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Utopía Socialista: ¿Proyecto Realizable O Sueño Inaccesible?

El término utopía encuentra su origen en una novela de Tomás Moro, un lejano precursor inglés del socialismo. Esa obra, publicada en el año 1518, fue escrita en reacción a la miseria que reinaba en los grandes centros urbanos de Inglaterra entre los campesinos echados de sus tierras por el desarrollo de la gran propiedad agrícola y por los progresos de la naciente industria textil. Describe detalladamente la vida en una isla imaginaria e “idílica” (pero con una organización estrictamente jerarquizada, apoyada en la explotación de los esclavos para las tareas más ingratas) que ignora la existencia de la propiedad privada.

En el transcurso de los siglos que siguieron, numerosos autores se ejercitaron en imaginar “mundos mejores” entre los que Anton Francesco Doni (Mundo cuerdo, mundo loco, 1552), Tommasso Campanella (La Ciudad del Sol, 1602), Francis Beacon (La Nueva Atlántida, 1623), James Harrington (La República de Oceana, 1656), Dyonisius de Vairas d’Alais (Historia de los Sevarambos,1677), Morelly (Náufrago de las islas flotantes o Basiliada del célebre Pilpai, 1753), Etienne Cabet (Viaje y aventuras de Lord Carisdall en Icaria, 1840), Edward Bellamy (Cien años más tarde o el año 2000, 1888), William Morris (Noticias de ninguna parte, 1891), Anatole France (La sociedad comunista) no son más que algunos entre tantos otros.

A principios del siglo XIX, algunos pensadores (los franceses Claude-Henri de Saint-Simon [1760-1825], François-Marie-Charles Fourier [1772-1837] y Étienne Cabet [1788-1856], los ingleses William Godwin [1756-1836] y Robert Owen [1771-1859], el alemán Wilhelm Weitling [1808-1871] que, si bien emitían una crítica generalmente acertada del orden social de su tiempo y eran conscientes de que la felicidad de los hombres no se podía alcanzar en una sociedad en la que imperaba una implacable lucha de competencia, fueron llamados posteriormente socialistas utópicos por ser partidarios de la colaboración de clases, pues, por una parte, “no concedían a la lucha de clases sino una importancia secundaria, o, más bien, no creían en ella. Se daban perfectamente cuenta de que varias categorías sociales estaban en presencia - el Babuvismo lo había proclamado en términos precisos - pero no se imaginaban que el proletariado y la burguesía debieran ser, necesariamente, fuerzas antagónicas. Suponían, por el contrario, que estas fuerzas podrían unirse para barrer con los nuevos privilegios o con lo que quedaba de los antiguos, y para preparar una sociedad de fraternidad y de justicia.” (Paul Louis, Ideas esenciales del Socialismo, Editorial Luz, Santiago de Chile, 1933, p. 31), y, por otra parte, creían que esa “sociedad de fraternidad y de justicia” se podría alcanzar propagando la “verdad” entre todos los hombres, y haciendo un llamado a la generosidad de ricos filántropos para establecer colonias-modelos organizadas según las reglas “harmónicas” que ellos propugnaban.

Desde luego, varios intentos de colonias “comunistas”, de islas de socialismo en el mar del capitalismo, fueron llevados a cabo a lo largo del siglo XIX en Europa, pero sobre todo en América del Norte, aunque también se realizaron algunas experiencias en América del Sur. Los propios Cabet, Owen y Weitling establecieron colonias en Estados Unidos… pero, tarde o temprano, todos fracasaron, pues, por una parte, decidieron mantenerse tercamente fieles a sus proyectos originales, fomentando peleas sobre los más nimios detalles, y por otra parte, la “experiencia demuestra que allí donde los socialistas han fundado colonias comunistas basadas sobre la producción de los artesanos y de los labradores, la necesidad irresistible de llegar a la propiedad privada de los medios de producción prevalecía, tarde ó temprano, sobre el entusiasmo socialista que había creado la colonia, cuando influencias externas no contribuían á estrechar los lazos de la asociación comunista, por ejemplo, la vida de los colonos en medio de un pueblo hostil, de lengua y religión diferentes.” (Carlos Kautsky, La doctrina socialista (Respuesta a la crítica de Ed. Bernstein), Editorial Librería de Francisco Beltrán, Madrid, 1910, p. 113).

Hoy en día, se considera generalmente que una utopía es un sueño ilusorio que no toma en cuenta las presiones de la realidad. Para los que se niegan a ver más allá de sus narices, o para los que tienen un interés en la conservación del orden social actual, cualquier proyecto, susceptible de cuestionar la posición social, los privilegios y los intereses económicos de la minoría capitalista, sólo puede ser obra de soñadores, simpáticos en el mejor de los casos o peligrosos en el peor. No cabe duda de que es así cómo fueron considerados los que, antes de la toma de la Bastilla o del derrocamiento del último zar, querían acabar con la servidumbre, los privilegios feudales y la influencia de la religión, o los que, antes de la caída del Muro de Berlín, soñaban con suprimir el gulag y la dictadura del partido único. El “peligroso” Tomás Moro, recordémoslo, fue decapitado en 1535 por Enrique VIII.

Los socialistas son de esa clase de utopistas. Conscientes de que, en todo deseo de cambio, hay una parte de utopía, y convencidos de que el capitalismo no tiene por qué ser más “eterno” que el feudalismo o que las sociedades esclavistas antiguas, su utopía es el motor de su actividad, como fue el de los revolucionarios burgueses del siglo XVIII. Es la cristalización de su sueño en un futuro mejor que, así lo esperan, algún día se convertirá en realidad.

Pero, para que un día ese sueño se realice, para que el capitalismo deje de ser considerado como “el fin de la historia” y que el socialismo pierda su carácter utópico, dos condiciones son necesarias: 1° un desarrollo suficiente de las fuerzas de producción, que permita, en el momento del advenimiento de la nueva sociedad, no la repartición de la miseria sino la satisfacción de las necesidades de la población; 2° una clase social mayoritaria, consciente de su interés, enterada de su situación de subordinación a los intereses económicos y a las imposiciones de una minoría poseedora y deseosa de acabar con ellas.

Evidentemente, la primera de esas condiciones está ya realizada. Los progresos gigantescos realizados por el capitalismo mismo, el uso de máquinas cada vez más eficientes, la “revolución” informática, etc. son algunas de tantas pruebas de que los medios están ahí para erradicar los problemas que, hace algunas décadas apenas, nos parecían aún insuperables. Así, el hambre en el tercer mundo o la escasez de viviendas en los países ricos, por ejemplo, no son las consecuencias de cualquier atraso técnico o el efecto de un supuesto excedente de población, sino la de la lógica del provecho, inherente al sistema capitalista. Los informes anuales de la Organización para la alimentación y la agricultura (OAA/FAO) de las Naciones Unidas nos recuerdan con regularidad que la producción alimenticia mundial actual es ya de sobras suficiente para satisfacer la demanda mundial. En realidad, el hambre es la consecuencia de la pobreza: millones de personas mueren de hambre cada año porque no tienen los medios de comprar una comida que, por otra parte, es destruida en los países ricos para mantener la tasa de beneficio de las empresas productoras.

Lo que impide la realización del socialismo es simplemente el hecho de que la segunda condición está sólo parcialmente cumplida. Los asalariados y sus familias forman bien la inmensa mayoría de la población. Son efectivamente ellos los que llevan a cabo todas las tareas necesarias al buen funcionamiento de la sociedad, fabricando, reparando, administrando, transportando y distribuyendo todos los bienes y servicios que necesitamos. Pero, permanentemente acondicionados desde su más tierna edad por la escuela, los medios de comunicación de masa, la familia, etc., viven con la idea que le mundo actual es “natural” y “perenne”.

Sin embargo, el día en que los trabajadores asalariados tomen conciencia de sus intereses comunes y de las posibilidades que se ofrecen a ellos si pusieran término a las divisiones artificiales y a la atomización que los debilitan (y fortalecen a sus amos), el día que comprendan la necesidad de abolir un sistema - el capitalismo - que, por definición, sólo puede funcionar en beneficio de los capitalistas, ese sistema perderá su carácter “eterno” y el socialismo su aspecto utópico.

A pesar del sinfín de problemas creados por el capitalismo, ese día aún no ha llegado. Pero el fracaso de todas las reformas intentadas para “humanizar” este sistema nos induce a pensar que el utopista no es el que, conciente de ese fracaso, desea instaurar un tipo de sociedad que aún no existe (el capitalismo, después de todo, no siempre ha existido), sino el que sueña con reformar, en el interés general, un sistema que, por su organización misma (apropiación por la minoría capitalista de los medios de existencia de la sociedad, producción de las riquezas sociales en el provecho exclusivo de esa minoría poseedora, defensa de esa propiedad por la ley y la fuerza del Estado), sólo puede funcionar en el interés de esa minoría.

El despotismo empresarial, el desempleo para unos, la precariedad y el chantaje al paro para otros, el estrés y la inseguridad en los países ricos, las guerras y el hambre en los demás no son males que se puedan resolver escogiendo a los dirigentes políticos “apropiados” o votando la ley “adecuada”. No hay gobiernos o leyes capaces de acabar con el paro, la pobreza, la desigualdad, la delincuencia, el hambre o la guerra, pues estos problemas existen desde que el capitalismo existe y nunca han encontrado solución, son males inherentes a este sistema.

Los socialistas parten de la observación de las taras de la sociedad actual, del análisis de sus características y de las causas de sus disfunciones para, conscientes de la imposibilidad práctica de terminar con ellos en el marco del sistema capitalista, proponer otro tipo de organización económica y social. Ese proyecto de sociedad no es una utopía en el sentido de que sería un modelo preconcebido o un puzzle en el que cada pieza tendría un lugar predeterminado. Esto sería contrario a la naturaleza democrática del socialismo. Ese proyecto es una utopía en la medida en que jamás ha existido (tanto como la democracia lo fue para los revolucionarios burgueses del siglo XVIII), pero es una utopía que deseamos establecer a partir de las posibilidades que nos ofrece la sociedad actual. Es un sueño que una minoría, por interés, y una mayoría, por ignorancia, nos impiden realizar… pero que un día, porque obramos contra esa ignorancia, pero sobre todo, porque esa utopía es la única solución a los problemas de la sociedad actual, todos juntos instauraremos.

