La Revolución rusa: Una interpretación crítica y libertaria

7 mars 2017 by

FEBRERO

Introducción

La revolución rusa fue fruto de un amplio y profundo movimiento de masas. No la hizo ni la dirigió ningún individuo o partido, sino que fue una tempestad popular que lo arrolló todo a su paso, superando a todas las organizaciones e instituciones existentes. Fue una revolución propulsada desde abajo hacia arriba, que produjo órganos de poder obrero y de democracia directa como los soviets o consejos de delegados obreros.

Los soviets surgieron en 1905 como amalgama de organizaciones muy diversas del proletariado revolucionario: comités de huelga, cajas de resistencia y ayuda mutua, comités de barrio, comisiones representativas y diputados de obreros (y más tarde también de campesinos y soldados) elegidos como representantes en el Consejo/Soviet de una ciudad o comarca. Tanto los eseristas de izquierda (SR, Partido social-revolucionario) como los anarquistas participaban en los soviets, impulsándolos como la organización revolucionaria del proletariado y único instrumento capaz de derrocar al Estado zarista y ejecutar una profunda revolución social. La diferencia entre eseristas de izquierda y anarquistas radicaba en que los primeros querían apoderarse del poder estatal y los segundos destruirlo.

El anarquista Volin fundó en 1905 el primer soviet; pero Lenin en 1917 supo obtener la mayoría en esos organismos y cabalgar la oleada revolucionaria para convertir al partido bolchevique en la dirección (prescindible y manipuladora) de un movimiento popular de características y aliento libertarios. Sin embargo, los militantes anarquistas, aunque muy activos e incómodos en determinadas luchas, eran sólo un pequeño grupo, desorganizado y sin influencia, que salvo raras excepciones no obtuvieron representación en los soviets.

Según el historiador Pierre Broué, la socialdemocracia rusa, ya escindida desde 1903 entre bolcheviques y mencheviques, por cuestiones organizativas, hizo tres análisis distintos de la naturaleza del proceso revolucionario iniciado en 1905: el de Plejanov (menchevique), el de Lenin (bolchevique) y el de Trotsky (independiente).

Para Plejanov la revolución sólo podía ser burguesa. El Estado dejaría de ser dirigido por la nobleza feudal para pasar a manos de la burguesía. La clase obrera sólo jugaba el papel de aliado de la burguesía. Consolidada ésta, los trabajadores seguirían la vía democrática y parlamentaria, para ir adquiriendo gradualmente mayores cuotas de poder, hasta llegar a instaurar por fin el socialismo nacional en un incierto y lejano futuro.

Lenin admitía el carácter burgués de la revolución, pero negaba que hubiera de ser dirigida por la burguesía, demasiado débil para enfrentarse a la nobleza. Planteó la alianza de obreros y campesinos como la vía capaz de imponer un poder revolucionario, que realizaría una profunda reforma agraria sin superar aún las estructuras capitalistas. Con el desarrollo y consolidación del capitalismo en la atrasada Rusia, el proletariado incrementaría su número y se fortalecería hasta que llegase el momento de tomar el poder y empezar a construir el socialismo.

La posición de Trotsky, distinta de bolcheviques y mencheviques, consideraba que los obreros ya estaban capacitados para tomar el poder, y se diferenciaba de la de Lenin en que consideraba que la ausencia de condiciones objetivas para iniciar el socialismo serían suplidas por el carácter permanente de la revolución, que permitiría saltarse las etapas intermedias, consideradas por los marxistas como imprescindibles para pasar de la revolución burguesa a la socialista.

Lenin se adhirió a la posición de Trotsky con las llamadas Tesis de Abril, enfrentándose a la inmensa mayoría de bolcheviques, que sostenían el carácter exclusivamente burgués de la Revolución de Febrero (de 1917).

De 1905 a la Primera Guerra Mundial

La guerra ruso-japonesa fue un inmenso desastre bélico y económico, desencadenante de una protesta popular que se transformó en la primera etapa del proceso revolucionario ruso.

El 3 de enero de 1905 se inició la huelga en la fábrica Putilov de San Petersburgo. El domingo día 9 (“Domingo sangriento”) las tropas zaristas dispararon sobre una multitud pacífica e indefensa, encabezada por el pope Gapón, que intentaba entregar un memorial de quejas al zar, produciendo centenares de muertos y miles de heridos. La huelga se extendió a todo el país durante dos meses.

En junio se produjo el motín de los marineros del acorazado Potemkin en el puerto de Odesa; en octubre la revuelta de las tripulaciones de Kronstadt; y en noviembre la sublevación de once buques en la base naval de Sebastopol.

En San Petersburgo surgieron los primeros soviets, de corta duración. El gobierno zarista respondió con una brutal represión. Ante la amenaza de huelga general, Nicolás II prometió convocar la Duma.

En junio de 1906 se reunió la I Duma (Parlamento ruso), de mayoría cadete (KD o Partido Constitucional Democrático), con la intención de implantar un auténtico régimen parlamentario fundamentado en una reforma agraria capaz de crear una clase media campesina (los kulaks).

El nuevo primer ministro Piotr Stolypin impulsó un plan de reformas encaminadas al surgimiento de un proletariado agrícola, que a su vez incrementaría la influencia de los partidos socialistas en la II Duma (de febrero a junio de 1907)

El movimiento revolucionario, iniciado en 1905, se desplazó de las ciudades a las aldeas campesinas. La permanente agitación social provocó una modificación retrógrada del sistema electoral, con la que fue elegida la III Duma (1907-1912), de composición y vocación autocrática, conocida como parlamento de “los señores, popes y lacayos”. El zafio campesino siberiano Rasputín ejerció una nefasta influencia en la zarina, desacreditando al zarismo, incluso entre sus más fieles adeptos.

Stolypin fue asesinado en 1911, sucediéndole unos ineficaces primeros ministros, que encontraron en la IV Duma una asamblea dócil, poco dada a las reformas e incapaz de hacer concesiones a las agitaciones obreras de 1912. El reformismo zarista, demasiado timorato, se había saldado con un rotundo fracaso.

La Primera Guerra Mundial

Rusia no estaba preparada para una guerra de desgaste como la que se planteó en 1914. El ejército zarista carecía de armamento moderno, medios de transporte adecuados, cuadros de mando eficientes, tácticas apropiadas, una red logística, etcétera; sólo contaba con una inmensa masa de soldados dirigidos por una oficialidad inepta, captada entre la corrupta nobleza.

Fueron movilizados cerca de quince millones de hombres, conscientes de su escasa valía militar, considerados mera carne de cañón por una oficialidad brutal. El número de muertos, heridos y prisioneros rusos fue aproximadamente de cinco millones y medio de hombres. La cifra de desertores aumentaba incesantemente, extendiendo el descontento y las ideas revolucionarias.

Tras el éxito inicial de la ofensiva rusa en Galitizia (1914), que obligó a los austríacos a retroceder a los Cárpatos, las deficiencias técnicas del ejército ruso, la ineptitud del mando y el caos burocrático provocaron el desplome del frente, permitiendo que los alemanes ocuparan las provincias imperiales de Polonia y Lituania (1915).

La posterior ofensiva rusa de Brusilov en Bukovina y Galitizia, terminó con unas terribles pérdidas de muertos y heridos, que dieron paso a los primeros síntomas de descontento generalizado en el ejército zarista (1916).

Los soldados carecían de armas y de botas, imprescindibles en el duro clima ruso. Los suministros escaseaban y apareció el hambre. En este contexto, la disciplina militar tendía a quebrarse. Los desertores se contaban ahora por millares. Las divisiones sólo existían sobre el papel, porque en realidad no eran más que una multitud desorganizada, mal alimentada y mal equipada, enferma, indisciplinada y peor dirigida.

El despotismo de los oficiales sobre la tropa era intolerable por su crueldad y corrupción. Algunos mandos habían llegado a vender la madera y el alambre de espino necesarios para construir las trincheras.

En octubre de 1916 el saldo bélico era de un millón ochocientos mil muertos, dos millones de prisioneros de guerra y un millón de desaparecidos. La guerra desembocó en un caos económico. La hambruna azotó a la población y las huelgas se generalizaron. El gobierno respondió enviando a los huelguistas al frente. Se extendió el descontento popular. Los obreros revolucionarios de las ciudades llevaron su protesta a los soldados, que en su gran mayoría habían sido reclutados entre los sumisos campesinos. La rebelión prendió con rapidez entre esos soldados-campesinos. Se organizaron soviets de obreros, soldados y campesinos, y en el ejército sólo se hablaba ya de paz y del reparto de la tierra. Los motines eran habituales.

La Revolución de Febrero de 1917

La falta de pan y todo tipo de suministros, las largas colas y el frío fundamentaron las protestas populares en Petrogrado. La falta de materias primas en las industrias provocó el despido de millares de proletarios. Como la mayoría de los hombres jóvenes habían sido reclutados, las mujeres alcanzaban el cuarenta por ciento de los trabajadores industriales.

El día internacional de la mujer, el 23 de febrero (8 de marzo, en el calendario gregoriano que se sigue en Occidente), se iniciaron las protestas. Las mujeres de la barriada obrera de Viborg, reunidas en asamblea, se declararon en huelga. Las lúdicas manifestaciones de la mañana se hicieron, por la tarde, masivas y broncas, con la incorporación de los obreros metalúrgicos. Se gritaba “¡Pan, paz y libertad!” y “¡Abajo el zar!” Los enfrentamientos con la policía mostraron cierta indecisión por parte de los cosacos, no habituados a la represión de motines urbanos. La izquierda, incluidos los bolcheviques (mayoritarios en Viborg), habían aconsejado no ir a la huelga y aguardar. Todos los partidos se vieron sorprendidos por la fuerza del movimiento. Al día siguiente, ciento cincuenta mil obreros se manifestaron en las calles, y los cosacos, las tropas más leales al régimen zarista, empezaron a verse desbordados. En algunos lugares se negaron a disparar, o lo hicieron por encima de las cabezas. La autoridad zarista se resquebrajaba. La ciudad estaba paralizada. En la plaza Znamenskaya se produjo un enfrentamiento de los cosacos contra la odiada policía zarista, en defensa de una multitud amenazada.

La escuadra del Báltico se sublevó y los marineros de Kronstadt fusilaron a cientos de oficiales. La huelga, iniciada por las obreras el día 23, se había convertido el 24 en huelga general y luego en la insurrección del día 25. El zar incrementó la represión. La ciudad estaba tomada militarmente. El domingo 26, al mediodía, se produjo una matanza en la plaza Znamenskaya, donde más de cincuenta personas murieron bajo los disparos de un destacamento de reclutas novatos del regimiento Volynsky. Tras la matanza una muchedumbre furiosa asaltó juzgados, comisarías y prisiones, liberando a los presos.

