficientemente participativas pueden llevar a movimientos más amplios. Aunque no duren mucho, aportan un terreno temporal para la experimentación radical.
Pero siempre dentro de unos límites. El capitalismo fue capaz de desarrollarse gradualmente dentro de la sociedad feudal, así que en el momento en que la revolución capitalista se deshizo de los últimos vestigios de feudalismo, la mayoría de los mecanismos del nuevo orden burgués estaban ya firmemente asentados. Una revolución anticapitalista, por el contrario, no puede realmente construir su nueva sociedad sobre el armazón de la vieja. El capitalismo es mucho más flexible y omnipenetrante de lo que lo era el feudalismo, y tiende a cooptar cualquier organización opositora.
Los teóricos radicales del siglo XIX podían todavía ver bastantes residuos supervivientes de las formas comunales tradicionales para suponer que, una vez consumada la eliminación de la estructura explotadora, podrían revivirse y ampliarse para formar los cimientos de una sociedad nueva. Pero la penetración global del capitalismo espectacular en el presente siglo ha destruido casi todas las formas de control popular e interacción humana directa. Incluso los esfuerzos más modernos de la contracultura de los sesenta han sido integrados hace tiempo en el sistema. Las cooperativas, los gremios, las granjas de alimentos orgánicos y otras empresas marginales pueden producir bienes de mayor calidad en mejores condiciones laborales, pero aquellos bienes tienen que funcionar todavía como mercancías en el mercado. Las pocas empresas afortunadas tienden a desarrollarse en el comercio ordinario, en los cuales los miembros fundadores asumen gradualmente un rol de propiedad o dirección sobre los nuevos trabajadores y deben tratar con todos tipo de asuntos burocráticos y comerciales rutinarios que nada tienen que ver con preparar el terreno para una nueva sociedad.
Cuanto más dura una institución alternativa, más tiende a perder su carácter voluntario, experimental, desinteresado. Sus asalariados permanentes desarrollan un interés personal en el mantenimiento de status quo y evitan las cuestiones controvertidas por miedo a ofender a sus partidarios o perder sus fondos del gobierno o de fundaciones. Las instituciones alternativas también tienden a exigir demasiado del tiempo libre limitado que tiene la gente, empantanándola, sustrayéndole energía e imaginación para confrontar temas más generales. Tras un breve periodo de participación acaba quemada y la abandona, dejando el trabajo a los tipos serviciales o a los izquierdistas que intentan dar un buen ejemplo ideológico. Puede sonar bonito oír hablar de asociaciones de vecinos, etc., pero a menos que suceda una emergencia local puede ser fastidioso aguantar reuniones interminables para escuchar las reclamaciones de tus vecinos, o entrar en asuntos que realmente no te importan.
En nombre del realismo, los reformistas se limitan a perseguir objetivos factibles, pero incluso cuando consiguen algún ajuste en el sistema es normalmente neutralizado por algún desarrollo a otro nivel. Esto no significa que las reformas sean irrelevantes, simplemente que son insuficientes. Tenemos que continuar resistiendo los males particulares, pero tenemos también que reconocer que el sistema continuará generando otros nuevos hasta que le pongamos fin. Suponer que una serie de reformas sumarán finalmente un cambio cualitativo es como pensar que podemos llegar a atravesar un abismo de diez metros con una serie de saltitos de uno.
Se asume generalmente que como la revolución supone un cambio mucho mayor que las reformas, debe ser más difícil llevarla a cabo. A la larga puede ser en realidad más fácil, porque de un golpe elimina muchas pequeñas complicaciones y provoca un entusiasmo mucho mayor. En cierta medida llega a ser más práctico empezar de cero que volver a enlucir una estructura podrida.
Mientras tanto, hasta que una situación revolucionaria nos capacite para ser verdaderamente constructivos, lo mejor que podemos hacer es ser creativamente negativos centrarnos en la clarificación crítica, dejando que la gente persiga cualquier objetivo posible que pueda interesarles, pero sin la ilusión de que una sociedad nueva se está construyendo mediante la gradual acumulación de tales proyectos.