Los trabajadores contra los Bolcheviques

La Revolución Rusa en Retroceso, 1920-24. Los trabajadores Soviéticos y la nueva élite comunista. Por Simón Pirani, Routledge, 2008.

Una de las consecuencias de la caída del capitalismo de Estado en la URSS a principios de los años 90, ha sido la apertura de los archivos del antiguo régimen, incluyendo los archivos de la policía secreta. Este libro es un estudio fascinante, tomando como base los apuntes de las actas de las reuniones de los soviéticos, los comités de fábrica, así como también los informes de la policía, y de las luchas de los obreros en Moscú durante el período del 1920 al 1924, en la defensa de sus intereses en contra del gobierno Bolchevique. Pirani también describe el comienzo de la aparición de miembros del Partido bolchevique que se fueron convirtiendo en una nueva elite privilegiada.

Las condiciones en Rusia durante el periodo de la Guerra Civil que ocurrió durante el periodo del 1920 al 1921, e inmediatamente después de su culminación, fueron nefastas para la población rusa. .A los trabajadores se les pagaba en especies, pero las raciones a menudo llegaban tarde, y algunas veces eran reducidas. Esto dio lugar a que ocurrieran protestas y huelgas, que el gobierno bolchevique solo estaba dispuesto aceptar, siempre y cuando estas fueron de carácter puramente económicas, y no a desafiar el régimen. El gobierno estaba particularmente nervioso en el 1921 en el momento que había ocurrido la Rebelión de Krondstadt, la cual exigía a los soviéticos demandas de elecciones libres, y un relajamiento de la prohibición del comercio privado, demandas que tenían la simpatía de muchos trabajadores. De hecho, en las aún no totalmente elecciones no libres, los soviets locales de ese año, miembros de otros partidos (Mencheviques, socialistas revolucionarios, anarquistas) y no militantes de partido, obtuvieron beneficios a expensas de los Bolcheviques. Pirani se concentra en estas demandas “no partidistas” que parecen haber sido militantes fabriles que querían concentrarse en las cuestiones económicas, pero con una aguda comprensión del equilibrio de fuerzas que podían ser extraídas del mismo gobierno.

En 1923 el gobierno comenzó a reprimir a los demás partidos políticos, incluyendo a los activistas de las fábricas, y se les prohibió llevar a cabo cualquier tipo de actividad política abierta. Pirani señala que las organizaciones políticas no comunistas pudieron operar abiertamente en Moscú otra vez hasta el final del periodo Soviético”. Los elementos no partidistas pudieron sobrevivir más, mientras que los bolcheviques trataron de ganárselo a ellos hacia las filas de su partido. La oposición política se limitó a disidentes bolcheviques, dentro y fuera del partido, algunos de los cuales asumieron posiciones pro obrera, por mejoras salariales y por mejores condiciones, pero, con el tiempo ellos también fueron silenciados, y muchos de ellos se sumaron a los miembros de los demás partidos, que fueron enviados a los campos de trabajos forzados de Asia Central, y Siberia.

La típica actitud de Lenin fue la que siempre manifestó veinte años atrás en su famoso panfleto ¿Qué hacer?, en el cual el indicaba que los trabajadores no podían llegar a conocer sus intereses ellos mismos, partiendo de esta idea, sus intereses deberían ponerse en las manos de una elite intelectual, de profesionales organizados en un partido de vanguardia. Pirani resume parte del discurso que Lenin pronunció ante el undécimo Congreso del Partido bolchevique en el 1921:

“Lenin argumenta que la clase obrera de Rusia no puede considerarse debidamente como miembros del proletariado. Citamos «A menudo cuando las personas dicen ‘trabajadores’, piensan que eso significa que es un trabajador fabril, ciertamente no lo es, continua diciendo Lenin: La clase obrera que Marx describió en sus escritos, no existía en Rusia, Lenin, vuelve y argumenta. Adonde quiera que usted vea, los trabajadores que están en las fábricas, estos no son proletarios, son trabajadores ocasionales de toda índole.”

Pirani comenta que “la consecuencia práctica de esta idea, es que la toma de decisiones políticas se había concentrado en el partido”. Esta distinción entre la clase obrera actual (en la cual no se podía confiar) y el “proletariado” (organizado en un partido de vanguardia con conocimiento) ha sido heredada por todos los grupos leninistas desde entonces, y es utilizada para justificar la dictadura del partido sobre la clase obrera.

El libro escrito por Pirani debe ser leído por aquellas personas que piensan, o que quieren refutar, la idea de que el estado que existió en Rusia bajo del régimen de los Bolcheviques nunca podría ser descrito como un Estado Obrero. Los trabajadores tendrán siempre que luchar por la defensa de sus intereses, y de sus condiciones salariales, y en contra de las condiciones que pueda n afectarlos, aun durante el tiempo de Lenin y de Trotsky.

La Guerra En Georgia

La guerra en Georgia parece que ha terminado. Todavía no está claro cómo se inició esta guerra . La primera gran acción militar de Georgia fue el bombardeo de Tskhinval, pero, algunos afirman que esta era una respuesta a la escalada de baja intensidad en la lucha contra las aldeas de Osetia del Sur que ha estado sucediendo durante muchos años. En cualquier caso, el ataque efectuado por el gobierno de Georgia en Osetia del Sur dio a Rusia una oportunidad de oro para perseguir sus propios objetivos bajo el disfraz de una intervención humanitaria (véase el articulo mes anterior bajo ” Material World” de la revista “Socialist Standard”).

En general, ambas partes han sobresalido en la hipocresía. Rusia como protector de los países pequeños - después de Chechenia? Los Estados Unidos como el paladín de la soberanía nacional contra la agresión extranjera - después de Iraq? Y sin embargo, siempre existen personas dispuestas a tomar en serio tales insolencias , o pretensiones.

Tres niveles

El contexto de la guerra debe ser entendida en tres niveles:

Nivel 1: la lucha dentro de Georgia por el control de territorio, librada por motivos étnicos, mini-estados (Georgia, Abjasia, Osset).

Nivel 2: el enfrentamiento entre Georgia y Rusia.

Nivel 3: la renovación como gran potencia de parte de Rusia, el enfrentamiento entre Rusia y Occidente, especialmente entre Rusia y los EE.UU.
Occidente en su propaganda insiste en el Nivel 2, considerando a Rusia como agresor y a Georgia como víctima, al mismo tiempo ocultando su propio papel en este conflicto.. Rusia insiste en hacer su propia propaganda en el Nivel 1, considerando a Georgia como el agresor, y Abjasios y Ossets como víctimas, y también en el nivel 3, considerando a los EE.UU. y sus aliados como agresores, y Rusia como la víctima de ellos.

Sólo si nos enfocamos en el Nivel 3 no podríamos entender cuales son los propósitos de esta guerra

Reclamando una esfera de influencia

Los gobernantes de las grandes potencias a menudo consideran las zonas fuera de sus fronteras immediatas como parte legitima de sus “esfera de influencia.” así, los EE.UU. consideran a Centroamérica y el Caribe como su “patio trasero”, mientras que Rusia se refiere a otras partes de la ex Unión Soviética como su ” cerca en el extranjero”. “Ellos están interesados sobre todo para evitar los vínculos militares entre potencias externas y los estados en su esfera de influencia. Recordemos la crisis de los misiles cubanos de 1962.

Después de un período de debilidad, Rusia reclama ser una gran potencia, y la vez quiere reclamar su propia esfera de influencia. En el terreno militar, los objetivos principales son prevenir Georgia y Ucrania de incorporarse a la OTAN y bloquear el despliegue del sistemas de misiles antibalísticos en Polonia y la República Checa. Además, Rusia no permitirá que Estados post-soviéticos quieran cooperar con los EE.UU. en cualquier ataque en contra de Irán.

La operación militar Rusa ha tenido éxito, manteniendo a Georgia fuera de la OTAN en el futuro previsible: se ha puesto de manifiesto los riesgos que entraña, y varios de los actuales Estados miembros de Europa no están dispuestos a tomar esos riesgos. Otra meta de Rusia - aún no ha sido logrado - y es derrocar a Saakashvili, que es justamente considerado como un cliente americano. (La “revolución de las rosas” que le llevó al poder en 2003 fue financiado por el gobierno de los EE.UU., a través de organismos como el National Endowment for Democracy.)

Clases dominante de Occidente profundamente dividida sobre el conflicto Ruso

Sería un error interpretar incluso la reacción automática y el apoyo de los medios de comunicación americanos para Georgia como un indicio inequívoco de apoyo. Los EE.UU. y sus aliados (con Israel juega un importante papel) crearon las condiciones para la guerra mediante el fomento de su aliado armando y entrenando sus fuerza militares. Sin embargo, parece que Saakashvili inició las hostilidades importantes por su propia iniciativa, sin solicitar la aprobación previa de Bush, que estaba disfrutando de los Juegos Olímpicos en ese momento. Esto, evidentemente, ha causado cierta molestia. Los EE.UU. le negó el apoyo práctico con el que contaba. Al igual que muchos ambiciosos e inexpertos políticos antes de él, se le fueron las manos

Debemos tener en cuenta que la clase dominante occidental está profundamente dividido en relación con la política hacia Rusia. Algunas fuerzas, especialmente en los EE.UU., están disgustados que Rusia ya no está subordinado a la occidental y la consideran una vez más como un adversario. Otras fuerzas tienen una opinión más realista de los cambios en el equilibrio de poder mundial, se resisten a crear demasiados enemigos y crear frentes de guerras a la vez, y quieren mantener una relación de cooperación con Rusia. Estas fuerzas son particularmente fuertes en los países de Europa Occidental que dependen del gas ruso.

