Terminado el partido en el Amsterdam ArenA (0-4) y mientras Pol pulía su crónica de lo acontecido con el Milan, a los dos editores de Diarios de Fútbol que estábamos de guardia se nos ocurrió montar un texto al alimón. Una carne entreverada que se degusta en cuatro bocados breves para un partido que confirma la buena salud del Real Madrid con el clásico en el horizonte.  Esperamos que lo disfruten.

[Antonio Agredano] El Real Madrid venció cómodamente en casa del Ajax. Me resulta difícil distinguir los méritos de unos y los deméritos de los otros, cierto que el equipo de Mourinho juega compacto y eficaz y que su juego sigue mejorando partido a partido, pero el conjunto de Martin Jol no ha demostrado categoría de Champions. Triste, conservador y blando ante un conjunto al que ya se le nota el ansia competitiva que tanto gusta al técnico portugués.

[Sergio Cortina] Estoy contigo sobre el reparto de méritos. ¿Te has topado en alguna ocasión con ese amigo estropeado y fofo que un día fue sin embargo la leyenda de la noche? Pues la misma sensación me provocó el Ajax anoche. Ya no podían. Es cierto, claro, que enfrente jugó un Real Madrid que cada vez se asemeja más al Chelsea que castigaba cada error ajeno con mano de acero. Y eso, de confirmarse la tendencia, es oro puro para las eliminatorias.

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Los seguidores de nuestra antigua serie Grandes Estadios recordarán cómo hemos pretendido recordar un poco la historia de algunos de los coliseos de más rancio abolengo en el fútbol mundial: Hampden Park, Pequeño Maracaná, La Bombonera, Atocha… Hoy, aprovechando que el Real Madrid visita por primera vez en partido oficial el campo en el que de algún modo inauguró su historia moderna, queremos dedicar unas palabras al que es probablemente uno de los paradigmas de la modernidad en cuanto a recintos deportivos se refiere: el Amsterdam ArenA.

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Hace no mucho comencé una serie en este blog, inacabada y llamada Barraqueros del Mundo, con el propósito de reivindicar, frente al rodillo del toque esteta, otras maneras de afrontar el fútbol, igual de válidas y legítimas. Me acordé de ella el otro día, viendo el Villarreal-Valencia, donde chocaron dos corrientes que reivindicaron su valor precisamente porque se enfrentaban a un desafío opuesto. Unos quisieron ganar, y otros consiguieron no perder. Por un lado, el equipo visitante sorprendió de inicio, muy agresivo en la pelota dividida, decidido en la presión adelantada, preparando encerronas cerca del área amarilla, en un engranaje en el que resultó decisiva la posición de Bruno Saltor, que se quedó a mitad camino entre el lateral –cubiertas las espaldas con Stankevicius– y el extremo –donde Joaquín firmó una noche de finura y trabajo–, y trotó indetectable para la zaga del Villarreal, creando superioridades determinantes a la hora de cazar en emboscada al rival. Por el otro lado, el equipo local firmó un ejemplar ejercicio de estilo, dominó territorio y balón sin discusión, y asumió el reto de evitar el pelotazo, pese al campo minado que le aguardaba en el arranque de la circulación, salvando el tipo en el riesgo consiguiente, y añadiendo mérito a su propuesta habitual. Mostró más insistencia que musas, en una noche sin brillo, pero tuvo la paciencia suficiente para bracear hasta el empate con honor y justicia.
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Con la ilusión de un joven debutante, Raúl González Blanco (Madrid, 1977) abandonaba el pasado sábado el Veltins Arena de Gelsenkirchen con un balón bajo el brazo. Era el merecido homenaje de sus compañeros. Raúl, a sus 33 años, de vuelta de todo y con una kilometrada en sus botas, había anotado tres goles en la goleada (4-0) del Schalke 04 al Werder Bremen. Un hat-trick para el recuerdo y para reivindicarse como un futbolista útil en el Null Vier.

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¿Qué se le pasa por la cabeza a un jugador multicampeón de Europa, veterano de mil batallas y con doscientos años de experiencia al máximo nivel, para hacer esto? No lo sabemos, pero nada bueno a tenor de las imágenes que nos han traído al instante a la cabeza el peor y último recuerdo de la carrera como futbolista de Zinedine Zidane. De acuerdo en que media provocación, pero un futbolista como Eto’o, al que creíamos en su madurez personal, no puede perder los estribos de ese modo y embestir como un morlaco en los sanfermines. A pesar de que ni el árbitro ni los asistentes vieron la acción –lo cual sirvió por cierto a Samuel para lograr un golazo de bandera- la sanción se presume durísima, a tono con la gravedad de la agresión. Como consecuencia, un Inter en caída libre deberá jugarse la clasificación en Champions sin su mejor futbolista, y todavía hemos tenido que escuchar hoy a Benítez justificando el cabezazo. Así le va.
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Hace más de un año me estrené en Diarios de Fútbol con un mediocre artículo en la forma, pero con una idea en el fondo que quiero rescatar en esta mañana resacosa de goleadas. Decía algo así como que había cierto acomodamiento entre los equipos de Primera División y que Madrid y Barça ganaban casi de oficio, a veces sin mérito, y ponía como ejemplo el ramplón juego de los madridistas con Juande Ramos a los mandos y la histórica racha de resultados que atesoraban. Me negaba a pensar, decía, que todo era cuestión de dinero y que las arcas de los clubes decidieran un juego. Un deporte con miles de matices, azares y sorpresas.

Ayer pensé en indolencia. Primero pensé en dinero, en reparto económico, en fichajes, en pelotazos inmobiliarios, en marcas, patrocinios… pensé en todo eso que desnivela la balanza a favor de los más grandes. En su contabilidad, en sus créditos, en la capacidad para fichar, para tener ojeadores, para apostar por jóvenes de futuro talentoso. Pensé en Messi, en Cristiano, y comparé con el resto de equipos, con sus traspasos modestos, en sus hipotecas. Y por unos minutos aborrecí este deporte adulterado, por unos instantes me convencí de que vivíamos en una ficción, en una enorme farsa donde sólo interesaba el desempeño de dos equipos ciclópeos y dieciocho equipos palmeros y grises.

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En cualquier debate posible, en cada escenario que pisa. Primero marca Messi y después empieza la conversación. Esta vez algo larga. Así volvió a encarar el Barça un partido a domicilio, el sexto con éxito, que tras el acierto del argentino descubrió las miserias de un rival aquejado de otras batallas, que entregó las llaves de su área con solo dos tímidas internadas. El Barça pasó por encima del Almería, vacío y desganado, en un brillante monólogo que terminó 0 goles a 8.

El Almería pronto enseñó que no exigiría demasiado. Existen dos formas de replegarse, la preparada y  la que escogió el conjunto de Juanma Lillo, elegida por inercia. Esperó atrás, pero sin motivo aparente. Cedió el balón, pero despreció el contraataque. Los locales dejaron libre circulación a los azulgranas, que convertían comarcales en autopistas, permitiendo que una pequeña posición de ventaja significara peligro de gol. Así recibía fácil Villa dentro del área o probaba sin oposición Messi con la derecha. El Barça se aproximó a la portería rival al ralentí de la apisonadora, insinuando que los tantos no se harían esperar, contrastando que era el día indicado para probar a Fontàs y guardar a Piqué para el Clásico.

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