Lucha sin clases: ¿por qué el proletariado no resurge en el proceso de crisis capitalista?
"El presente trabajo es la traducción de un artículo publicado en el
número 30 de la revista Krisis en el año 2006
(www.krisis.org/2006/kampf-ohne-klassen). Para esta traducción destinada
a Herramienta, aquél artículo ha sido repasado y modificado
parcialmente por el autor. Es de recalcar, que el texto se refiere al
discurso marxista en Alemania y en Europa, donde el concepto de la lucha
de clases había perdido importancia por casi veinte años, para luego
resurgir parcialmente en la primera década del nuevo siglo. El texto se
enfrenta a esta tendencia y aboga por una redefinición de la crítica
anticapitalista más allá de aquel enfoque tradicional."
De la lucha de clases al desclasamiento
I. Mientras avanza la precarización de la vida junto con las
condiciones de trabajo y son perjudicados sectores cada vez mayores de
la población, retorna con fuerza el discurso sobre la lucha de clases,
el que en las últimas dos décadas casi había desaparecido. En un primer
momento esto puede parecer plausible, dada la creciente polarización
social. Sin embargo, como suele suceder cuando se recurre a modelos
interpretativos y explicativos del pasado, éstos no sirven para
esclarecer el presente. Al contrario de lo que parecería a primera
vista, las categorías del antagonismo de clase no explican adecuadamente
la creciente desigualdad social. Tampoco los conflictos de intereses
resultantes de esa desigualdad coinciden con lo que, históricamente, se
designó como lucha de clases.
II. El gran conflicto social que moldeó la sociedad capitalista de
manera decisiva durante todo el período histórico de su conformación y
establecimiento fue, como se sabe, el conflicto entre capital y trabajo.
En este conflicto se expresa la oposición de intereses entre dos
categorías inmanentes a la sociedad productora de mercancías: < entre
los representantes del capital que comandan y organizan el proceso de
producción con el objeto de lograr la valorización del capital y los
asalariados que con su trabajo “generan” el plusvalor necesario para
eso. Como tal se trata de un conflicto interno al sistema capitalista en
torno a las condiciones de cómo el valor es producido (condiciones de
trabajo, horas de trabajo, etc.) y el modo de su distribución (salarios,
ganancias, prestaciones sociales, etc.). Este conflicto de intereses se
expresó históricamente como lucha de clases debido a que, con base a
determinadas condiciones históricas, los asalariados se constituyeron
como un sujeto colectivo. En la defensa de sus intereses desarrollaron
una identidad y subjetividad colectiva de “clase obrera” y, como tal,
lograron ser reconocidos como ciudadanos y sujetos de mercado, a saber:
como propietarios y vendedores de una mercancía muy específica, la
mercancía fuerza de trabajo.
III. Ahora bien, si en la segunda mitad del siglo XX la lucha de
clases fue perdiendo cada vez más su dinámica, esto no fue, obviamente,
porque la sociedad capitalista prescindiera de la producción de
plusvalor. La contradicción objetiva entre las categorías funcionales de
capital y trabajo sigue vigente, aún cuando haya cambiado su fisonomía
concreta en el curso del desarrollo capitalista. Sin embargo, los
asalariados perdieron su carácter de clase, en la medida en que fueron
integrados al universo de la sociedad capitalista como ciudadanos y
sujetos de mercado. Es decir: a medida que la existencia social basada
en el trabajo abstracto se generalizaba y prácticamente todos los
miembros de la sociedad se convirtieron en propietarios y vendedores de
fuerza de trabajo, se diluyó la idea de que los asalariados
representaran un sujeto revolucionario.
IV.Esta transformación del conflicto entre capital y trabajo, que
alguna vez pareciera ser un antagonismo irreductible, se refleja en el
hecho, de que hoy en día los conflictos laborales mayormente ya no se
llevan a cabo bajo la premisa de una confrontación fundamental, de una
incompatibilidad objetiva entre los intereses del vendedor de la fuerza
de trabajo con los del capital. Más bien se enfatiza, en general, la
base común de intereses opuestos tales como el reforzar la demanda
interna en el mercado nacional o elevar la productividad empresarial por
medio de mejores condiciones de trabajo. No se critica el lucro como
tal, sino más bien las “ganancias exorbitantes”, la “innecesaria
relocalización fabril” o lo que se designa como “los buitres del capital
financiero”. Esto no es de sorprender, porque los sujetos modernos
saben que su bienestar en la sociedad productora de mercancías, aunque
sea precario, depende de que sigan en marcha los procesos de valorizar
el capital, incrementar la productividad y crecimiento forzado.
V. Esta percepción se debe por cierto al hecho de que la sociedad
productora de mercancías se ha impuesto de una forma casi total, ganando
la apariencia de una ley natural irrevocable. A la vez, las
modificaciones en la relación capital-trabajo introducidas en la época
post-fordista contribuyeron a establecer una extrema polarización
social, que, sin embargo, no forma la base para una nueva constitución de
clases sino más bien para un proceso general de “desclasamiento” que se
expresa por lo menos en cuatro tendencias.
VI. En primer lugar, ya en la fase final del fordismo, el trabajo
directo sobre el producto cedió lugar a las funciones de supervisión y
control así como a las tareas de la pre y la postproducción. En. Esto
implicó no sólo que la mano de obra industrial productora de valor, que
siempre se había considerado como el núcleo de la clase obrera, perdiera
en importancia frente a las otras categorías de asalariados, como los
trabajadores ocupados en la circulación, en el aparato estatal y en los
diversos “sectores de servicios”. A la vez, una parte significativa de
las funciones directivas y de control a bajo y mediano nivel fueron
integradas en las actividades laborales; de este modo la contradicción
entre trabajo y capital fue transferida directamente al interior de los
individuos (que eufemísticamente se designó como “responsabilidad
personal”, “enriquecimiento del trabajo”, “horizontalidad jerárquica”,
etc.). Esta tendencia se vio agravada por la presión creciente de la
competencia y por la precarización generalizada de las condiciones de
trabajo. El caso más obvio es el de los “cuentapropistas”, que están
obligados a realizar el mismo trabajo que un empleado a cuenta y riesgo
propio. Pero incluso dentro de las empresas mismas se agudiza la
tendencia de organizar las tareas de tal manera que los empleados sean
“gestores” de sí mismos y de su área de trabajo (por ejemplo con la
instalación de los llamados “centros de utilidades”). Y por último, la
administración estatal del desempleo elogia a la “autogestión” y a la
“responsabilidad personal” tanto más que queda en evidencia la
incapacidad del mercado de trabajo para reabsorber a todos los
expulsados.