No vale la pena la guerra con Rusia

La opinión predominante entre nuestros amos , afortunadamente es, que no tienen intereses en juego en Georgia para ariesgarse a una guerra con Rusia. Tienen un solo importante interés económico en Georgia, que son los gasductos que conectan el petróleo del Caspias, con el gas de Turquía en la costa mediterránea (Bakú - Ceyhan), que pasan por el sur del país. Es significativo que, aunque Rusia bombardeo numerosos y valiosos bienes en Georgia se tomó el cuidado de no bombardear esas tuberías. Tal vez en secreto se les dio garantías de que las tuberías no sería dañada.

Los gobernantes de Rusia no tienen realmente demasiado intereses económico vitales (en oposición a estratégicos ) en Georgia. Abjasia ha sido durante mucho tiempo su lugar favorito de vacaciones y todavía tiene un gran potencial turístico. La parte oeste de Georgia es una fuente tradicional de, té, tabaco, nueces y cítricos.

La responsabilidad compartida

Nuestros corazones están con los muchos miles de personas de la clase trabajadora que han soportado el peso del sufrimiento en esta guerra, como lo hacen, y lo han hecho en todas las guerras - cubriendose aterrorizados en los sótanos mientras los escombros de los edificios quemado caian encima de ellos provocandole la muerte, tediosas caminata a lo largo de las carreteras, ya cansados, con hambre, y sed producida por el calor del verano…

Sin embargo, también tenemos que decir algo que podría sonar descorazonador dadas las circunstancias. La mayoría de estas personas, que son simples trabajadores, los adults entre ellos - comparten la responsabilidad de esta difícil situación actual. debido a que fueron ellos los que les dieron apoyo y votaron a favor de los políticos que ordenaron el bombardeo, las barricadas, y el fuego de artilleria , La mayoría de ellos, al parecer, todavía están dispuestos a darle apoyo y votar por los mismos políticos. rque todavía creen que la ubicación de las fronteras nacionales importan más, infinitamente más, que sus propias vidas, o las vidas de sus hijos, ven como su enemigo a los demas trabajadores como ellos, que resultan ser de diferentes ascendencias nacionales y hablan un idioma diferente. Mientras sigan persistiendo estas ideas, las cuales han persistido por un largo periodo, es muy seguro que esta no sera la ultima guerra

¿Nación o Clase?

El nacionalismo ha sido siempre uno de los grandes venenos para la clase trabajadora. Ha servido para dividir a los trabajadores entre distintos estados nacionales, no sólo de modo literal, sino ideológicamente. Hoy en día, probablemente sea justo decir que una mayoría de los trabajadores –en mayor o menor medida- se alinean a nivel doméstico con sus respectivas clases dominantes. Después de todo, la ideología del nacionalismo significa, en ultima instancia, que trabajadores y capitalistas que viven en un área geográfica particular, deben tener un interés común.

Así como en la mayoría de los mitos, hay algo de verdad en esto. Normalmente, un lenguaje común es compartido, y, de modo superficial, por lo menos, una “cultura” en común puede ser definida (por ejemplo el “British Way of Life”). Sin embargo, si uno investiga un poco más profundamente, un análisis tal no puede sostenerse. Los socialistas argumentamos que la sociedad mundial puede partirse entre dos grandes clases: capitalistas y trabajadores. Más allá de que muchos trabajadores encuentren difícil el comunicarse, y de entenderse los unos a los otros a raíz de las barreras idiomáticas o culturales, esto no altera el hecho de que todos son parte de una masa global explotada, que tiene más en común el uno con el otro, que con sus jefes nativos.

Un popular mito respecto del nacionalismo, es que él es sinónimo de fascismo. Esta es una peligrosa ilusión. El fascismo es la forma más degenerada del nacionalismo, pero cualquier clase de patriotismo, por más que sea de la más inocua, puede definirse como anti-clase obrera. Esto abarca desde el Partido Conservador hasta los Trotskystas, que se sienten obligados a defender a naciones pequeñas (por ejemplo, a Irak, en contra de poderosos como Estados Unidos.)

Todo lo cual nos lleva amablemente a la Copa del Mundo. Muchos socialistas juegan y miran fútbol, pero es una vergüenza que el nacionalismo (ya sea duro o moderado) contamine lo que debería ser un evento maravilloso. Por cierto, el “nacionalismo atlético” tiene un valor tremendo para la clase capitalista, dado que hace socialmente aceptable ser partidario de tu país. No sólo desvía la mente de los trabajadores de los problemas que los rodean, sino que permite a los políticos cosechar los frutos de cualquier factor de “sentirse bien” que surja de un buen conjunto de resultados.

Rosa Luxemburgo y la Cuestión Nacional

¿Hay un “derecho de las naciones a la autodeterminación” del cual los Socialistas debieran ser partidarios? Esta fue la cuestión debatida por los Socialdemócratas antes de la primera guerra mundial, especialmente en Rusia y en Austria, ambos imperios multinacionales por aquél entonces. Lenin, fiel a su visión oportunista de que cualquier slogan era útil si ayudaba, dijo sí a “movilizar a las masas”. Entre los que contestaron no, estaba Rosa Luxemburgo.

Que esto fue así, hace bastante lo sabemos, pero hasta la reciente publicación de una selección de sus escritos sobre The National Question (editada por Horace B. Davis, Monthly Review Press), no habíamos tenido la oportunidad de juzgar el valor de los argumentos por ella empleados. Que sus escritos en la materia -contrariamente a aquellos sobre economía y otras cuestiones- hayan permanecido inasequibles por tanto tiempo no es accidental. Los publicistas de izquierda simplemente no estuvieron interesados en publicar la crítica de lo que se ha convertido en un dogma en los círculos de izquierda: que los Socialistas están moralmente obligados a apoyar las luchas por la “liberación nacional.”

Rosa Luxemburgo nació en 1871 en Zanosc (aunque fue criada en Varsovia), el cual en los mapas actuales es un pueblo en el este de Polonia, cercano a la frontera con Rusia. Pero en 1871, era parte del Imperio Ruso, ya que Polonia no existía como Estado independiente desde 1795. Durante el período 1772-1795, Polonia había sido de hecho repartida entre Rusia, Austria y Prusia. Cerca de un 2/5 de la Polonia anterior a 1772 fue para Rusia, y aproximadamente un 1/5, tanto para Prusia como para Austria.

Cuando el movimiento socialdemócrata creció en Alemania y Austria hacia fines del S. XIX, también se propagó en las áreas polaco-parlantes de esos países. Inicialmente los socialdemócratas polaco-parlantes se unieron a los partidos alemanes y austriacos, pero en 1892 fueron formados en ambos países partidos polacos de manera separada. Posteriormente ese año, se amalgamaron para formar el Partido Socialista Polaco (PSP), con representantes de la Polonia Rusa. El PSP hizo de la reconstrucción de una Polonia independiente, dentro de sus límites previos a 1772, su exigencia principal. Al año siguiente una cantidad de polacos jóvenes se exiliaba en Zürich, incluida Rosa Luxemburgo, escindidos precisamente en este punto, y fundaban La Socialdemocracia del Reino de Polonia (SDRP).

La elección de tan extraño nombre era deliberada, ya que el “Reino de Polonia” era el nombre oficial de la Polonia Rusa. El nombre, por lo tanto, proclamaba que había un partido operando sólo en Rusia. Y de hecho, cuando el Partido Socialdemócrata Ruso finalmente se formó, el SDRP (o más precisamente, luego de la adhesión de un grupo lituano en 1899, el SDRPL) fue su sección en Polonia y en Lituania.

El tema de si la independencia de Polonia debía ser o no apoyada, surgió en el Congreso de la Segunda Internacional en Londres en 1896, al cual el PSP había enviado una resolución en la cual declaraba “que la independencia de Polonia representa una exigencia política imperativa, tanto para el proletariado polaco como para el movimiento obrero internacional en su totalidad”. Rosa Luxemburgo se opuso a esto con firmeza, y escribió una serie de artículos en la prensa de la Internacional socialdemócrata, argumentando que los trabajadores debían organizarse independientemente de su nacionalidad, dentro del Estado capitalista en el cual se encontraban, y que no debían buscar volver a trazar esas fronteras; que la pelea para alcanzar esto desviaría a los trabajadores de la lucha de clase y del socialismo. La moción del PSP de hecho no fue sometida a votación, sino que fue reemplazada por una vaga resolución general que, sin embargo, aún se refería a “el completo derecho de toda nación a la auto-determinación.”

Al oponerse a una Polonia independiente, Luxemburgo estaba yendo en contra de una exigencia sostenida por Marx a lo largo de su vida política. Ella era bien conciente de esto, y no dudaba en describir los puntos de vista de Marx respecto de la Cuestión Polaca, como “obsoletos y equivocados”. Dado que esta postura ha sido proseguida por el Partido Socialista de Gran Bretaña, será interesante examinar los argumentos de Luxemburgo sobre este punto.

En 1848, señalaba ella, los demócratas de Europa Occidental, entre los cuales se debe incluir a Marx, deseaban una Polonia independiente, instaurada para actuar como una barrera entre la Rusia Zarista y Europa Occidental, de modo de remover la amenaza de que una intervención zarista detuviera allí la extensión de la democracia política. Esto, decía, era una posición sostenible en 1848, pero no en los años 1890 o en los años 1900 (ni siquiera en 1880, cuando Marx hizo una declaración más, a favor de la independencia polaca); ya que en ese lapso, gracias a la introducción del capitalismo, y con él la de un proletariado industrial urbano, Rusia no era ya la monolítica fuerza de la reacción que había sido. En la medida en que el capitalismo y la clase obrera se desarrollaran en Rusia, así también se desarrollaría la posibilidad de derrocar al zarismo y establecer allí también una democracia política. En lo que respecta a Polonia, argumentaba que la introducción del capitalismo había ligado tanto a la Polonia rusa a Rusia (la industria polaca abastecía al mercado ruso), que la propuesta de reestablecer una Polonia independiente era de todos modos una “fantasía utópica”.

