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La apuesta de la familia genio

El coeficiente intelectual de Andrew supera al de Albert Einstein, Madonna o Stephen Hawking. A los 16 años se graduó como el psicólogo más joven del mundo y a los 18 se erigió como el Presidente de la Federación Mexicana por la Sobredotación. Además, sus hermanas también son chicas prodigio y sus papás no pueden ocultar su superinteligencia

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Por Majo Siscar. Fotos de Alma Rodríguez
| domingo, 28 de octubre de 2012 | 00:10

Era domingo y el médico Asdrúbal Almazán llegó finalmente con un corazón de vaca a la casa. Su hijo genio, de cuatro años, llevaba semanas pidiéndole uno. Con él, podría ver como era un corazón humano, pero de cuatro veces su tamaño. Para ello, habilitaron la mesa del comedor como sala de operaciones. Luego, bisturí en mano, extrajeron cuidadosamente la membrana exterior, el pericardio, que asegura los movimientos del músculo. El pequeño Andrew observó la arteria aorta, la vena pulmonar y las aurículas. Debió cortar las arterias hasta la base del ventrículo derecho para observar los tejidos internos. Apreciaron los tendones y la parte más delgada del ventrículo izquierdo, y así hasta percibir los diferentes tejidos, muy parecidos a los del corazón humano pero a gran escala. No sabemos si la disección avanzó exactamente así, pero sí que a su madre, Dunia Anaya, no le hizo ninguna gracia. No se disecciona un corazón de vaca en la mesa donde come la familia. Ni siquiera en la casa de una familia genio.

La experiencia resultó tan impactante que ahora el ejercicio es repetido periódicamente en el Centro de Atención al Talento (CEDAT), la escuela para niños sobredotados que dirige Andrew Almazán, ahora reconocido como el psicólogo más joven del mundo. Aquel domingo, con el corazón de vaca tendido en la mesa del comedor, el geniecillo decidió que estudiaría Medicina. Mientras otros niños sueñan con ser futbolistas y si les va bien acaban siendo reporteros de deportes, o quieren ser astronautas y terminan cantándole borrachos a la luna, Andrew es el chavito que soñó con ser médico y lo logró aún siendo adolescente. A los catorce años, volvió a agarrar el bisturí, esta vez para quitarle un tumor a un ser humano, bajo la atenta supervisión de sus profesores. Le pregunto qué sintió al poder conseguir su sueño.

—Fue un parteaguas en mi carrera.
—¿No estabas nervioso?
—Fui con mucha cautela porque ya lo había practicado mucho en otros tejidos. La cirugía no es tan peligrosa pero lo ideal es que quede la menor marca posible. Hay otras cicatrices que son más complicadas de trabajar. En psicología, por ejemplo, las heridas emocionales son invisibles. ¿Como lo hacemos en psicología para cortar una cicatriz y que no quede chueca?
—¿Tú tienes cicatrices psicológicas?
—Como dice un filósofo alemán, lo que no mata fortalece. Las adversidades y las experiencias furtivas van moldeando el carácter. Carlos Diano, un filósofo italiano, hablaba que la personalidad se formaba en base a experiencias, entonces si tienes más, más rápido te vas moldeando. A mí la escuela me sirvió para darme cuenta cómo funciona la sociedad, en especial con los niños sobredotados.

La gravedad de sus palabras contrastan con su tono seco y el gesto solemne que no cambia. Andrew Almazán reprime cualquier ápice de emoción en las tres primeras entrevistas. Habla rápido, comiéndose los sonidos, sin apenas vocalizar. Mantiene la mirada fija y se cuida de hacer cualquier ademán con las manos al unirlas y ladearlas levemente hacia delante y hacia atrás para dar el ritmo que no mantiene la conversación, cortada tajantemente. Ante su elocuencia, me cuesta imaginar aquel niño del que me hablan sus papás, que le pedía a Dios que le diese un amigo, al menos uno. El genio que disecciona corazones de vaca, guarda herméticamente el suyo.

Me pregunto cómo habrá sido entrevistar a Einstein. Sus biógrafos aseguran que fue un niño muy introvertido, poco dado a integrarse en su grupo y que tuvo una infancia difícil. Sus profesores lo veían como un alumno problema. Sus compañeros de niñez fueron un violín y el piano de su madre. Andrew tiene La Biblia, su lectura favorita. Y a su familia. Sus padres reestructuraron su vida para apoyarlo. A los nueve años decidieron sacarlo de la escuela y educarlo por cuenta propia. Estudiaron una maestría en Educación para poder ayudarlo. Fue un esfuerzo enorme y una búsqueda constante. Como Andrew Almazán, ocho de cada diez niños sobredotados mexicanos han padecido bullying, casi el doble que en el resto del alumnado. Nueve de cada diez fueron diagnosticados erróneamente como alumnos con Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).