VII. En segundo lugar, se suma la flexibilización forzada en el
mercado de trabajo. Como es bien sabido, hoy día el peor pecado contra
la ley capitalista es seguir adherido a una determinada función o
actividad laboral. Para sobrevivir uno debe estar dispuesto a alterar
constantemente entre diferentes actividades y categorías de trabajo
asalariado y autónomo (e incluso formas de trabajo no remuneradas como
las pasantías o el “trabajo a prueba”) sin identificarse con ninguna de
ellas, según el vaivén de oferta y demanda. Esto claramente fomenta una
competitividad generalizada y socava las bases para una solidaridad
laboral.
VIII. Tercero, las nuevas jerarquías y divisiones sociales no son
marcadas por las delimitaciones entre las categorías capital y trabajo,
sino que se superponen con ellas. Dicho más específicamente: entre los
mismos asalariados las diferencias sociales son tan abismales como en el
conjunto de la sociedad. Esto ya se puede observar al interior de las
propias empresas, donde el personal de planta estable (en disminución)
incluso asegurado por convenio colectivo de trabajo, realiza las mismas
tareas junto a un creciente número de trabajadores contratados,
temporales y cuentapropistas en condiciones laborales precarizadas. Aun
mayores son las diferencias entre los distintos rubros industriales,
segmentos de producción y sedes regionales. Y por último las
discrepancias en términos de ingresos y condiciones de trabajo entre
los diferentes países y regiones que compiten en el mercado global,
son enormes.
IX. En cuarto y último lugar, el desclasamiento significa que a nivel
mundial un número creciente de personas son excluidas en el sentido de
que no hay más lugar para ellas en el sistema productor de mercancías
que cada vez tiene menos capacidad para integrar fuerza de trabajo
productiva. Deben confrontarse con la situación de ser no sólo
sustituibles en cualquier momento, sino también “superfluos” en grado
creciente en el capitalismo. Los “privilegiados” hoy en día son aquellos
que aún son requeridos para cumplir alguna función sistémica. Pero
desde que estas mismas funciones se han tornado precarias, mantenerse
incluido es un equilibro sobre la cuerda floja y cada vez más difícil. A
medida que las estructuras funcionales se desintegran, también se
incrementa el número de individuos excluidos. La cantidad de ellos
difiere según el lugar que ocupa un país o una región en la escala de la
competencia global pero, sobre todos cierne la amenaza de caer en la
nada social. La tendencia es clara e inequívoca: a nivel mundial se ha
ido conformando un segmento creciente de nuevas clases bajas sin tener
algo en común con el viejo proletariado, porque ni objetivamente (por su
función o posición en el proceso de producción) ni en lo subjetivo (por
su conciencia) forman un nuevo sujeto social. En relación a la
valorización del capital este segmento social es netamente negativo,
porque como fuerza de trabajo es superflua. Esto impone reformular la
cuestión de un posible movimiento emancipatorio de manera totalmente
nueva.
Las tentativas de rescatar el sujeto muerto
X. El discurso resucitado sobre la lucha de clases poco aporta al
esclarecimiento de esta cuestión. A pesar de que este discurso, de algún
modo, tiene en cuenta las transformaciones sociales que tuvieron lugar,
finalmente no consigue romper con los patrones metafísicos del
concepto de lucha de clases del marxismo tradicional. Estos patrones se
reproducen constantemente a pesar de que el sujeto evocado ya no
existe. En otro texto traté de demostrar, que tanto Hardt/Negri como
John Holloway reproducen aquellos patrones metafísicos en sus
teorías.[3] Aquí quiero dirigir la mirada hacia otros enfoques cuya
inclinación metafísica no es tan obvia ya que argumentan de modo más
sociológico y empírico. Quiero demostrar que son precisamente los
resultados empíricos de sus investigaciones los que desmienten el
paradigma de lucha de clases. En el intento de preservar este paradigma
mediante todo tipo de agregados, los autores a discutir se enredan en
contradicciones insolubles que evidencian el fracaso de esta operación
de rescate. Por lo tanto sólo una demolición del edificio
tradicional-marxista de pensamiento puede abrir paso a una renovada
perspectiva del accionar emancipatorio.
XI. Para comenzar, escuchemos al teórico gramsciano Frank Deppe: “La
clase obrera”, escribe en la revista Fantômas[4], “de ningún modo
desapareció, el capitalismo se basa todavía en la explotación del
trabajo asalariado, los recursos naturales y las condiciones, sociales y
políticas de producción y apropiación de plusvalor. El número de
trabajadores en relación de dependencia laboral casi se ha duplicado
entre 1970 y 2000 y comprende cerca de la mitad de la población mundial.
Esto se debe principalmente al desarrollo en China y otras partes de
Asia, donde a resultas de la industrialización grandes partes de la
población rural ingresaron al mercado laboral. En los países
capitalistas desarrollados, la proporción de trabajadores asalariados es
ahora del 90 % y más” (Deppe, 2003, p. 11). Lo que a primera vista
llama la atención en este argumento es que opera al menos entre dos
significados fluctuantes del concepto de clase trabajadora. Primero
Deppe parece identificar a la clase trabajadora, de modo bastante
tradicional, con los trabajadores asalariados que, en sentido estricto
producen plusvalor y de cuyo plustrabajo se extrae directamente para la
valorización del capital. Sin embargo, este concepto de clase desemboca
en otro mucho más amplio, el de todos los “trabajadores en relación de
dependencia laboral”, con lo que así abarca la “mitad de la población
mundial” y en las metrópolis capitalistas incluso casi la totalidad de
la población (es decir, más del 90%).