Luxemburgo continuó señalando que la exigencia en pro de una Polonia independiente, era la exigencia a favor del establecimiento de otro Estado capitalista, inevitablemente expansionista y opresor. Esto, decía, no era la tarea de los trabajadores; lo que les concernía en aquel entonces era conquistar diversas libertades democráticas elementales. Así exhortó a los trabajadores polaco-parlantes en la Polonia rusa a luchar, junto con los trabajadores de todas las otras nacionalidades que se encontrasen dentro de los límites del Imperio ruso, a derrocar al zarismo y a establecer una democracia política en Rusia (los trabajadores polaco-parlantes en Alemania y en el Imperio austriaco, deberían estar del mismo modo, luchando allí con sus compañeros para establecer una democracia política). Luxemburgo consideraba que el fin de la discriminación basada en la nacionalidad o en el lenguaje -con total arreglo para el uso de lenguas minoritarias en todos los aspectos de la vida social y política-, como parte integral de la democracia política que exhortaba a instaurar bajo el capitalismo, era un medio para facilitar la lucha por el socialismo. De hecho, fue aún más lejos, y argumentó detalladamente, en una serie de artículos publicados en 1908-09, que debía darse a Polonia autonomía dentro de cualquier república democrática toda rusa . De este modo el SDRPL respondió al reclamo del PSP sobre la restauración de una Polonia independiente, con la exigencia de un autogobierno para la Polonia rusa, en el interior de una Rusia democrática.

No negamos que en las condiciones políticas absolutistas de la Rusia zarista, la clase obrera estaba obligada a luchar por libertades políticas como el voto, libertad de prensa, y libertad para formar sindicatos y partidos políticos; pero esto debía, y podría haberse hecho, de acuerdo a una lucha clara y sin compromisos por el socialismo mundial. Luxemburgo por supuesto sabía lo que era el socialismo, y de hecho realizó propaganda por él, pero como socialdemócrata estaba conminada a la errónea teoría de que un partido socialista debe tener un programa “mínimo” de reformas políticas y sociales, a alcanzar dentro del capitalismo, así como un programa “máximo” de socialismo.

No obstante, puede decirse a favor de la formulación de Luxemburgo -de que los trabajadores de la Polonia rusa debían luchar junto con los otros trabajadores de Rusia, por una república democrática toda rusa- que no hizo concesiones al nacionalismo; apeló a ellos como trabajadores, no como polacos. Ella sabía que una campaña para establecer una Polonia independiente, desataría las pasiones nacionalistas que desviarían a la clase trabajadora de la Polonia rusa, no sólo de la lucha para establecer el socialismo, sino aún de la lucha por la conquista de libertades democráticas elementales. En este punto, se ha probado que tenía razón: cuando Polonia conquistó la independencia en 1919, una dictadura nacionalista autoritaria, comandada por el ex líder del PSP, Pidulski, llegó pronto al poder.

Sin embargo, los acontecimientos han probado su equivocación en creer que la independencia de Polonia hubiera sido una “fantasía utópica”. Si se hubiera limitado a decir que un Estado polaco independiente habría continuado bajo la dominación de Rusia, o de alguna otra gran potencia, hubiese estado en lo cierto. Pero lo que estaba sugiriendo, era que incluso la independencia política formal de Polonia era imposible. El hecho de que Polonia obtuvo tal independencia en 1919, hace de sus argumentos una pintoresca lectura hoy en día, pero aún sigue siendo verdad que Polonia nunca ha sido realmente independiente de una u otra potencia imperial. Veinte años luego de ser “restaurada”, Polonia fue nuevamente dividida entre Alemania y Rusia, y desde la guerra, ha sido un mero satélite ruso. De hecho, partes de la Polonia anterior a 1772 se encuentran hoy nuevamente en Rusia. El error de Luxemburgo en esto, debería ser una advertencia para los socialistas, de no ser dogmáticos en asuntos como este: el capitalismo puede ser muy flexible en sus instituciones políticas.

El tópico del “derecho de las naciones a su autodeterminación” surgió nuevamente en 1903, cuando los socialdemócratas rusos incorporaron la exigencia en sus programas de manera oficial. Una vez más Luxemburgo se opuso a esto, no sólo como políticamente equivocado, sino como teóricamente precario. Sus argumentos sobre este último punto son iguales a los nuestros:

Un “derecho de las naciones” que es válido para todos los países en todos las épocas, no es más que un cliché del tipo de “derechos del hombre” o “derechos del ciudadano”.

Cuando hablamos del “derecho de las naciones a su autodeterminación”, estamos usando el concepto de “nación”, como una entidad social y políticamente homogénea… En una sociedad de clases, “la nación” como una entidad sociopolítica homogénea no existe. Más bien lo que existe es, dentro de cada nación, clases con intereses y “derechos” antagónicos.

Se incluye en un apéndice de la selección de Davis de los escritos de Rosa Luxemburgo sobre esta cuestión, una declaración publicada en 1916 en un oscuro periódico escrito en polaco, por algunos miembros del SDRPL en el exilio. Este muestra un destacable grado de entendimiento sobre el tema, en especial lo que sigue:

El así llamado derecho a la autodeterminación, es también usado con la salvedad de que ha de volverse una realidad por vez primera bajo el socialismo, y por lo tanto, es una expresión de nuestra ardua lucha por él. Esta propuesta está abierta a las siguientes objeciones: sabemos que el socialismo eliminará toda la opresión de las naciones, y acabará con los intereses de clase que son la fuerza impulsora de tal opresión. Además, no tenemos razones para suponer que la nación, en una sociedad socialista, formará una unidad político-económica. Todo parece indicar que tendrá el carácter de una unidad cultural y lingüística, dado que la división territorial de la unidad cultural socialista, en cuanto a que ésta es la que sobrevivirá, sólo puede seguir las necesidades de la producción, y esta división habrá de estar determinada, no por naciones individuales de forma separada, de su propia fuerza (como el “derecho a la autodeterminación” lo exige), sino mediante la acción conjunta de todos los ciudadanos interesados. Adjudicar al socialismo la fórmula “derecho a la autodeterminación”, surge de un desconocimiento total de la naturaleza de la sociedad socialista.

No podríamos expresarlo mejor. Desafortunadamente, la mayoría de aquellos que expresaron tales puntos de vista, fueron posteriormente separados por el Bolchevismo y la Revolución Rusa, y pronto desaparecieron de la escena de la historia.

Aunque Luxemburgo conocía lo que era el socialismo, y tenía una honorable trayectoria en oponerse a la Primera Guerra Mundial, así como al reformismo dentro de la socialdemocracia y a las prácticas antidemocráticas de los bolcheviques, también cometió sus errores. Pero en la cuestión del nacionalismo, con sus críticas a la posición de Marx por “obsoletas y equivocadas”, hizo una importante contribución a la teoría socialista. Es de esperar que la publicación en inglés de sus puntos de vista en este tema, ayudará a echar por tierra el slogan “el derecho de las naciones a su autodeterminación.”

El Socialismo nunca ha sido probado

El Socialismo es una idea muy simple, pero mucha gente todavía no sabe qué es.

En nuestra egoísta sociedad actual, cualquier conversación sobre una sociedad basada en la solidaridad encontrará poco más que un gesto desdeñoso. “No me digas -¡otra colecta más para unos pobres diablos! Ya estoy harto de estas colectas, ya no creo en ellas”. Por tanto, cuando los socialistas tratan de explicar que una sociedad basada en la solidaridad (tradicionalmente llamada socialismo) no tendría nada que ver con la actual carroza del limosneo, generalmente solo reciben un incrédulo gruñido. ¿Qué dicen entonces los socialistas? Que sólo tenemos que desearlo y viviremos en un mundo sin dinero, en el que todos podremos entrar a un almacén y tomar lo que necesitemos, un mundo en el que no existirán ejércitos, ni policía, ni bancos ni bolsas de valores, ni fronteras nacionales. Claramente, cualquiera que presente estas ideas debe esperar ser considerado totalmente loco o un idealista. Tal reacción es comprensible, pues incluso el más simple de los procesos, la más simple de las soluciones, deben parecerle locos a personas como las descritas anteriormente, que sólo tienen una imagen nebulosa o completamente distorsionada de lo que significa una sociedad solidaria.

Pero basados en la fortaleza de su conocimiento y convicciones, los socialistas saben bien de qué hablan. Y lo que es más, ellos pueden probar no sólo que tal sociedad es posible, sino también que representa la única solución humana posible a los problemas de hoy en día. Para nosotros la política significa algo totalmente diferente que para los partidos capitalistas, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Nosotros sostenemos que todos los problemas actuales, tales como las guerras, la contaminación ambiental, el racismo, los crímenes de la peor catadura, el desperdicio de materias primas, la especulación con la vivienda y no menos importante el desempleo, no son causados por gobiernos o líderes específicos, sino que son productos de la forma en que la sociedad está organizada a nivel mundial. Características

El sistema actual -al que llamamos capitalismo- se caracteriza por el hecho de que los recursos básicos esenciales para la producción de bienes, es decir, las plantas de producción, la red de transporte en su totalidad, las minas y otras fuentes de materias primas, están en manos de sólo un 5 por ciento de la población mundial. Esta minoría incluye tanto a las compañías privadas como a unas pocas todavía a cargo de las industrias estatales. Común a todas ellas es el hecho de que suministran los bienes y servicios solamente bajo una condición: que puedan sacarles el máximo de ganancias. Así es esencialmente cómo pueden obligar al otro 90 o 95 porciento de la población mundial a vivir y trabajar bajo las condiciones en que lo hacen. Esta es la causa de la mayoría de los problemas graves de la sociedad.

Aquellos que comprendan esta premisa básica, a saber, que toda la sociedad está subordinada a las ganancias, estarán de hecho calificados para comprender nuestra causa. Comprenderán que, a pesar de la constante verborrea de los políticos profesionales, en la presente forma de sociedad las ganancias tienen mucha más importancia que el interés humano. Comprenderán que cualquier partido que reconozca al sistema capitalista podrá actuar solamente sirviendo los intereses de dicho sistema. ¿Con cuánta frecuencia no oímos esa archi-conocida excusa de que somos víctimas de las circunstancias?

