QUE EL SOL DE LA NO VIOLENCIA BRILLE PARA LAS MUJERES PRIVADAS DE LA LIBERTAD

QUE EL SOL DE LA NO VIOLENCIA BRILLE PARA

LAS MUJERES PRIVADAS DE LA LIBERTAD

-Memorias de Prisión-

Por: Liliany Obando[1]

Hoy, en el Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres es una buena oportunidad para visibilizar a aquellas mujeres que por razones de la exclusión, la discriminación, la subordinación, y la pobreza transgredieron la ley y  hoy se encuentran privadas de la libertad.  E igualmente para reconocer y acercarnos a la realidad de las cientos de prisioneras políticas en razón de su lucha, armada o legal, pero criminalizada, contra un sistema y Estado oprobiosos.

I

Ternura. Guayasamìn

Habían transcurrido pocos días desde mi arribo al patio seis de la reclusión de mujeres  “el Buen Pastor” -pabellón en el que se confina a las prisioneras políticas- cuando fui reasignada de celda al segundo tramo (piso). Yo no entendía lo que acontecía y fue mi compañera de celda quien me explicó que al estar recién llegada, el nivel de seguridad que ameritaba, a criterio de la guardia, era mayor. 

Mi nueva compañera de celda no era otra prisionera política sino una presa social[2].  Me llamó la atención de entrada el por qué ella se encontraba entre nosotras y no dudé en preguntarle.

A medida que me contaba su historia y con el paso de los días al conocernos un poco más y empezar a construir  lazos afectivos me sentí más identificada con su vivencia que a lo largo sería la vivencia compartida por la mayoría de nosotras.

 

Sol[3], era como muchas de las mujeres recluidas, una mujer joven y una madre cabeza de familia.[4] Al momento de ser detenida ella estudiaba educación pre escolar y a la vez tenía un esposo al que ayudaba a trabajar y un pequeño hijo. 

Cierto día, tras una acalorada riña familiar, su hermano terminó herido de muerte con un cuchillo que ella empuñaba.  Allí empezó toda su tragedia.  Ella era conducida a la prisión de mujeres y luego fue condenada a más de 15 años de cárcel.

Su familia le dio la espalda y en sus primeros tiempos de prisión  sólo su esposo e hijo la visitaban.  Durante una de las visitas conyugales, ella quedó embarazada y tuvo una niña[5].  En ese momento se encontraba en un pabellón de presas sociales donde algunas de las madres con hijos e hijas menores de tres años pueden convivir con sus madres en intramuros y ella logró que le dieran uno de esos escasos cupos.

Pero como ocurre con mucha frecuencia en el caso de las mujeres que afrontan privación de la libertad, Sol fue abandonada por la única persona que estaba a su lado, su compañero y padre de su hijo e hija[6].  Sol quedó completamente sola viviendo la realidad de una larga condena.  Pero el abandono de su compañero también significó el empezar a asumir el papel de madre cabeza de familia, pues sus dos menores también fueron abandonados a su suerte mientras su ex compañero sucumbía en el mundo de las drogas. 

Sol tuvo que vivir el inconmensurable dolor de entregar a su primer hijo a una fundación[7] para que velara por él mientras estaba en prisión, al tiempo, compartía con su hija los pocos años que permite el sistema carcelario.  Aún recuerdo a Sol contándome con las lágrimas asomadas a sus ojos, cómo añoraba la llegada del fin de mes para poder recibir la visita de su pequeño ausente – en cierta forma también preso – en una fundación que tampoco le brindaba el mejor cuidado.  Sol me contaba cómo le dolía recibir a su niño con su cabeza invadida por los piojos y no poder hacer nada más que colmarlo de amor los breves instantes que podía compartir con él mes a mes.

Todas estas vivencias de quiebre llevaron a Sol a tomar un peor camino hasta tocar fondo.  Se dejó arrastrar al consumo de las drogas[8] y aprendió a robar[9] para poder sostener su adicción.  Ella me describía cómo pasaba sus días en una celda oscura cual el “cartucho”[10] donde las mujeres consumidoras se perdían miserablemente. Sólo fue el inmenso amor por sus pequeños hijo e hija las que la sacaron de ese abismo. 

