Con algo de esfuerzo y voluntad logro encontrar, o más bien hacerme, un momento de tranquilidad y silencio en un espacio donde la privacidad no existe, y eso que me encuentro dentro de uno de los módulos con menos presas y por ende algo más tranquilo. Me dispongo, tomo mi lápiz, mi cuaderno y algo sucede que las palabras no fluyen tan fácil. ¡El principio… los principios! Son mi tropiezo al escribir, y esta vez pensar en un comienzo de algo importante para mí como lo es este comunicado se me hace algo dificultoso. Dejo el lápiz y me sumerjo en mi cabeza para galopar marcha atrás en eso que humanamente, y por ende ilusoriamente, se imagina como una línea de vida, me sujeto de esta cuerda humana y la tiro con mis manos ansiosas para llegar de vuelo a uno de mis momentos atesorados.
Febrero del 2015. Estoy en el extremo sur (Patagonia) con la única compañía material de una mochila y una navaja en medio de un bosque alejado de todo rastro humano y civilizado. Estoy ahí porque un mes antes, y súbitamente, se me instala la idea y el impulso de que tengo que irme, viajar lejos de la urbe, de que hay algo que tengo que vivir y que tiene que ser en esos momentos. Decido, esa vez, dejarme llevar por ese impulso para encontrarme y llegar al lado de los árboles en un atardecer patagónico. Ese momento, fue todo un desafío personal (y así lo quise) al enfrentarme por primera vez a solas con una oscuridad total en medio de la naturaleza. Al principio sentí temor, lo que hizo que mis sentidos se agudizaran y abrieran paso a otra realidad, una escapada de toda humanidad, una totalmente salvaje que me abrazaba esa noche. Leer más…