La alternativa que se nos presenta -una sociedad basada en la solidaridad- nunca ha sido probada en ningún país del mundo. Nosotros los socialistas abogamos por la cooperación de todos los pueblos del mundo sobre la base de la libre toma de decisión y el control democrático. Sostenemos -y cualquiera puede comprobar esta afirmación- que los medios técnicos ya han alcanzado tal nivel de desarrollo que ya somos capaces de usar las materias primas del mundo en la forma más económica para garantizarles a todos un suministro suficiente de las necesidades de la vida, en todo tipo de sentido. Un mínimo de esfuerzo -lo que es una obligación para todos los miembros de una comunidad- creará un máximo de satisfacción, de joie de vivre.

El capitalismo se basa esencialmente en la escasez de recursos. Tal escasez se mantiene en interés de las ganancias por diversos medios, entre ellos el despiadado desperdicio de vida humana y materias primas. La abundancia moderada

Una sociedad basada en la solidaridad tiene como fundamento un sistema caracterizado por la abundancia moderada. Bajo tales circunstancias, todo el proceso de compra y venta claramente se vuelve superfluo. La pobreza, las huelgas, las caídas de las bolsas de valores, las crisis económicas y las guerras barbáricas sólo obrarán en los libros de historia. La lucha por los mejores resultados de producción posibles junto con el mejoramiento eterno de las condiciones humanas formarán la base de actividad de los que trabajen en la producción, la ciencia y la investigación.

Sobre esta base, se puede construir una comunidad en la que todas las ramas de la cultura y el arte florezcan. La educación de los jóvenes se verá llena de nuevas ideas, como lo hará el sistema de educación en su totalidad. El sistema de salud se verá totalmente libre de las miserables limitaciones que le imponen las consideraciones monetarias y será dedicado enteramente a la humanidad, al beneficio de todos los miembros de la comunidad.

En tales circunstancias, hombres y mujeres se verán plenos no de odio ni de envidia, sino de satisfacción y orgullo cuando vean lo que resulta de la mente humana.

Lo que necesitamos son gentes excepcionales, no líderes excepcionales.

Las personas que luchan por una sociedad basada en la solidaridad no necesitan tener líderes. No se puede tener líderes sin tener a gente liderada, y con esto nos referimos a gentes a quienes se les ha engañado toda su vida. Para nosotros, la democracia no es simplemente un método de estafar a la gente y en última instancia arrebatarles continuamente el fruto de su trabajo. No deseamos poder personal o poder para un pequeño círculo. No deseamos tener una minoría viviendo una vida de lujos a expensas de otros.

Nuestro objetivo es lograr una sociedad basada en la solidaridad, en otras palabras, el socialismo. Esto quiere decir que, con la eliminación del estado de opresión de la clase obrera, la sociedad de clases será abolida totalmente. Y esto no sucederá 10, 20 ó 100 años después de que los hombres y mujeres hayan libremente decidido abolir la explotación del hombre por el hombre, sino inmediatamente. Algo menos sería deshonesto.

Estamos convencidos de que ni rezarle a los dioses, símbolos de todo tipo de dogmas, ni depositar nuestra confianza injustificadamente en líderes “iluminados” resulta beneficioso para la humanidad. Como tampoco somos nacionalistas. Nuestra filosofía puede resumirse con el lema: ¡un mundo, un pueblo, el socialismo! Esto nos compromete a aliarnos al 90 porciento o más de la población mundial que, como nosotros, son víctimas de la dominación y la explotación.

Los socialistas no podemos desviarnos de estos principios básicos. Por tanto, nos oponemos a todos los grupos que apoyan al sistema de ganancias en sus variadas formas y etapas de desarrollo. Formamos parte de la clase obrera. Si deseamos vivir, tenemos que vender nuestros esfuerzos físicos y mentales como la mayoría de la población mundial. Conocemos al capitalismo a través de la amarga experiencia de los que viven en el fondo. No pertenecemos a ese grupo privilegiado por este sistema, a esos que sólo ven en los seres humanos factores de costos inevitables, que pueden ser contratados o despedidos, como dicten las circunstancias, con el objetivo de garantizar las ganancias y con ellas, los privilegios. Muchos de nuestros compatriotas nos consideran utópicos. No porque nuestras ideas sean poco sólidas, sino porque los defensores del inhumano sistema de ganancias tienen a su disposición una enorme maquinaria propagandística que día y noche nubla la clara visión de las cosas.

Escuchadnos. Hablad con nosotros. Y por supuesto, cuestionad lo que nosotros y otros os dicen, pero recordad algo: la decisión está en vuestras manos y solo ahí.

El Socialismo es lo más sencillo en el mundo. Está basado en la cooperación voluntaria de todos los miembros de la sociedad y garantiza el libre acceso a los frutos de su trabajo. Obviamente, tal sistema sólo puede funcionar si se basa en la voluntad expresada conscientemente por la mayoría de los miembros de la sociedad. No hay mejor forma de establecer esta voluntad que por medio del voto secreto. Es por tanto sumamente esencial nominar cuantos candidatos sean posible lo más rápido que se pueda, y así permitir tomar una decisión inequívoca entre el capitalismo y el socialismo.

Ayudadnos a crear lo más sencillo en el mundo. No puede lograrse sin vosotros.

No seáis ni líderes ni seguidores

La frase griega “an-archon” o “ausencia de líderes” dió origen a la palabra “anarquía”. Sin embargo, para la mayoría de la gente “anarquía” significa caos, o desorden. Su razonamiento se basa en el supuesto de que sin líderes no puede existir civilización. Nuestro criterio es bien diferente. Tanto los líderes como los seguidores que los crean son los que nos están impidiendo alcanzar una verdadera civilización global. Piensen si no en lo que algunos de estos líderes han aportado a la humanidad. Hitler, Lenin, Stalin, Pol Pot, Kim Il Sung, Margaret Thatcher, Mao Tse Tung, Saddam Hussein - sería realmente criminal alegar que tales líderes le han traído algún beneficio a la especie humana, y sin embargo todavía el culto al liderazgo persiste obstinadamente. Cualquiera pudiera escribir una lista de “líderes malos”. Pero trate de escribir una lista de “líderes buenos” y vea a donde llega.

El mundo entero está obsesionado con los líderes y el liderazgo. En los anales del poder, los cargos por corrupción se suceden a los escándalos sexuales, y no parece importar cuántos líderes políticos, religiosos o de otro tipo sean desenmascarados como mentirosos o fraudulentos, nada parece hacer mella en la idea del liderazgo como un método práctico y fidedigno de organizar los asuntos humanos. Las evidencias bien pueden señalar lo contrario, los individuos en la vida real pueden ser corruptos a la máxima potencia, pero aún se considera que el principio del liderazgo es perfectamente válido. ¿Sucederá esto porque creemos que algunas personas, en su mayoría hombres, son simplemente superhumanos, o porque estamos sobreestimando a unos pocos y subestimando a muchos?

El personaje de historietas “Supermán” tiene que salvar a la raza humana tantas veces que seguramente ya debe estar muy aburrido con su trabajo. En la mayoría de filmes, libros e historietas de aventuras, uno o más hombres por lo general nos salvan a todos. Con esta trama cualquiera puede escribir un bestseller. Tenemos una obsesión con la figura del “héroe”, quizás conformada modernamente por las ideas Nietzscheanas de la perfectibilidad, pero que surgió originalmente en el vacío dejado por la muerte de viejos dioses y anticuadas religiones, y que ha sido justificada por la visión algo freudiana de la historia como la secuencia de biografías de los grandes líderes y señores. Todo esto continúa incidiendo en nuestro arte, nuestra imaginación y nuestra política. ¡Si tuviéramos a la persona acertada en el poder, todo sería mejor!

¿O no? En la naturaleza, cualquier especie que dependiera tan fuertemente de ciertos individuos “heroicos” para salvarla, no duraría ni un segundo. Los seres humanos somos demasiado ingeniosos y adaptables para caer en tal trampa; sin embargo, nos obligamos a olvidarnos de este hecho para poder persuadirnos a nosotros mismos de que necesitamos a los líderes.

Los humanos somos seres excepcionales. Nuestra propia diversidad como especie es la clave de nuestro éxito -si así se le puede llamar- al dominar a todas las otras especies. Tenemos el cerebro más complejo de toda la historia de la evolución de la naturaleza, y al intercambiar ideas por medio de nuestra diversidad colectiva (es decir, la sociedad) hemos multiplicado nuestra latente ingeniosidad a un nivel elevado. En uno o dos segundos geológicos, hemos descendido del árbol, nos hemos dado un nombre, aprendido a producir alimentos en abundancia y enviado naves espaciales a explorar nuestro sistema planetario.

No está nada mal para un mono poco prometedor y enclenque, calvo y sordo, con mala visión y sin sentido del olfato. A nadie se le hubiera ocurrido apostar por nosotros en la edad del Plioceno.

Ahora dominamos el mundo. ¿Pero estamos cuidándolo apropiadamente? Es obvio que no. El resto de las especies animales están a nuestra merced, y las estamos extinguiendo. ¿Y estamos conformes? No, no lo estamos. ¿Y podemos detener la destrucción de todo lo que nos rodea? No, no podemos. ¿Qué nos sucede?
La era de la post-escasez

Es que no podemos dejar el pasado atrás. Sí, es verdad que siempre hemos tenido que luchar muy duro para poder sobrevivir. Sí, es verdad que hemos sufrido el esclavismo de un tipo u otro, y sí, es verdad que hemos sido dominados por sacerdotes, reyes y presidentes durante toda nuestra historia escrita. Estamos en una nueva era ahora, la era de la post-escasez, y ya no necesitamos seguir luchando, pero todavía no nos hemos dado cuenta de ello. Todavía creemos que debemos dominarlo todo, incluyéndonos a nosotros mismos. Nuestros sistemas sociales, nuestra conducta, nuestras ideas se basan todos en la inevitabilidad de la competencia por las riquezas y el favoritismo, en la necesidad de tener líderes y seguidores. Todavía estamos hipnotizados por el fulgor histórico del poder y la dominación, embaucados por los suaves e insistentes tonos de nuestros líderes, que nos hacen creer que ellos y sus secuaces son tan inevitables como las estrellas en el cielo, que el liderazgo, y el poder detras de él, y la lucha por él, son tan naturales como el nacimiento de un niño, la actividad sexual o la muerte. Así es el mundo, dice la gente, incluso Darwin así lo dijo.