Las masas populares consiguieron el apoyo de varios cuarteles del ejército, que se enfrentaron a la policía. Los partidos de izquierda, mencheviques, social-revolucionarios y bolcheviques, se pusieron al frente del movimiento y, junto a los regimientos sublevados, se apoderaron de toda la ciudad. El motín generalizado de la guarnición militar del día 27 convirtió los motines y la insurrección de los días anteriores en una revolución. El 28 la bandera roja ondeaba sobre la prisión-fortaleza de San Pedro y San Pablo. Los policías eran perseguidos y linchados en la calle. Ese mismo día (28) en el ala izquierda del Palacio de Táuride se constituyó el Soviet de Petrogrado, mientras en el ala derecha se reunía la Duma, perfilándose ya físicamente, en el mismo edificio, dos centros rivales de poder.

El zar, reunido con sus asesores, intentó enfrentarse a la revolución con un cambio de gobierno. Pero la lentitud del zar resultó fatal para la autoridad establecida. Burguesía, generales y gran parte de la nobleza aconsejaron al zar la abdicación en favor de su hijo o de su hermano. Pero cuando el zar accedió, ya era demasiado tarde. El pueblo ruso exigía la república.

En febrero de 1917 se planteó una situación de “doble poder”. En oposición al Estado burgués, los soviets surgían como un gobierno alternativo de la clase obrera. El 1 de marzo se publicó la Orden número 1 del Soviet de Petrogrado, que impulsaba la elección de representantes de la tropa en el Soviet, penalizaba el maltrato de los oficiales, limitando los abusos de autoridad, al tiempo que urgía a los soldados insurrectos a reconocer de forma prioritaria la autoridad del Soviet sobre la Duma.

Nicolás II abdicó al día siguiente. Las negociaciones entre el Soviet y la Duma acordaron la formación de un Gobierno Provisional, en el que el príncipe Lvov detentaba el cargo de primer ministro. Cuando se anunció el nombre de Lvov al gentío, un soldado expresó su sorpresa: “¿lo único que hemos hecho es cambiar a un zar por un príncipe?” (Figes, p. 385).

DE FEBRERO A OCTUBRE DE 1917

El Gobierno Provisional

El poder de la calle, el poder real, lo detentaban los soviets, pero no tenían intención alguna de hacerse con el gobierno y asumir todo el poder. Así se planteó lo que Trotsky calificó como “la paradoja de Febrero”, esto es, que una revolución que había ganado las calles dio paso a un gobierno constituido en los salones. Del pacto del Soviet de Petrogrado con la Duma surgió un gobierno provisional republicano, que estaba formado mayoritariamente por cadetes (KD, Partido constitucional democrático) y algunos representantes de los eseristas (SR, Partido socialista revolucionario) de derecha, como Kerenski. La composición social del nuevo gobierno había pasado de la nobleza a la burguesía liberal.

Los soviets habían puesto en libertad a los presos políticos y organizado los abastecimientos. También habían disuelto a la policía política zarista, legalizado a los sindicatos, organizado a los regimientos adictos a los soviets, etcétera, sin esperar ningún decreto. El Gobierno se limitó a ratificar las decisiones tomadas por los soviets, que no habían tomado directamente el poder porque existía una mayoría de mencheviques y eseristas que “no consideraban en absoluto la posibilidad de exigir un poder que la clase obrera aún no está capacitada para ejercer” (Broué, El partido bolchevique, p. 114), de acuerdo con los análisis previos de esos partidos sobre la naturaleza del proceso revolucionario ruso.

Los bolcheviques, dirigidos por Kamenev y Stalin, apoyaban estos dogmas. En el órgano bolchevique Pravda se produjo un giro radical cuando, a mediados de marzo, Stalin tomó la dirección del periódico, puesto que empezaron a publicarse numerosos artículos que defendían la idea de continuar la guerra: “Los bolcheviques adoptan en lo sucesivo la tesis de los mencheviques según la cual es preciso que los revolucionarios rusos prosigan la guerra para defender sus recientes conquistas democráticas frente al imperialismo alemán” (Broué, p. 115). En la Conferencia del 1 de abril, los bolcheviques aprobaron la propuesta de Stalin de “apoyar al Gobierno Provisional”, así como la posibilidad de una fusión entre bolcheviques y mencheviques (Carr, tomo 1, pp. 92-93).

Estas posiciones políticas chocaban con la voluntad popular, que exigía el fin inmediato de la guerra y de sus penalidades. Las declaraciones del ministro de exteriores Miliukov de respetar los compromisos bélicos con los aliados y continuar la guerra hasta la victoria final, provocaron el 20 y 21 de abril algaradas y manifestaciones, que desembocaron en una crisis de gobierno que se saldó con la dimisión de Miliukov y la constitución de un gobierno de coalición entre cadetes, eseristas y mencheviques, con amplia mayoría de estos dos últimos. Kerenski obtuvo el ministerio de Guerra. El nuevo gobierno fue muy bien visto por los aliados, que habían comprendido la relación de fuerzas existente en Rusia y deseaban un gobierno fuerte, capaz de mantener a Rusia en la guerra.

Las Tesis de Abril

Lenin, contrariado por lo que consideraba una política suicida y catastrófica del partido bolchevique, escribió en marzo desde Zurich las llamadas “Cartas desde Lejos”, en las que detallaba el programa bolchevique para pasar a la segunda fase de la revolución: transformar la guerra imperialista en guerra civil, ningún apoyo al Gobierno Provisional, neta diferenciación con los mencheviques, expropiación de los latifundios, armamento de los trabajadores para formar una milicia obrera y preparar de inmediato la revolución proletaria: todo el poder del Estado debía pasar a los Soviets.

Los bolcheviques del interior, que no aceptaban las novedosas posiciones del lejano Lenin, sólo publicaron la primera de las cuatro cartas. Lenin y el resto de exiliados revolucionarios rusos en Suiza examinaron todas las posibilidades existentes para regresar rápidamente a su país. Como los aliados les negaban los visados, aceptaron regresar a Rusia cruzando el territorio alemán. Las autoridades alemanas pensaban que los revolucionarios rusos conseguirían crear una situación caótica, que aceleraría la derrota rusa. Lenin y sus acompañantes atravesaron Alemania en un tren “sellado”. Más tarde, los enemigos de Lenin y de los bolcheviques utilizaron este episodio para acusarles de ser espías alemanes.

Lenin llegó el 3 de abril de 1917 a la estación de Finlandia, en Petrogrado. Sus posiciones, conocidas como Tesis de Abril, fueron incomprendidas y rechazadas por la mayoría de dirigentes bolcheviques. El día 7 las publicó en un breve artículo (“Las tareas del proletariado en la presente revolución”) en el que tácitamente abrazaba la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Afirmaba que era imposible acabar con la guerra sin vencer antes al capitalismo, por lo que era necesario pasar “de la primera etapa de la revolución, que entregó el poder a la burguesía, dada la insuficiencia tanto de la organización como de la conciencia proletarias, a su segunda etapa, que ha de poner el poder en manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado”. Afirmó además que los bolcheviques se ganarían a las masas “explicando pacientemente” su política: “No queremos que las masas nos crean sin más garantía que nuestra palabra. No somos charlatanes, queremos que sea la experiencia la que consiga que las masas salgan de su error”. La misión de los bolcheviques, señalaba, era la de estimular la iniciativa de las masas. De estas iniciativas había de surgir la experiencia que diera a los bolcheviques la mayoría en los soviets: entonces habría llegado el momento en que los soviets podrían tomar el poder e iniciar la construcción del socialismo. Las tesis de Lenin introdujeron de forma inesperada y brutal un rudo debate en el seno del partido bolchevique. Pravda se vio obligada a publicar una nota en la que Kamenev advertía que “tales tesis no representan sino la opinión particular de Lenin”. Lenin se apoyó en los cuadros obreros para enfrentarse a la dirección del partido. Poco a poco consiguió algunos adeptos, como Zinoniev y Bujarin, y la oposición frontal de otros, como Kamenev.

El 24 de abril se convocó una Conferencia Extraordinaria, presidida por Kamenev, quien con Ríkov, y otros dirigentes, defendían las posiciones que el mismo Lenin había planteado en 1906. Kamenev llegó a afirmar que “es prematuro afirmar que la democracia burguesa ha agotado todas sus posibilidades”. Lenin respondió que aquellas ideas eran antiguas fórmulas que los viejos bolcheviques “han aprendido ineptamente en lugar de analizar la originalidad de la nueva y apasionante realidad”, para finalizar recordando a Kamenev la célebre frase de Goethe: “Gris es la teoría, amigo mío, y verde el árbol de la vida”. Aunque salió vencedor en las tesis políticas fundamentales, su victoria no era total, ya que, de los nueve miembros de la dirección, cuatro eran contrarios a sus tesis.

Trotsky había llegado a Rusia el 5 de mayo, siendo inmediatamente invitado a entrar en la dirección del partido. El VI Congreso del partido bolchevique se inició el 26 de julio, sin la presencia de Lenin, que había pasado a la clandestinidad, ni la de Trotsky, detenido en las “jornadas de julio”. Fue un congreso de fusión de varias pequeñas organizaciones con el Partido bolchevique, que agrupaba ahora a ciento setenta mil militantes, de los que cuarenta mil eran de Petrogrado. La dirección elegida era fiel reflejo de la relación de fuerzas presentes: de los veintiún miembros, dieciséis pertenecían a la vieja fracción bolchevique. Lenin, Zinoviev y Trotsky fueron los más votados. El triunfo de las Tesis de Abril era, ahora, total. El camino de la insurrección ya estaba libre de obstáculos internos (Broué, pp.116-126).

Los bolcheviques habían arrebatado el programa de los eseristas de izquierda y de los anarquistas: “Todo el poder para los soviets”, con el único objetivo de dirigirlo.

De julio a octubre

La dualidad de poderes se deslizó rápidamente hacia un enfrentamiento social, sin más alternativa que la continuidad de la guerra, como defendían nobleza y burguesía, o la paz inmediata, exigida por las clases populares. Lenin había señalado en mayo que “el país estaba mil veces más a la izquierda que los mencheviques y cien veces más que los bolcheviques”. Soldados, obreros y campesinos estaban cada vez más radicalizados, porque sufrían directamente las consecuencias de la guerra.

Pero el Gobierno Provisional prosiguió su aventura bélica, cediendo a la presión de los aliados y al patriotismo ruso, ordenando una ofensiva, dirigida por Brusilov, que terminó en catástrofe militar y deserciones masivas. La orden de trasladar los destacamentos de Petrogrado al frente provocó una sublevación de los soldados, a la que se sumaron los obreros. Las manifestaciones populares del 3 y 4 de julio culminaron con la ocupación de Petrogrado por las masas, que exigían la destitución del gobierno, todo el poder a los soviets, la nacionalización de la tierra y la industria, el control obrero, pan y paz.