XII. En esta oscilación argumentativa se expresa ya el dilema de los
teóricos de las clases. Si la categoría de clase trabajadora es
interpretada en el primer significado (conforme a la teoría marxista tal
como lo señala explícitamente Deppe), entonces hay que reconocer que se
trata de una minoría global que pierde cada vez más importancia a
medida que, en los sectores de producción de valor avanzan los procesos
de racionalización y hacen superfluo el trabajo en la producción
inmediata. En el segundo significado aludido, cabe decir que la
ampliación de la categoría de clase obrera a todos los “trabajadores en
relación de dependencia” se convierte en un no-concepto pues carece en
absoluto de poder de discriminación. Es simplemente otra palabra para el
modo de existencia generalizado en la sociedad capitalista, donde las
condiciones de vida están mediadas por el trabajo y la producción de
mercancías. Para la gran mayoría de la población esto significa estar
obligada a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Sin duda,
esto representa un aspecto clave de la sociedad capitalista, pero
justamente por eso, no proporciona la base conceptual para determinar
una división de clases; porque el hecho de poseer solamente una
mercancía que ofrecer en el mercado, la mercancía fuerza de trabajo, no
es el rasgo distintivo de una parte determinada de la población (la
“clase trabajadora”), sino una compulsión generalizada, a la que
básicamente todas las personas se encuentran sometidas,
independientemente de su lugar social como también de sus
circunstancias concretas de vida.
XIII. Las aporías de la teoría de clases también son evidentes en el
caso del historiador Marcel van der Linden, cuyo concepto de clase es
aún más amplio que el de Deppe. Según van der Linden: “pertenece a la
clase de trabajadores subalternos todo/a portador/a de fuerza de trabajo
cuya fuerza está siendo vendida o alquilada a otra persona bajo presión
económica o no. Es irrelevante si esta fuerza es ofrecida por el
portador o la portadora mismos o si los medios de producción les
pertenecen” (van der Linden, 2003, p. 34). Con esta definición, van der
Linden quiere dar cuenta del hecho de que en la sociedad productora de
mercancías globalizada ha surgido una enorme variedad de situaciones
laborales diferenciadas y jerarquizadas que no encajan (más) en el
clásico esquema de trabajo asalariado, tal como las formas de trabajo
esclavo y semi-esclavo, el trabajo autónomo y subcontratado extremamente
precario, pero también el trabajo de subsistencia y reproductivo no
remunerado de las mujeres. En consecuencia, van der Linden no habla ya
de la clase de “trabajadores asalariados libres”, sino que opta por el
concepto más amplio de “trabajadores subalternos” (cf. van der Linden,
2003, pp. 31-33). Sin embargo, esto no resuelve el problema; antes bien
lo lleva más lejos que Deppe elevando el concepto de clase a una
metacategoría que, en principio abarca casi la totalidad de la personas
que viven en la sociedad capitalista y esto es: a casi toda la
humanidad.
XIV. Es lógico que un concepto de clase como tal metacategoría
generalizada pierde todo poder de determinación. Representa la paradoja
de un concepto de la totalidad capitalista que no logra captar esta
totalidad adecuadamente, puesto que por un lado, refleja indirectamente
el hecho de que el trabajo representa el principio universal de
mediación social en el capitalismo; por el otro lado, van der Linden no
llega a analizar este principio en lo que es, porque lo identifica desde
ya con una categoría social particular, la categoría de clase.
El marxismo tradicional ha considerado siempre la mediación social a
través del trabajo como una constante transhistórica de todas las
sociedades, mientras que veía la característica específica del
capitalismo en el dominio de clase, basado en la extracción del
plusvalor y la propiedad privada de los medios de producción. Si
reconocemos, sin embargo, que el capitalismo en esencia es una sociedad
productora de mercancías y, por lo tanto, una sociedad en la cual los
seres humanos establecen sus relaciones sociales a través de la forma de
mercancía y dinero, su característica histórica-específica que lo
diferencia de todas las otras formaciones sociales previas, consiste en
el hecho de que el trabajo (abstracto), es decir la actividad que
produce las mercancías y el valor de cambio, constituye y confiere la
síntesis de la sociedad.[5]
Desde este punto de vista, el conflicto entre capital y trabajo no
representa un antagonismo fundamental, sino un conflicto inmanente entre
diferentes categorías sociales correspondientes al sistema de la
producción generalizada de mercancías. Y cuanto más formas diferenciadas
de vender su fuerza de trabajo se establecen, tanto menos se puede
hablar de un conflicto, sino que este se diluye en una multiplicidad de
conflictos cuyo único denominador común es el de estar localizados
dentro de una totalidad social constituida por el principio
universalista del trabajo abstracto.
XV. La idea, sin embargo, de que el antagonismo de clase es la
esencia del capitalismo, está tan arraigada que, incluso se sostiene
allí donde demuestra ser completamente inadecuada para el análisis. Esto
queda en evidencia justamente en los intentos de recuperar el concepto
de la lucha de clases frente a la situación global actual. Un ejemplo de
esto lo proporciona el mismo van der Linden cuando trata de delimitar y
precisar su concepto de clase, que obviamente a él mismo le parece
insuficiente, y se plantea el interrogante: “Qué tienen realmente en
común toda la diversidad de subalternos” (van der Linden, 2003, p. 33) y
responde “que todos los trabajadores subalternos viven enajenados”, es
decir en un “estado de heteronomía institucionalizada” (ibíd.). Para
explicar este concepto se refiere a Cornelius Castoriadis: “heteronomía
institucionalizada significa una división antagónica de la sociedad, es
decir, la dominación de una determinada categoría social sobre el
conjunto. (…) por lo tanto, la economía capitalista nos aliena porque
coincide con la división de clase entre proletarios y capitalistas”
(ibíd.).