Los proyectos puramente negativos (p.e. abolición de las leyes contra el uso de drogas, sexo consensual y otros crímenes sin víctimas) tienen la ventaja de la simplicidad: benefician casi a cualquiera (excepto a este dúo simbiótico, el crimen organizado y la industria de control del crimen) y requieren poco trabajo, si es que alguno, después del éxito. Pero por otra parte, no aportan una gran oportunidad de participación creativa.
Los mejores proyectos son aquellos que son valiosos por sí mismos a la vez que contienen un desafío implícito hacia algún aspecto fundamental del sistema; proyectos que permiten a la gente participar en temas interesantes de acuerdo con su grado de interés, mientras tienden a abrir el camino a posibilidades más radicales.
Menos interesantes, aunque todavía útiles, son las demandas de mejores condiciones o derechos más igualitarios. Aunque tales proyectos no sean en sí mismos muy participativos pueden eliminar impedimentos a la participación.
Las menos deseables son las meras luchas de suma cero, donde la ganancia de un grupo es la pérdida de otro.
Pero incluso en el último caso la cuestión no es decir a la gente lo que debe hacer, sino hacerle tomar conciencia de lo que está haciendo. Si promocionan algún asunto para reclutar gente, es apropiado revelar sus motivos manipulativos. Si creen que están contribuyendo a un cambio radical, puede ser útil mostrarles cómo su actividad está realmente reforzando el sistema de alguna forma. Pero si están realmente interesados en su proyecto en sí mismo, ¡que continúen!
Incluso si estamos en desacuerdo con sus prioridades (recolección de fondos para la ópera, por ejemplo, mientras la calle está llena de gente sin techo) deberíamos guardarnos de cualquier estrategia que meramente invoque la culpabilidad de la gente, no sólo porque tales invocaciones tienen generalmente un efecto negligible sino porque tal moralismo reprime saludables aspiraciones positivas. Abstenerse de enfrentar asuntos de calidad de vida porque el sistema continúa planteando cuestiones de supervivencia es someterse a un chantaje que ya no tiene ninguna justificación. El pan y las rosas ya no son mutuamente excluyentes.(4)
Los proyectos de calidad de vida son con frecuencia de hecho más inspiradores que las demandas políticas y económicas rutinarias porque despiertan en la gente perspectivas más ricas. Los libros de Paul Goodman están llenos de ejemplos imaginativos y a menudo divertidos. Aunque sus propuestas son reformistas, lo son de una forma tan viva y provocativa que aportan un contraste estimulante con la servil postura defensiva de la mayoría de los reformistas de hoy, que se limitan a reaccionar a la agenda de los reaccionarios diciendo: Estamos de acuerdo en que es esencial crear empleo, luchar contra el crimen, defender nuestra patria con energía; pero los métodos moderados conseguirán esto mejor que las propuestas extremistas de los conservadores.
Si todo sigue igual, tiene más sentido concentrar nuestra energía sobre temas que ya no están recibiendo la atención pública; y preferir proyectos que puedan llevarse a cabo limpia y directamente a los que requieren compromisos, como trabajar a través de agencias gubernamentales. Aunque tales compromisos no parezcan demasiado serios, crean un mal precedente. La dependencia hacia el estado casi siempre se vuelve contra uno (comisiones designadas para suprimir la corrupción burocrática se desarrollan en nuevas burocracias corruptas; leyes diseñadas para desbaratar grupos reaccionarios armados terminan utilizándose principalmente para perseguir grupos radicales desarmados).
El sistema es capaz de matar dos pájaros de un tiro al llevar a sus oponentes a ofrecer soluciones constructivas a sus propias crisis. De hecho necesita una cierta oposición para dar cuenta de los problemas, forzarlo a racionalizarse, probar sus instrumentos de control y proveer excusas para imponer nuevas formas de control. Las medidas de emergencia se convierten imperceptiblemente en procedimientos normales, y de igual forma regulaciones que normalmente podrían ser contestadas se introducen en situaciones de pánico. La lenta y constante destrucción de la personalidad humana por todas las instituciones de la sociedad alienada, desde la escuela y la fábrica a la propaganda y el urbanismo, aparece como normal cuando el espectáculo enfoca obsesivamente crímenes individuales sensacionales, manipulando a la gente hacia una histeria en favor del orden público.