Los cadetes aprovecharon la crisis para dimitir y Kerenski asumió la presidencia de un gobierno formado ahora sólo por eseristas y mencheviques. Los bolcheviques, tras una campaña de propaganda contra el gobierno, en la que reclamaban todo el poder para los soviets, consideraron prematura la insurrección, aunque ésta se produjo en las principales ciudades y, sobre todo, en la capital, Petrogrado.

Los bolcheviques fueron desbordados y se mostraron incapaces de detener el movimiento insurreccional. Llegaron a ser abucheados. Tras diez días de movilizaciones la insurrección se extinguió, sin un claro vencedor. Ahora se aceptó el llamamiento de los bolcheviques para regresar al trabajo.

El Gobierno Provisional acusó a los bolcheviques de los incidentes, y a Lenin de ser un espía alemán, sacando a la luz la historia del tren sellado. Algunos regimientos neutrales se pasaron al bando gubernamental y muchos obreros, mencheviques y eseristas, estaban confusos ante las calumnias. En esta coyuntura, favorable al gobierno, se inició la represión contra los bolcheviques. Se prohibió su prensa, se asaltaron sus locales. Trotsky y Kamenev fueron detenidos. Lenin se exilió en Finlandia. Los cuadros bolcheviques pasaron a la clandestinidad.

Pero el fenómeno más importante se estaba produciendo en las zonas rurales. Los campesinos no sólo habían dejado de creer en las promesas de reforma de los socialistas en los distintos gobiernos provisionales, sino que influidos por el llamamiento de los bolcheviques a la acción directa y la ocupación de la tierra, generalizaron en todo el país la ocupación de fincas. Los cadetes regresaron al gobierno y exigieron duras medidas para restablecer el orden. Kerenski, sin embargo, fue incapaz de establecer el orden social y la disciplina militar. La represión de los cosacos en las zonas rurales aproximó irremisiblemente a campesinos y bolcheviques, porque éstos sostenían la consigna de “paz, pan y tierra”.

En agosto, Kerenski convocó una Conferencia Nacional, que agrupaba a fuerzas políticas, sociales, económicas y culturales de todo el país, con el fin de conseguir “un armisticio entre el capital y el trabajo” (Broué, p. 128). Los bolcheviques boicotearon la Conferencia, que fracasó sin remedio: sólo quedaba el golpe de estado militar.

Burguesía, nobleza, aliados y Estado Mayor promovieron un golpe de estado, que había de dirigir el general Kornilov, hasta entonces hombre de plena confianza de Kerenski. Kornilov se dirigió el 25 de agosto a Petrogrado, al mando de las tropas cosacas. Kerenski destituyó a Kornilov, aunque siguió manteniendo con él unas confusas negociaciones, mientras cadetes y mencheviques abandonaban el gobierno. Kerenski, caricatura de un nuevo zar, se marchó al frente como medio para esquivar los problemas. Mientras tanto, en un Petrogrado abandonado por el Gobierno Provisional, los soviets organizaron la defensa contra la amenaza de Kornilov. Los marineros de Kronstadt liberaron a los bolcheviques detenidos, Trotsky entre ellos, y el partido abandonó la clandestinidad. Sus cuadros y militantes consiguieron de inmediato una mayoría aplastante en la guarnición militar y en las fábricas.

Trotsky obtuvo de nuevo la presidencia del Soviet de Petrogrado y formó el Comité Militar Revolucionario, un órgano del Soviet que fusionaba las tropas con la recién creada Guardia Roja, compuesta por grupos de obreros armados. Kornilov y sus cosacos ni siquiera pudieron llegar a Petrogrado. Los ferroviarios se negaron a hacer circular los trenes que transportaban las tropas golpistas, o los llevaron a otros destinos. Los propios soldados se amotinaron en cuanto conocieron su misión.

El 3 de septiembre Kornilov desistía del golpe de estado y se entregaba al Gobierno. El intento golpista había invertido la situación a favor de los bolcheviques. Las asambleas de soldados arrestaban, y a veces ejecutaban, a los oficiales sospechosos de simpatizar con la kornilovada, y aprobaban resoluciones a favor del poder soviético y de la paz.

OCTUBRE

El 31 de agosto el Soviet de Petrogrado reclamaba todo el poder para los soviets, y el 9 de septiembre condenaba toda política de coalición con la burguesía. El 13 de septiembre Lenin envió dos cartas al Comité Central (CC) del Partido bolchevique en las que planteaba que las condiciones para la toma del poder ya habían madurado suficientemente. Pero la mayoría del CC, capitaneada por Zinoviev y Kamenev, se oponía aún a la definitiva insurrección proletaria. Creían que las condiciones seguían tan inmaduras como en julio.

Trotsky apoyaba la insurrección si se la hacía coincidir con el Congreso de los Soviets, que proyectaba reunirse a finales de octubre. Lenin sólo obtuvo el apoyo del joven Smilga, presidente del Soviet de Finlandia.

El 10 de octubre, Lenin, disfrazado con peluca y gorra, y afeitada la perilla, llegó a Petrogrado desde su exilio finlandés, con el fin de arrancar al CC, como sucedió por diez votos contra dos (Zinoviev y Kamenev), una resolución favorable a la insurrección, para la que se iniciaron inmediatamente los preparativos (Broué, pp. 126- 134; Figes, pp. 456-507).

La Revolución de Febrero de 1917 había derrocado al zar e instaurado las libertades democráticas y una república burguesa. Pero el proceso revolucionario ruso no se detuvo aquí y quiso llegar hasta el final, para arrebatar el poder a la burguesía e instaurar el poder obrero de los soviets. Los preparativos de la insurrección nunca fueron secretos para nadie. Kamenev y Zinoviev llegaron a denunciarlo en la prensa. El Comité Militar Revolucionario (CMR), encargado de la insurrección en Petrogrado, organizó toda la operación. Por otra parte, la insurrección de Octubre no se produjo en realidad por una decisión tomada por el CC del Partido bolchevique, sino como rechazo del Soviet a la orden del gobierno Kerensky de enviar al frente a dos tercios de la guarnición de Petrogrado.

El gobierno burgués pretendía, otra vez, alejar a las tropas revolucionarias de Petrogrado, y sustituirlas por batallones contrarrevolucionarios. Las Jornadas de Octubre empezaron sólo unas semanas después de la kornilovada, contra el nuevo intento de aplastar la revolución, obligando al proletariado a tomar medidas insurreccionales para defenderla. Las fuerzas con las que contaba el CMR no eran numerosas, pero sí absolutamente decisivas: la Guardia Roja, los marineros de la flota del Báltico, la guarnición de la ciudad y los barrios obreros. En la insurrección tomaron parte activa unos treinta mil hombres. No fue necesario el levantamiento de los barrios obreros, que permanecieron tranquilos; ni el asalto a los cuarteles militares, porque ya habían sido ganados para la revolución antes de la insurrección.

La fecha de la insurrección se fijó para la noche del 24, porque el 25 de octubre se reunía el Congreso de los Soviets. Esa noche se detuvo a toda la oficialidad que no reconociera la autoridad del CMR, se ocuparon las comisarías de policía, las imprentas, los puentes, los edificios oficiales, se establecieron controles en las calles más importantes, se adueñaron del banco estatal, de las estaciones ferroviarias, del telégrafo, de las centrales telefónica y eléctrica. En sólo trece horas Petrogrado estaba en manos de los soldados y obreros revolucionarios a las órdenes del Soviet.

A las 10 de la mañana del 25 sólo quedaba en poder del Gobierno su propia sede, el Palacio de Invierno, que estaba sitiado desde hacía días. Al anochecer del día 25 el crucero Aurora disparó una salva que daba la orden de asalto al Palacio de Invierno. Lenin quería anunciar a la asamblea del Congreso de los Soviets la caída del Gobierno Kerenski. Las tropas que defendían el Palacio resistieron hasta que se les dio la oportunidad de huir. Al final, el Palacio de Invierno se rindió en la madrugada del 26 de octubre, tras un asalto conjunto de marineros, soldados y obreros. El Gobierno Provisional, que se había reunido para organizar la resistencia en la capital, fue detenido; pero Kerenski huyó, en un coche requisado en la embajada norteamericana.

Entre el 28 de octubre y el 2 de noviembre la insurrección obrera triunfó también en Moscú, y tras dos o tres semanas se había extendido prácticamente a toda Rusia. Esa misma madrugada del 26 de octubre, el II Congreso de los Soviets, con una amplia mayoría bolchevique, eligió un gobierno revolucionario, compuesto mayoritariamente por bolcheviques y eseristas de izquierda, y aprobó los primeros decretos del nuevo gobierno. Lenin fue elegido presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Se decretó la paz, y se pactó un alto el fuego inmediato en todos los frentes. Trotsky, que había sido nombrado Comisario de Asuntos Exteriores, fue quien llevó el peso de las negociaciones con Alemania.

El 2 de diciembre se firmó el armisticio y el 4 de marzo de 1918 la paz, llamada de Brest-Litovsk, que provocó una agria polémica entre quienes querían firmar la paz a cualquier precio, como medio de defender el nuevo Estado soviético, y los que proponían extender la guerra revolucionaria a Europa, lo que estuvo a punto de provocar una escisión en el partido bolchevique. Ucrania quedaba abierta al saqueo de los austríacos y alemanes.

Se decretó la confiscación de los latifundios y la entrega de las tierras a los soviets campesinos, el control obrero de la industria y la nacionalización de la banca. Se reconocieron los derechos de las nacionalidades, incluyendo el derecho a la autodeterminación y la libertad de separarse. El nuevo gobierno soviético, que no fue reconocido por los aliados, tenía además en su contra la radical oposición de todo el espectro político restante, desde la extrema derecha zarista hasta los mencheviques. El estallido de una guerra civil, con intervención de las potencias extranjeras, fue inevitable sólo algunos meses más tarde.

El régimen bolchevique

Los bolcheviques se encontraron políticamente aislados. Los mencheviques seguían considerando que la toma del poder por un partido obrero era una locura, puesto que las “condiciones objetivas” impedían ir más allá de las tareas propias de una revolución burguesa: se trataba de desarrollar las libertades democráticas. Los eseristas de derecha oscilaban entre pedir a los bolcheviques un suicidio político, esto es, la expulsión de Lenin y Trotsky, o la confrontación armada. Los eseristas de izquierda se enfrentaron con los bolcheviques a causa de las discrepancias existentes sobre la cuestión de disolver, o no, la Asamblea Constituyente. En este Parlamento, elegido por sufragio universal, los bolcheviques eran una minoría. Los eseristas de izquierda estaban mal representados, porque el Partido Socialrevolucionario había designado a los candidatos antes de la anunciada escisión del ala izquierda, que era mayoritaria en las bases y en el campo. Ante la negativa de la Asamblea Constituyente a aprobar la Declaración de Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado (aprobada por los soviets), los bolcheviques la abandonaron, y a continuación, un destacamento de guardias rojos entró en el hemiciclo y dio por terminadas las sesiones. Era el fin de la democracia parlamentaria en Rusia. Se iniciaba una peligrosa confusión y entrelazamiento entre la burocracia del aparato estatal y los cuadros del partido bolchevique.