Una vez su hija cumplió los tres años, con el corazón desgarrado nuevamente Sol tuvo que  entregarla a una fundación mientras buscaba afanosamente a alguna persona amiga que se hiciera a cargo de sus dos hijo e hija.  No era fácil, su cautiverio sería largo.  Finalmente parientes de su ex esposo quienes vivían en un lugar remoto  le tendieron una mano, pero dado su nivel de pobreza sólo podían hacerse cargo de su niño mayor.  Así que ellos mismos buscaron a una señora amiga que aceptó cuidar a su pequeña hija.  Separados así nuevamente hermana y hermano esperaban a que algún día su madre pudiera reunirse con ellos y recibir de ella  finalmente todo el amor y cuidados despojados por las circunstancias.  Ese era también el mayor sueño para Sol mientras llevaba a cuestas el día a día de un penoso y largo encierro.

Fue por ellos, me decía, que haciendo un gran esfuerzo personal, pues nunca recibió un tratamiento terapéutico de parte de la prisión, que se propuso salir del mundo de la droga y la delincuencia en que había caído.  Por eso me decía, le pidió a la guardia[11] que la sacaran del patio en el que se encontraba y la ubicaran en el patio de las guerrilleras[12].  Aunque había escuchado que -allí era más difícil por el aislamiento que ellas vivían, pero también había oído que era “un buen patio”- refiriéndose al comportamiento de las prisioneras políticas, en el que no se cometen delitos ni se consume drogas.

Así fue como terminé compartiendo celda con Sol y conmoviéndome cada día con su infinito amor por su hija e hijo, sintiéndome profundamente identificada con ese sentimiento en mi propia vivencia.

 Día a día vi a Sol, ya libre de drogas y de otros vicios, rebuscándose no sólo su sustento sino que más afanosamente luchaba por conseguir algo para hacerles llegar a sus hijos, a quienes no veía hacía años porque se encontraban a kilómetros de distancia y bajo custodia de personas humildes que no contaban con los recursos económicos para traerlos de visita de cuando en vez.

Sol hacía todo tipo de trabajos como limpiar baños, hacer aseos, calentar comidas, lavar ropa, cualquier cosa con tal de recibir un pago de las propias internas ante la inexistencia de un trabajo remunerado por parte del INPEC.  Con el dinero que recibía por su trabajo[13], compraba en el expendio algunos dulces y artículos de aseo.[14] También la vi recogiendo afanosamente de entre los mejores alimentos: panes, frutas, embutidos, que a veces algunas internas dejaban de la comida de la “rancha”[15]. Cuando ya tenía un paquete listo nos pedía a sus compañeras de patio que le colaboráramos con la ayuda de nuestros familiares o amigos que nos visitaban para enviar vía correo su pequeño aporte a la manutención de sus pequeños.

Una madrugada cualquiera Sol fue trasladada sin ninguna explicación de la guardia, junto con otras de mis compañeras presas políticas a la Tramacúa, en Valledupar[16], luego tras una lucha de las internas confinadas en la única torre destinada a las mujeres en tan infernal prisión, fue Sol traslada junto con la casi  una centena más de mujeres que estaban con ella, al establecimiento penitenciario y carcelario de Cúcuta.  Lo supe porque tuve la pequeña fortuna de recibir una carta suya en la que me contaba de sus nuevas experiencias en esas cárceles al tiempo que me adjuntaba como regalo un diminuto bordado con la imagen del Ché Guevara y mi nombre al lado, obsequio que aún conservo con especial cariño.  Ella lo bordó especialmente para mí porque estando entre nosotras las prisioneras políticas entendió que el Ché era un importante referente revolucionario.

Después de eso no volví a saber de Sol y esa es una gran pérdida que aún cargo.  Aspiro a que haya finalmente logrado su libertad condicional y esté reunida como era su sueño con su hija e hijo, aunque lo dudo por la larga condena que afrontaba.  Por eso hoy escribo de memoria este pedazo de su historia como un homenaje a ella y a las miles de mujeres que como ella también hacen su propio ejercicio de resistencia, no ya desde una postura política, sino desde su propia existencia.

Aunque las mujeres no nos definimos como tales por ser madres, esta es una realidad de a puño que vivimos una inmensa mayoría.  Realidad que se hace más difícil si consideramos que un gran número asumimos solas la jefatura de nuestras familias en medio de la discriminación, subordinación, exclusión y falta de oportunidades en razón de ser MUJERES.   

II

Hoy nos encontramos con un esperanzador escenario de conversaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, y ante un posible inicio de conversaciones de paz con el ELN. Hoy muchas colombianas y colombianos vemos con esperanza esta nueva oportunidad de cerrar de forma negociada y definitiva este reciente capítulo de una guerra que ha afectado especial y sensiblemente a miles de mujeres, jóvenes y niñas.