Por encima de todo, prospera cuando puede desviar la contestación social hacia disputas sobre posiciones privilegiadas dentro de él.
Esta es una cuestión particularmente espinosa. Toda desigualdad social necesita ser desafiada, no sólo porque sea injusta, sino porque en tanto en cuanto permanece puede ser utilizada para dividir a la gente. Pero lograr igualdad en la esclavitud salarial o las mismas oportunidades para llegar a ser burócrata o capitalista apenas constituye una victoria sobre el capitalismo burocrático.
Es natural y necesario que la gente defienda sus propios intereses; pero si intenta hacerlo identificándose demasiado exclusivamente con algún grupo social particular tiende a perder de vista la situación más general. Como las categorías cada vez más fragmentadas pelean por las migajas destinadas a cada una, caen en juegos mezquinos de culpabilización mutua y la noción de abolir la estructura jerárquica completa se olvida. La gente que está siempre dispuesta a denunciar la más leve insinuación de estereotipo derogatorio acaba entusiasmándose hasta agrupar a todos los hombres o a todos los blancos entre los opresores, y entonces se preguntan por qué encuentra reacciones tan fuertes en la mayoría de ellos, que son muy conscientes de que tienen poco poder real sobre sus propias vidas, mucho menos sobre la de los demás.
Aparte de los demagogos reaccionarios (agradablemente sorprendidos de que los progresistas les aporten blancos tan fáciles para el ridículo) los únicos que pueden realmente beneficiarse de estas disputas de aniquilación mutua son unos cuantos arribistas que luchan por puestos burocráticos, concesiones del gobierno, plazas académicas, contratos de publicación, clientes comerciales o partidarios políticos en un tiempo en que las plazas vacantes del pastel son cada vez más escasas. Olfatear la incorrección política les permite derribar rivales y críticos y reforzar sus propias posiciones como especialistas reconocidos o portavoces de su particular fragmento. Los diversos grupos oprimidos que son lo bastante tontos como para aceptar a tales portavoces no reciben a cambio sino la sensación agridulce de resentimiento autojustificado y una ridícula terminología oficial evocadora de la neolengua de Orwell.(5)
Hay una distinción crucial, aunque a veces sutil, entre luchar contra los males sociales y alimentarse de ellos. La gente no aumenta su poder porque es alentada a revolcarse en su propio victimismo. La autonomía individual no se desarrolla tomando refugio en alguna identidad de grupo. No se demuestra igual inteligencia rechazando el pensamiento lógico como una táctica típica de varón blanco. No se promueve el diálogo radical persiguiendo a la gente que no se conforma con alguna ortodoxia política, y menos aún luchando para reforzar legalmente tal ortodoxia.
Ni se hace la historia reescribiéndola. Es verdad que necesitamos liberarnos del respeto acrítico al pasado y llegar a ser conscientes de las formas en que ha sido tergiversado. Pero hay que reconocer que a pesar de nuestra desaprobación hacia los prejuicios e injusticias del pasado, es improbable que nosotros hubiésemos actuado mejor de haber vivido bajo las mismas condiciones. Aplicar los standards actuales retroactivamente (corregir a cada momento con suficiencia a los autores anteriores que utilizan las formas masculinas convencionales anteriormente, o querer censurar Huckleberry Finn porque Huck no se refiere a Jim como una persona de color) sólo refuerza la ignorancia histórica que el espectáculo moderno ha logrado estimular con tanto éxito.