Pero él no dijo eso en realidad. No hay nada en el cerebro humano que lo predisponga a la sumisión. Como tampoco existe una glándula de “tengo que dominar”. Los intentos de algunos mal llamados Darwinistas sociales de justificar nuestra terrible opresión como algo natural y correcto, han sido desacreditados desde hace ya mucho tiempo, mientras que los intentos de algunos socio-biólogos de hacer exactamente lo mismo también han sido atacados severamente. Pensar, como hicieron los Darwinistas sociales, que la evolución es exclusivamente un proceso de competencia despiadada, significa ignorar las tácticas alternativas y cooperativas que la naturaleza también emplea, mientras que sugerir, como hacen los sociobiólogos, que nuestros genes bien pueden dictar nuestra conducta y por tanto, nuestra cultura (incluyendo la cultura del liderazgo) significa simplemente acomodarnos en un extremo de ese viejo balancín: el debate Naturaleza VS Educación, con la esperanza de que la persona sentada en el otro extremo se caiga.

Pero aunque no existe nada natural en nuestra condición social, tampoco existe nada antinatural. Mientras que la evolución provoca uno u otro grupo de patrones de conducta en otras especies, nosotros poseemos la capacidad, e incluso, la obligación, de hacer nuestros propios cambios conscientemente. En el pasado hemos cambiado suficientes veces de acuerdo a como lo han exigido las circunstancias. En esta nueva era de post-escacés, podemos y debemos adaptarnos nuevamente, esta vez en beneficio de todo el planeta.

Cada uno de nosotros puede ser nuestro propio líder. El mayor domino es aquel que se ejerce sobre uno mismo. Nuestro mundo capitalista, controlado por unos pocos ricos y sus peones, ha hecho todo lo posible para arrebatarnos las mismas cosas que nos hacen una especie tan excepcional -la iniciativa, la experimentación, la imaginación, la diversidad.

Pero la sociedad no nos puede aplastar, pues se está causando sus propias heridas. Los ricos necesitan que seamos inteligentes para poder hacer funcionar su sistema de acumulación de riquezas, pero tratan de mantenernos sometidos por medio de la intimidación y tratándonos como niños. Pero esto no funcionará eternamente, aun cuando parezca que esté funcionado en estos momentos.

Los líderes a quienes se nos pide que apoyemos, y a veces elijamos, no son más que un mito, creado y mantenido por los propios líderes. Son un mal ejemplo de honestidad, integridad, e incluso de humanidad. No les interesa la verdad, la justicia ni ninguno de los grandilocuentes principios de los que alardean. Ellos existen, han existido, y existirán siempre, con un solo objetivo: engordar sus bolsillos y vaciar los nuestros. Son parásitos del cuerpo social, indeseables, innecesarios y destructivos. Seguir a los líderes significa entregar vuestro corazón en bandeja de plata, con cuchillo y tenedor incluidos. Es una admisión de derrota, la aceptación de que sois unos inadecuados. Es un acto de sumisión y de hecho, un acto de cobardía, poco digno del ser humano.

El negarse a seguir a los líderes es un acto liberador, un paso que todavía la clase obrera no ha tomado. Cuando nos demos cuenta de que el mundo de la post-escasez puede funcionar eficaz y sanamente por medio de la cooperación democrática, de que nuestras vidas serían mucho mejores sin los estados, gobiernos, la policía y todas las trampas del liderazgo, entonces estaremos en condiciones de dar ese paso colectivamente. Y entonces presenciaremos una revolución sin precedentes en la historia.

El Partido Socialista no tiene líderes, ni de palabra ni de hecho. Ni el socialismo ni nosotros funcionaría de esa forma. Todas las decisiones se toman con un voto común, toda la administración es legítima y abierta a inspecciones, y todo trabajo es voluntario. Ninguno de nosotros es perfecto, y por eso la democracia funciona mejor que el liderazgo. Los errores de una persona no constituyen desastres para la mayoría. Los intereses personales no cuentan. No existe el poder. Los socialistas son sus propios líderes, y no siguen a nadie excepto a sí mismos.

El Socialismo -la propiedad común en una democracia global y sin líderes- no podría funcionar con personas que no desean o no pueden pensar por sí mismas, que no son capaces de aceptar responsabilidades, o de cooperar, pero afortunadamente no tiene que hacerlo. Los seres humanos están por encima de eso. Podemos pensar, y podemos cooperar, y no necesitamos que los fanáticos de la Derecha nos digan que no valemos nada, como tampoco necesitamos que nos rescate una “heroica” y poco confiable vanguardia de Izquierda.

En el “Hamlet” de Shakespeare, Polonio le aconseja a Laertes: “No pidas prestado ni prestes.” Los socialistas, al tener que cargar con el sistema monetario de todas formas, ofrecerían en su lugar el siguiente mandamiento: “No seáis ni líderes ni seguidores”. Así que la próxima vez que os pidan votar por un líder, haceos un gran favor. No votéis.

Preguntas respondidas - y formuladas

Con frecuencia se nos pregunta cómo respondería el Socialismo a ciertas situaciones que pudieran surgir en dicha sociedad. ¿Qué pasaría con la conducta anti-social o con las personas que se nieguen a trabajar? ¿Cómo distribuiríamos los recursos verdaderamente escasos? Y muchas más.

Puesto que nuestra definición de socialismo es tan diferente a la usada por algunos adversarios y otros que también profesan ser socialistas, necesitamos un vuelco grande de imaginación para dilucidar qué implicaría. El socialismo no tendrá que ver con salarios y distribución equitativos, el control estatal o un gobierno mundial. Como tampoco su sistema democrático involucrará la coerción física, aunque en las relaciones sociales quizás sea necesaria, ocasionalmente, cierta forma de persuasión moral o emocional, de naturaleza anti-jerárquica.

Los socialistas sabemos cómo dar respuesta a inquietudes generales como, por ejemplo, cómo se llevaría a cabo la producción y distribución de bienes. (Se le recomienda a los lectores leer el panfleto El Socialismo como una alternativa práctica” para obtener un bosquejo de estas ideas) Pero muchas veces nos llegan preguntas sobre situaciones singulares o difíciles que pudieran surgir. Por supuesto, no siempre podemos darles respuestas claras, y tampoco es responsabilidad nuestra hacerlo. La gente en dicha sociedad tendrá que darle solución a esas situaciones usando las instituciones y mecanismos entonces existentes (incluyendo los planes de emergencias y contingencias) o introduciendo nuevos planes para resolver problemas cuando estos surjan o cuando puedan ser anticipados.

Detrás de estas preguntas yace la creencia de que los miembros del Partido Socialista y sus partes afiliadas, o sus sucesores cuando se introduzca el socialismo mundial (y tiene que ser a nivel mundial, pues estaría substituyendo al sistema capitalista mundial) tendrán (o afirmarán tener) una especie de sabiduría colectiva a la que pueden apelar para resolver cualquier tipo de situación, y si no lo hacen, todo se desmoronaría como un castillo de naipes. Esto no es así. En nuestra opinión, el socialismo podrá establecerse no sólo cuando una mayoría lo comprenda y lo desee, sino también cuando hayan existido profundos debates previos entre los miembros de la clase obrera -quienes son al fin y al cabo los que hacen funcionar al mundo en la actualidad-, sobre cómo debe ser administrado y organizado.

Los socialistas hace mucho tiempo llegaron a la conclusión de que el capitalismo no puede funcionar en beneficio de la mayoritaria clase obrera. Esa mayoría, como dijimos anteriormente, hoy en día hace funcionar a la sociedad de pies a cabeza, pero no para su propio beneficio, y lo hace bajo condiciones artificialmente difíciles, peligrosas e innecesariamente complejas. El socialismo implicará que esas mismas personas dirijan el mundo para servir a sus propios intereses, en un ambiente benigno y mucho más simplificado. Si estáis de acuerdo con todo lo anterior, entonces os incumbe hacer un esfuerzo para hacerlo realidad.

¿Qué propondríais?

Quizás ya sea hora de que los socialistas empiecen a formular las preguntas. Al fin y al cabo, existen muchos como vosotros -gentes con el conocimiento científico, la habilidad técnica y la capacidad organizativa relevantes- que sois capaces de ofrecer sugerencias sobre cómo podremos resolver los problemas que inevitablemente surgirán. Por ejemplo, cómo establecer una unidad de producción, o una empresa, firma, o tarea -o como queráis llamarle - para resolver una necesidad en particular. En el capitalismo se acude a los contadores para hacer un cálculo de costo, que incluye cuántos salarios implicaría, cuál es la demanda efectiva del producto (es decir, si se puede pagar), cuánta materia prima se necesita, etc., y si esos cálculos predicen una ganancia, entonces, de acuerdo con las restricciones locales, se procede con el trabajo. En el socialismo será bien diferente.

La necesidad de una producción específica tendrá que ser decidida por las personas designadas para ello. ¿Existe suficiente demanda? (Demanda verdadera, no “¿Tenemos dinero para pagarlo?”) Esto podría llevarse a cabo por medio de algún tipo de estudio del consumidor, en lugar de un estudio de mercado. ¿Cuánta materia prima -en cantidad, no costo - hará falta? ¿Cuánta fuerza laboral hará falta para trabajar con la materia prima o para construir una fábrica? ¿Qué será dañino para el medio ambiente? Si se hace evidente que la cantidad de recursos que se necesitan es mucho mayor que los beneficios generales inmediatos, se podría decidir abandonar el proyecto a menos que exista una razón poderosa (tal como la salud, la seguridad, u otro tipo de consideración a largo plazo) que dicte lo contrario.