XVI. Llama la atención enseguida que Castoriadis deriva la
“heteronomía institucionalizada” inmediatamente de la relación de
clases. Esta definición, tan simplificante como es, tenía un cierto
sentido en el contexto de la teoría de las clases del marxismo
tradicional, con su consabida fijación en el proletariado. Pero pierde
toda fuerza explicativa si, como lo hace van der Linden, se extiende el
concepto de clase hasta el infinito y termina subsumiendo en él a toda
la humanidad en mayor o menor medida. Implícitamente, van der Linden no
dice sino que la alienación es un rasgo básico universal de la sociedad
capitalista. Pero no llega a analizar esta característica en forma
coherente porque no se desprende del paradigma del marxismo tradicional.
Una vez más, el intento de salvar este paradigma mediante su ampliación
revela sus contradicciones y limitaciones. Ya Marx demostró que la
alienación y el fetichismo de la mercancía no se pueden deducir de la
dominación de clase, sino que constituyen los rasgos esenciales de una
sociedad basada en la producción de mercancías y el trabajo abstracto.
Para el movimiento obrero tradicional, en su lucha por conseguir el
reconocimiento dentro de la sociedad capitalista, esto puede haber
aparecido como un problema secundario. Hoy en día, sin embargo, éste
tiene que ser el enfoque principal de una crítica del capitalismo a la
altura del tiempo; es la adhesión anacrónica al paradigma de la lucha de
clase, que obstaculiza comprender esto.
La “clase” como totalidad positiva
XVII. Como ya he tratado de demostrar, los mismos defensores de aquel
paradigma tienen que conceder implícitamente, que el concepto de clase
está vaciado. Sin embargo, esto no los induce a cambiar de perspectiva,
sino a efectuar todo tipo de evasivas y a borrar sus propias huellas.
Como consecuencia se abre un abismo insalvable entre el enfoque teórico y
el análisis empírico. Por un lado, mantienen el concepto de clase,
ampliándolo hasta ser una metacategoría abstracta vacía de contenido
que, precisamente por esto, queda inmunizada contra toda crítica. Por
otro lado, eliminan furtivamente este mismo concepto porque ya no
desempeña ningún rol real en los análisis empíricos, salvo como una
difusa instancia de evocación que impregna la perspectiva de
investigación y tiñe los resultados de determinada manera.
XVIII. Suena un tanto a una ironía inconsciente cuando van der Linden
concluye su ensayo con el siguiente comentario: “Cabe advertir sobre
toda gran teoría empíricamente vacía” (ibíd., p. 34), porque esto es
exactamente lo que caracteriza su enfoque y el de todos los nuevos
protagonistas del discurso de clases: empíricamente su teoría yace vacía
cuando al mismo tiempo su análisis empírico no tiene sustento teórico;
se aferra al mito de la lucha de clases pese a que en la realidad social
no encuentra ni sujeto ni movimiento para vindicar esto, sin hacer
grandes acrobacias argumentativas. Autores como Deppe y van der Linden
describen de manera empíricamente correcta las jerarquías y
desigualdades sociales que se conforman y agudizan en el contexto del
capitalismo global en crisis; pero resumir estos resultados bajo el
título “Fragmentación de la clase trabajadora” implica una perspectiva
forzada, totalmente extrínseca a su análisis. Es asumida aquí una unidad
fundamental, presupuesta previa a todas esas “fragmentaciones”, incluso
cuando no es posible explicar en qué consiste ella. Porque el hecho de
que todos los grupos y todas las personas a las que se refiere el
análisis de alguna forma estén obligados a vender su fuerza de trabajo
no constituye ninguna base común más allá de que todos participan en la
competencia del mercado laboral. Deppe y van der Linden, sin embargo,
implícitamente presuponen un sujeto colectivo, que posteriormente ha
sido “fragmentado”; es decir, según ellos existe algo así como una
unidad substancial de clase, esencialmente anticapitalista, que aunque
actualmente no aparece a nivel empírico, puede y debe ser reconstituida.
XIX. Deppe incluso extiende este constructo esencialista, cuando, en
referencia a Gramsci, habla de un “nuevo bloque de subalternos”, que
junto con la “clase trabajadora”, incluye a todos los movimientos
sociales de los últimos años (“las protestas de campesinos sin tierra en
Brasil, el levantamiento en Chiapas, las manifestaciones masivas que a
nivel mundial se pronunciaron contra la guerra o su amenaza”). Este
bloque, sin embargo, no se halla articulado “todavía políticamente, por
ausencia de un programa y un accionar apropiado para enfrentar al
neoliberalismo de manera tal, que pudiese hacer confluir a las
diferentes fracciones (pág. 11). Es decir, este bloque ya existe “en sí”
pero aún no se expresa políticamente como tal.
No es casual que esto evoque a la forzada construcción de la
“conciencia de clase atribuida”, inventada por el filósofo leninista
Georg Lukács en los años 1920 para explicar por qué la mayoría de los
obreros europeos no disponía de una conciencia revolucionaria, en
contraste con lo que la teoría marxista predicaba. De ahí surgió la idea
metafísica de una “clase en sí” que debe ser concientizada para llegar a
ser “clase para sí”, lo que a la vez justificaba todas las medidas
“educativas” por parte de los partidos comunistas definidos como
representantes de una “conciencia avanzada de clase” y por lo tanto como
“vanguardia del proletariado”.[6] Deppe no se eleva a las alturas de
tales especulaciones metafísicas (y a la vez autoritarias), pero no por
haberlas superado, sino por arrastrarlas implícitamente sin ponerlas en
discusión. Sólo por eso puede reducir el problema de cómo superar la
“fragmentación” a la pregunta superficial por un “programa alternativo,
que podría soldar las diferentes “fracciones” de aquel “bloque”
presupuesto ya esencialmente.