Cuando las hazañas del niño genio mexicano comenzaron a difundirse en la prensa y la televisión, y adquirieron incluso resonancia internacional, otros papás se acercaron a la familia Almazán Anaya. Querían consejos. Poco a poco fueron descuidando el consultorio médico donde trabajaban, hasta que decidieron fundar el CEDAT, basándose en la experiencia educativa que tuvieron con Andrew. Es una escuela, un templo para la inteligencia de sus hijos. Allí, protegidos de la gente "normal", que damos por supuesto demasiados supuestos, los niños genios aprenden, hacen amigos, juegan. Pero para ello, Andrew Almazán tuvo que hacerla de conejillo de indias.

Los supuestos y las diferentes realidades

La historia de Andrew puede encajar en el imaginario que tenemos sobre los niños prodigio. A los 18 años no tiene novia ni dedica tiempo a los videojuegos, pero pasa horas moviendo piezas de ajedrez con sus dos hermanas, quienes también son superdotadas —perdón, sobredotadas—. Todos ellos, por supuesto, nacieron de unos padres superinteligentes porque la genialidad es hereditaria y el señor Asdrúbal Almazán no sólo es médico cirujano sino que fue medallista internacional de taekwondo. La señora Dunia Anaya es una filósofa que, por supuesto, trabaja en la escuela para niños superdotados (se conocieron porque él, cuando fue su maestro de taekwondo, la pateaba genialmente). Es un gran problema poder explicar a un superdotado, pero explicar a una familia prodigio nos pone al resto como un poco tontos, caricaturistas, esclavos del cliché: pensamos, por supuesto, que los niños genio no tienen infancia, que sus padres presumen y viven de ellos, que sólo tienen amigos imaginarios y que son muy antipáticos, pero lo que pasa es que nos sentimos unos idiotas ante ellos. Todos imaginamos la misma historia del niño genio que está solo y lo peor de todo es que es bastante cierto. Sí, esta es una historia más de un niño prodigio, Andrew Almazán Anaya, pero también es la historia de cómo los miramos los demás.

Entonces, siguiendo la tradición informativa sobre los niños genios, podemos decir que el coeficiente intelectual de Andrew Almazán supera al de Albert Einstein, Madonna o Stephen Hawking. Que a los dos años cambió las canciones de cuna por los conciertos de Bach, que a los cuatro pidió de regalo un globo terráqueo en lugar de una pelota, que a los siete acudía a investigadores para preguntarles a dónde iba a parar la energía de los hoyos negros, que a los 12 fue el mexicano más joven en entrar a la universidad para estudiar Medicina y Psicología a la vez, que a los 14 operó un tumor benigno, que a los 15 escribió el libro Las preguntas del hiperactivo Adrián, que a los 16 se convirtió en el psicólogo más joven del mundo, que desde los 17 es director del Departamento de Psicología del CEDAT, la escuela que montó en asociación con sus padres. Y que lo primero que hizo, al cumplir los 18, fue acudir a una notaría para firmar el acta fundadora de la Federación Mexicana por la Sobredotación, que lo convierte en presidente de la organización que comanda al pelotón de genios que se alistan en el CEDAT y sus asociaciones hermanas.

Sí, es genial. Y a su lado esta reportera, que por supuesto es morena, se siente como la rubia Penny, de la serie The Big Bang Theory, tocando a la puerta de sus vecino, el físico Sheldon Cooper. Andrew Almazán por supuesto no sabe a quién me refiero. No ve series. Tampoco ve la tele. No juega Xbox ni sale con chicas. Eso sería quitarle tiempo a lo importante: su aprendizaje.

El refranero popular dice que "el saber no ocupa lugar", pero, ¿cuánto tiempo lleva acumularlo? Este joven dedica al conocimiento unas diez horas diarias, seis días a la semana. Con ese ritmo en dos años terminó la primaria y la secundaria por sistema abierto. En dos meses y medio preparó las 49 materias de la preparatoria y sacó un promedio de 9.5 en los exámenes. Quería poder debutar como orador en el Auditorio Nacional y, para ello, debía ser el mejor de su generación de bachilleres y acabar antes de agosto de 2007. Con 12 años y ante 10 mil personas se sintió por primera vez pequeño. Pero le demostró al país entero que era grande. A partir de ese día, los medios voltearon los reflectores hacia él y se convirtió en el niño genio mexicano y en el más joven en ingresar a la universidad. Atrás quedaron los reportes por mal comportamiento y la calificación de dos o tres en conducta.

