La doctrina islámica se originó en la Hidjaz, la región noroccidental de la península arábiga, y en particular en La
Meca y
Yathrib, posteriormente conocida como
Medina. En ésta última, a comienzos del siglo
VII, un mercader de cuarenta años de edad,
Muhammad, recibió varias revelaciones de
Dios entre los años
610 y 632, con el encargo de predicarlas a la humanidad. La predicación de Mahoma comenzó en La Meca, aunque la persecución de sus adeptos obligó al Profeta a trasladarse a Medina con unos ciento cincuenta seguidores. La huida, en el año 622, conocida como la hégira, marca el inicio del calendario islámico.
En Medina, Mahoma siguió predicando y ganando adeptos a su doctrina. Allí formó una nueva comunidad con los fieles de su religión, llamada umma, basada en los principios de fraternidad, igualdad, ayuda mutua y solidaridad. En los diez años siguientes, Mahoma ejerció el control religioso, político y militar sobre una comunidad nueva y dinámica.
En el año 630 Mahoma había conseguido ya el poder suficiente para permitirle hacer su entrada triunfal en La Meca. En la cumbre de su autoridad, controlaba gran parte de la península arábiga y había enviado fuerzas para comprobar las defensas bizantinas en el sur de
Siria.
A la muerte del profeta, sus sucesores recibieron el título de califas, es decir, "sucesor del enviado de Dios". Éstos, en los treinta años siguientes, consiguieron extender el mundo islámico hasta
Egipto,
Mesopotamia, Siria y buena parte del actual
Irán. Especialmente significativa fue la toma de Jerusalén, donde fue levantada la
Mezquita de la Cúpula de la
Roca.
Ésta se construyó sobre el lugar que ocupó el Templo de Salomón, aunque la tradición afirma que sólo se quiso preservar el recuerdo del viaje del Profeta al
Paraíso. Con este edificio en Jerusalén, el islam implantaba, junto con Medina y La Meca, un tercer lugar sagrado, cuya apariencia competía, además, con los edificios cristianos de la ciudad
Entre los años 661 y 750, el califato estuvo en manos de una nueva dinastía, la omeya, que trasladó la capital desde Medina a Damasco. Con los omeya, el imperio islámico alcanzó su máxima expansión, conquistando el Magreb hasta el
Atlántico, la península
Ibérica, parte de la
Galia y, en el
Oriente, ocupando la Transoxiana y el
Sind.
El derrocamiento de los omeyas en el año 750 dio lugar a una nueva dinastía califal, la abbasí, que cambió su capital a
Bagdad.
Durante este periodo, la sociedad islámica experimentó un importante proceso de transformación hacia la vida urbana, floreciendo la actividad intelectual y el comercio.
Pero paulatinamente los califas de Bagdad vieron cómo su gobierno quedaba reducido a poco más del territorio de
Irak, formándose diversos estados prácticamente independientes.
Uno de los más importantes fue el emirato omeya de al-Andalus.
Abd al-Rahman I, miembro de los derrocados omeyas, se hizo dueño de al-Andalus, adoptando el título de emir. Uno de sus descendientes,
Abd al-Rahman III, rompió toda dependencia de Bagdad y se proclamó califa. Con los omeyas, al-Andalus recibió embajadas extranjeras en busca de alianzas, al tiempo que surgieron una agricultura y una industria florecientes y fueron traducidas las obras clásicas. Las sucesivas ampliaciones de la mezquita aljama cordobesa convirtieron al-Andalus y su capital en el faro del islam en Occidente.
La desintegración del califato en el año 1031 dio lugar a un periodo de desórdenes y división, los llamados reinos taifas. Almorávides, en el siglo
XII, y almohades, en el
XIII, consiguieron momentáneamente reunificar al-Andalus. Sin embargo, al final sólo sobrevivió el pequeño reino nazarí de
Granada, que pasó a manos de la cristiandad en
1492. A pesar de ello, antes de caer dejó como herencia una de las más asombrosas maravillas arquitectónicas del mundo islámico: la exuberante
Alhambra....
- published: 17 Oct 2012
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