XX. De tal modo, Deppe a la vez, sin reflexionar sobre ello,
reproduce otra de las figuras argumentativas clásicas del marxismo
tradicional. De acuerdo a ella, la clase trabajadora representaba, en
esencia, la universalidad social, la cual, según el marxismo
tradicional, era constituida por el trabajo. Por lo tanto la clase
trabajadora había heredado el legado de la burguesía, la que en sus
tiempos revolucionarios reclamaba representar la sociedad entera, para
luego traicionar este punto de vista ante sus intereses particulares de
clase.[7] En consecuencia, el objetivo revolucionario de la clase
trabajadora debía consistir en realizar finalmente aquella meta de la
revolución francesa y generar una totalidad social, mediada de modo
“consciente” por el trabajo. Como Moishe Postone lo ha demostrado
exhaustivamente en su libro Tiempo, trabajo y dominación social, esta
idea equivale en un doble sentido a una proyección deformada de las
relaciones capitalistas. En primer lugar, es una contradicción en sí
misma, querer configurar como “consciente” la mediación a través del
trabajo, porque ésta de por sí es idéntica a la mediación a través de la
producción de mercancías, la cual obedece a sus propias leyes
cosificadas, que se imponen a la sociedad tal como si fueran leyes
naturales; todo intento de “manejar” esta dinámica cosificada en forma
consciente está condenada al fracaso. Más bien se deben crear nuevas
formas de mediación directa más allá de la forma mercancía-dinero.
En segundo lugar, la constitución del conjunto social como totalidad
es también una característica histórica muy específica de la sociedad
capitalista, que, a diferencia de cualquier otra configuración social
que jamás existió, es mediada por un principio único. Por esto la
emancipación social no puede consistir en realizar la totalidad social
(supuestamente mediada de modo consciente) sino en superarla, para abrir
paso a una sociedad de individuos libremente asociados. Moishe Postone
ha explicado muy claramente, porqué y en qué manera la sociedad
capitalista puede ser considerada como totalidad en un sentido
histórico-específico: “La formación social capitalista, de acuerdo a
Marx, es única en tanto es constituida por una ‘sustancia’ social
cualitativamente homogénea, por lo tanto, existe como totalidad social.
Otras formaciones sociales no son totalizadas de tal forma, sus
relaciones sociales fundamentales no son cualitativamente homogéneas. No
pueden ser concebidas según el concepto de ‘substancia’ ni
desarrollarse a partir de un único principio estructurante. Tampoco
presentan una lógica histórica inmanente y necesaria que le sea propia”
(Postone 2003, p. 133 [trad. cast., pp. 132-133]). La consecuencia
lógica de esta determinación es “que la negación histórica del
capitalismo no implicaría la realización, sino la abolición de la
totalidad” (ibíd. [trad. cast., p. 133]; cf. también pp. 156-157 [trad.
cast., p. 157]).
XXI. Aunque el nuevo discurso clasista pretende criticar a su vez
las unificaciones falsas por parte marxismo tradicional, sin embargo, se
contradice debido a la persistente fijación a la categoría de “la
clase”. Es más: la tendencia a sobredimensionar esta categoría
particular hasta hacer de ella una metacategoría de la sociedad como un
todo, exagera la afirmación de la totalidad hasta un punto tal, que ya
cae en el absurdo. Porque si una mayoría casi absoluta de la humanidad
perteneciera a “la clase” (o al “bloque de subalternos”), la totalidad
social que el marxismo tradicional dibujaba en el horizonte del futuro,
estaría ya potencialmente realizada. Pero así, se pierde la base para
una crítica adecuada del capitalismo. La totalidad constituida por medio
de la mercancía y el trabajo abstracto no tendría que ser superada,
sino que debería tan sólo tomar conciencia de sí misma. Sólo unos pocos
dicen esto tan explícitamente como Hardt y Negri, que ya ven al
comunismo asomándose por todas partes bajo la fina manta del
capitalismo, pero esto no es de ningún modo un capricho individual, sino
una consecuencia lógica del enfoque teórico, que ellos comparten en lo
fundamental con todo el nuevo discurso sobre las clases.
XXII. Este discurso pretende estar más allá del marxismo tradicional,
porque rompe con la idea de unidad del sujeto y en su lugar evoca
permanentemente la heterogeneidad de la supuesta clase trabajadora. Pero
efectivamente con esto sólo se refiere el desgarramiento interno de la
sociedad productora de mercancías, que por causa de sus contradicciones
internas, se desintegra, en innumerables sujetos particulares, que
compiten entre sí.Si esta totalidad fragmentada se identifica con “la
clase trabajadora” definida como sujeto colectivo esencialmente
anticapitalista, resulta casi imposible criticar las dinámicas
regresivas y destructivas desencadenadas por la competencia generalizada
y los efectos de la crisis global, se manifieste esto en las formas de
violencia racista y sexista, en los delirios antisemitas, en los
etnicismos agresivos o los fundamentalismos religiosos. Desde la
perspectiva de clase estas dinámicas no pueden ser descifradas como un
accionar inherente a la subjetividad moderna, es decir, la forma de
subjetividad propia de todos los individuos miembros de la sociedad
capitalista, sea cual fuera su posición social. Como esa crítica no
concordaría con la referencia positiva al supuesto sujeto de clase, todo
aquello que perturba esta perspectiva, es tratado como una suerte de
factor externo que de alguna forma u otra puede fraccionar aquel sujeto
pero nada tiene que ver con lo que encubiertamente es supuesto como “ser
esencial de clase”.
Por lo tanto, en última instancia quedaría como una cuestión más o
menos de gusto personal, si movimientos etnicistas como el separatismo
catalán u organizaciones fundamentalistas como Hamas se incluyen o no en
el gran consenso de la lucha anticapitalista.
No more Making of the Working Class
XXIII. En contraste con los intentos de salvar a la clase trabajadora
mediante la extensión excesiva de sus determinaciones objetivas, están
aquellos que argumentan fundamentalmente desde el lado subjetivo. De
acuerdo con estos planteamientos, la clase no se define por su lugar en
el proceso de producción y valorización, sino que se constituye
constantemente de nuevo y atraviesa permanentes cambios, que están
sujetos, esencialmente, a la dinámica de la lucha de clases. Esta
perspectiva es mucho más abierta, porque enfoca en primer lugar los
conflictos, su carácter de proceso y las posibilidades de desarrollo
subjetivo contenidas en ellos. Sin embargo, aun así se basa en un axioma
apriorístico, que precede todos los análisis específicos y restringe su
perspectiva: como algo autoevidente, la lucha de clases es presupuesta
como un principio transhistórico válido, del que a su vez puede
derivarse la clase. “Siempre ya presente en todas las relaciones
sociales, la lucha de clases precede a las clases históricas”, escribe
la redacción de la revista Fantômas en la editorial de una edición ya
citada varias veces aquí (Nº4, 2003, p. 4, énfasis añadido). Sin
embargo, este argumento se vuelve circular. Tanto el concepto de clase
como el de lucha de clases son definidos de manera arbitraria. Según
este enfoque todos los conflictos sociales, serían susceptibles, en
principio, de ser declarados como lucha de clases, y todos los que
luchan de alguna forma como sujetos de clase, sin haber aclarado, cuáles
son los criterios para diferenciar entre los diferentes tipos de luchas
y de subjetividades.
