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Obama, Chávez y el Golpe en Honduras

¿Se han aliado Obama y Chávez? Ciertamente ésta es la opinión del líder del golpe en Honduras Roberto Micheletti, cuyo vocero denunció aireadamente el jueves pasado el corte de ayuda financiera de Estados Unidos por 30 millones de dólares.

El vocero de Micheletti agregó que la decisión de Obama “condena al pueblo que lucha en contra de la expansión del marxismo en Centroamérica”.

En el resto de América Latina, sin embargo, la postura rígida de Estados Unidos fue aceptada positivamente, especialmente la propuesta de revocarles las visas a los miembros y simpatizantes del régimen y el indicio de que Estados Unidos no reconocerá el resultado de las venideras elecciones en noviembre.

No obstante, y a pesar de las fuertes presiones por parte de los miembros más antiguos de su propio partido, Obama hasta ahora se ha resistido a declarar formalmente que el derrocamiento del presidente Zelaya el 28 de junio fue un golpe militar. Si así lo llegase a calificar Obama, entonces el Gobierno estadounidense estaría obligado, por ley, a recortar permanentemente sus ayudas financieras y a suspender las visas.
 
Sin embargo, una declaración formal debe ser antes ratificada por el Congreso de Estados Unidos. Algunos analistas han sugerido que Obama quiere evitar a toda costa caer en manos de legisladores derechistas del Partido Republicano, quienes han estado denunciando que Obama se ha aliado con el Presidente socialista de Venezuela, tal como lo han venido vociferando los líderes del golpe en Honduras.
 
Si bien esta situación ha inclinado la balanza para que Obama se niegue a emitir una declaración formal por razones pragmáticas, otros miembros de su gobierno se han opuesto por razones de principio, tal es el caso de la secretaria de estado Hillary Clinton. 

Desde que se produjo el golpe de Estado en Honduras el papel de Clinton ha sido muy opaco. Clinton preside la Corporación de los Retos del Milenio, oficina del Gobierno de Estados Unidos que contribuyó financieramente con el régimen golpista hasta el jueves pasado cuando finalmente se prohibió toda ayuda directa. En el mes de julio Clinton catalogó como “imprudente” el intento de regreso a Honduras por parte del depuesto presidente Zelaya. Por otra parte, el hombre de confianza de Clinton, Lanny Davis, quien fuera el encargado de recaudar fondos para su campaña presidencial, ha sido contratado desde inicios del golpe como el vocero de relaciones públicas del régimen golpista.
 
Al no declarar el derrocamiento de Zelaya como un golpe militar, Estados Unidos mantiene sus opciones abiertas para poder direccionar la ayuda según convenga, lo cual permite que  la Secretaria de Estado ejerza un poder significativo sobre las negociaciones entre el presidente constitucional y el régimen golpista.
 
En Honduras, un creciente movimiento de resistencia ha surgido con la agrupación de sindicatos, movimientos sociales y poblaciones indígenas y negras quienes están decididos a ejercer presiones para convocar a una asamblea constituyente que permita redactar nuevamente la constitución y así transferir el poder de las élites hacia  la desfavorecida clase obrera y campesina.

La resistencia en Honduras teme que Clinton desee imponer como solución el regreso simbólico de Zelaya al gobierno, pero concentrando el poder en el ejército y en otras instituciones controladas por las élites. Desconfianza que se justifica fácilmente.

Después de los anuncios de los recortes de ayuda estadounidense, el Washington Post fustigó a los líderes del golpe por rechazar la firma del plan de mediación de Costa Rica que implicaba el regreso de Zelaya al gobierno a cambio de que éste acordara compartir el poder y olvidase de la reforma constitucional.
 
“El gobierno de facto de Honduras y sus simpatizantes en Washington están cayendo en la trampa de la izquierda latinoamericana”, afirmó el reconocido periódico en un editorial al argumentar que la propuesta de mediación debe ser apoyada.

“El presidente Zelaya se hubiera visto obligado a tener que formar un gobierno de unidad bajo supervisión internacional. Asimismo hubiera tenido que abortar el intento de convocar a un referéndum ilegal de reforma constitucional y por ende hubiera tenido que ceder la presidencia al término de su mandato en el mes de enero.

“Este escenario hubiera representado una gran victoria para los hondureños que apoyaron la salida de Zelaya, ya que éstos temían que Zelaya intentara imitar a Chávez en su  continuo desmantelamiento de la democracia venezolana. Chávez hubiera perdido de esta manera a su títere en Honduras y un nuevo presidente hubiese sido electo en el marco de unas elecciones monitoreadas internacionalmente este mismo otoño”.

Si dejamos de lado las numerosas distorsiones contenidas en estos extractos, es evidente que el Washington Post percibe el plan de Costa Rica como una manera de contener la “marea roja” de gobiernos izquierdistas que han tomado el mando a lo largo de América Latina en años recientes. Y más aún, si Estados Unidos sigue manipulando la ayuda financiera a su antojo, estará en capacidad de poder supervisar tanto la interpretación como la implementación del plan, lo cual redundaría en un resultado positivo para ellos.

Mientras tanto, el prescindible líder del golpe, Micheletti, permanece resguardado en el palacio presidencial que hasta hace apenas diez semanas fue el hogar del presidente constitucional. Quizás Micheletti experimente cierto sentido de traición cuando detenido en el  palacio, fije su mirada en la cerca que ahora está cubierta con alambre de púas y rodeada de soldados armados. No nos sorprende entonces que su vocero, al ser informado sobre la decisión de Estados Unidos de recortar la ayuda financiera y de revocar las visas, haya lanzado un ataque tan mordaz en contra de Obama.

Mientras que la decisión de cortar la ayuda directa de Estados Unidos ha convulsionado a los líderes del golpe, el gran monto de 164 millones de dólares ya asignados a Honduras, permanece en las arcas del Fondo Monetario Internacional. Después de una pausa, el FMI ha señalado que negará acceso al régimen golpista a estos fondos. Si el FMI cumple con su promesa, el impacto en la economía de Honduras será devastador, además de debilitar el apoyo al golpe e incitar a nuevas olas de protestas.

Ante las protestas y el aislamiento económico, no es seguro que los líderes golpistas logren mantener la ya frágil unidad de los cuatro pilares fundamentales del régimen: las fuerzas armadas, la élite política, los medios privados y el sector empresarial.

La última carta bajo la manga será intentar otorgarle legitimidad al golpe a través de las elecciones de noviembre. Sin embargo, este escenario es poco probable. La resistencia ha anunciado un boicot a cualquier encuesta bajo condiciones de opresiones violentas y censura, al tiempo que Estados Unidos ha declarado que “en este momento” no reconocería el resultado de dichas elecciones.

Los días de este régimen están contados y cuando llegue su fin, también cesará la curiosa convergencia de intereses entre la izquierda de América Latina y el actual Gobierno de Estados Unidos.

Por consiguiente, quien resulte victorioso en esta lucha podrá determinar la visión que prevalecerá tanto en Honduras como en el resto del continente.