De cómo los demás vemos a los genios

Andrew sufrió bullying en la escuela y, por supuesto, no tuvo amigos. Todos lo veían como el aguafiestas, el que hablaba raro y preguntaba demasiado. El ratón de biblioteca. Por supuesto que no le gusta el futbol y ahora que es mayor de edad no toma ni fuma. El único alcohol que ha probado en su vida es el que traen los chocolates envinados, y no le gusta. Sí, usa lentes para ver de cerca, porque a los 18 años se ha gastado la vista a fuerza de haber leído ya más de mil libros. Por supuesto que todos lo hubiéramos castigado, cuando a los cuatro años, se negaba a colorear letras durante horas y retaba a su profesora preguntándole cuánto se tardaba la luz del Sol en llegar a Júpiter. ¡Y claro que los maestros eran unos flojos que no quisieron darse cuenta que el niño necesitaba desafíos mayores! Porque por supuesto que nos molesta todo aquello que se sale de la norma. Y hay que acabar con el que destaca, porque hace que los demás parezcamos tontos o perezosos. Y más en un país donde los presidentes no leen libros y las actrices ni siquiera entienden los chistes.

En la universidad sus compañeros le respetaban pero le veían como un amargado, un nerd. Solo cursó los dos últimos semestres de Psicología de manera presencial, el resto lo hizo de manera tutorial. Si hacemos caso de la controvertida enciclopedia Wikipedia, cuna del saber popular de la generación 2.0, un nerd es "un estereotipo de persona abocada completamente al estudio y la labor científica, informática e intelectual hasta el punto de mostrar desinterés por las actividades sociales, físicas y deportivas". Destaca que no tienen ningún interés por la moda y que son raquíticos u obesos debido a la falta de ejercicio, aunque el mismo sitio web reconoce que es un cliché. Andrew Almazán practica taekwondo al menos cuatro horas a la semana y es cinta negra, como su papá. Algunas mañanas sale a correr ocho kilómetros a los Viveros de Coyoacán, un parque al sur de la Ciudad de México. Es alto y fornido.

Desde los 13 años viste traje de corte clásico —de riguroso azul marino en otoño e invierno, y de colores claros cuando llega el buen tiempo—, hombreras, camisa blanca y corbata oscura con pinza para detenerla. Por supuesto que al resto de la población nos parece una incomodidad, pero ¿quién se atrevería a decir que alguien que elige cuidadosamente su vestuario no se preocupa por la estética? Aunque ésta no guste a la mayoría de las chicas de su edad. Y claro que sus papás no pudieron ayudarme cuando les pedí el teléfono de algún amigo o primo de su edad que no fuese sobredotado. "Uy, no, llamé a unos tíos y se enojaron, igual ni vienen a la fiesta de 15 años de Delanie, les molesta mucho que les busquemos para que hablen a los medios como no sobredotados", me cuenta Dunia después que le insistí que sería importante tener la visión de sus amigos. Las relaciones de Andrew, obviamente, son con chicos superinteligentes como él.  

—Como psicóloga te puedo decir que tenía la parte de interacción social mermada. Tratábamos de integrarlo invitándole a hacer cosas fuera de clase, le sonsacábamos: estás en la etapa de juego, vente al cine, a tomar un café, vamos a jugar XBox... pero él nunca dio margen. Vivió demasiado rápido. Por promover la parte académica dejó de lado otros procesos necesarios como el de socialización. Toda su vida era el estudio y su única interacción era con su familia —cuenta Alma López, una compañera que cursó tres materias con Andrew en la Universidad del Valle de México.

Ella lo recuerda como un tipo ensimismado que nunca se quedaba platicando al término de la clase ni accedía a tomarse un refresco en la cafetería con los demás. Al final del día, siempre lo esperaban sus padres en la recepción. Andrew Almazán se limita a comentarme que la relación con los otros alumnos fue "formal". Sus profesores y compañeros coinciden. Era muy aplicado, siempre serio, siempre correcto.

Catalina Morado, coordinadora de la carrera de Psicología durante los últimos dos semestres que cursó Andrew, cuenta que el joven genio era el único alumno que le hablaba de usted y le decía "maestra". Ella fue quien lo obligó a asistir a clases presenciales porque consideró que un psicólogo no podía titularse sin convivir con el resto de los alumnos.