De esta manera, el paradigma subjetivista de clase llega, en
principio, a resultados iguales que su contraparte objetivista. Porque
como obviamente tienen lugar luchas de todo tipo en cada momento en
alguna parte del mundo, según esta perspectiva, existe una dinámica
permanente de “lucha de clases” y, por lo tanto, de “formación de
clase”. El concepto aplicado es tan amplio, que de alguna u otra forma
siempre puede ser supuestamente verificado. Pero esta “verificación
empírica” está desde siempre determinado por el axioma que lo precede.
El resultado se conoce de antemano: el conjunto social no es otra cosa
que una totalidad de luchas de clases. No sorprende entonces que los
antiguos contrincantes teóricos, “objetivistas” y “subjetivistas”, vayan
reconciliándose cada vez más y coexistan en paz (como, por ejemplo, en
la edición de Fantômas). Pues cuando se pierde toda precisión conceptual
y la “clase” puede ser esto o aquello y desde luego está en todas
partes, las antiguas diferencias teóricas ya no desempeñan un papel
significativo.
XXIV. Básicamente el problema consiste en que el concepto de lucha de
clases aquí es desprendido de su contexto histórico específico, donde
tenía sentido: las luchas del movimiento obrero en los siglos XIX y XX.
Con esta descontextualización se pierde no sólo el vigor conceptual sino
con él la capacidad de diferenciar entre luchas anticapitalistas o
emancipatorias en un sentido más amplio, por un lado, y enfrentamientos
que más bien corresponden con lo que Hobbes llamó la “guerra de todos
contra todos”. Esto es, una vez más, especialmente evidente en Hardt y
Negri, que glorifican la lucha diaria por la existencia individual como
una forma de expresión de la lucha de clases y carecen de cualquier
criterio para diferenciar la violencia puramente regresiva, la
competencia generalizada o los movimientos fundamentalistas. El concepto
de la “lucha de clases” se torna así una fórmula abstracta y, en última
instancia afirmativa, que abarca tanto el estado de guerra permanente
de la sociedad capitalista y su desintegración provocada por la crisis
global, como los esfuerzos para oponérsele.
Desde luego, muchos representantes de la perspectiva subjetivista de
clase tratan de distinguir entre diferentes tipos de lucha en sus
análisis empíricos; sin embargo, estos esfuerzos flotan en el aire porque
no coinciden con la propia base teórica. El paradigma de la lucha de
clases descontextualizado no proporciona ningún instrumento conceptual
para realizar estas distinciones. Por eso para rescatar aquel paradigma
deben recurrir a toda clase de argumentos adicionales, provenientes de
otros contextos teóricos, como por ejemplo teorías postmodernistas. Esto
explica el carácter totalmente ecléctico de los conceptos
postoperaístas en especial, pero a la vez demuestra que ellos poco
pueden contribuir para esclarecer las dinámicas sociales desencadenadas
por la crisis global del sistema productor de mercancías.
XXV. Uno de los testimonios clave de la teoría de clases subjetivista
es el historiador social inglés E. P. Thompson, que siempre enfatizó el
aspecto activo en el origen de la clase obrera. En el prólogo a su
estudio histórico más importante, que en el original tiene el título
programático de The Making of the English Working Class [La formación de
la clase obrera en Inglaterra], escribe: “Formación porque es el
estudio de un proceso activo, que debe tanto a la acción como al
condicionamiento. La clase obrera no surgió como el sol, a una hora
determinada. Estuvo presente en su propia formación” (Thompson, 1989,
vol. 1, p. 13). Pero desde luego los análisis de Thompson se refieren a
procesos enmarcados en una situación histórica muy específica: el
desarrollo de la sociedad capitalista entre el último tercio del siglo
XVIII y el primer tercio del siglo XIX en Inglaterra. Es obvio que
aquella situación difiere de manera fundamental de la situación actual.
Estaba caracterizada por una dinámica de marginación y destrucción de
condiciones de vida y trabajo relativamente heterogéneas pre y
protocapitalistas. Esto se dio bajo la presión unificadora cada vez
mayor de la formas de producción y vida capitalista; lo que implicó la
generación masiva de “trabajadores doblemente libres”, obligados a
vender su fuerza de trabajo si querían sobrevivir. En sus
investigaciones, Thompson se concentró en las revueltas y luchas
defensivas, provocadas por este proceso, y mostró cómo, a partir de
ellas (y también por la experiencia de las derrotas) pudo empezar a
conformarse algo así como una conciencia de clase.
XXVI. Fue, sin duda alguna, un aporte muy importante hacer hincapié
en estos procesos subjetivos descuidados por el marxismo ortodoxo. Tanto
más hay que evitar el extraer los conocimientos adquiridos por Thompson
de su contexto histórico, porque lo único que se obtiene de esta manera
son abstracciones ahistóricas que no hacen ningún sentido. Si bien la
constitución de una conciencia de clase no surgió de modo automático del
proceso de valorización del capital que logró imponerse, no obstante
este proceso marca el contexto objetivo para esta constitución. Fue la
subordinación de todas las relaciones sociales bajo el principio
universalista del trabajo abstracto y la producción de mercancías, que
provocó aquellas luchas sociales, las cuales contribuyeron a la
formación de la clase obrera como sujeto colectivo, en defensa de sus
intereses, para un período histórico de más o menos 150 años. Los
momentos objetivos y subjetivos de esta constitución de clase se
entrelazan estrechamente con efectos recíprocos. Thompson mismo señala:
“La experiencia de clase está determinada en gran medida por las
relaciones de producción en las que uno nace -o en las que ingresa en
contra de su voluntad. La conciencia de clase es la forma como esta
experiencia es interpretada y mediatizada culturalmente: encarnada en
tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. En
contraste con la conciencia de clase, la experiencia de clase está
determinada” (Thompson, 1989, p. 8).