Muchos de estos absurdos derivan de la falsa asunción de que ser radical implica vivir conforme a algún principio moral como si nadie pudiera trabajar por la paz sin ser un pacifista total, o defender la abolición del capitalismo sin deshacerse de todo su dinero. La mayoría de la gente tiene demasiado sentido común para seguir realmente estos ideales simplistas, pero se sienten con frecuencia vagamente culpables por no hacerlo. Esta culpabilidad les paraliza y les hace más susceptibles al chantaje de los manipuladores izquierdistas (que nos dicen que si no tenemos el valor de sacrificarnos, debemos apoyar acríticamente a aquellos que lo hacen). O tratan de reprimir su culpa denigrando a otros que parecen más comprometidos: un trabajador manual puede enorgullecerse de no venderse mentalmente como un profesor; quien quizá se siente superior a un publicista; quien puede a su vez menospreciar a alguien que trabaja en la industria de armamento
Convertir los problemas sociales en cuestiones morales personales distrae la atención de su solución potencial. Tratar de cambiar las condiciones sociales mediante la caridad es como tratar de subir el nivel del mar vertiendo cubos de agua en el océano. Y si se logra algún bien mediante acciones altruistas, confiarse a ellas como estrategia general es fútil porque siempre serán la excepción. Es natural que la mayor parte de las personas consideren ante todo su propios intereses y los intereses de las más cercanas a ellas. Uno de los méritos de los situacionistas fue haber superado las invocaciones izquierdistas de la culpa y el auto-sacrificio subrayando que la primera causa para hacer una revolución somos nosotros mismos.
Ir al pueblo para servirlo u organizarlo o radicalizarlo conduce normalmente a la manipulación y halla con frecuencia la apatía o la hostilidad. El ejemplo de las acciones independientes de otros es un medio de inspiración más fuerte y saludable. Una vez que la gente comienza a actuar por sí misma se encuentra más dispuesta a intercambiar experiencias, colaborar en términos de igualdad y, si es necesario, solicitar asistencia específica. Y cuando gana su propia libertad es mucho más duro volver atrás. Uno de los graffitis de mayo del 69 decía: No estoy al servicio del pueblo (mucho menos de sus líderes autoproclamados) que el pueblo se sirva sólo. Otro señalaba más sucintamente: No me liberes Yo me ocuparé de ello.
Una crítica total significa que todo es puesto en cuestión, no que haya que oponerse a todo. Los radicales olvidan esto con frecuencia y caen en una espiral de oposiciones mutuas mediante afirmaciones cada vez más extremistas, suponiendo que cualquier compromiso equivale a venderse o incluso que todo placer equivale a complicidad con el sistema. Realmente, estar a favor o en contra de alguna posición política es tan fácil, y normalmente tan sin sentido, como estar a favor o en contra de algún equipo deportivo. Aquellos que proclaman arrogantemente su total oposición a todo compromiso, toda autoridad, toda organización, toda teoría, toda tecnología, etc., resultan no tener normalmente ninguna perspectiva revolucionaria ninguna concepción práctica sobre cómo el sistema presente puede ser derribado o cómo podría funcionar una sociedad postrevolucionaria. Algunos incluso intentan justificar esta carencia declarando que una simple revolución nunca podría ser lo bastante radical para satisfacer su rebeldía ontológica eterna.
Estas ampulosidades de todo o nada pueden impresionar temporalmente a algunos espectadores, pero su efecto último es simplemente hastiar a la gente. Tarde o temprano las contradicciones e hipocresías conducen al desencanto y la resignación. Al proyectar sobre el mundo sus propias frustraciones, los antiguos extremistas concluyen que todo cambio radical es desesperanzado y reprime la experiencia total; o quizás se alienan en alguna posición reaccionaria igualmente necia.
Si todo radical tuviera que ser un Durruti más nos valdría olvidarnos de ello y dedicarnos a cuestiones más realizables. Pero ser radical no significa ser el más extremo. En su sentido original significa simplemente ir a la raíz. La razón de que sea necesario ser radical para luchar por la abolición del capitalismo y el estado no es que éste sea el objetivo más extremo que quepa imaginarse, sino que ha llegado a ser desgraciadamente evidente que no bastará con menos.
Tenemos que darnos cuenta de lo que es necesario y suficiente; buscar proyectos que seamos verdaderamente capaces de hacer y que sean factibles con una probabilidad realista. Más allá de esto sólo hay aire caliente. Muchas de las tácticas radicales más viejas e incluso más efectivas debates, críticas, boicots, huelgas, ocupaciones, consejos obreros logran popularidad precisamente porque son simples, relativamente seguras, ampliamente aplicables, y lo bastante abiertas para conducir a posibilidades más amplias.
