La repetición incansable y rutinaria de imágenes y relatos en torno a la dictadura y el Golpe de Estado que la inauguró, marcó la pauta televisiva con antelación al aniversario número 40 de aquel martes de horror. Como pésimo guión de una mala película de bajo presupuesto, el foco estaba centrado en los grandes personajes y en la cita constante a nuestro pasado reciente como una pieza de museo, muerta, estéril. Fue la industria televisiva como tal, la que ha tenido que acudir al llamado de la memoria ante un nuevo aniversario del Golpe, mediatizando el discurso del poder ante lo acontecido, con el fin único de momificar aquel capítulo de la lucha proletaria, para que nuestra generación lo internalice pasivamente, al igual que nuestros abuelos hicieron con la dictadura de Ibáñez del Campo en los años 20… para la burguesía, el olvido es el motor de la historia. Y es así como acudimos a un nuevo-viejo escenario donde el espectáculo de la memoria inocua nos golpea la puerta con fuerza solo cada 5 años, como si las consecuencias del neoliberalismo impuesto a sangre y fuego fueran diferentes en el aniversario número 39 o el 41.
Nuestra apuesta, es por una memoria histórica que entienda el pasado como parte de un relato continuo, donde los aprendizajes de la historia sirvan como materia fértil para cimentar el futuro. Es por eso que discrepamos de la versión oficial, que inmoviliza el bombardeo al Palacio de la Moneda como un suceso violento, pero único, desligado del contexto histórico que le dio origen y razón de ser: la reacción burguesa ante la oleada revolucionaria que recorría el mundo en la década de los 60 y 70, y de la cual Chile es un triste ejemplo mundial. Nos han querido ocultar burdamente que en las sociedades capitalistas el uso de la fuerza contra las explotados es un acto recurrente, sofisticado mientras los límites democráticos logran contener al pueblo con la ayuda cómplice de la izquierda burócrata, pero sanguinarios cuando el esquema es desbordado por la radicalidad autogestiva del proletariado. Es así como el discurso oficial apunta a que entendamos el Golpe Militar como un quiebre en la normalidad democrática, como un suceso aislado. Instalando un falso binomio entre dictadura y democracia, relativizando la naturaleza capitalista de estos escenarios políticos, siendo que ambos componen dos momentos de un único proceso histórico de dominación capitalista. Desviando nuestra mirada de la finalidad última de la revolución burguesa iniciada en 1973, que aparte de instaurar un nuevo modelo de acumulación capitalista, era infundir el terror en los sectores revolucionarios que desde finales del siglo XIX y principios del XX habían avanzado lentamente en la conquista de importantes derechos sociales y apuntaban decididamente a la abolición del sistema de clases en la región chilena. El mecanismo utilizado por la derecha política era el último posible ante un proletariado cada vez más agudo en su postura revolucionaria, el cual superaba a la socialdemocracia encarnada en la Unidad Popular y tenía en los Cordones Industriales, los Comandos Comunales y la organización de las JAP (Juntas de Autoabastecimiento y Precio) el núcleo de la revolución social.
Ante los 40 años de aquellos fatídicos sucesos, nuestro llamado es a entender aquel capítulo como un paso necesario en la continuación del sistema capitalista que hoy padecemos, ligando pasado y presente en perspectiva libertaria, donde la memoria no sea una visita al museo y constituya una oportunidad para repensar la significación histórica de quienes cayeron, ya no solo como víctimas pasivas sino como parte de un proyecto emancipatorio que hoy debemos actualizar y replantear para la necesaria superación de este estado de cosas.
Camilo L.