Séneca:
De la constancia del sabio
y que en él no puede caer injuria
A
Sereno...
Capítulo 1
No sin razón me atreveré a decir, oh amigo Sereno, que entre los filósofos estoicos y los demás profesores de la sabiduría hay la diferencia que entre los hombres y las mujeres; porque aunque los unos y los otros tratan de lo concerniente a la comunicación y compañía de la vida, los unos nacieron para imperar y los otros para obedecer. Los demás sabios son como los médicos domésticos y caseros, que aplican a los cuerpos medicamentos suaves y blandos, no curando como conviene, sino como les es permitido. Los estoicos, habiendo entrado en varonil camino, no cuidan de que parezca ameno a los que han de caminar por él, tratan sólo de librarlos con toda presteza de los vicios, colocándolos en aquel alto monte que de tal manera está encumbrado y seguro, que no sólo no alcanzan a él las flechas de la fortuna, sino que aun les está superior. Los caminos a que somos llamados son arduos y fragosos, que en los llanos no hay cosa eminente; pero tras todo eso, no son tan despeñaderos como muchos piensan.
Solas las entradas son pedregosas y ásperas, y que parece están sin senda, al modo que sucede a los que de lejos miran las montañas, que se les representan ya quebradas y ya unidas, porque la distancia larga engaña fácilmente la vista; pero en llegando más cerca, todo aquello que el engaño de los ojos había juzgado por unido, se va poco a poco mostrando dividido; y lo que desde lejos parecía despeñadero, se descubre en llegando ser un apacible collado.
Poco tiempo ha que hablando de
Marco Catón te indignaste (porque eres mal sufrido de maldades) de que el siglo en que vivió no le hubiese llegado a conocer, y que habiéndose levantado sobre los Césares y Pompeyos, le hubiesen puesto inferior a los Vatinios. Parecíate cosa indigna que porque resistió una injusta ley le hubiesen despojado de la garnacha en el tribunal, y que arrastrado por las manos de la parcialidad sediciosa, hubiese sido llevado desde el lugar donde oraba hasta el arco Fabiano, sufriendo malas razones, y ser escupido, con otras mil contumelias de aquella loca y desenfrenada muchedumbre. Respondíte entonces que más justo era dolerte de la
República, que de una parte la rendía Publio
Clodio y de otra Vatinio y otros muchos ciudadanos, que corrompidos con la ciega codicia, no conocían que mientras ellos vendían la República, se vendían a sí mismos.
Capítulo 2
Por lo que toca a Catón, te dije que no había para qué te congojases, porque ningún sabio puede recibir injuria ni afrenta; y que los dioses nos dieron a Catón por más cierto dechado de un varón sabio, que en los siglos pasados a Ulises o Hércules: porque a éstos llamaron sabios nuestros estoicos por haber sido invictos de los trabajos, despreciadores de los deleites, y vencedores de todos peligros. Catón no llegó a manos con las fieras, que el seguirlas es de agrestes cazadores, ni persiguió a los monstruos con fuego o hierro, ni vivió en los tiempos en que se pudo creer que se sostuvo el cielo sobre los hombros de un hombre: mas estando ya el mundo en sazón, que desechada la antigua credulidad había llegado a entera astucia, peleó con el soborno y con otros infinitos males; peleó con la hambrienta y ambiciosa codicia de imperar que tenían aquéllos, a quien no parecía suficiente el orbe dividido entre los tres; y sólo Catón estuvo firme contra los vicios de la República, que iba degenerando y cayéndose con su misma grandeza, y en cuanto fue en su mano, la sostuvo, hasta que arrebatado y apartado se le entregó por compañero en la ruina, que mucho tiempo había detenido, muriendo juntos él y la República, por no ser justo se dividiesen; pues ni Catón vivió en muriendo la libertad, ni hubo libertad en muriendo Catón. ¿Piensas tú que a tal varón pudo injuriar el pueblo porque le quitó el gobierno y la garnacha, y porque cubrió de saliva aquella sagrada cabeza? El sabio siempre está seguro, sin que la injuria o la afrenta le puedan hacer ofensa.
- published: 08 Oct 2015
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