La guerra civil y el comunismo de guerra (1918-1921)

La guerra civil empezó con el levantamiento, en mayo de 1918, de la Legión Checoslovaca, formada por unos cincuenta mil soldados, con mandos franceses. Marcharon hacia el oeste, y en poco tiempo llegaron al Volga. El éxito de la operación decidió a los aliados a intervenir, con el objetivo de ahogar la revolución y restaurar el régimen zarista. En junio, tropas anglo-francesas desembarcaron en Murmansk y en Arkangel. En agosto, los aliados desembarcan cien mil hombres en Vladivostok, con el pretexto de ayudar a la Legión Checoslovaca. En el Sur el general zarista Denikin organizó un ejército de voluntarios con material y suministros británicos: había nacido la Guardia Blanca.

En septiembre, Trotsky, creador del Ejército Rojo, obtuvo el primer éxito soviético con la derrota de los checos y la reconquista de Kazán. En 1919 los franceses se apoderaron de Odesa y Crimea; los ingleses se adueñaron de los pozos petrolíferos del Cáucaso y el Don. El suelo ruso estaba ocupado además por tropas norteamericanas, polacas, alemanas, austríacas y serbias. La situación era desesperada. Se había consumado el plan de Clemenceau de cercar a los bolcheviques. Pero las disensiones entre los aliados y la nulidad política de los generales de la Guardia Blanca, incapaces de hacer concesiones de autonomía a las nacionalidades (cuestión que interesaba a los cosacos) y de tierra a los campesinos, para obtener su apoyo, permitieron que el Ejército Rojo resistiera durante los treinta meses que duró la guerra civil. Finalmente, la oleada revolucionaria que agitaba Europa y los éxitos militares de los rojos consiguieron la firma de un nuevo armisticio.

La guerra civil había dejado el país en ruinas. El comercio privado había desaparecido (Broué, pp. 163-170). Las medidas del llamado “comunismo de guerra” nacían pues de las propias necesidades de la guerra. Para alimentar a las ciudades sitiadas y al ejército se requisaban las cosechas. Los campesinos pobres fueron organizados contra los kulaks. No había ingresos fiscales, ya que la administración había desaparecido. La emisión descontrolada de papel moneda disparó la inflación. El hambre y las epidemias asolaron las ciudades, centro de la revolución. Los salarios se pagaban en especie. Los obreros industriales fueron desplazados a los frentes de batalla. El terror de la policía política hizo su inevitable aparición, con la fundación de la Checa en abril de 1918, cebándose especialmente en los mencheviques, eseristas y anarquistas: ya nada iba a ser igual. La producción industrial cayó en picado. La producción de acero y de hierro era mínima. Casi las tres cuartas partes de las vías férreas habían sido inutilizadas. La superficie cultivada se había reducido en una cuarta parte. Los kulaks sacrificaban el ganado y escondían sus cosechas para evitar su requisa.

En este contexto, se produjo la revuelta de Kronstadt, una base naval cercana a Petrogrado de gran tradición soviética y bolchevique. En marzo de1921, Trotsky asumió la represión del alzamiento de la marina de Kronstadt, que había sido durante la revolución de 1917, en palabras del propio Trotsky, “el orgullo y la gloria de la revolución”. Fue también en este mes, en el X Congreso del Partido, que prohibía la existencia de corrientes y tendencias en el seno del partido bolchevique, cuando Lenin propuso la “Nueva Política Económica” (NEP). Aparecieron numerosos focos de alzamiento campesino.

El partido decidió cambiar su política económica, pero la represión armada de amplios sectores de la población, indudablemente revolucionarios, constituyó un punto de inflexión contrarrevolucionaria irreversible de la revolución soviética. No en vano la aplastada Kronstadt se había sublevado en defensa del eslogan “soviets sin bolcheviques” (Brinton, pp.137-144; Mett pp.39-116).

Capítulo aparte merecería el anarquista ucraniano Makhno y la experiencia de las comunas de Ucrania desde 1918 hasta 1921, donde se implantaron con éxito medidas socio-económicas libertarias y los principios pedagógicos de Ferrer Guardia. El Ejército Negro ucraniano combatió al Ejército Blanco zarista en alianza con el Ejército Rojo bolchevique, constituyendo el Territorio Libre de Ucrania. Tras nueve meses de combates contra el Ejército Rojo, a fines de 1921 los anarquistas fueron derrotados y Makhno tuvo que exiliarse, mientras los bolcheviques entraban en las aldeas ucranianas provocando matanzas entre los campesinos, con el objetivo de exterminar el menor recuerdo y simpatía por la reciente experiencia libertaria.

ESTALINISMO Y CAPITALISMO DE ESTADO

La Nueva Política Económica (1921-1927)

La llamada NEP impuso una serie de medidas económicas extraordinarias, motivadas por las catastróficas consecuencias de la guerra, y puso las bases de un capitalismo de Estado ruso. Para aumentar la productividad se decidió fomentar la iniciativa privada, prohibida en 1917, y permitir la rentabilidad de las pequeñas empresas agrícolas y comerciales. Se eliminó la requisa forzosa y se devolvieron gran parte de las tierras a los kulaks, creándose un mercado libre interior. Al mismo tiempo, el Estado creaba las grandes granjas estatales: los sovjós, y las cooperativas de explotación agraria: los koljós. Se desnacionalizaron las empresas de menos de veinte trabajadores, autorizándose la liberalización de salarios y las primas de producción en las empresas privadas. Se autorizó la presencia de técnicos extranjeros. Se fijó un impuesto en “especie” y se autorizaron, bajo control estatal, las inversiones extranjeras. El sistema estatal estaba dirigido por el Soviet Supremo de Economía.

La NEP trajo cierta estabilidad y permitió recuperar los niveles de producción anteriores a la guerra. Pero en el camino los soviets se habían vaciado de contenido y la revolución había perecido. La NEP finalizó en 1927, con el nacimiento del primer plan económico quinquenal, que priorizaba la industria pesada sobre la producción de artículos de consumo.

El triunfo de la burocracia

A causa de las calamidades, penurias y destrucciones de la guerra civil, el aislamiento de la revolución rusa tras el fracaso de la revolución internacional, la muerte de numerosos militantes bolcheviques, el caos económico, el hambre que había producido millones de muertos, y una miseria generalizada; pero sobre todo gracias a la identificación realizada entre Partido y Estado, surgió una burocracia que se afianzó en el triunfo de la contrarrevolución política, y la costosa y salvaje industrialización impuesta por el triunfante capitalismo de Estado.

En 1922, Lenin ya había advertido los peligros de esta estatificación. La burocracia había vaciado de significado y contenido a los soviets, los sindicatos, las células y comités del partido, sometidos al aparato estatal y a las directrices contrarrevolucionarias. A partir de 1923, Stalin encarnó esta nueva burocracia del Partido-Estado que dirigía una brutal contrarrevolución política.

El pronóstico elemental de los bolcheviques en 1917 había sido que, dado el atraso económico de Rusia, una revolución obrera victoriosa sólo podía sobrevivir con la extensión internacional de una revolución que había de ser de ámbito mundial, dando su primer paso concreto en Alemania. En caso contrario, la revolución rusa fracasaría. En 1924, la burocracia adoptó la teoría del “socialismo en un sólo país” y el culto a la personalidad del momificado Lenin, como los dos ejes sobre los que levantar la nueva ideología estalinista. La burocracia rusa, abandonado ya todo disfraz, aparecía dispuesta a aplastar definitivamente cualquier oposición. El estalinismo deformó grotescamente el concepto de lo que era el socialismo, vació de contenido los soviets, suprimió el menor atisbo de democracia obrera, impuso una dictadura personal sobre el partido, y del partido sobre el país, construyendo un régimen totalitario.

La burocracia necesitaba aniquilar a todos los cuadros de la dirección bolchevique que hizo la revolución de octubre, ya que la mistificación de su propia naturaleza contrarrevolucionaria era una de las características del estalinismo. Así, a lo largo de los años treinta se produjeron numerosas purgas, que condenaron al exterminio y la ignominia a cientos de miles de opositores, ficticios o reales, de cualquier ideología, y entre ellos a los propios bolcheviques, y sobre todo a sus principales dirigentes.

Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 en México por Ramón Mercader, agente estalinista español que ejecutó las órdenes de Stalin. En la guerra civil española los estalinistas encabezaron la contrarrevolución en el seno del campo republicano, eliminando física y políticamente a anarquistas, poumistas y disidentes.

En agosto de 1939 se firmó un pacto entre Hitler y Stalin para invadir Polonia. Al fin de la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Rojo ocupó media Europa, estableciendo regímenes totalitarios, satélites de la Unión Soviética, que se desmoronaron rápidamente tras la caída del muro de Berlín en octubre de 1989.

Estos regímenes estalinistas vivieron diversas insurrecciones obreras y populares, como la de Berlín en 1947, Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968. El derribo del muro de Berlín, en octubre de 1989, fue el principio del fin de la Unión Soviética y de todos los Estados estalinistas.

Características internacionales del estalinismo

Las características de la contrarrevolución estalinista fueron:

a) Terrorismo policíaco incesante, omnipresente y casi omnipotente.

b) Imprescindible falsificación de su propia naturaleza, y de la naturaleza de sus enemigos, especialmente de los revolucionarios.

c) Explotación de los trabajadores mediante un capitalismo de Estado, dirigido por el Partido-Estado, que militarizó el trabajo.

Los estalinistas no han sido nunca un sector reformista del movimiento obrero, sino que siempre han sido el partido de la contrarrevolución y de la represión feroz del movimiento revolucionario. Con el estalinismo no ha sido posible nunca colaboración alguna, sólo la lucha sin cuartel. El estalinismo, siempre y en todo lugar, ha encabezado y guiado las fuerzas contrarrevolucionarias, encontrando su fuerza en la idea de unidad nacional, en la práctica de una política de orden, en su lucha por establecer un gobierno fuerte, en una política económica basada en las nacionalizaciones, en la penetración de los militantes del partido estalinista en el aparato de Estado, y sobre todo disfrazando su naturaleza reaccionaria en el seno del movimiento obrero (Munis, pp. 158-290).