El extremismo simplista busca naturalmente su contraste más extremo. Si todos los problemas pueden ser atribuidos a una camarilla siniestra de fascistas totales todo lo demás parecerá confortablemente progresista en comparación. Mientras tanto las formas actuales de dominación moderna, que son normalmente más sutiles, proceden inadvertidamente y sin oposición.
Fijar la atención en los reaccionarios sólo los refuerza, los hace parecer más poderosos y fascinantes. No pasa nada por que nuestros oponentes nos ridiculicen o nos insulten, aunque nos representen como payasos o criminales; lo esencial es que hablan de nosotros, se preocupan de nosotros (Hitler). Reich señaló que instruir a la gente para que odie al policía sólo fortalece la autoridad de la policía y la inviste de un poder místico a los ojos de los pobres y desvalidos. Los fuertes son odiados pero también temidos y envidiados y seguidos. Estos sentimientos de miedo y envidia de los desposeídos explican una parte del poder de los reaccionarios políticos. Uno de los principales objetivos de la lucha racional por la libertad es desarmar a los reaccionarios exponiendo el carácter ilusorio de su poder (People in Trouble).
El principal problema que supone comprometerse no es tanto moral como práctico: es difícil atacar algo cuando nosotros mismos estamos implicados en ello. Criticamos con evasivas por miedo a que otros nos critiquen a su vez. Se vuelve más difícil concebir grandes ideas o actuar audazmente. Como se ha indicado con frecuencia, muchos alemanes consintieron la opresión nazi porque empezó de manera bastante gradual y estuvo al principio dirigida principalmente contra minorías impopulares (judíos, gitanos, comunistas, homosexuales); de modo que llegó el momento en que afectó a la población en general, que se volvió incapaz de hacer nada.
Es fácil condenar retrospectivamente a quienes han capitulado ante el fascismo o el estalinismo, pero es probable que la mayoría de nosotros no hubiéramos hecho otra cosa si hubiéramos estado en su lugar. En nuestras ilusiones, al pintarnos como un personaje dramático enfrentado a una opción bien definida al frente de una audiencia que lo valora, imaginamos que no tendríamos problema en llevar a cabo la decisión correcta. Pero las situaciones que encaramos en realidad son normalmente más complejas y oscuras. No siempre es fácil saber dónde fijar los límites.
Se trata de fijarlos en algún sitio, dejar de preocuparnos por la culpa y la vergüenza y la autojustificación, y tomar la ofensiva.
Este espíritu está bien ilustrado por aquellos trabajadores italianos que fueron a la huelga sin hacer demandas de ningún tipo. Tales huelgas no sólo son más interesantes que las negociaciones usuales de los sindicatos burocráticos, pueden incluso ser más efectivas: los jefes, sin saber lo lejos que tienen que ir, acaban a menudo concediendo mucho más de lo que los huelguistas se hubieran atrevido a demandar. Estos pueden entonces decidir sobre su segundo movimiento sin haberse comprometido a su vez a nada.
Una reacción defensiva contra este o aquel síntoma social consigue en el mejor de los casos tan sólo alguna concesión temporal sobre el tema específico. La agitación agresiva que rechaza limitarse ejerce mayor presión. Enfrentados a movimientos impredecibles muy extendidos, como la contracultura de los sesenta o la revuelta de mayo del 68 movimientos que ponen todo en cuestión, generando contestaciones autónomas en muchos frentes, amenazando con extenderse a la sociedad entera y demasiado vastos para ser controlados por líderes cooptables los dominantes se precipitan a limpiar su imagen, aprueban reformas, aumentan los salarios, excarcelan prisioneros, declaran amnistías, inician procesos de paz cualquier cosa con la esperanza de adelantarse al movimiento y restablecer su control. (La absoluta incontrolabilidad de la contracultura americana, que se extendió intensamente hasta el propio ejército, jugó probablemente un gran papel que el movimiento anti-guerra hizo explícito al forzar el fin de la guerra de Vietnam.)