Nadie puede asegurar que no se tomarán decisiones equivocadas -eso sería muy tonto - pero podemos estar seguros de que cualquier error que se cometa no se hará para obtener ganancias.

Necesitamos vuestra ayuda, no sólo para aumentar nuestra membresía, aunque lo agradeceríamos, sino también para desarrollar y expandir ideas sobre cómo organizar la nueva sociedad. Si el socialismo tiene que esperar hasta que todos tengan sus preguntas respondidas en detalle, entonces nunca lo lograremos. Este es el momento de acelerar ese proceso con vuestra participación en el trabajo técnico y teórico que se necesita hacer.

Dar solución a las conductas antisociales que pudieran ocurrir tendría una dimensión totalmente diferente a la de hoy en día. En primer lugar, los delitos contra la propiedad habrán desaparecido. Entonces, ¿qué nos quedaría? El crimen doméstico y la conducta irracional. El primero generalmente resulta de personas que viven en condiciones intolerables de las que, por razones económicas, no pueden escapar. El segundo resulta de varios padecimientos mentales, y se puede pensar que serían tratadas en ese contexto - es decir, como un problema médico. Quizás quede un pequeño grupo de conductas antisociales -en su mayoría restos del capitalismo- que no podríamos resolver, que nos causarían un problema concreto. Seguramente, eso sería mejor que el mundo incierto en que vivimos, con los millones de gente que mueren en conflictos y de enfermedad y hambre.

Silvia Pankurst y el Socialismo

El nombre Pankhurst está asociado principalmente con el Movimiento sufragista, ya que Christabel Pankhurst y su madre Emmeline (La “Sra. Pankhurst”) fueron las líderes más prominentes del movimiento “Votos para las Mujeres”, a fines del S. XIX y principios del XX. La hermana menor de Christabel, Sylvia, (nacida en 1882), también participó de las campañas por el sufragio, pero además llegó a adoptar ideas y objetivos de mayor interés para aquellos partidarios de un mundo socialista.

La Unión Social y Política de Mujeres de Pankhurst formada en 1903, abogaba por votos para las mujeres, con el mismo fundamento que eran obtenidos por los hombres de la época, por ejemplo, calificados de acuerdo a su condición de propietarios. Pese a la intención, en una situación en la cual la mayoría de la propiedad se hallaba a nombre de los maridos más que en sus esposas, esto hubiera tenido el efecto de conceder el derecho a voto solo a un número relativamente pequeño de mujeres, y de manera clara sólo a mujeres ricas. Sylvia Pankhurst sin embargo, llegó a sostener la posición más democrática del sufragio adulto general. Junto con otras sufragistas, conoció a muchas mujeres del East End londinense mientras prestaba servicios en la prisión, por las actividades del movimiento, y se impresionó por el coraje que esas mujeres mostraban soportando las terribles condiciones carcelarias.

En 1912 ella misma se mudó al East End y se convirtió en precoz practicante de una especie de “política comunitaria”. La mayoría de los hombres que allí vivían tampoco tenían derecho al voto, de manera que la demanda corriente de la WSPU era de escasa relevancia a nivel local. La Federación del East End londinense del WSPU, tenía un interés social más amplio que solamente el voto, pero Sylvia fue expulsada del WSPU por su madre y su hermana, las cuales no toleraban ninguna otra fuente de poder en la organización. En 1914 estableció la Federación de Sufragistas del East End Londinense junto con su periódico Women’s Dreadnought (“El acorazado de las mujeres”) que ella editaba.

Si bien la ELFS era partidaria del sufragio adulto, también organizaba guarderías y comedores baratos durante la primera guerra mundial, así como defendía a trabajadores de origen alemán que eran atacados por turbas patrioteristas. En 1916 se le cambió el nombre en Federación de Trabajadores Sufragistas, aunque este nuevo nombre aun fallaba en reflejar de manera cierta su auténtico campo de intereses, y en los años subsiguientes el periódico se transformó en Workers’ Dreadnought (“El acorazado de los trabajadores”) . La postura antibelicista del periódico, así como su cobertura de las huelgas, lo hizo acreedor de una influencia que iba mucho más allá del East End.

La Revolución bolchevique en Rusia tuvo un enorme impacto en Pankhurst y en el WSF (así como en la izquierda en general), y mucha de su energía fue redirigida hacia la defensa del nuevo Estado y a la oposición a la intervención aliada en contra de él. El nombre de WSF se cambió por el de Federación de Trabajadores Socialistas, y soviets o consejos fueron ahora vistos como los medios preferidos de organización. Pankhurst proponía soviets domésticos, de manera que “madres y aquellos organizadores de la vida familiar de la comunidad” debían estar representados, como un útil recordatorio de que no todos se incluirían en organizaciones basadas en trabajadores.

La WSF ha sido alabada con términos exageradamente efusivos:

“De 1918 a 1921 la Federación de Trabajadores Socialistas fue una organización revolucionaria única. Desafiaba la dominación masculina de los políticos socialistas, dado que aun cuando el conjunto de sus miembros, todas mujeres, fue cambiando hacia la aceptación de hombres, aquéllas continuaron siendo las mayores líderes y activistas. La WSF hacia campaña en todo el espectro de aspectos relacionados con las mujeres (tales como el cuidado de la salud de mujeres y niños, trabajo doméstico y escolar) y también participaba en las luchas de los trabajadores en el East End, así como en las luchas a nivel nacional e internacional.” (Barbara Winslow, Sylvia Pankhurst: Sexual Politics and Political Activism).

Sin embargo como los ejemplos lo muestran esas actividades eran reformistas y no revolucionarias.

Junto con el Partido Socialista Laborista y el Partido Socialista Británico, la WSF era uno de los grupos participantes en las negociaciones destinadas a establecer el Partido Comunista en Gran Bretaña. Habiendo realizado una apreciación a fondo de los soviets, Pankhurst se oponía a las secciones pro parlamentarias en las negociaciones. Argumentaba no solamente que el parlamento no podría ser usado para propósitos “revolucionarios” (lo cual era generalmente aceptado), sino que no podía ser utilizado por los revolucionarios para ningún propósito. De manera análoga la WSF se retiró de las negociaciones para formar el extrañamente denominado Partido Comunista (sección británica de la III Internacional) en 1920. El propósito de este movimiento –ampliamente condenado en su tiempo por apresurado- fue persuadir a la izquierda británica de que se tornara antiparlamentarista y de que rechazara la filiación al Partido Laborista.

La posición de Pankhurst fue atacada por Lenin en el capitulo sobre Gran Bretaña en su Ala izquierda del comunismo, un desorden infantil. Lenin citó a Pankhurst diciendo que el partido comunista no debía hacer concesiones. Eso no, decía Lenin: era esencial ayudar a que los lideres laboristas vencieran a los tories y a los liberales, para que los trabajadores viesen los resultados de un gobierno laborista. La causa del comunismo, siguió diciendo, no sería traicionada, se profundizaría, invocando a los trabajadores a que voten a los laboristas, de modo que un gobierno laborista pronto los desilusionase. Estas ideas son puramente oportunistas y deshonestas y, por supuesto, los sucesos previstos por Lenin no se materializaron. Pero sus visiones prefiguraron las traiciones y mentiras que fueron típicas de los grupos bolcheviques.

Pankhurst y la CP (BSTI) fueron sin embargo convencidos por los argumentos de Lenin, y la mayoría de las ramas de la organización se unieron a la nueva CPGB tan pronto como hubo de fundarse -aunque ella continuó editando el Workers’ Dreadnought como un periódico aparte. El PC “unificado” era sin embargo, cualquier cosa menos unificado, y cuando el Dreadnought comenzó a publicar las perspectivas de los opositores dentro de Rusia, así como a discutir la línea antiparlamentaria, el CPGB y sus amos de Moscú lo desaprobaron. En septiembre de 1921, una vez liberada de prisión luego de una sentencia por sedición, y habiéndose rehusado a transferir el control del diario al PC, Pankhurst fue expulsada. Entonces formó el Partido Comunista de los Trabajadores, el cual tenía el propósito de abolir el sistema salarial, pero esto jamás llegó a tener relevancia, y colapsó alrededor de 1924 cuando también el Workers’ Dreadnought cesó su publicación. Su carrera posterior es de escasa trascendencia –se unió al Partido Laborista en 1948 y murió en Etiopía en 1960, luego de poner en evidencia la invasión de Italia y de transformarse en una admiradora del emperador Haile Selassie.

Sin embargo, las perspectivas de Pankhurst, en un tiempo durante los primeros años de la década de 20 fueron de gran interés. Si bien jamás podría acusársela de consistente, sí propagó la visión de que el socialismo/comunismo significaba una comunidad sin dinero y sin clases, y que lo que estaba siendo construido en Rusia era capitalismo, no una variedad de socialismo. Explícitamente describió la Nueva Política Económica, allí introducida en 1921 como “revisión del capitalismo”.

Considérense estos extractos de sus escritos.

“Nuestro propósito es el comunismo. El comunismo no es asunto de un partido. Es una teoría de la vida y de la organización social. Es una vida en la cual la propiedad es común; en la cual la comunidad produce, como objetivo consciente, suficiente para abastecer las necesidades de todos sus miembros; en la cual no hay comercio, dinero, salarios, ni ninguna retribución directa por los servicios prestados” (1923)

“Los trabajadores rusos permanecen esclavos del salario y muy pobres, trabajando no por libre voluntad sino por la compulsión de la necesidad económica, y mantenidos en su posición subordinada por la coerción del Estado, que es más pronunciada que en países en los cuales los trabajadores no han mostrado recientemente su capacidad de revelarse de modo efectivo” (1924)(Ver también el Socialist Standard de noviembre de 1999)

Si bien el modo usual en que la izquierda presta atención hoy en día a Sylvia Pankhurst, la ridiculiza como una ultraizquierdista sectaria, la cual colocaba la inflexibilidad y la lealtad a su propia organización por sobre la idea de unidad, es también mejor vista como alguien que reveló las tácticas faltas de principios y deshonestas de los bolcheviques, y de sus seguidores británicos, y quien se dio cuenta que Rusia no estaba llevando a cabo una transformación hacia el socialismo. Su oposición a usar el parlamento para propósitos revolucionarios fue un error, causado por su abrumador entusiasmo por los supuestos éxitos de los soviets en Rusia. Sin embargo merece ser recordada como más que un objeto de las críticas de Lenin.