CONCLUSIONES

La grandeza del Octubre Rojo radica en que fue la primera revolución proletaria de la historia, la primera vez en la que el proletariado tomó el poder, derrocando el gobierno de la burguesía. Una revolución comunista sólo podía ser mundial, y fracasó en Rusia cuando se produjo la derrota del proletariado revolucionario en Alemania y la revolución soviética quedó aislada. Este aislamiento, unido a las catástrofes de la guerra civil, el caos económico, la miseria y el hambre, magnificaron los terribles errores de los bolcheviques, entre los que destacaba la identificación entre Partido y Estado, que condujeron al triunfo inevitable de la contrarrevolución estalinista, desde el seno del propio partido bolchevique que había impulsado la revolución soviética de Octubre de 1917.

En Rusia, el proceso revolucionario iniciado en 1905, obtuvo su primer éxito con la revolución democrática de febrero de 1917, que derrocó al zar e instauró una república democrática, pero no se quedó a medio camino y llegó hasta el final con la insurrección de octubre de 1917 en Petrogrado, en la que los soviets tomaron el poder, desplazando a la burguesía del aparato estatal.

La contrarrevolución estalinista fue de carácter político, y se encarnó en el monopolio del poder por el propio partido bolchevique, en las medidas de nacionalización y concentración económica estatal (capitalismo de Estado) y en la transformación del Partido bolchevique en un Partido-Estado, que destruyó toda oposición política e ideológica, reprimió duramente movimientos y grupos proletarios, indudablemente revolucionarios, y persiguió hasta el exterminio físico a quienes manifestaron la menor disidencia, ya fuera dentro o fuera del partido único.

Lejos de ser un banal golpe de Estado, como mienten los voceros de la clase dominante, la revolución de octubre fue uno de los puntos culminantes alcanzado por la humanidad en toda su historia. Por primera vez la clase obrera tuvo el valor y la capacidad de tomar el poder, arrebatándoselo a los explotadores, e iniciar la revolución proletaria mundial. Aunque la revolución pronto iba a ser derrotada en Berlín, Munich, Budapest y Turín, aunque el proletariado ruso y mundial tuvo que pagar un precio terrible por su derrota: el horror de la contrarrevolución, otra guerra mundial, y toda la barbarie sufrida bajo los estados estalinistas; la burguesía todavía no ha sido capaz de borrar la memoria y las lecciones de este formidable acontecimiento.

Agustín Guillamón

Bibliografía sobre la revolución rusa:

Anweiler, Oskar: Los soviets en Rusia 1905-1921. Zero, 1975

Archinof, Pedro: Historia del movimiento macknovista. Tusquets, 1975

Aunoble, Eric : “Le communisme tout de suite!”. Le mouvement des Communes en Ukraine soviétique (1919-1920). Les nuits rouges, 2008.

Barrot, Jean : Communisme et question russe. Tête des Feuilles, 1972. [Traducción al castellano en Dauvé y Martin: Declive y surgimiento de la perspectiva comunista. Espartaco Internacional, 2003]

Brinton, Maurice: Los bolcheviques y el control obrero (l917-1921). Ruedo Ibérico, 1972

Broué, Pierre: El partido bolchevique. Ayuso, 1973

Carr, E.H.: La Revolución Bolchevique (1917-1923). (Tres tomos) Alianza Univ., 1985

Ciliga, Ante: En el país de la mentira desconcertante. Descontrol, 2016.

Figes, Orlando: La revolución rusa (1891-1924). Edhasa, 1996

Fitzpatrick, Sheila: La revolución rusa. Siglo XXI, 2005.

Gorter; Korsh; Pannekoek: La izquierda comunista germano-holandesa contra Lenin. Espartaco Internacional, 2004. [Contiene la “Carta abierta al camarada Lenin”, de Gorter y “Lenin filósofo” de Pannekoek].

Guérin, Daniel: L´anarchisme. Gallimard, 1965

Luxemburg, Rosa: La revolución rusa. Anagrama, 1975

Mett, Ida: La Comuna de Kronstadt. Crepúsculo sangriento de los Soviets. Espartaco Internacional, 2006

Munis, G.: Revolución y contrarrevolución en Rusia. Muñoz Moya, 1999

Trotsky, León: Historia de la revolución rusa. (Tres tomos) Ruedo Ibérico, 1972

Volin: La revolución desconocida. 2 vol. Campo Abierto, 1977

Congrès du K.A.P.D. (septembre 1921)

9 février 2017 by

Nous remercions Philippe Bourrinet pour nous avoir envoyé et autorisé à mettre ici en ligne la traduction du sténogramme du congrès de rupture du KAPD avec le Komintern en septembre 1921.

congres-kapd-sept

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Avant-propos

Le manuscrit dactylographié du IVe Congrès du KAPD, qui est essentiellement consacré à la nécessité de fonder une IVe Internationale (KAI) se trouve aux Archives d’État de Brême (Clemens Klockner (Hrsg): Protokoll des aussenordentlichen Parteitages der KAPD vom 11. bis 14.9.1921 in Berlin, Darmstadt, 1986).

Un autre manuscrit se trouve en possession de la BDIC (Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine, Nanterre, France), anciennement «Musée et Bibliothèque de la Guerre», qui fut fondé en juillet 1917. Plus tard le jeune historien Pierre Renouvin, grand mutilé, amputé d’un bras et de plusieurs doigts, en prend la direction. Le manuscrit de ce congrès du KAPD fut saisi en 1921 par les Services secrets de l’armée de terre française et remis par la suite au «Musée et Bibliothèque de la guerre».

C’est sur ce manuscrit que travailla Serge BRICIANER, militant communiste des conseils, dans ses recherches pour exhumer tout un pan du communisme de gauche internationaliste (Linkskommunismus).

Des militants comme Jan Appel (Arndt), et le délégué hollandais Henk Canne-Meijer (Maer) interviennent à plusieurs reprises dans le congrès du KAPD, où Herman Gorter fait une longue intervention paradoxale. Soulignant le recul de la révolution mondiale, il pousse à la formation d’une Internationale communiste-ouvrière.

Ce sont finalement Jan Appel et Henk Canne Meijer qui reprendront dès 1924-27 le flambeau du communisme des conseils, alors que le KAPD se décomposait. Tous deux joueront dans les années 30 un rôle essentiel dans la formation et l’élaboration théorique du GIK (Groupe des communistes internationalistes).

On notera enfin la brève intervention du jeune camarade Paul, sans doute Paul Mattick, installé à Cologne, qui fait ici une romantique apologie de l’illégalisme et initie son long itinéraire communiste des conseils.

Ce sténogramme très brut a été vraisemblablement élaboré par un éditeur parlementaire professionnel, étranger au KAPD, sans qu’il y ait eu la moindre révision d’un texte de fait historique, par la rupture avec le Komintern et la fondation d’une Internationale communiste-ouvrière. D’où les fréquentes coquilles relevées dans le sténogramme et souvent la transcription grossièrement phonétique des intervenants.

P. B.,
31 janvier 2017.

Critique Sociale n° 40

2 février 2017 by

Le numéro 40 de Cri­tique Sociale (février/mars 2017) est dis­po­nible au for­mat PDF. Au sommaire :

– Actua­lité :
* Bri­sons la spi­rale du repli iden­ti­taire
* Une révolte sociale au Mexique

– His­toire et théo­rie :
* Rosa Luxem­burg, démo­cra­tie et révo­lu­tion
* Rus­sie 1917, nais­sance d’un capi­ta­lisme d’Etat
* La néces­saire cohé­rence des luttes pour l’émancipation

 

http://www.critique-sociale.info/

Iran: trois camarades syndicalistes de l’usine Pars Khodro viennent d’être arrêtés

14 décembre 2016 by
Pars – Iran Khodro est une boîte contrôlée à 48 % par le régime théocratique et fasciste des Mollahs et les « Gardiens de la Révolution » ou Pasdarans. A noter que Pars Khodro collabore activement avec le groupe Renault Nissan puisque c’est une joint-venture qui fabrique des Renault en licence Iranienne.

Le nom du délégué du syndicat libre d’Iran Khodro arrêté est Davood Rafiei, il a tout d’abord été transféré dans la prison de Varamin (province de Téhéran) après son arrestation, puis placé en détention préventive dans la nouvelle prison centrale de Téhéran connue aussi sous le nom de Fashafooyeh Prison.

Ses deux autres camarades arrêtés ont été libérés sous caution, mais devront passer devant un tribunal ultérieurement.

Ces camarades étaient déjà menacés de licenciements suite à leurs participations à des mouvements sociaux dans l’usine Pars Khodro en 2014 et 2015. Avant d’être arrêtés ils avaient participé à des protestations avec d’autre de leur camarades. Parce que le « Chef de la sécurité », un ancien militaire des « Gardiens de la Révolution » du nom de Paksirat, a ordonné les licenciements du délégué syndical Davood Rafiei et de plusieurs autres de ses camarades.

Plus d’informations en Anglais sur https://www.en-hrana.org/employee-pars-khodro-still-detention

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Bulletin N°2 du collectif Koltchenko

12 décembre 2016 by

Téléchargeable au format pdf:

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Saint Che – la vérité derrière la légende de l’héroïque guérillero (Gambone, 1997)

27 novembre 2016 by

En janvier 2014 nous présentions la traduction d’une brochure de Larry Gambone sur Che Guevara avec le lien vers le site du traducteur, le CATS de Caen. Ce site étant planté depuis plusieurs mois et le camarade qui le gère étant sans accès internet, nous domicilions la brochure pdf.

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Fulvio Dal Bò est mort

26 novembre 2016 by

Le 31 octobre 2016 le camarade Fulvio est décédé à son domicile à Rivoli, en Italie. Il avait fondé le cercle ouvrier Circolo Operaio di Via Monte Albergian puis le groupe et journal turinois Inchiesta Operaia (Enquête ouvrière) qui avait notamment manifesté sa solidarité avec les luttes ouvrières en Irak et en Iran. Nous avions ainsi traduit le tract Iran: Solidarité d’Inchiesta operaia en 2009. Fulvio était un grand militant, honnête et passionné, de l’émancipation de la classe ouvrière.

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Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo: Actos de inauguración

16 novembre 2016 by

La Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, celebra comunicar la apertura de su local en la calle Peñuelas 41 de Madrid, el próximo 18 de noviembre de 2016 a las 19:00 horas, después de haber llevado a cabo un intenso proceso de rehabilitación en sus dependencias, quedando así configurado para cumplir tanto las funciones propias, como las asignadas por la CNT desde el momento en que creó la Fundación:

– Biblioteca
– Librería y editorial
– Salón y actos culturales
– Memoria histórica
– Atención a investigadores y estudiosos del movimiento libertario
– Archivo y oficinas

Nace así un nuevo espacio libertario desde el que animar la lucha por un mundo nuevo, cada vez más necesario, y al que invitamos a participar a todos los militantes de la organización, simpatizantes, organizaciones afines y público en general, desde su reapertura el próximo día 18, continuando con los actos previstos del 18 al 25 de noviembre, preludio de actividades culturales que se irán desarrollando en la Fundación, entre ellas la conmemoración del 80 aniversario de la Revolución Española 1936-1939, un Homenaje a Durruti con asistencia de varios de sus familiares y una Exposición con imágenes y objetos de Durruti.