El lado que toma la iniciativa define los términos de la lucha. En la medida en que siga innovando, retiene también el elemento de sorpresa. La audacia es en la prática un poder creativo Cuando la audacia se enfrenta a la vacilación ya tiene una ventaja significativa porque el propio estado de vacilación implica una pérdida de equilibrio. Sólo cuando la audacia se enfrenta a la previsión cauta está en desventaja (Clausewitz, Sobre la guerra). Pero la previsión cauta es muy rara entre quienes controlan esta sociedad. La mayor parte de los procesos de mercantilización, espectacularización y jerarquización son ciegos y automáticos: mercaderes, medios de comunicación y líderes siguen simplemente sus tendencias naturales a hacer dinero o captar audiencias o reclutar seguidores.
La sociedad del espectáculo es con frecuencia víctima de sus propias falsificaciones. Puesto que cada nivel de la burocracia trata por sí mismo de protegerse con estadísticas infladas, cada fuente de información sobrepuja a las otras con historias más sensacionales, y los estados en competencia, los departamentos gubernamentales y las compañías privadas ponen en práctica sus propias operaciones de desinformación independientes (ver capítulos 16 y 30 de los Comentarios a la sociedad del espectáculo), hasta los dominadores excepcionales que puedan tener alguna lucidez podrán difícilmente averiguar qué está sucediendo realmente. Como observa Debord en otro lugar del mismo libro, un estado que acaba reprimiendo su propio conocimiento histórico ya no puede conducirse estratégicamente.
Toda la historia del progreso de la libertad humana muestra que toda concesión ya hecha a sus augustas afirmaciones ha nacido de la lucha. . . . Si no hay lucha no hay progreso. Quienes profesan en favor de la libertad y lamentan todavía la agitación son hombres que quieren cosechar sin arar la tierra. Quieren que llueva sin truenos y relámpagos. Quieren el océano sin el imponente bramido de sus aguas. La lucha puede ser moral; o puede ser física; o puede ser moral y física a la vez, pero debe ser una lucha. El poder no concede nada sin que se lo pidan. Nunca lo hizo y nunca lo hará.Frederick Douglass
Cualquiera con algún conocimiento de historia es consciente de que las sociedades no
cambian sin una resistencia tenaz y con frecuencia salvaje a quienes están en el poder.
Si nuestros ancestros no hubieran recurrido a violentas revueltas, muchos de los que ahora
las deploran virtuosamente serían todavía siervos o esclavos.
El funcionamiento rutinario de esta sociedad es mucho más violento que cualquier reacción contra ella que pudiera darse. Imagina el escándalo que provocaría un movimiento radical que ejecutase a 20.000 oponentes; esta es la estimación mínima del número de niños que el sistema presente condena a la muerte por inanición cada día. Las vacilaciones y compromisos permiten que esta violencia en marcha continúe indefinidamente, causando en última instancia miles de veces más sufrimiento que una simple revolución decisiva.
Afortunadamente una revolución moderna, genuinamente mayoritaria, debería tener relativamente poca necesidad de la violencia excepto para neutralizar aquellos elementos de la minoría dominante que tratan de mantener violentamente su propio poder.
La violencia no sólo es indeseable en sí misma, genera pánico (y de este modo manipulabilidad) y promueve la organización militarista (y de este modo jerárquica). La noviolencia implica una organización más abierta y democrática; tiende a promover la serenidad y la compasión y rompe el ciclo miserable de odio y venganza.
Pero tenemos que evitar hacer un fetiche de esto. La réplica común, ¿Cómo se puede trabajar por la paz con métodos violentos? no tiene más lógica que decir a un hombre que se está ahogando que si quiere estar en tierra firme debe evitar tocar el agua. Al esforzarse por resolver malentendidos mediante el diálogo, los pacifistas olvidan que algunos problemas se basan en conflictos de intereses objetivos. Tienden a desestimar la malicia de los enemigos mientras exageran su propia culpabilidad, censurándose incluso sus propios sentimientos violentos. La práctica de declararse (contra la guerra, etc.), que puede parecer una expresión de autonomía personal, reduce realmente al activista a un objeto pasivo, otra persona por la paz, que (como un soldado) pone su cuerpo en primera línea mientras abdica de la investigación o experimentación personal. Quienes quieren socavar la noción de guerra excitante y heroica deben ir más allá de una noción de paz tan servil y miserable. Al definir su objeto como supervivencia, los activistas por la paz han tenido poco que decir a quienes están fascinados por la aniquilación global precisamente porque éstos están enfermos de una vida cotidiana reducida a la mera supervivencia, de manera que ven la guerra no ya como una amenaza sino como una liberación bienvenida de su vida de aburrimiento y constante ansiedad mezquina.