(Socialist Standard, Julio de 2003)

Hipócritas “Pro Vida”

El 6 de marzo en la República de Irlanda hubo un referéndum en el cual los votantes podían decir “Si” o “No” a no abortar. ¿Confundido? Es simple: si Ud. votaba “No” el aborto no sería legalizado, y si votaba “Si” el aborto continuaría siendo ilegal.

¿Aún confundido? No se preocupe, así estaba la mayoría de la gente en la República de Irlanda. Poco antes del referéndum, el Show de la RTE Late, late show , trató de desenmarañar la confusión con un debate público. Primero, se le preguntó a la gran audiencia, cuánta gente entendía los temas que el referéndum involucraba. Sólo una persona levantó la mano. Luego, se invitó a tres disertantes del bando del “No”, y a tres del bando del “Si” a que explicaran la cuestión. Cada uno de los oradores mostró su desacuerdo con los otros cinco de manera efusiva, y aunque tres apoyaban cada lado de la discusión, era obvio que todos representaban a distintas posturas. Luego de esta “clarificación” el conductor del show preguntó nuevamente a los miembros del público si tenían la cuestión más clara: no fue así.

El aborto era ilegal bajo el control británico en Irlanda, y cuando los británicos se retiraron de lo que es hoy la República de Irlanda, no fue un asunto de importancia, salvo cuando alguna pobre mujer iba a un abortista ilegal y sangraba hasta morir.

Así como en otras partes de Europa, el aborto se volvió un tema importante cuando fue legalizado restrictivamente en algunos países, durante los ‘60 y los ‘70. El abaratamiento de los viajes aéreos y la televisión habían sacado a Irlanda de las garras del infausto índice bajo el cual, los censores del Estado decidían, a instancias de los obispos católicos, qué libros, películas, y obras de teatro podían ser leídos o vistas dentro de la Nueva Irlanda, que recientemente había sido “liberada” de los británicos por las fuerzas armadas.

La televisión por cable y el desarrollo de la tecnología informática llevó la aldea global a los livings irlandeses. Más de la mitad de la población tenía menos de 25 años. La Santa Irlanda, sin embargo, se mantuvo resueltamente contra el aborto, y todos los elementos supuestamente “pro-vida”, que hoy con tanta brutalidad hacen campaña, se encontraban entonces haciendo campaña en contra de la legalización de todos los métodos artificiales de contracepción.

Dos referéndums previos, en los últimos 20 años, mostraron la creciente presión sobre la Iglesia y el Estado para ponerse en la delantera junto con aquellos Estados con los cuales hoy comparten una identidad económica y política en Europa. En ambas ocasiones el aborto fue rechazado.

Entonces llegó el famoso “Caso X”. Una chica de 14 años había sido violada, quedando embarazada y con ideación suicida. Antes, una adolescente embarazada sangraba hasta morir, mientras yacía en el patio de una iglesia rural, en Co. Longford, buscando que intercediera una estatua de piedra de la Virgen María. En el “Caso X” la ayuda médica y legal ocupó el lugar de la piedra esculpida, y la Suprema Corte aceptó que el peligro de suicidio era lo suficientemente real, y sustentaba la autorización del aborto. Este fue llevado a cabo, con posterioridad, en Inglaterra.

Debería decirse, que el aborto permanece ilegal también en Irlanda del Norte. Los talibanes religiosos locales –que consisten, irónicamente, en la opinión católica más ávida, junto con fanáticos fundamentalistas como Paisley- representaban un baluarte en contra de la Ley de Aborto de 1967 en el Reino Unido. Es sólo un área de ignorancia, donde los dos lados forman una confortable pareja.

Que haya demanda de aborto, tanto en el norte como en el sur, se evidencia por el hecho de que unas 7.000 mujeres dejan Irlanda cada año para abortar en Inglaterra. Esas son las estadísticas manifiestas. Dado el clima de vergüenza y bochorno, invocado por aquellos cuya concepción de la democracia significa que ellos tienen, en virtud de su número, el derecho de reprimir a las minorías, debe haber obviamente otros que hacen el triste viaje de modo encubierto.

Pero ¿por qué aún otro referéndum? La decisión de la Corte Suprema de permitir que se lleve a cabo un aborto, cuando la evidencia clínica sugería la probabilidad de un suicidio, fue vista como una posible argucia legal por las mujeres que buscaban abortar. El último referéndum había escrito la prohibición del aborto dentro de la Constitución, temiendo que en el futuro, políticos hambrientos de votos usaran la compasión como soborno para un electorado más esclarecido. Ahora, era necesario enmendar la Constitución como modo de bloquear la posibilidad de que las Cortes se mostrasen misericordiosas con una mujer suicida, embarazada.

Pero el gobierno y sus políticos redactores del anteproyecto, cometieron un error fatal; agregaron a la enmienda propuesta, un apéndice legalizando el uso de la píldora del día después.

“Madre de Cristo!” entonaron los viejitos de ambos sexos, “seguro que eso del día después es sólo un aborto con otro nombre”. La discusión se trasladó a un terreno oscuro, en el cual la cuestión se convirtió en, a qué punto la vida comenzaba en el vientre materno, y cuándo el intendente divino impartía al feto un alma. Una cuestión pesada, que había sido discutida por los primeros teólogos cristianos como San Jerónimo, San Agustín y San Anselmo, mucho antes de que el Papa Pío IX impusiera un categórico embargo al aborto.

Así, reinó la confusión entre las distintas facciones que se mantenían firmes en contra del aborto. Si votaban “Si”, a favor de la enmienda del gobierno, podían, según se argumentaba, abrirle la puerta al aborto vía la amenaza de suicidio. Si se oponían a la enmienda, podían estar permitiendo la legalización de la píldora del día después. Esto representaba un terrible dilema para aquellos que creían en un dios todo misericordioso y compasivo.

Ninguno de los lados creados por el referéndum ofrecieron mucho a los defensores del derecho de una mujer a elegir. Por lo general, sin embargo, el lobby de la elección [de la mujer] sentía que el “Caso X” ofrecía alguna esperanza para mujeres en casos extremos, y que por lo tanto, debía oponerse a la enmienda propuesta. Así emergió la oposición de algunos de esos elementos “pro-vida”, los cuales se opusieron a la legalización de la píldora del día después, y junto con la de aquellos partidarios de la elección de las mujeres, la enmienda gubernamental fue derrotada el día de la votación –con un escaso número de votantes- por un 1,1 %.

El aborto es un tema muy serio, y no debería ser visto como una extensión de los métodos anticonceptivos. Hoy en día esos métodos son, por lo general, de una rápida disponibilidad. Este escritor cree que, en los casos en que una pareja sexualmente activa desea evitar lo que es una experiencia traumática, especialmente para la parte femenina, entonces hay una responsabilidad de disponer de métodos anticonceptivos apropiados. En última instancia, es simplemente respeto por la participante femenina en el acto sexual, y este respeto debería ser un aspecto fundamental de la educación sexual.

Desafortunadamente, muchos de aquellos partidarios de la autodenominada postura “pro-vida”, se oponen a muerte a la educación sexual, más allá de los hechos biológicos más vagos. Como ya hemos observado, son los mismos que llevaron a cabo una acción de retaguardia contra el fácil acceso a los dispositivos de contracepción. En lo que respecta a su oposición al aborto, la mayoría de los religiosos “pro-vida” se preocupan menos por la vida humana y más por la censura religiosa.

Los insultos a gente que sinceramente sostiene una visión opuesta a aquélla de los “pro-vida”, frecuentemente exhibe un desprecio por la dignidad de otros seres humanos. El reclamo que le hacen a las mujeres que contemplan el aborto, de que darán ayuda práctica a continuación del nacimiento del niño, está por cierto ideado para coartar el acto de abortar, más que para ayudar a los niños. En Irlanda –así como en Gran Bretaña- por ejemplo, un tercio de todos los niños se encuentra por debajo de la línea de pobreza oficial, y los problemas de la pobreza hace que las vidas de cientos de miles de niños sea miserable. Aquellos que muestran tan reverenda consideración por el feto aún no formado dentro del vientre materno, guardan un deplorable silencio respecto de las brutales penurias que siguen colmando a los niños fuera de él.

En todo el mundo, un promedio de 40.000 niños menores de cinco años mueren cada día de hambre o de enfermedades relacionadas con el hambre, ya que los que los crían no tienen dinero suficiente para comprarles comida. Son asesinados por el sistema de mercado, tan bienamado de los Papas de varias religiones. Aquellos que protestan ruidosamente con sus salvajes condenas contra las mujeres que se sirven del aborto, nunca condenan el salvajismo de las guerras del capitalismo. La persona que aborta, o quienes hacen al aborto disponible a las muchas veces destrozadas mujeres, pueden ser puestos en la picota como “criminales”, pero sus difamadores nunca condenan a los asesinos de niños que vuelan en aviones sobre las ciudades, y sueltan bombas sobre desgraciados niños.

Los socialistas pueden respetar los puntos de vista de la gente motivada en proteger todos los tipos de vida humana, fuera de la consideración por la supremacía de la humanidad. Esto es de lo que trata el socialismo, después de todo. Desafortunadamente, la mayoría de aquellos dentro de las autodenominadas organizaciones “pro-vida” están más preocupados por las restricciones de los líderes religiosos que por un genuino cuidado hacia los seres humanos.

(Socialist Standard, abril de 2002)