¡Estáis todos/as invitados/as!

Salud, y Revolución Social.

La Junta de la FAL

pages-de-exposiciondurrutiINAUGURACIÓN DEL LOCAL DE LA FUNDACIÓN ANSELMO LORENZO
C / Peñuelas 41, Madrid
18-25 de noviembre de 2016

80 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA, 1936-1939
y HOMENAJE A DURRUTI, 1936-2016
Relación de actividades programadas

Viernes 18 (19:00 h.)
Apertura del local de la FAL con la presencia del Presidente de la FAL y del Secretario General de la CNT.

Sábado 19 (18:00 h.)
– 80 años de la Revolución Española 1936-1939.
– Homenaje a Durruti, con la asistencia de algunos de sus familiares, Manuel y José Buenaventura.
– Exposición de fotografías y objetos sobre Durruti.
presenta Javier Antón, profesor de la UCM.

Domingo 20 (10:00 h.)
Ruta “Durruti en Madrid, noviembre de 1936” y comida confederal en la Dehesa de la Villa.
* Contactar con la FAL (fal@cnt.es) para confirmar asistencia a la ruta.

Lunes 21 (19:00 h.)
Documental  Durruti  en la Revolución Española, inspirado en la obra de Abel Paz.
Intervienen Juan Mariné, director de fotografía, investigador cinematográfico y leyenda viva del cine español y Pablo Nacarino, vocal de Audiovisuales en la Junta de la FAL.

Martes 22 (19:00 h.)
Una perspectiva libertaria de la memoria histórica, Grupo de Memoria Histórica CNT.

Miércoles 23 (19:00 h.)
Documental Libertad negra, con la presencia de su director, José Enrique Sánchez.

Jueves 24 (19:00 h.)
Los comités de defensa de la CNT en Barcelona, la revolución de julio de 1936 y los Amigos de Durruti. A cargo de Agustín Guillamón, historiador libertario.

Viernes 25 (19:00 h.)
Recital, poemas y canciones, a cargo de Quesia, Isabel Escudero y Salvador Amor.

Islamisme, « islamophobie » et critique révolutionnaire de toutes les religions (et autres enfermements identitaires)

30 octobre 2016 by

Article paru dans A contrevents N°2 (Caen, octobre 2016) avec le chapeau suivant: Le texte qui suit émane d’un camarade du RRC. Il ne constitue pas pour autant une position collective de notre modeste regroupement. Il a cependant paru suffisamment intéressant pour être publié. Nous précisons qu’il a été écrit bien avant les évènements de cet été, que ce soit le carnage de Nice ou la polémique délirante autour du burkini.

Il apparaît aujourd’hui nécessaire de clarifier et de (ré)affirmer certaines positions révolutionnaires vis-à-vis des religions en général et de l’islamisme en particulier. Les attentats révoltants de 2015-2016 (aussi bien ceux visant Charlie Hebdo et le magasin Casher en janvier que ceux de Paris en novembre 2015 ou celui de Nice en juillet 2016) y poussent. Mais il n’y a pas que ça.

Depuis plusieurs années on sent s’affirmer en France l’émergence, certes limitée mais réelle, d’un islamisme, c’est-à-dire d’un islam directement ou indirectement politique, qui se manifeste dans la société. Il peut prendre des formes « modérées », rampantes, ce qui ne les empêchent aucunement d’être néfastes et réactionnaires, comme des formes « radicales », spectaculaires, djihadistes et meurtrières.

Face à ce phénomène, et en parallèle, a également émergé depuis plusieurs années un ensemble de discours stigmatisant les populations musulmanes ou supposées telles. Ces discours sont principalement portés par l’extrême droite mais aussi par toute une partie de la droite et également une partie de la gauche dites « républicaines ». Ces discours divers, aux relents xénophobes, « identitaires », nationalistes, voire carrément racistes, se dissimulent souvent derrière la défense de la laïcité, de la Liberté, des droits des femmes, parfois aussi derrière la défense des droits des homosexuel-le-s (« défense » souvent très hypocrite, opportuniste, limitée et à géométrie variable). Ces thèmes sont alors instrumentalisés au service de causes qui n’ont pas grand-chose à voir avec eux au final.

Ces deux phénomènes contribuent d’ailleurs à s’alimenter et se renforcer réciproquement, « en miroir » et ils ont désormais une certaine « consistance » dans la société. Dès lors, face à ces faits, un certain nombre de questions se posent aux mouvements révolutionnaires, questions auxquelles il va bien falloir trouver des réponses ou des éléments de réponses, politiques et pratiques, si nous ne voulons pas nous retrouver englué-e-s et incapables de réagir face à des situations politiquement et socialement lourdes de dangers et de possibles conséquences bien puantes. À savoir, montées d’idéologies politiques et/ou religieuses éminemment réactionnaires, racistes, communautaristes, identitaristes, développement de tensions et de violences entre pauvres et exploité-e-s de différentes origines, récupérées et instrumentalisées par différentes forces politiques ou politico-religieuse cherchant à « représenter » et « encadrer » telle ou telle « communauté » ou par l’État « républicain » cherchant à redorer son blason, à se « relégitimer » en se posant en défenseur/protecteur de la société, de la sécurité et de la liberté en général (placées sous sa surveillance et son contrôle pour notre bien… et surtout le sien).

Quelle est notre critique de l’islamisme ? Comment le critiquer sans hurler avec les loups de l’extrême droite et autres réactionnaires de gauche et de droite qui alimentent la xénophobie ? L’utilisation/acceptation du terme d’« islamophobie » n’aboutit-t-elle pas à inhiber la saine et nécessaire critique révolutionnaire de toutes les religions (sans aucunement se limiter, évidemment, à celle de l’islam) ? Voila quelques unes des questions que ce texte va chercher à défricher modestement.

Parce que ces questions se posent. Parce qu’il est temps. Parce qu’il va falloir faire face.

Critique révolutionnaire de la religion

Les mouvements révolutionnaires se sont très tôt confrontés avec les idées même de Dieu et d’ordre divin, car celles-ci constituent un obstacle et s’opposent à l’idée et aux soucis révolutionnaires de la liberté humaine (idée de la liberté qui n’est pas dissociée de celles de responsabilité, d’égalité et de solidarité). À l’idée d’un monde, d’un genre humain et d’une vie créés par Dieu, régis par une vérité révélée (propriété d’un clergé), encadrés par les préceptes moraux de textes sacrés très anciens, les mouvements révolutionnaires ont opposé l’idée de sociétés construites historiquement par les humain-e-s et transformables par eux et elles. Ils ont défendu l’idée du renversement possible et nécessaire d’un monde présenté comme immuable et ils défendent toujours l’idée qu’il n’y a pas de fatalité à subir l’exploitation et la domination des puissant-e-s et des possédant-e-s. Ils ont promu la révolte individuelle et collective, la lutte, l’éducation et la liberté contre les assignations, les obligations, les interdictions cléricales qui cherchaient et cherchent encore à encager la diversité de la vie, ses immenses champs des possibles et des choix dans l’étroitesse de textes soi-disant divins et de traditions religieuses poussiéreuses.

Les mouvements révolutionnaires ont également très tôt dénoncé le caractère illusoire de toute « communauté des croyant-e-s » qui prétend placer sur un pied d’égalité fictive, face à Dieu, à la mort et face au clergé, les hommes et les femmes, quelles que soient leurs conditions sociales, leur appartenances à telle ou telle classe sociale. Les religions sont des entreprises idéologiques interclassistes et paternalistes qui, derrière des représentations unitaires de la société et l’idée de la communion de tous et de toutes dans le respect de la religion, nient, dissimulent et étouffent souvent les conflits d’intérêts sociaux et politiques, les luttes sociales au sein des sociétés de classes. Et lorsqu’il est impossible de dissimuler la réalité de ces conflits, il leur est souvent opposé les vertus, toutes spirituelles et virtuelles de la patience, du pardon, de la bonté, de la charité, de la soumission face aux épreuves. Et si ça ne suffit pas, il reste l’anathème, l’excommunication, l’exclusion de la communauté des croyant-e-s, la bénédiction de la répression mise en œuvre par le pouvoir temporel.

Derrière la promesse d’un paradis après la mort se cache le fait de laisser en place les inégalités, les injustices du monde d’ici bas. C’est la religion comme « opium du peuple », qui embrume l’esprit, procure de doux rêves et aide à supporter passivement la dureté de la vie dans le monde tel qu’il est fait.

Les mouvements révolutionnaires ne se sont évidemment pas heurtés seulement aux idées religieuses mais aussi à leurs exploitants, les clergés plus ou moins centralisés, privilégiés, hiérarchisés suivant les religions, assurant la médiation avec Dieu, édictant les normes de conduites morales et pratiques, encadrant, guidant la vie des croyant-e-s, disposant d’un poids matériel parfois énorme (propriétés terriennes, immobilières, financières…), d’une influence politique et morale importante (à travers l’organisation de la charité, d’aides « sociales » diverses, le monopole de l’exercice des rites, le contrôle de tout ou partie du système éducatif par exemples). Et de même que les mouvements révolutionnaires se sont opposés aux grandes religions constituées, celles-ci se sont historiquement opposées aux projets, idées et pratiques émancipatrices et égalitaires des mouvements révolutionnaires.

Les mouvements révolutionnaires affrontent encore aujourd’hui les religions et clergés qui portent et colportent des valeurs, des prescriptions de vie, un ordre moral souvent éminemment réactionnaires (socialement, culturellement, sexuellement) et des représentations patriarcales, favorisant et légitimant la domination masculine, régissant ou tentant de régir spécialement ce qui concerne la sexualité en général, et celle des femmes en particulier, condamnant la plupart du temps la contraception, l’avortement, l’homosexualité et la transsexualité.

Les mouvements révolutionnaires ont également dénoncé historiquement le fait que religions et clergés se sont mis au service de nombreux projets impérialistes de conquêtes, ont légitimé d’innombrables guerres intérieures ou extérieures (certaines d’entre elles reposant même directement, au moins officiellement, sur des motifs religieux), soutenu de nombreux régimes dictatoriaux.