También vemos con espíritu positivo que en el marco de esas  conversaciones de paz, por primera vez exista una Sub-comisión de Género, que pretende en primer lugar reconocer el papel de las mujeres de forma diferencial y plantear políticas transversales con perspectiva de género en la implementación de los acuerdos pactados por las partes en La Habana en el escenario de construcción de paz.

Igualmente vemos con optimismo la firma de un acuerdo en materia de justicia que se materializaría a través de un Sistema Integral de Justicia, Verdad, Reparación y No Repetición que pondría en un lugar central a las víctimas del conflicto interno, la mayoría de ellas mujeres, jóvenes y niñas.

Sería deseable por lo tanto que en el marco de ese Sistema, existieran como han existido en otras experiencias Tribunales Especiales para las Mujeres en el que las violencias sufridas por las mujeres, jóvenes y niñas en el marco del conflicto interno puedan ser tramitadas integral y efectivamente por personal idóneo y con una sólida formación en justicia de género[17].

Igual de importante es que a la hora de nuevos gestos humanitarios, las mujeres prisioneras políticas, algunas de ellas lisiadas de guerra y aquellas con graves enfermedades también sean amnistiadas y/o indultadas y visibilizadas positivamente, no como delincuentes.

Pero no menos importante sería, y dada la invisibilidad con la que las mujeres privadas de la libertad  en general han sido tratadas, que el gobierno nacional haga un gesto de voluntad política, antes de la firma de un acuerdo final y saque a las niñas y niños de las cárceles pero con sus madres, porque no se trata de perder un derecho ganado por las mujeres privadas de la libertad que tienen hoy a sus pequeños (as) con ellas.  Sino de empezar a abrir las puertas a formas de justicia alternativas. No es deseable que miles de mujeres, transgresoras algunas por motivos de pobreza y otras en su calidad de prisioneras políticas sean nuevamente excluidas, estigmatizadas y re victimizadas.

Es hora de que se empiece a dar aplicación en serio a leyes ganadas por muchas mujeres, de que se haga efectiva una verdadera Justicia de Género[18] que le ofrezca alternativas distintas a la prisión a las mujeres cabeza de familia, muchas de ellas prisioneras políticas para que miles de niñas y niños, esas nuevas generaciones no terminen arrastrados con sus madres a la pesadilla de la prisión y por esa vía vean conculcados sus más elementales derechos. 

Es hora de que el Estado colombiano y gran parte de la sociedad entiendan que no es con la creación de nuevos delitos y más penas y más cárcel cómo se supera la violencia y la delincuencia.  Es con la generación de oportunidades, con la inclusión, con justicia social con perspectiva de género como nuestro pueblo podrá dejar atrás las secuelas de una cruenta guerra, para que nuestras mujeres, jóvenes y niñas no sean sometidas nunca más a las diferentes formas de violencia en razón de  su ser femenino.

Es hora de que se abran las rejas  y que  las mujeres le apostemos y aportemos a la construcción activa, con nuestra participación directa y sin subordinaciones,  de un nuevo país en paz y con justicia social.

Noviembre 25 de 2015.


[1] Socióloga, defensora de derechos humanos, ex prisionera política.

[2] Referido a una persona privada de la libertad por estar sindicada o condenada por un delito común.

[3] Así la llamaré para proteger su verdadera identidad.

[4] La mayor parte de mujeres en prisión son madres, algunas por opción otras por embarazos no deseados.  La inmensa mayoría en condición de cabeza de familia. Pero el Estado a través del INPEC no les garantiza ni siquiera a éstas mujeres, en una condición especial, el acceso a un trabajo remunerado que les permita, como en algunos países europeos, brindarles a sus menores el sustento económico que necesitan, haciendo extensiva la pena a sus hijas e hijos.

[5] En Colombia no existe para las mujeres la opción del aborto de manera legal.  Sólo y no con dificultades ha sido aprobado ese derecho de las mujeres en casos de violación o malformación del feto.  Condiciones especiales como las de las mujeres privadas de la libertad son completamente ignoradas.  Así que practicarse un aborto en prisión sólo sumaría una nueva pena a las mujeres privadas de la libertad.

[6] Son pocos los hombres que se mantienen constantes y leales acompañando a las mujeres mientras están presas.  Las historias que conocí de mujeres que vieron desintegrado su hogar después de su encierro no fueron pocas. Y el abandono de ellas a su suerte muchas veces también ha significado el abandono de sus hijas e hijos. 

