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Menos sacrificio maternal, muchas más madres felices

01/02/2017 6:30 AM CST | Actualizado Hace 17 horas
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CC0 Public Domain

En una ocasión tuve una tensa discusión con una buena amiga a quien la idea del parto en medio del agudos dolores le parecía una bendición. Cuando le pregunté por qué consideraba que el sufrimiento podía beneficiar de alguna forma a la madre o al bebé, me dedicó una mirada furiosa, como si la mera sugerencia de lo contrario le ofendiera.

 — Una madre debe velar por la salud del bebé incluso antes de nacer — me explicó de mala gana.

 — ¿Y eso implica que pase por dolores insoportables?

 — Es parte de la naturaleza femenina.

Por más inquietante que parezca, la suya no es una opinión aislada: un considerable número alrededor de mujeres está convencida que el parto es algún tipo de castigo bíblico y como tal debe asumirse. Más allá de eso: consideran que cualquier tipo de tratamiento médico paliativo o que le brinde alivio al dolor físico de las contracciones es una especie de acto sacrílego de naturaleza moral contra la maternidad. Ambas percepciones sobre la naturaleza biológica del parto no dejan de ser desconcertantes y en ocasiones, directamente incomprensibles. O al menos para mí, mujer soltera sin hijos y ferviente creyente que la medicina moderna está al servicio de la salud de cualquiera que así lo necesite.

La convicción me viene de familia: nací por parto natural. Casi trece horas de sufrimiento que le dejaron a mi madre numerosas secuelas físicas. Me cuenta que durante el día y un poco más en que estuvo en trabajo de parto tuvo la nítida sensación de estar a carne viva, expuesta, tan vulnerable como no lo había estado antes o lo estaría después en toda su vida.

Hay un cierto prejuicio en el hecho que una madre decida recurrir a la ciencia médica para evitar atravesar una experiencia tan traumática como el parto natural.

 — ¿Te sentiste bendecida?, ¿qué necesitabas padecer todo ese dolor para convertirte en madre? — pregunté.

 — El parto es un hecho físico y es devastador. No me sentí bendecida o con deseos de expresar mi felicidad a gritos sólo por sentir dolor. La verdad, no encontré la relación entre el parto doloroso y la maternidad. Sigo sin encontrarla.

Un asunto complejo. Hay un cierto prejuicio en el hecho que una madre decida recurrir a la ciencia médica para evitar atravesar una experiencia tan traumática como el parto natural. Claro está, estoy consciente que la prioridad es la salud del bebé y sobre todo, la seguridad que ningún procedimiento médico pueda le afecte al nacer. Pero, ¿por qué motivo se debe revestir una decisión privada que solo concierne a la madre  — y quizás a su médico —  de una pátina moral o ética? ¿Es necesario juzgar a la madre o sus decisiones solo por el hecho que no coincidan con cierta percepción tradicional sobre lo que se supone es la maternidad?

Se trata de una idea inquietante: la maternidad parece convertir el cuerpo de la mujer  — y sus decisiones—  en asunto público. Como si el mero hecho de concebir privara a la madre de ciertos derechos y prerrogativas sobre sí misma. Hace poco, uno de mis contactos virtuales incluyó en el FrontPage de Facebook un video casero del parto de una de sus parientes.

La maternidad parece convertir el cuerpo de la mujer  — y sus decisiones —  en asunto público.

La madre, con el rostro tenso por el sufrimiento, gritaba hasta quedar exhausta, sacudida por un dolor insoportable. La cámara la enfocó en un intento de no perder detalle: las manos apretadas de la mujer en la sábana, las piernas abiertas y temblorosas, sus lágrimas de angustia. Junto a ella, el padre la sostenía entre desconcertado y asustado. De hecho, toda la escena tenía un aire terrorífico, aún más cuando la madre, entre jadeos, suplicaba: "¡No me grabes!¡No quiero que me grabes!". Aún así, la cámara nunca se alejó de su rostro. Jamás dejó de mirarla con una atención fría e incluso directamente violenta.

La escena me dolió por demostrar esa percepción anómala e incluso agresiva sobre la capacidad reproductora de la mujer que se hace tan notoria en el parto. El cuerpo de la mujer se transforma en un asunto público, en un hecho que forma parte de lo que parece ser una idea mucho más amplia y en la que no tiene ningún control.

El malestar no solo se debió a que considero el parto un hecho físico íntimo, crudo y de hecho traumático, sino porque también el momento más vulnerable de una mujer. Visto así, la maternidad se asume como un hecho que desborda a la madre, que la hace formar parte de esa mitología primitiva que considera que traer un hijo al mundo no solo un deber, sino un elemento casi simbólico. Un tipo de violencia muy sutil que pocas veces se analiza. Que agrede no solo a la mujer en uno de los momentos más duros de su vida, sino a la forma como se comprende el parto como parte de su vida.

Creer que por el hecho de soportar un dolor semejante se es peor o mejor madre, es una lamentable simplificación.

Es un error común: se asume que la mujer por el hecho de parir está preparada física y mentalmente para aceptar no solo el dolor físico sino el sacudón emocional que supone un parto natural. La consecuencia de eso es la altísima expectativa que se tiene sobre el comportamiento de la mujer y sobre todo, el hecho de asumir toda mujer está "preparada" para afrontar un parto de manera idéntica. Una peligrosa noción de un evento médico tan violento como el parto y el comportamiento de la parturienta. Cada organismo tiene procesos distintos y elementales lo suficientemente variados como para que cada experiencia física sea distinta. El parto no escapa a esa percepción.

Es indudable que el parto será una experiencia dolorosa por necesidad. Ahora bien, el cómo se decida manejar o asimilar eso, es un asunto privado que compete solo a los padres del futuro bebé y sin duda a su médico. Creer que por el hecho de soportar un dolor semejante se es peor o mejor madre, es una lamentable simplificación. Y quizás una peligrosa manera de asumir lo que realmente es el nacimiento de un bebé: un dolor extraordinario que abre la puerta a una una experiencia inolvidable. Una mirada elemental a nuestra natural necesidad de crear.

*Este texto representa la opinión del autor y no necesariamente la de The Huffington Post México.

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