XXVII. Si aplicamos esta afirmación a la situación actual, lo primero
que llama la atención, es que el marco objetivo dentro del cual las
experiencias y los conflictos sociales tienen lugar es fundamentalmente
diferente al contexto histórico analizado por Thompson. Hoy no nos
encontramos en una situación donde el modo de producción y de vida
capitalista recién comienza a imponerse violentamente en la sociedad,
destruyendo todo un tejido heterogéneo de formas de vida tradicionales,
regidas por normas totalmente diferentes (Thompson habla de la “economía
moral”). Más bien: el sistema productor de mercancías se ha
generalizado en el mundo y subsumido a todas las relaciones sociales
bajo sus principios universalistas; pero a la vez entró en un proceso de
crisis global, una crisis, que no solamente es de carácter económico,
sino que socava los fundamentos de la sociedad basada en la valorización
del capital y pone en marcha una enorme dinámica de desintegración
social.
Esta tendencia es exactamente opuesta a los procesos en el siglo XIX
que desembocarían en la formación de la sociedad capitalista. La
creciente precarización de las condiciones de trabajo y de vida no
indica la existencia de un ejército industrial de reserva que más
adelante será integrado en la producción masiva en función de la
acumulación de capital; al contrario en ella se refleja el hecho de que
cada vez más personas a lo largo del mundo se vuelven superfluas para la
producción de valor y por lo tanto son excluidas en sentido económico,
social y político. Por lo tanto no presenciamos la reconstitución de una
nueva clase trabajadora global, sino la creciente descomposición de una
sociedad basada en el trabajo abstracto. No se está imponiendo una
forma social universalista frente a una pluralidad de modos de vida
precapitalistas; más bien esta forma universalista se desintegra por
medio de una multiplicidad de conflictos y enfrentamientos muchas veces
violentos y hace que los individuos atomizados pierdan todo base sólida
bajo los pies. Esta tendencia es universal solo en el sentido de que
equivale a un desclasamiento general; pero esto, de por sí es un proceso
meramente negativo que no genera una nueva síntesis social de luchas
solidarias.
XXVIII. Los movimientos sociales en la primera mitad del siglo XIX en
Inglaterra analizados por Thompson surgieron a partir de la experiencia
de verse confrontados con la marginación de las condiciones de vida no
capitalistas y protocapitalisas, incompatibles con el modo de producción
del capitalismo industrial. Frente a esta experiencia colectiva y ante
la tremenda imposición del trabajo en las fábricas, se desarrollaron
formas de solidaridad práctica y patrones culturales comunes, y al mismo
tiempo se constituyó una identidad colectiva de clase trabajadora. Sin
embargo, un proceso tal ya no puede tener lugar, porque falta el centro
de gravitación para focalizar y unificar las luchas heterogéneas. Pero
esta descentralización del campo social no solo abrió paso para una
pluralidad de movimientos emancipatorios más allá del tema del trabajo,
como movimientos feministas y ecologistas, sino también fomentó la
masiva proliferación de corrientes sectarias, fundamentalistas y
reaccionarias de todo tipo. Son justamente estas corrientes las que, a
nivel global, han ganado una atracción enorme, porque ofrecen no solo
apoyo material para su clientela sino sobre todo un sustento subjetivo
para los individuos expuestos a la competencia total o, marginados como
superfluos para el capitalismo.
Pero este sustento no es para nada emacipatorio. Más bien reproduce y
refuerza los momentos más regresivos y represivos de la subjetividad
moderna en vez de superarlos. Aquí no surge una nueva Working Class,
sino que se forman colectivos sociales que ofrecen un marco dentro del
cual los individuos son formateados, según las condiciones de la
sociedad capitalista, para que puedan seguir funcionando a nivel
precario, sin autoreflexión crítica alguna.
XXIX. Sin embargo, la fragmentación social causada por la crisis
capitalista no sólo desencadena los momentos regresivos de la
subjetividad moderna, sino activa también una multiplicidad de impulsos y
aspiraciones emancipatorios. Pero como éstos han perdido su centro de
gravedad, históricamente constituido por la lucha de clases, se ven
continuamente expuestos al peligro de reproducir por sí mismos las
tendencias centrífugas del proceso de crisis capitalista. Por lo tanto
se da el desafío de reformular una perspectiva de lucha anticapitalista
global, que sea capaz de vincular todas las diferentes luchas de
carácter emancipatorio sin falsas unificaciones ni jerarquizaciones. Un
punto de enfoque común sin duda tiene que ser el enfrentar las
tendencias de desintegración social a causa de la crisis y a los
movimientos y las corrientes regresivas, que se generan a partir de
estos procesos. Pero esta vinculación no se deduce a partir de
presupuestas determinaciones objetivas o subjetivas (como el punto de
vista de clase o la lucha de clases). Sólo puede emerger de la
cooperación consciente de movimientos sociales que aspiran a la
abolición de la dominación en todas sus manifestaciones, y no sólo como
una meta abstracta y distante, sino también dentro de sus propias
estructuras y relaciones internas.
XL. Lo que puede contribuir a la teoría crítica y el análisis de la
crisis global es nombrar posibles puntos de partida para realizar estas
vinculaciones. Si algo podemos aprender de las investigaciones de
Thompson, es la importancia de la experiencia práctica/concreta para la
constitución de los movimientos sociales. Por eso son de especial
importancia aquellos procesos en los cuales tiene lugar la resistencia a
las imposiciones del capitalismo, sustrayéndose a los intentos
jerárquicos, populistas y autoritarios de integración, así como las
luchas reivindicativas que aspiran a generar estructuras
auto-organizadas. Tales movimientos (como los zapatistas, la corriente
autónoma de los piqueteros y otros movimientos de base) obviamente son
minoritarios a nivel mundial y constantemente están amenazados por la
marginación y la cooptación. Sin embargo, aunque sean contradictorios en
muchos aspectos, en ellos se encuentran los momentos embrionarios que
apuntan a la perspectiva de una liberación de la totalidad capitalista.
