Al fin, tras cuatro años desde que se editará en esloveno (Cankarjeva založba), se traduce (al italiano) la única y monumental biografía del mariscal Tito. La obra (Tito e i suoi compagni. Einaudi) respeta el título original y su autor es Jože Pirjevec, un reputado historiador italiano (nacido en Trieste y de habla eslovena). Ha de señalarse, además, que este estudioso pasa por ser uno de los mejores especialistas en las guerras que condujeron a la desintegración yugoeslava y que, si bien se le cita y se le menciona en algunas ocasiones, no es muy conocido entre nosotros. Motivo añadido, pues, que justifica dar cuenta de esta traducción, que no novedad.
He aquí las palabras promocionales del editor:
“Déspota o rebelde? A pesar de cuarenta años de dictadura, no puede considerarse a Tito como un tirano similar a Stalin: por el contrario, precisamente porque se había rebelado contra el terror estalinista, estableciendo en Yugoslavia un socialismo “autogestionado” con rostro humano, Tito se ha quedado en la memoria de muchos de sus “súbditos” como un hombre al que estar agradecido. La Yugoslavia que dejó a su muerte fue muy diferente de la de 1945: había pasado del régimen estalinista centralizado al “socialismo de mercado”, experimentando una rápida industrialización, mediante la cual las masas disfrutaron de un crecimiento constante de la calidad de vida, aunque fuera debido en gran parte a la ayuda externa. Aunque el poder estaba en manos del Partido, el sistema autogestionado permitió a los ciudadanos ejercer cierta influencia en la vida política. Se prohibía la oposición, pero la vida intelectual no estaba sujeta a censura previa y las fronteras estaban realmente abierto al paso de las personas y las ideas. Sin Tito, no habría habido ruptura con Stalin. A su favor queda también su rebelión épica contra Hitler y Mussolini, que aseguró a los pueblos yugoslavos la victoria sobre los fascistas. Por otra parte, desde los años cincuenta, se las arregló para escapar a los cantos de sirena de Occidente, haciéndose cargo de los países “no alineados”. No debe pasarse por alto, sin embargo, el fracaso del régimen de Tito, incapaz de mantenerse sin su fuerza de cohesión y de llevar el experimento de autogestión hacia una democracia pluralista moderna”.
Y, como es habitual, los primeros y último párrafos de la introducción:
“Desde el día en que entró en la historia, el 10 de Noviembre de 1928, con su comportamiento orgulloso ante el tribunal en Zagreb que lo condenó a una fuerte pena de prisión por comunista, Tito despertó el interés de los contemporáneos por la expresividad de sus ojos. El corresponsal del periódico Novosti lo describió en aquel momento así: “Los rasgos de su rostro traen a la mente el acero. A través de sus quevedos, sus ojos claros se ven fríos, pero enérgicos y calmadis”.
Miroslav Krleža, poeta, escritor y reportero de la provincia croata y yugoslava, en un breve ensayo, Il ritorno di Tito nel 1937, recuerda a su vez:
Estoy sentado en la penumbra de mi habitación y observo las nubes […] En medio de este silencio suena la campanilla de la puerta […] Me levanto, atravieso el apartamento, abro […] y tras el vidrio de la puerta hay un extraño. […] Pasados nueve años, Tito era como una sombra de antaño y al principio me parecía que no había cambiado mucho, pero a la vez también había cambiado mucho, de hecho. Seis años de prisión y tres años de exilio habían borrado de su rostro la expresión de ingenua e inmediata frescura y, en vez de un hombre joven y sonriente, era un extranjero serio y silencioso, cuyos ojos tras sus quevedos parecían oscuros, casi severos
Con su viejo y al tiempo nuevo conocido, Krleža se sumergió en un diálogo que duró hasta el amanecer, aprendiendo mucho de su azarosa vida y de sus ideas revolucionarias. Tito también habló de la nostalgia del hogar, de aquella noche que, tras regresar de Moscú, lo llevó a la aldea donde nació, Kumrovec, sabiendo que se arriesgaba mucho, ya que vivía en la ilegalidad como destacado comunista. Se había aventurado hasta la casa del padre y tuvo la impresión de que en ese lugar remoto nada había cambiado desde que había estado allí la última vez, a pesar de los acontecimientos que habían transformado el mundo.
(…)
Y, por último, la impresión de Henry Kissinger, secretario de Estado del presidente estadounidense Richard Nixon: Tito era un hombre “cuyos ojos no siempre sonreían con su cara” ¿Kissinger sabía que de Stalin se decía lo mismo? Tal vez porque él también tenía un rasgo semejante, Stalin lo reconoció inmediatamente. En una de las primeras reuniones con Tito, en septiembre-octubre de 1944, dijo: “¿Por qué tiene ojos de lince? No es bueno. Ha de reirse con los ojos. Y después hundir el cuchillo en la espalda”. En el momento de la ruptura con el Kominform, un representante de los eslovenos de Trieste dijo: “Con Tito no hay que bromear. Tiene ojos de víbora”. La amenaza en los ojos de Tito fue especialmente advertida por Blagoje Nešković, importante comunista serbio, dogmático y nacionalista. Cuando, después de la ruptura con Stalin, el mariscal aseguró a Foster Dulles, secretario de Estado norteamericano, que en caso de guerra se habría aliado con Occidente, Nešković osó contradecirlo, diciendo que los serbios no le seguirían y recordándole que no debería haber dicho algo como aquello sin la aprobación del partido. Tito reaccionó violentamente: “Sus ojos de gato salvaje brillaban con odio bestial: […] “Soy yo quien responde por Yugoslavia! Soy yo quien manda!”.
© Giulio Einaudi editore