Desde su creación el 17 de marzo de 1987, cada año los Premios Anuales de la Academia visten la noche de un sábado frío, festivalero y nocherniego y últimamente indignado -con razón- por el maltrato del Ejecutivo a una industria que lo fue y que no consigue volver a serlo. España está llena de talento y falta gestión y presupuesto porque los intereses del Gobierno miran hacia otros ministerios donde la literatura, el cine o las artes brillan por su ausencia.
Hagan juego y, ya que no son académicos y no pueden votar en los Goya, voten en este blog de El Huffington Post. Y no se preocupen porque para votar por su favorita no les vamos a pedir la entrada, ni el recibo del DVD ni el pago de su canal de streaming. Seguro que incluso sin haberlas visto, gracias al falso debate que se produce todos los años y los mantras que se repiten una y otra vez hasta haberle convencido de que son verdaderos, usted tendrá su favorita.
Nadie puede ya achacar a nuestro cine de carente de talento, de profesionalismo, de temáticas o de tratamientos. Quien no vea estas características en nuestra industria, quizá sea porque no haya visto sus películas. Porque sí, me gustan los Goya, pero porque me gusta, ante todo, el cine español.
Se ha muerto Emmanuelle Riva, casi en silencio, a los ochenta y nueve años. Elegante, reservada, introspectiva, distante. Podríamos decir que todo ello muy del gusto de Marguerite Duras, autora del guión de Hiroshima mon amour, la película de Alain Resnais por la que se la conoció mundialmente.
Necesitamos que se nos cuenten otras historias, que pongan el foco en otros ángulos, que nos ofrezcan otros protagonismos, que superen, entre otras cosas, el dominio casi absoluto de un relato cinematográfico dominado por el heroísmo masculino y la accesoriedad femenina.
En ciertos momentos, dudo de si realmente están representadas en estos galardones las distintas formas de producción cinematográfica. ¿O solo llegan a las nominaciones aquellas historias apoyadas por grandes canales de televisión y productoras consolidadas, aquellas que por su poder publicitario alcanzan a los académicos que son los encargados de votar?
Todos creo que estamos de acuerdo en que nuestro cine llega cada vez más al público con temas más cercanos a la audiencia. El problema realmente es saber qué es lo que inspira a nuestros cineastas: ¿las audiencias de televisión, la violencia, la denuncia social, la tragedia, el sexo? Todos ellos temas clásicos en la narrativa visual.
Sí, la literatura ha inspirado toda clase de películas. Y el cine ha servido para que mucha gente se acerque a los libros adaptados. Muchas veces ha sido y es la celestina inmejorable para reafirmar el romance con la lectura y, sobre todo, para seducir a nuevos lectores. En días de tantos premios cinematográficos (Globos de Oro, Oscar, Bafta, Goya), voy a recordar lo mejor de esa fructífera alianza.
Bimba dejaba su impronta de color, elegancia y seducción en todo lo que hacía. Bimba te gritaba en la cara que la belleza no es eso que nos quieren contar. Ahí estaba ella para demostrarlo, con esa apariencia masculina envolviendo la más absoluta fragilidad y finura, como las chicas francesas de los años 20. Y como ellas, también luchaba y vivía como si el mundo se estuviera acabando.
La La Land es cine para adentrarnos en la magia, para olvidar las rutinas, para elevarnos. Y salir así, casi flotando, del cine. Con ganas de ponernos a cantar y a bailar, de agarrarnos a una farola y saltar por el borde de las fuentes, y decir que sí, que, entre pasos de baile y canciones con ecos del mejor jazz, todo es posible.
Cuando todos estamos enfrascados en si un vestido es dorado o azul, en si un objeto es real o si todo es una ilusión óptica, olvidamos que hay muchos aspectos sociales que están invisibilizados, sin que parezca preocuparnos. Y si no, miren dentro de este post el tráiler de la película Cowboys & Aliens, que invisibiliza a una actriz como Olivia Wilde.
Esta nueva propuesta cinematográfica del director de la sugerente Whiplash me ha parecido más cercana a un anuncio alargado de champán que a un clásico del musical norteamericano. De hecho, pienso que no estaría mal reciclarlo la próxima Navidad como anuncio de esa lotería que siempre nos recuerda la suerte que tenemos con estar sanos y salvos.
Porque ¿no era el cine eso mismo, magia? ¿No se trataba de soñar, de volar con las historias, de hacernos creer en otros mundos, en que siempre hay una posibilidad, en que el amor de tu vida está en el siguiente bar, en la próxima esquina? Eso nos vendieron que era el cine. Y eso es lo que tiene este peliculón.
Carrie Fisher, la princesa virtuosa, la guerrera autoritaria de mirada fija y edad incalculable por su aplomo y madurez, imantaba cada escena con un difícil equilibrio entre la sensualidad y la maestría, blandiendo la espada para lonchear a un extraterrestre que haría que le temblasen las canillas al propio Obi-Wan, "su única esperanza".
Cuando parecía que nos habíamos sobrepuesto a la partida de David Bowie, que habíamos superado la marcha de Leonard Cohen y de Prince, e incluso nos habíamos resignado a perder a George Michael el día de Navidad, nos encontramos con un fin de año particularmente amargo con la muerte de Carrie Fisher y de su madre, la mítica actriz de Cantando bajo la lluvia Debbie Reynolds.
Tenía 95 años. Su humildad y humanidad iban por delante de cualquier otra cosa. Pero el transcurrir del tiempo y la propia naturaleza han hecho que este asturiano, tan reconocido en la profesión cinematográfica, haya dejado de existir. Pero este empeño desgarrador de la vida no podrá arrancar a su familia y amigos su recuerdo disfrutando de sus películas.