BOLIVIA: EN EL ASUNTO DEL TIPNIS, ¿POR QUÉ NO PREGUNTAMOS A LA MADRE? Por Rafael Bautista S.
El conflicto suscitado por la construcción de la carretera que atravesaría el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure, TIPNIS, descubre, de nuevo, la auto contradicción en que incurre un proyecto estatal que no ha superado su condición colonial. Porque su apuesta por el “desarrollo” no pasa por la generación de un nuevo modelo (acorde al nuevo contenido plurinacional que dice abrazar) sino del empecinamiento en perseguir el mismo modelo de “desarrollo” que produce nuestro subdesarrollo. No se trata de una palabra cualquiera sino del concepto que comprime la creencia última e irrenunciable de la dominación moderna. El concepto de “desarrollo” es sólo posible por la dicotomía superior-inferior que es, a su vez, un modo sofisticado de encubrir la previa clasificación racista entre civilizados y bárbaros. En ese sentido, los procesos de “modernización” que abraza ahora nuestro nuevo Estado, asumidos como sinónimo de “progreso”, encubren esta clasificación naturalizada; pues los objetos a ser siempre “modernizados” somos nosotros (afirmamos estar en contra del capitalismo pero seguimos planificando nuestra economía a partir de sus criterios y sus expectativas). Seguimos mirándonos con los ojos del dominador, que nos hace creer que “su desarrollo” es el desarrollo que todos debemos perseguir; pero como el mundo ya no puede repartirse, en esa carrera perdemos siempre y, en efecto, logramos un “desarrollo”, pero que ya no es el nuestro. Para colmo, nuestra colonialidad naturalizada, nos hace creer que “desarrollo” y “progreso” son categoría éticas que nos prescriben el deber moral de “desarrollarnos”, como antes debíamos “civilizarnos”. Si la historia se repite, la repiten quienes no aprenden nada de ella y no aprenden nada de sus dogmas de fe; por eso no es raro que la izquierda en este proceso (la nueva derecha del proceso) apueste por aquello que critica. En el primer volumen de El Capital, Marx muestra cómo el capitalismo naciente y su correspondiente sociedad burguesa, necesitan destruir toda forma de relación comunitaria para imponer exclusivamente intereses privados como el articulador de las nuevas relaciones sociales. Entonces, lo primero a destruir es la ligazón común, de pertenencia y reciprocidad, del campesino feudal con la tierra; esto se efectiviza con la privatización legal de la propiedad común del campo. El concepto mismo de propiedad es traducido como propiedad privada, es decir, toda propiedad sólo puede ser privada; lo que es posesión común ya no tiene ningún amparo legal, por lo tanto, es susceptible de apropiación (lo que era común ahora es de unos cuantos y lo que consagra las nueva propiedades no son las cercas sino las leyes). El campesino moderno nace con esta nueva concepción de la tierra: ya no es algo sagrado o divino sino fuente de recursos, es decir, objeto de explotación.
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