SE PUEDE CONSEGUIR LA IGUALDAD DE RESULTADOS AL FINAL DE LA ESCOLARIZACIÓN OBLIGATORIA SÓLO SI EXISTE UNA VERDADERA VOLUNTAD POLÍTICA EN ESE SENTIDO Y SI EL TRABAJO PARA ELLO ES CONSTANTE DESDE EL PRINCIPIO DE LA ESCOLARIZACIÓN
La escuela inclusiva es una necesidad de las sociedades democráticas que no quieren serlo sólo en apariencia: les va en ello su propia existencia como tales. Para conseguir ese tipo de escuela, es necesario conseguir la igualdad por arriba de los resultados académicos y de la forja del carácter de los alumnos. Para conseguir esa finalidad, no basta con proclamar su necesidad o nuestros deseos. Si queremos que todos[1] los niños españoles acaben su escolarización obligatoria teniendo verdaderamente asumidos todos los conocimientos que les serán necesarios para continuar sus estudios más allá de esa escolarización (o, en todo caso, para poder entender verdaderamente el mundo y la sociedad en que viven), una cuestión fundamental es qué currículo debe ser enseñado y aprendido en la enseñanza Infantil y en la Primaria. Lo que la práctica asegura, al respecto, y las pruebas empíricas certifican, es que, lejos de que sea necesario rebajar o aligerar los contenidos de la enseñanza Secundaria (lo que significaría de antemano la eliminación de la inclusividad que se pretende), lo que se necesita es asegurar el aprendizaje de contenidos más amplios y rigurosos en la Primaria.
Necesitamos que los escolares españoles puedan limar sus diferencias desde su primera y más tierna infancia. Si los niños de la clase trabajadora manual tienen (como parece que dicen la práctica escolar y muchos pedagogos) un menor caudal de vocabulario o menos recursos cognitivos que los niños de la clase trabajadora no manual, o que los niños de la clase capitalista, entonces, esos niños deben ser puestos, desde el minuto 1 de su escolarización (que debe ser para todos, y gratuita, desde el primer año de infantil), en situación de superar esa brecha inicial. La enseñanza sistemática de vocabulario (activo y pasivo), por medio de una práctica rigurosa e insistente, debe llevarse a cabo con energía y voluntad política de lograr la superación de la brecha inicial en ese sentido[2] ya desde el primer año. La brecha debe ir disminuyendo sistemáticamente, hasta que quede colmada por entero antes del comienzo del aprendizaje de la lectura.
El aprendizaje de la lectura debe afrontarse desde muy temprano, cumplidos que sean sus cuatro años de edad. Todos los niños deberán poder leer sin problemas antes de cumplir sus cinco años, y eso se conseguirá mediante el aprendizaje sistemático de la relación sonido-letra y de la conciencia fonológica[3]. Cuanto antes se aprenda leer, más fácil le será a los alumnos de la clase trabajadora manual el aprendizaje masivo de nuevas palabras, de modo que sea más difícil el retroceso en relación con los alumnos de familias más acostumbradas a las cuestiones culturales o intelectuales. La lectura en ese primer curso debe ser, pues, abundante, y, por supuesto, estimulante para el desarrollo intelectual del alumno[4]. Por otra parte, antes de que acabe el curso en que cumplen los cinco años, todos los escolares deben haber empezado en serio a aprender a escribir. Cuando cumplan los seis años deberán estar ya preparados para leer textos formativos (esa lectura servirá, al mismo tiempo, para el propio desarrollo de la capacidad lectora y para el aprendizaje de nuevos conocimientos) y para escribir (aprendizaje que se deberá completar antes de comenzar el primer año de la Primaria) textos sencillos (primero, copiando; luego, al dictado; finalmente, por su cuenta). La práctica de la lectura tiene que seguir siendo masiva en ese último año de la escuela infantil.
En resumen, todos los alumnos deberán estar en perfectas condiciones de empezar el primer curso de Primaria, porque se habrá trabajado desde el principio absoluto de la escolarización para borrar totalmente la brecha posible existente en ese inicio. Así, estarán todos preparados para empezar su trabajo de aprendizaje de todos los conocimientos que han de ser necesarios en cada momento del desarrollo de la práctica escolar. Eso significa que habrán de graduarse los conocimientos de acuerdo con las necesidades de cada curso y edad, teniendo en cuenta las necesidades de partida del curso siguiente. En ese sentido, es necesario que todos los escolares comiencen cada curso con todos los conocimientos que se requieran al efecto, y que todos esos conocimientos se amplíen y se exijan para asegurar que eso sucederá. Habrá de cuidarse, minuciosa y constantemente, que la brecha de conocimientos no aparezca en ningún momento, vigilando de cerca el desarrollo de todos los alumnos, de modo que se pueda advertir, antes de que se acentúe, cualquier pequeño desajuste en el aprendizaje. Todo el trabajo a desarrollar en la Primaria ha de ser el necesario para llegar al término del 6º año con todos los alumnos teniendo todos los conocimientos necesarios bien aprendidos y asimilados, y con la capacidad intelectual adecuada para comenzar el primer año de Secundaria sin ningún desajuste.
La lucha ha de ser constante en ese sentido, si es que queremos que la igualdad de resultados por arriba para todos, al término de la enseñanza obligatoria, sea un hecho. Si es que queremos, de verdad, la escuela inclusiva.
[1] Como es lógico, ‘todos‘ significa, en este texto, “casi todos”, es decir, todos aquellos que no presenten problemas extraordinarios. En todo caso, será preceptivo trabajar minuciosa y concienzudamente desde el primer día de la escolarización de cada niño para solucionar de inmediato los problemas de retraso que se perciban en cada momento. Hay que conseguir que los “problemas extraordinarios” sean sólo los que verdaderamente se manifiesten en la práctica como “extraordinarios” y queden claramente fuera del alcance de una instrucción rigurosa, empeñada, con verdadera voluntad política, en limitar al máximo esa cifra.
[2] Es decir, la brecha que tiene que ver con la situación inicial de desfase en el vocabulario. Asimismo, debiera ser posible poner a todos los niños en una situación cognitiva suficiente para la continuidad con aprovechamiento de su escolaridad. La idea fundamental es ésta: la brecha debe reducirse en todos los niveles en la medida necesaria para que todos estén en disposición de aprovechar los cursos sucesivos, no por medio de subterfugios del tipo “todos aprenden algo”, sino asegurando que todos aprenden lo suficiente para continuar adelante; es decir, no como ahora, en que una proporción creciente de los alumnos no pueden lograr los objetivos si éstos no son falseados. De esta forma, sí será posible que “todos” los que entran en primaria estén preparados para ello.
[3] Es necesario destacar, aquí, que las pruebas empíricas al efecto demuestran, repetidamente, que el “método global” de enseñanza-aprendizaje de la lectura en los niños pequeños no funciona en absoluto y que el “método fonológico” es necesario como la base inicial obligada para el comienzo real de la lectura.
[4] Pensamos que la comunicación con los que están aprendiendo a leer tendría que ser, en parte, también por medio de textos desde el principio de su formación. Es decir, no se trata sólo de proponerles ejercicios, sino también de darles instrucciones escritas, primero como rótulos, luego también como indicaciones para lograr algo. Creemos que la motivación para leer debiera tener desde el principio un componente utilitario; es decir, deberían “fabricarse” situaciones en las que la lectura demostrara una utilidad inmediata. La experiencia nos enseña ampliamente que, una vez que se ha aprendido con fuerza la idea fundamental del “valor de las letras”, el desarrollo de la lectura se efectúa con todo texto escrito que cae bajo los ojos del aprendiz.