—Creo que se perdió muchas cosas por tener educación únicamente para él. Siempre está rodeado de gente que le enseña, que le dice qué hacer, figuras de autoridad —explica Morado—. Necesita estar más con sus pares, convivir en la escuela y pelearse con sus compañeros, enfrentarse a hacer un trabajo en equipo... eso te da otras herramientas.

Para la mayoría de los jóvenes la universidad no sólo es el lugar al que se acude para conseguir un título. Es la época de hacer nuevos amigos, de irse de pinta, de agarrar la parranda, de entregarse a los coqueteos. Pero los Almazán Anaya no lo ven así.

—Yo no sé si los que piensan así sepan el dolor que le causa a una madre o a un padre el ver a su hijo rechazado. Se me hace injusto pedirle a un niño sobredotado que no pueda avanzar, que no haya una opción para ellos. Yo no me imagino a Dafne cursando 5º de primaria —refuta Dunia Anaya en relación a su hija menor, que a los 10 años acaba de empezar la universidad en línea—. Necesita el reto de aprender. Aunque siga siendo tan niña como cualquiera. ¿De qué manera no los lastiman tanto? ¿Y de qué manera podemos darles retos para que ellos sean felices? Los niños con síndrome de Down se juntan con otros niños Down. Los padres de niños sobredotados tenemos que aceptar lo que tenemos en nuestra familia, nuestra realidad.

El día que Andrew Almazán se mostró relajado

Andrew se soltó hasta la cuarta entrevista. Ese día cumplía 18 años y quedamos de vernos a las 11:00 am en la notaría donde iría a firmar el acta fundacional de su creación: la Federación Mexicana de Sobretados.  

Los Almazán Anaya llegaron a las 10:59 en su camioneta Ford Escape. Venían de desayunar en un restaurante de cocina  libanesa, la favorita de Andrew. El festejado pidió huevos a la cazuela con jocoque, leyó las cartas que cada uno de los miembros de su familia le regaló y se comió unos chocolates, su único vicio. Más tarde, en el CEDAT, le esperaba una fiesta con todos los niños, los amigos que ha logrado hacer.

Andrew Almazán y sus padres me dan la mano como de costumbre. Tenemos una conversación de ascensor y entramos en la notaría. Allí lo reciben con honores. Soy testigo de la admiración que produce su genialidad. El joven prodigio mexicano, el psicólogo más joven del mundo, el niño que escribió una carta para la caja del tiempo junto al escritor Carlos Fuentes y al premio nobel de química Mario Molina, ha elegido la Notaría 197 —ubicada en la calle Madrid #19, en Coyoacán— para ejercer por primera vez un derecho de adulto. La licenciada titular, Sara Cuevas, rebosa de ilusión. Y Andrew sonríe, al fin. Su madre ya me había confesado que si en algo no es tan bueno su hijo es en la expresividad. Por eso escribe y le escriben cartas.

En lo que duran los trámites, aprovechamos para conversar. Aquí, nadie nos interrumpe para reclamarle a Andrew Almazán que tiene que atender a un niño o asistir a sus clases de chino. Además hoy tiene a sus padres presentes. Les pregunto cómo es la vida cotidiana de una familia superinteligente. Me cuentan cuánto les gusta hacer inventos, jugar con químicos, desmontar juguetes y crear nuevos combinando circuitos. En el despacho de Andrew hay un cohete de Lego de medio metro que armó recién. Se ríen de aquel día, hace 13 o 14 años, en que él tiñó de azul toda la ropa que había para planchar, al dejar en el mismo cuarto una solución de anhídrido sulfuroso que reaccionó soltando gas colorante. El olor a azufre duró un año en la habitación. Ahora tiene un contenedor aislante en su cuarto donde guarda neominio, el elemento de la tabla periódica con mayor fuerza imantiva, capaz de desmagnetizar todo el equipo electrónico que se encuentre a decenas de metros a la redonda. Es su último experimento, y prometo guardarlo en secreto. Esas son las travesuras de un niño genio que, en algunas cosas, todavía se resiste a ser adulto.

Les menciono que fui a la universidad a entrevistar a su profesora, Catalina Morado. El nombre altera el ambiente. Andrew tuerce el gesto, pero se dispone a dar una respuesta correcta, como de costumbre. Su madre lo interrumpe: "Dile la verdad, Andrew, la verdad, fue una de las peores profesoras que tuviste". El genio deja ver por primera vez algo de coraje. Le molestaba que ella le repitiese constantemente que debía socializar más con sus compañeros. Recuerda que ella se presentaba como la universitaria típica que había ido a fiestas, que tomó, que fumó, y que no había tenido consecuencias. Andrew Almazán lo pone en duda: "Decía que ella era el modelo de profesionista exitosa, ¡ja!". Dunia Anaya va más allá: "Fueron choques y choques, lo agredía con sus comentarios, él no se metía con ella, y luego nos decía, 'yo no le he dicho nada de sus 200 kilos, que ella respete mi juventud, ¡yo también la puedo analizar a usted de por qué pesa 200 kilos!'".