Sintiendo que su purismo no soportaría la prueba de la realidad, los pacifistas mantienen por costumbre una ignorancia intencionada sobre las luchas sociales del pasado y del presente. Aunque con frecuencia capaces de estudios intensos y de una autodisciplina estoica en su práctica espiritual personal, parecen creer que un conocimiento histórico y estratégico a nivel del Readers Digest será suficiente para sostener sus iniciativas de compromiso social. Como alguien que esperase eliminar las malas caídas eliminando la ley de la gravedad, encuentran más simple imaginar una lucha moral nunca acabada contra la codicia, el odio, la ignorancia, la intolerancia, que amenazar las estructuras sociales específicas que refuerzan realmente esas cualidades. Si uno insiste para que se enfrenten a estas cuestiones, se quejan a veces de que la contestación radical es un terreno muy estresante. Lo es en efecto, pero es una objeción extraña cuando viene de aquellos cuyas prácticas espirituales afirman hacer a la gente capaz de enfrentar los problemas con objetividad y ecuanimidad.
Hay un momento maravilloso en La cabaña del tío Tom: Cuando una familia cuáquera está ayudando a algunos esclavos a escapar a Canadá, aparece un hombre del sur que busca esclavos escapados. Uno de los cuáqueros le apunta con una escopeta y le dice, Amigo, no es necesaria su ayuda aquí. Pienso que éste es el tono correcto: no caer en el odio, ni siquiera en el desprecio, sino estar dispuesto a hacer lo que sea necesario en una situación dada.
Las reacciones contra los opresores son comprensibles, pero quienes llegan a estar demasiado enredados en ellas corren el riesgo de llegar a esclavizarse tanto mental como materialmente, encadenados a sus amos por vínculos de odio. El odio hacia los amos es en parte una proyección del odio a uno mismo por todas las humillaciones y compromisos que se han aceptado, que es el resultado de la vaga conciencia de que los jefes existen en última instancia sólo porque los gobernados los aguantan. Y aunque la escoria tiende a levantarse como la espuma, la mayoría de las personas que ocupan posiciones de poder no actúan de modo muy diferente a como lo haría cualquier otro al que le sucediera encontrarse en la misma posición, con los mismos intereses, tentaciones y miedos nuevos.
Las revanchas vigorosas pueden enseñar a las fuerzas enemigas a respetarte, pero tienden también a perpetuar antagonismos. La misericordia atrae de tu lado a veces a los enemigos, pero en otros casos les da simplemente una oportunidad de recuperarse y golpear de nuevo. No siempre es fácil determinar cuál de estas dos políticas es mejor en qué circunstancias. Las personas que han soportado regímenes particularmente viciados quieren naturalmente ver castigados a quienes los perpetraron; pero un exceso de venganza muestra a otros opresores presentes o futuros que es mejor para ellos luchar hasta la muerte puesto que no tienen nada que perder.
Pero la mayoría de la gente, incluso de aquellos que han sido vergonzosamente cómplices del sistema, esperarán a ver por dónde sopla el viento. La mejor defensa contra la contrarrevolución no es preocuparse en sacar a relucir ante la gente las ofensas del pasado o posibles traiciones futuras, sino profundizar la insurgencia hasta el punto de que atraiga a todo el mundo.
1. La difusión por parte de la I.S. de un texto denunciando una asamblea internacional de críticos de arte en Bélgica fue un bello ejemplo de esto: Se enviaron copias a un gran número de críticos o se les entregó personalmente. A otros se les telefoneó y se les leyó el texto completo o en parte. Un grupo forzó su entrada en el Club de Prensa donde los críticos estaban siendo recibidos y tiró los panfletos entre las audiencia. Otros fueron arrojados a las aceras desde las ventanas de las escaleras o desde un coche. . . . En resumen, se dieron todos los pasos necesarios para no dar ninguna posibilidad a los críticos de ser inconscientes de la existencia del texto.