El futuro no pertenece a la lucha de clases, sino a una lucha
emancipatoria sin clases.
Bibliografía:
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Arbeiterbewegung im 21. Jahrhundert”, en Fantômas, Nº 4, 2003, pp. 7-12.
Lohoff, Ernst (2005): “Die Verzauberung der Welt”, en Krisis, Nº 29,
2005, pp. 13-60. www.krisis.org/2005/die-verzauberung-der-welt
Postone, Moishe (2003): Zeit, Arbeit und gesellschaftliche
Herrschaft, Friburgo: ça-ira-Verlag, 2003. Edición en castellano Tiempo,
trabajo y dominación social”, trad. María Serrano, Madrid: Marcial
Pons, 2006.
Schandl, Franz (2002): “Kommunismus oder Klassenkampf”, en
Streifzüge, Nº 3, 2002, pp. 5-11.
www.krisis.org/1997/kommunismus-oder-klassenkampf
Thompson, Edward P. (1989): La formación de la clase obrera en Inglaterra, trad. Elena Grau, Barcelona: Crítica, 1989.
Trenkle, Norbert (2005): “Die metaphysischen Mucken des
Klassenkampfs”, en Krisis, Nº 29, 2005, pp. 143-159.
www.krisis.org/2005/die-metaphysischen-mucken-des-klassenkampfs
Trenkle, Norbert (2007): “La crisis del trabajo abstracto es la
crisis del capitalismo”. Ponencia para el coloquio “La crisis del
trabajo abstracto”, Buenos Aires, del 5 al 7 de noviembre 2007
www.krisis.org/2007/la-crisis-del-trabajo-abstracto-es-la-crisis-del-capitalismo
van der Linden, Marcel (2003): “Das vielköpfige Ungeheuer. Zum
Begriff der WeltarbeiterInnenklasse”, en Fantômas, Nº 4, 2003, pp.
30-34.
________________________
[3] Véase Trenkle (2005). Hablo de una especie de metafísica, porque
el concepto de la lucha de clases desde siempre se funda en la
construcción teórica esencialista (y en cierto modo idealista) de una
unidad sustancial de clase, antepuesta a todo análisis empírico. La
expresión filosófica más elaborada de esta construcción se encuentra en
el famoso texto de Georg Lukács “La cosificación y la conciencia del
proletariado” (1922), donde inventa el concepto de la “clase en sí” y la
“clase para sí” para explicar por qué no tuvo lugar la revolución
mundial. Más abajo retomaré esta crítica. Por el momento quiero recalcar
solamente que los teóricos de clase modernos como Holloway o
Hardt/Negri, que aunque en muchos aspectos se hayan desprendido del
marxismo tradicional y sobre todo del marxismo ortodoxo leninista,
arrastran consigo inconscientemente aquel concepto de clase metafísico.
[4] Revista que se editó en Hamburgo entre los años 2002 y 2008.
[5] En otro texto expliqué este aspecto más detalladamente: “El
trabajo abstracto es el principio central de organización y dominación
de la sociedad capitalista. Lo afirmamos no sólo por el hecho de que la
realización del capital depende de la aplicación de la fuerza de trabajo
vivo en el proceso de producción, sino por una razón más fundamental:
el trabajo abstracto constituye y confiere la síntesis de la sociedad
capitalista. Puesto que ésta, en esencia, es una sociedad productora de
mercancías y, por lo tanto, una sociedad en la cual los seres humanos
establecen sus relaciones sociales a través de la forma de mercancías y
dinero. Pero dado que una mercancía, considerada desde su aspecto de
valor de cambio, no es otra cosa que portadora de valor -o sea de
“trabajo muerto”- la mediación o transmisión social conferida a través
de mercancías es idéntica a la mediación o transmisión a través del
trabajo abstracto. La expresión más directa y evidente de esto es la
obligatoriedad generalizada de tener que vender la propia fuerza de
trabajo para poder sobrevivir. Por lo tanto uno mismo debe convertirse
en mercancía para, a través de la compra de los bienes de consumo, tener
acceso a la riqueza de la sociedad . La síntesis o mediación social a
través de mercancías y trabajo es, en esencia, mediación cosificada. Es
decir: las relaciones sociales (relaciones entre seres humanos) se
establecen por medio de las cosas (mercancías) y asumen de esta manera
una forma totalmente demencial. En cierta forma, las cosas comunican
sobre cómo deben vivir los seres humanos. O dicho de otro modo: en la
sociedad capitalista, los productos del trabajo humano adquieren vida
propia y se presentan ante las personas como configuración de coacciones
aparentemente ajenas. Para este estado de cosas, Marx acuñó la famosa
expresión de fetichismo de la mercancía” (Trenkle, 2007, p. 1) Véase
también al respecto Postone (2003, en especial pp. 229-245 [trad. cast.,
pp. 233-247]).
[6] Véase Trenkle (2005).
[7] El abate Emmanuel Joseph Sieyés (1748-1836), en las vísperas de
la Revolución Francesa, escribió un folleto titulado”¿Qué es el Tercer
Estado?”, que alcanzó una gran resonancia. En las primeras líneas, al
explicar su contenido, expresó: “El plan de este escrito es bastante
simple. Tenemos que hacernos tres preguntas: 1º) ¿Qué es el tercer
estado? Todo. 2º) Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada.
3º) ¿Qué pide? Llegar a ser algo”.
http://www.enciclopediadelapolitica.org/Default.aspx?i=&por=e&idind=623&termino=
Trenkle, Norbert
[Traducción al castellano: Mariano Campos, Facundo Martín, Dora de la Vega y Norbert Trenkle].
Fuente: Grupo Krisis/Español