El genio que desafió la ecuación ser inteligente = ser impopular

Catalina Morado, que por supuesto no pesa 200 kilos, ya me había avisado que Andrew se molesta cuando le rebaten. Su mayor desencuentro fue en la clase de Intervención en Psicología Educativa. Todos los alumnos tenían que diseñar un programa de integración de personas con diferentes capacidades ante un problema que pudiese aparecer en el aula. El geniecillo escogió, como era de esperarse, trabajar con chicos como él. Morado le hizo mucho énfasis en que revisase el tema de la inteligencia emocional. Él desarrolló el marco teórico perfectamente pero en la parte práctica separó a los niños sobredotados del resto, para que aprendieran a su ritmo. El objetivo del trabajo era la integración.

—Creo que tendría que trabajar un poquito la tolerancia a la frustración. Sé que es por su edad. Está empezando la adolescencia y se rebela. Pero tendrá el mundo ganado si maneja eso. No todo le va a salir al inicio como lo está pensando. Sabe mucho, es muy bueno, pero hasta los mejores se equivocan —dice su profesora "pesadilla".

Esa vez, Andrew Almazán tuvo que cambiar su propuesta para cumplir con la materia. Ahora, en cambio, dirige una escuela exclusiva, donde los profesores tienen coeficientes intelectuales mayores a 130, el requisito indispensable para que la Organización Mundial de la Salud reconozca la sobredotación. Es la filosofía de la Teoría Nouménica, un modelo psicopedagógico que desarrolló y que se basa en la segregación total de los niños genios. Para que no sufran, para que puedan avanzar a su ritmo y tengan la motivación suficiente. Andrew no cree en las limitaciones intelectuales, siente que son "autoimpuestas por miedo de superarse y no saber qué es lo que sigue". Mientras los mortales nos especializamos en un oficio y renunciamos a aprender cosas que nos parecen innecesarias para la vida cotidiana, él está seguro que si se lo propone puede aprender sobre cualquier cosa.

Sin embargo, apostó por estudiarse a si mismo. Estudió Medicina y Psicología para entender cómo funciona el cerebro humano y ayudar a otros genios como él. "Hay un plan para cada quien en el mundo y yo debo aprovechar las capacidades que me han sido dadas". Y lo ha hecho. Gracias a la escuela que él planeó sus hermanas superinteligentes, que están en primer año de Psicología con 10 y 14 años, son niñas que lucen felices. Delanie (14) y Dafne (10) estudian la universidad en línea con una tutora personalizada y van a clases al CEDAT. Ha sido la fórmula que sus padres han encontrado para que mantengan el universo infantil. Dafne se sabe todos los capítulos de Los Vengadores y colecciona sus muñecos. Delanie se compró un vestido de princesa en la tienda de Walt Disney para su fiesta de quince años. Nadie las llama nerds rodeadas de superdotados, están como en casa en ese centro.

Y fuera de esas paredes parece que hay una correlación entre ser inteligente y ser un nerd. Paul Graham, el tipo que desarrolló la primera aplicación para web, que luego fue comprada por Yahoo, explica en un ensayo porqué los nerds son impopulares. Él se clasifica como tal y en una escala de popularidad de la A a la E se engloba en el grupo D, solo por encima de los retrasados mentales. ¿Cuál era el problema? Diferentes intereses. "Por supuesto que quería ser popular. Pero había algo que quería aún más: ser inteligente. No simplemente hacer bien las cosas en la escuela, sino diseñar hermosos cohetes, o escribir bien, o aprender a programar computadoras: hacer grandes cosas", resume. Es lo que Andrew transmite, aunque lo exprese en un lenguaje que puede resultar chocante. Me acuerdo de Aristóteles y su frase de que el hombre solitario es una bestia o un dios. Todo depende de quién lo mire.

 

MAJO SISCAR siempre quiso ser una niña culta, pero le faltó voluntad para la academia y se contenta con tener una posteridad en el papel prensa. En 2011 ganó el premio a la Excelencia Periodística Europea por un reportaje sobre mujeres presas en cárceles mexicanas por el delito de interrumpir sus embarazos