2. La ausencia de un movimiento revolucionario en Europa ha reducido a la izquierda a su mínima expresión: una masa de espectadores que se desmaya de arrobamiento cada vez que los explotados de las colonias se alzan en armas contra sus dueños, y que no pueden evitar ver estos alzamientos como el epítome de la revolución. . . . Allí donde hay un conflicto ellos ven siempre al Bien luchando contra el Mal, revolución total versus reacción total. . . .. La crítica revolucionaria comienza más allá del bien y del mal; está enraizada en la historia y opera sobre la totalidad del mundo existente. En ningún caso puede aplaudir a un estado beligerante o apoyar la burocracia de un estado explotador en proceso de formación. . . . Es obviamente imposible por ahora buscar una solución revolucionaria a la guerra de Vietnam. Es necesario en primer lugar poner fin a la agresión americana para permitir que la lucha social real en Vietnam se desarrolle de un modo natural, i.e. para capacitar a los trabajadores y campesinos vietnamitas para redescubrir a sus enemigos dentro su propio país: la burocracia del norte y los estratos dominantes y propietarios del sur. Una vez que los americanos se retiren, la burocracia estalinista tomará el control del país entero esta conclusión es inevitable. . . . La cuestión es no dar apoyo incondicional (o ni siquiera condicional) al Vietcong, pero luchar consistente e intransigentemente contra el imperialismo americano. (Dos guerras locales I.S. #11, pp. 195-196, 203.)
3. En su forma mistificada, la dialéctica llegó a ser una moda en Alemania porque parecía transfigurar y glorificar el estado de cosas existente. En su forma racional es un escándalo y una abominación para la sociedad burguesa y sus profesores doctrinarios, porque comprehendiendo el estado de cosas existente reconoce simultáneamente la negación de este estado, su disolución inevitable; porque contempla el movimiento fluido de toda forma social históricamente desarrollada, y por lo tanto tiene en cuenta su transitoriedad tanto como su existencia momentánea; y porque no deja que nada se imponga sobre ella, y es en su esencia crítica y revolucionaria. (Marx, El Capital.)
La escisión entre marxismo y anarquismo mutiló a ambos. Los anarquistas criticaron debidamente las tendencias autoritarias y reductivamente economicistas en el marxismo, pero lo hicieron generalmente de una manera adialéctica, moralista, ahistórica, contraponiendo varios dualismos absolutos (Libertad versus Autoridad, Individualismo versus Colectivismo, Centralización versus Descentralización, etc.) y dejando a Marx y otros cuantos marxistas radicales un virtual monopolio sobre el análisis dialéctico coherente hasta que los situacionistas volvieron a unir de nuevo los aspectos libertarios y dialécticos. Sobre los méritos e imperfecciones del marxismo y el anarquismo ver La sociedad del espectáculo §§ 78-94.
4. Lo que emergió esta primavera en Zurich como manifestación contra la clausura de centros juveniles se ha extendido a toda Suiza, alimentando el descontento de una generación joven ansiosa por romper con lo que ellos ven como sociedad sofocante. No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se paga con la certeza de morir de aburrimiento, proclaman las pancartas y las pintadas en los escaparates de Lausanne. (Christian Science Monitor, 28 de octubre de 1980.) El slogan es del Tratado de saber vivir... de Vaneigem.
5. Para algunos ejemplos hilarantes ver Henry Beard y Christopher Cerf: The Official Politically Correct Dictionary and Handbook (Villard, 1992): es difícil discernir con frecuencia si los términos políticamente correctos en este libro son satíricos, si han sido propuestos realmente en serio o si han sido incluso adoptados y reforzados oficialmente. El único antídoto para tal delirio son unas cuantas sanas carcajadas.
Fin del capítulo 2 de El placer de la revolución de Ken Knabb,
traducción de Luis Navarro revisada por Ken Knabb. Versión original: The Joy of Revolution.
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