Voilà résumées, très brièvement, les principales critiques révolutionnaires envers les religions. D’où l’athéisme et l’anticléricalisme affirmés qui prédominent historiquement largement dans les mouvements révolutionnaires. Ce qui n’a jamais empêché les révolutionnaires de se retrouver aux côtés d’individus croyant-e-s lors de grèves, de manifs, d’actions, d’émeutes ou d’assemblées générales…

La « liberté » religieuse

Si, en tant que révolutionnaires, nous sommes, dans notre immense majorité, athées et anticléricaux, nous n’avons pas pour autant l’envie ou l’intention de nous ériger en inquisiteurs-rices de l’athéisme. Nous n’avons pas vocation à fliquer politiquement la vie des gens, à entrer en guerre politique contre les croyant-e-s des différentes religions.

Nous reconnaissons généralement aux individus le droit de croire en un dieu (ou en plusieurs) et de pratiquer leurs cultes et leurs rites, même si, nous, nous ne nous reconnaissons pas du tout dans de tels choix. Nous admettons ce droit d’autant plus que, souvent, les individus ne se résument pas uniquement à leurs croyances religieuses. Leur identité personnelle intègre la plupart du temps bien d’autres convictions, valeurs et pratiques que celles liées à leur religion. Et il est évident que la plupart des croyant-e-s sont loin d’être des « fous ou folles de Dieu » et ont souvent un rapport assez distancié, détendu et pacifique avec leur religion, avec celles des autres et avec les athées. Croyant-e-s ne veut pas dire pratiquant-e-s, et même les pratiquant-e-s ont souvent bricolé, plus ou moins ouvertement, leurs propres « petits arrangements avec Dieu » et vivent tranquillement leur religion.

La croyance et l’observance des prescriptions religieuses individuelles et la pratique collective du culte dans des lieux dédiés à cet effet ne nous dérange donc pas (même si elle ne nous réjouit pas non plus), tant que ces croyances et pratiques religieuses ne débordent pas dans l’espace public commun, qu’elles ne tentent pas de le régir, de le soumettre à leurs normes. Nous sommes conscients que cela laisse de côté des espaces privés comme le couple, la famille ou des « entre soi » communautaires et que ces espaces peuvent être propices à l’instauration autoritaire, à l’imposition de pratiques religieuses intégristes. Et, en tant qu’espaces privés, il peut être malaisé, difficile d’y intervenir politiquement pour contrecarrer et dénoncer des dérives intégristes. Il n’y a pas, dans ce genre de cas, d’autres « solutions » (avec toutes leurs limites pratiques fréquentes) que le recours à l’information, à l’éducation, au dialogue, à la solidarité, à l’intervention amicale et/ou familiale et/ou de voisinage (allant, dans la forme, de la médiation à la confrontation), à la pression et la vigilance sociale et collective contre les actes de violence, de maltraitance, de harcèlement, de manipulation mentale, d’embrigadement et de dérive sectaire dans les espaces privés.

La tolérance que nous assumons envers certaines formes détendues de croyances religieuses n’implique pas cependant que nous renoncions à ce que nous considérons comme notre « droit de critique athée » et aux discussions, voire aux engueulades, qu’il peut susciter. Tout comme nous ne renonçons pas au « droit de blasphémer » face aux figures divines fictives, aux bigots et autres intégristes, même si on pratique pour la plupart assez peu ce genre de choses, qui peut soulager et faire marrer mais s’avère rarement très constructif.

L’islamisme

Même très minoritaires, les différentes formes d’islamisme ont gagné ces dernières années une visibilité plus importante parmi les musulman-e-s en France. Il est difficile de savoir si cette visibilité accrue de l’islamisme provient d’une affirmation plus décomplexée de sa propre existence, d’un renforcement réel et sensible de son influence et/ou d’une plus grande attention politique, médiatique et sociale à son encontre. Peut être tout ça à la fois.

Par islamisme, nous entendons une affirmation politico-religieuse de l’islam comme ayant vocation à structurer la société et régir la vie sociale (et donc aussi celle des individus) à partir d’une interprétation rigoriste, réactionnaire et prétendument littérale du Coran. Le djihadisme à la sauce Al Quaeda ou État Islamique n’est que l’expression la plus brutale, la plus ultra de cet islamisme. Il y en a différentes formes et différents degrés. On peut y intégrer des formes « modérées » s’inspirant en général plus ou moins des Frères Musulmans, des formes plus dures comme le salafisme, le wahhabisme et aller jusqu’au djihadisme. En disant cela, on ne sous-entend pas qu’il y a nécessairement une continuité ou une même identité politico-religieuse entre ces différentes formes. Il peut y avoir des formes activistes et très directement politiques, plus ou moins radicales dans leurs manifestations, et des formes plus « quiétistes » mais qui s’attachent néanmoins à promouvoir, de manière prosélyte, une interprétation intégriste des textes et une surveillance pesante quant à la stricte observance individuelle et collective des (de leurs) obligations et conduites religieuses. Ces formes « quiétistes », si elles apparaissent, dans l’immédiat, assez détachées de toutes intervention à caractère politique, n’en aspirent pas moins à construire une hégémonie intellectuelle et culturelle intégriste au sein des musulman-e-s, musulman-e-s que les islamistes rêvent d’encadrer et guider comme un troupeau. Une sorte de métapolitique gramscienne en vue de constituer un bloc hégémonique au sein d’une fraction de la population, en somme ?

Même s’il y a des différences, des divergences, il y a cependant aussi des similarités, des points de convergences entre ces différentes formes d’islamisme et l’existence de l’islamisme « modéré » contribue certainement à légitimer en partie l’existence des formes d’islamisme djihadiste, en constituant un terreau intellectuel et culturel favorable au développement de ce dernier. Disons un peu comme les discours nationalistes, sécuritaires, xénophobes, réactionnaires de la gauche et de la droite contribuent à légitimer et renforcer les positions du Front national et comme les positions et l’influence du FN contribuent à légitimer et favoriser des expressions ouvertement fascistes et racistes.

En terme de contenus, je ne reviens pas sur les positions extrêmement réactionnaires, autoritaires, sexistes, puritaines, anti-communistes et anti-révolutionnaires véhiculées par l’islamisme en général. Signalons toutefois, juste au passage, qu’il véhicule également, là encore sous des formes diverses et à des degrés divers, du racisme, en tout cas au moins un, l’antisémitisme, qu’il travaille à répandre sous couvert de « soutien au peuple palestinien » et d’ « antisionisme ». Et, disons le, la récupération de ce terme d’« antisionisme » (à l’origine destiné justement à se dissocier de toute approche antisémite),  à la fois par les islamistes et l’extrême droite franchouillarde, est un succès tel que ce mot est devenu quasiment inemployable tant il véhicule fréquemment désormais des puanteurs antisémites. Le travail d’appropriation de ce terme politique mené par des antisémites de tous poils, de toutes nationalités et de toutes religions n’aurait cependant pas pu être mené « à bien », si vite (une bonne grosse décennie ?), si la gauche et l’extrême gauche pro-palestinienne et le mouvement révolutionnaire avaient été plus éveillés et réactifs en situations et plus intransigeants sur le fond et la forme. On récolte ce qu’on sème… c’est à dire aussi qu’on récolte, parfois, dans la gueule, ce qu’on a pas été capables de semer, de cultiver et de protéger.

L’islamisme rêve d’une communauté des croyant-e-s, d’où les conflits d’intérêts ont magiquement disparus, pure et harmonieuse, nettoyée de tous les individus et groupes déviants, soumise corps et âme à une soi-disant loi divine supérieure et parfaite, inscrivant cette communauté dans un ordre universel immuable tout en assignant à chacun-e une place et un rôle tout aussi immuable. L’islamisme est comme l’extrême droite qui rêve d’une communauté raciale et nationale unifiée par on ne sait quel miracle, de pouvoir étatique dictatorial, de nettoyage des indésirables et des subversifs-ves, d’ordre corporatiste. Dans un cas comme dans l’autre, on est en pleine utopie réactionnaire et despotique.

Les révolutionnaires sont donc des ennemis de l’islamisme (et réciproquement). Et il s’agit, au niveau mondial, d’un ennemi puissant, disposant de ressources financières, de moyens de communication, et parfois de moyens militaires importants. Il est soutenu par de forts riches « mécènes » capitalistes des pays du Golfe Persique quand ce n’est pas directement par des États intégristes comme l’Arabie Saoudite ou d’autres.

Le combattre, en temps que révolutionnaires, ne sera pas chose facile. Au niveau international, cela peut passer par la création ou le renforcement de liaisons solidaires concrètes avec des groupes, organisations, mouvements révolutionnaires, de lutte de classe, démocratiques, laïques et féministes dans les pays où l’islamisme menace. Souvent ces groupes et organisations sont rares et plutôt faibles (et même parfois inexistants) et il peut exister aussi des différences politiques sensibles avec les « traditions » révolutionnaires occidentales, que ce soit sur le plan des idées, des finalités, du fonctionnement, des pratiques et il est probable que la solidarité vis-à-vis de tel ou tel groupe ou mouvement dans tel pays fera rarement, ici, l’unanimité. Le soutien à la résistance actuelle au Kurdistan syrien face à l’État Islamique est un bon exemple de cette absence de consensus du mouvement révolutionnaire sur ces questions.

Par ailleurs, l’établissement de telles liaisons solidaires implique un effort réciproque s’inscrivant dans la durée. Effort qui passe par des travaux de synthèse d’informations et d’analyses, de traductions (ce qui implique éventuellement l’apprentissage de langues), de diffusion de l’information, de collecte et d’envois de fonds et de matériels, de voyages et de rencontres, d’organisation éventuelle de campagnes de soutien. Effort que la faiblesse actuelle du mouvement révolutionnaire, en France ou ailleurs, rend difficile car, en plus, évidemment, l’islamisme est loin d’être le seul et le plus puissant des ennemis auxquels les mouvements révolutionnaires se trouvent confrontés.

La lutte contre l’islamisme passe aussi, toujours au niveau international, bien sûr par le fait de lutter ici pour dénoncer et, si possible, vu nos forces plutôt dérisoires, gêner et affaiblir les interventions armées et les pillages impérialistes des États et du capital occidental, et donc, aussi, l’impérialisme de l’État et du capital français. L’impérialisme contribue en effet aussi à alimenter en partie l’islamisme dans de nombreux pays. Mais en partie seulement car dans les pays où il est puissant l’islamisme a également sa dynamique propre, ancrée dans la réalité propre de ces pays, réalité qui est loin d’être uniquement façonnée par l’impérialisme occidental.