[7] En el sistema penitenciario y carcelario colombiano permite que algunas mujeres privadas de la libertad convivan con sus menores hasta la edad de los tres años.  Son cupos limitados para unos pocos casos.  Cuando las niñas y niños alcanzan esa edad deben ser entregados a un tercero.  Ante la ausencia de un familiar o persona amiga que acoja a los menores éstos son tomados bajo la custodia del Estado a través de Instituto Colombiano de Bienestar Familiar -  ICBF y otras fundaciones autorizadas para ese fin. 

[8] En las cárceles colombianas la venta y consumo de drogas es una constante.  El personal de custodia del INPEC seriamente comprometido en prácticas de corrupción también hace parte de la cadena que permite el acceso de todo tipo de drogas a las cárceles.  

[9] Tampoco son las cárceles colombianas un modelo de “resocialización”.  Al contrario son verdaderas escuelas del crimen.

[10] Es una zona marginada de Bogotá reconocida por la venta y consumo de drogas, de prostitución, de trata de mujeres y niñas y niños, entre otros.

[11] El personal de custodia en las cárceles, que en Colombia a nivel nacional está bajo la responsabilidad de Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario – INPEC.

[12] Existe un imaginario contradictorio en la cárcel frente a las prisioneras y prisioneros políticos creado en gran parte por el trato de “enemigo interno” dado por el INPEC; por una parte se asume que la totalidad de las prisioneras y prisioneros políticos son guerrilleras o guerrilleros y por tanto de alta peligrosidad, lo cual no es cierto, pues entre las prisioneras y prisioneros políticos muchas y muchos no son combatientes rebeldes sino miembros de organizaciones sociales, populares y políticas de izquierda.  Hasta hace poco ni el gobierno ni sus instituciones reconocían la existencia  de prisioneras y prisioneros. Por otra parte, el INPEC hace un reconocimiento tácito de que los pabellones de presas y presos políticos son patios en los que el comportamiento de ellas y ellos es radicalmente distinto al que se vive en los pabellones donde se albergan presos y presas sociales.

[13] En las cárceles y penales colombianos está prohibida la tenencia de dinero en efectivo. En cambio el INPEC ha creado unas cuentas bancarias a través de las cuales familiares o amigos pueden hacer consignaciones a las personas privadas de la libertad. Esos recursos son manejados a través de un código “pin” que se asigna a cada interno (a).   

[14] Una tienda de abarrotes y alimentos dispuesta por el INPEC para que las personas privadas de la libertad puedan comprar productos.  Así las personas privadas de la libertad son también clientes consumidores altamente rentables para el INPEC.

[15] Así se le denomina a la comida a cargo del INPEC y destinada a las personas privadas de la libertad.  Es tan mala y poco balanceada la comida que reciben las presas y presos que una gran parte de esta va a dar a unas canecas de desperdicios.

[16] La Tramacúa es una expresión de los habitantes de la costa atlántica colombiana para referirse a algo descomunal, muy grande.  Es uno de los penales colombianos ubicado en el municipio de Valledupar en donde las personas privadas de la libertad afrontan las condiciones más adversas de reclusión y en donde se violan sistemáticamente los derechos humanos de los internos, por ello también es nombrado como el “Guantánamo” colombiano.   En un tiempo existió allí una torre destinada a las mujeres que por la lucha de las mujeres allí confinadas y el apoyo de otras(as) presos y organizaciones defensoras de derechos humanos tuvo que ser cerrada, quedando sólo habilitada para personal masculino.  Hoy hay una sentencia de la Corte Constitucional que ha exigido su cierre total y se está a la espera de su cumplimiento.

[17] Experiencias de Tribunales Especiales para conocer las violencias contra las mujeres existen en “Brasil, España, el Uruguay, Venezuela, el Reino Unido y varios Estaos de los Estados Unidos” y algunos países que cuentan con experiencias de fiscales preparados (as) para investigar violencias basadas en género son Guatemala, El Salvador, Nicaragua, España y Venezuela.  Véase en Isabel Agatón Santander.  Justicia de Género, un asunto necesario.  Editorial Temis, Bogotá, 2013. p. 187.

[18] La Justicia de Género busca brindar alternativas a las mujeres para que éstas puedan tener acceso a la justicia de manera oportuna, sin prejuicios y estereotipos en razón de su ser mujer y se les ofrezca un tratamiento diferencial y garantista de sus derechos.