Mateo 26:36 – 46. “En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y oró diciendo: Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (v.39). Para entender todo el contenido que encierran estas palabras salidas de los labios del Maestro a modo de oración y ruego necesitamos poner atención a dos detalles señalados en el contexto que la dan lugar: (1) El Señor había comenzado a entristecerse y a angustiarse en gran manera. “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” fue lo que le había dicho a sus discípulos. Era tal su condición que incluso pidió a sus discípulos que oren con él (vv.37-38). (2) Fueron tres veces en que él fue delante de su Padre para expresar la misma oración, versos 39, 42 y 44. Es obvio que el Señor anticipaba el sufrimiento que le traería la cruz. Pero no era el dolor físico lo que únicamente lo paralizaba, había algo más, y esto era la experiencia de experimentar sobre sí todo el peso del pecado de la humanidad. El recibir sobre él toda la ira que un Dios Justo tenía reservada para el hombre pecador era la gran prueba que lo tenía angustiado y rogando a su Padre si es que acaso no habría otra manera de lograr la salvación del hombre. Reflexiona sobre lo que esto traía para Jesús quien como Hijo de Dios era Santo. Medita en lo que el pecado del hombre haría en la comunión eterna que como Hijo había mantenido con su Padre. Con todo, él aceptó la voluntad del Padre. No había otro camino sino solamente la cruz y a pesar de todo el sufrimiento que le significaba se levantó para ofrecerse a morir en manos de los pecadores y a favor de los pecadores. Entonces, si él aceptó morir porque no había otro camino, ¿qué haces tú buscando otro camino para tu salvación? ¿Qué haces ignorando lo que él hizo por ti en la cruz? Mira a la cruz, allí ocurrió todo lo que tú necesitas. ¿Lo crees? Ps. Jorge

• published: 05 Apr 2015
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