En France, il paraît évident qu’un des ressorts de l’islamisme se trouve dans les inégalités et injustices sociales vécues, entre autres, par les fractions de la population qui sont immigrées ou issues de l’immigration et qui sont de cultures musulmanes. Ces fractions de la population ne sont bien sûr pas les seules à subir l’exploitation, la précarité et la répression mais elles sont certainement celles qui les subissent le plus. À ces inégalités sociales s’ajoutent des phénomènes de discriminations, de stigmatisations, de vexations politiques et symboliques à caractère raciste. La participation des mouvements révolutionnaires aux luttes sociales et le fait de tenter de développer dans celles-ci un travail politique sont des nécessités incontournables. Dans ce cadre, l’appui aux luttes de migrant-e-s, de travailleurs-euses immigré-e-s avec ou sans papiers, autour de la question du logement, contre les violences policières et la précarité sociale mérite toute notre attention. Participer, d’un point de vue révolutionnaire, à ces luttes sociales diverses, favoriser leur émergence et leur convergence et coordination n’a évidemment pas pour but premier la lutte contre l’islamisme, il s’agit avant tout d’essayer d’attaquer à la base l’exploitation sur laquelle repose le système étatico-capitaliste actuel et les relégations et divisions sociales qui aident à son maintien et à sa reproduction. Mais le développement de ces luttes sociales aurait certainement également comme effet indirect d’affaiblir les marges de manœuvres politiques, sociales et culturelles de l’islamisme. On sait qu’à l’heure actuelle lorsque les luttes sociales sont fortes, l’extrême droite franchouillarde fait souvent profil bas politiquement et d’un point de vue organisationnel. Il n’y a pas de raisons de penser que ces luttes n’entraîneraient pas les mêmes effets contre cette autre extrême droite qu’est l’islamisme.

Néanmoins, on ne va pas prendre nos désirs pour des réalités, « dire n’est pas faire » et le mouvement révolutionnaire devra sacrément ramer pour y arriver. Il y a des obstacles et des difficultés. Nombreuses. Les aborder dépasserait le cadre de ce texte. On remet ça à plus tard mais on essayera de s’y coller. Signalons juste la difficulté liée à la composition sociale actuelle des mouvements révolutionnaires, pour le moins éloignées en général des réalités vécues par les fractions de la population qui sont immigrées ou issues de l’immigration, de la condition ouvrière, de la réalité des quartiers populaires. Cette « extériorité » ne facilite évidemment pas notre activité et la réduire ou la dépasser prendra du temps et impliquera d’aller se frotter encore et encore au terrain.

Islamisme et autres replis identitaires se développent aussi dans le vide laissé par l’important affaissement des mouvements ouvriers et révolutionnaires actuels. Et ce vide, ce terrain perdu, d’autres l’occupent et le remplissent. Il faudra bien finir par nous remettre en question. La réalité qui vient nous y contraindra de toute façon. Va y avoir des réveils douloureux…

« Islamophobie » ?

Vous ne trouverez pas ce terme d’« islamophobie » dans les textes du RRC, où il ne fait pas consensus. Je l’utilise dans cet article seulement entre guillemets et accompagné de critiques. Parce qu’il pose un certain nombre de problèmes quand même… Ce terme opère en effet un certain nombre de « réductions » factuelles et politiques.

D’abord il tend à présenter les attaques et critiques contre l’islam, quelles qu’elles soient, comme une manifestation de racisme alors que la critique de la religion musulmane (ou de n’importe quelle autre) peut évidemment être déconnectée de toute approche raciste comme dans le cas de la critique athée révolutionnaire.

Du coup, il sous entend aussi que la critique de l’islam constituerait en quelque sorte la forme principale du racisme actuel alors que celui-ci s’exprime de manière bien plus générale et sur des plans bien plus cruciaux pour la vie des gens (logement, pauvreté, précarité des formes d’emplois, discriminations sociales, brutalités policières…) que la simple instrumentalisation xénophobe et nationaliste de la critique de l’islam.

En restreignant le racisme à la forme, censée être centrale, de la critique instrumentalisée de l’islam, il laisse de coté toutes les fractions de la population qui sont immigrées ou issues de l’immigration mais qui ne sont pas musulmane. Que devient la nigériane évangéliste ou le syrien athée ? En quoi la lutte antiraciste réduite principalement à la lutte contre l’« islamophobie » les concernerait ?

En partant du fait que l’islam est, en France, une religion minoritaire, pratiquée (quand elle l’est ! Tous les croyant-e-s sont loin d’être pratiquant-e-s…) principalement par des fractions de la population qui sont immigrées ou d’origine immigrée, souvent « de couleur », souvent issues d’anciennes colonies françaises, il introduit, en douce, par extension, l’idée que l’islam serait une religion opprimée et une religion des opprimé-e-s.

L’islam est certes une religion minoritaire en France mais c’est quand même la deuxième en importance dans ce pays. Et s’il est évident que le nombre, l’état et la taille des lieux de cultes musulmans ne permettent pas toujours, loin sans faut par endroits, d’assurer aux pratiquant-e-s des conditions décentes d’exercice collectif de la prière, la religion musulmane est loin d’être persécutée même s’il arrive qu’elle soit stigmatisée, discriminée et instrumentalisée. Par ailleurs, un certain nombre de régimes dans des pays majoritairement musulmans ne sont pas particulièrement bienveillants envers l’exercice de religions autres que la musulmane et envers l’athéisme et il y a des États musulmans qui sont impérialistes. Donc mollo sur l’islam comme religion opprimée…

Ensuite cette idée de l’islam comme religion des opprimé-e-s fait passer à la trappe le fait que certains musulman-e-s appartiennent aux classes possédantes et dominantes et sont des exploiteurs-rices. Et là encore se pose la question des « autres » prolétaires immigrés ou d’origine immigrée, « de couleur », athées ou croyant-e-s d’une autre religion que l’islam. En quoi sont-ils et elles particulièrement moins opprimé-e-s, exploité-e-s, précarisé-e-s, discriminé-e-s que les musulman-e-s ? Et en quoi le fait qu’une religion soit pratiquée par des opprimé-e-s devrait nous la rendre moins critiquable d’un point de vue révolutionnaire ? Le sexisme serait-il moins critiquable s’il est pratiqué par des prolétaires ? Les masses opprimées d’Amérique latine sont souvent chrétiennes, cela ne fait pas pour autant du catholicisme ou du protestantisme des religions d’opprimé-e-s. Donc mollo aussi sur cette idée que l’islam serait une religion d’opprimé-e-s.

Au final, et à l’usage, le terme « islamophobie », et les « alliances » concrètes qu’il peut entraîner sur le terrain politique avec des réacs religieux, semble bel et bien favoriser une inhibition, une autocensure de la critique révolutionnaire des religions et des « cohabitations » lors de meetings et de manifs qui tiennent du mariage entre une carpe et un lapin. Faudrait pas finir par servir la soupe à des bigot-e-s intégristes, qui oeuvrent à propager un communautarisme religieux lucratif, au sens où cette communauté, figurez vous qu’ils et elles entendent bien en être les pieux-ses berger-e-s et les représentant-e-s accrédité-e-s auprès de l’État. La critique de « l’islamophobie » actuelle doit-elle déboucher sur une quelconque « islamophilie » ? Pour moi, c’est définitivement NON.

Je comprends bien que le terme ait pu faire mouche et être repris par plein de gens qui ont capté que la critique dominante de l’islam n’est la plupart du temps qu’un paravent pour des courants xénophobes, nationalistes et racistes qui cherchent à attaquer les immigrés ou descendant-e-s d’immigré-e-s. Mais comme on peut le voir en situation et comme cela a été exposé dans ce paragraphe, ce terme introduit, d’un point de vue révolutionnaire, de la confusion politique… à une époque où il n’y en a déjà que trop… avec tous les dégâts qui vont avec.

C’est pourquoi comme d’autres, je préfère parler, au lieu d’« islamophobie », tout simplement de racisme ou, en cas de situations plus spécifiques, de racisme anti-arabes et anti-noir-e-s, ce qui ramène la question sur son terrain principal, à savoir que derrière les critiques xénophobes de l’islam ce n’est pas tant la religion musulmane qui est visée que des fractions immigrée ou issue de l’immigration, prolétaires, colorées et supposément musulmanes de la population. Et en utilisant ces termes, en tant que révolutionnaires, on se situe sur le terrain de la défense des individus et des fractions, souvent prolétaires, de la population visées par le racisme, pas sur le terrain de la défense d’une religion, ce qui n’est tout simplement pas notre vocation ni notre finalité.

Contre tous les replis identitaristes

En ces temps de crises sociales et politiques, et y compris de crise des mouvements révolutionnaires et ouvrier (ou de ce qu’il en reste…), en l’absence d’alternatives subversives ne seraient-ce qu’un tant soit peu crédibles, les replis et enfermements identitaristes se multiplient, se renforcent et se « légitiment » mutuellement, que se soit sur des bases nationalistes, ethniques, religieuses, culturelles, corporatistes.

Il ne s’agit pas de nier qu’on ait tous et toutes une identité, mais nos identités sont généralement composites, puisant à différentes sources culturelles et sociales, individuelles et collectives. Nous les concevons souvent, en tant que révoutionnaires, comme évolutives et ouvertes, destinées à être partagées et métissées. Toute définition étroite, uniformisée, figée, fermée et enfermante de l’identité aboutit à l’étouffement individuel et collectif et est souvent destinée politiquement à nourrir les replis communautaristes.

Présentement chacun-e est tenté et incité à se replier sur son « entre soi » (et le ghetto révolutionnaire en est une forme parmi d’autres), sur son « même », sur sa famille, sur son pays, sur sa soi-disante « communauté » et les solidarités limitées, étriquées et sélectives qu’elle permet. S’ouvre alors également la course à la représentation de la « communauté » : les aspirant-e-s aux postes de direction et d’encadrement politique, moral et spirituel ne manquent pas.

Il sortira de ces replis communautaires et identitaristes des divisions et des tensions accrues entre différentes fractions de la population, pourtant toutes exploitées et dominées par le même système, même si c’est sous des formes et à des degrés divers. À la guerre sociale, le système préfère évidemment la guerre de tous-tes contre tous-tes comme il préfère la guerre civile à la révolution. Et nul doute qu’il saura utiliser et alimenter les tensions communautaristes pour œuvrer à son propre maintien. Réussir à faire vivre et étendre des espaces de lutte politique et sociale, où se crée du commun et du communisme, ouverts à tous-tes les exploité-e-s, les dominé-e-s, les révolté-e-s, peu importe leurs origines ethniques ou culturelles, leurs nationalités, leurs couleurs de peau, leurs religions individuelles éventuelles va être une difficile nécessité.

Discussion publique autour de « Jusqu’ici tout va bien ? » à Marseille

27 octobre 2016 by

Discussion vendredi 28 octobre à 19 h à Mille Bâbords. 61 rue Consolat (Marseille) autour du texte Jusqu’ici tout va bien ?.

Face à l’atonie généralisée, il s’agit d’amorcer ici et là la discussion pour trouver comment refuser plus efficacement la logique racialiste qui ne peut, au mieux, qu’accompagner le devenir du capitalisme, et d’aider à tracer des lignes de démarcations pour ouvrir un champ d’intervention possible.

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